2020 ha sido una gran cosecha para el mundo del cómic. Al contrario que en otros sectores culturales, las cosas han ido bien. O todo lo bien que puede ir en medio de una pandemia y visos a otra crisis económica prometedora. Todo ello puede ser leído como la consecuencia de ser una “industria” en constantes problemas de precariedad. O que han tenido la capacidad de adaptarse rápidamente las nuevas reglas. Pero lo que sí es un factor incuestionable de su salvación es que han sido capaces de producir obras socialmente relevantes.
Los frentes en los que ha estado presente el cómic para hablar de política pueden verse desde dos perspectivas fundamentales: una primera de obras de carácter histórico y otro en el que se ha analizado una serie de conflictos que se han producido en el presente (o en un pasado inmediato). Se han consolidado algunos movimientos, a la vez que han ganado peso otros que parecen apuntar a un mejor porvenir.
Fue la aprobación de la Ley de Memoria Histórica de 2007, con una Transición ya asentada (e implementada con menor o mayor acierto) lo que permitió que España pudiera, de una vez por todas, cerrase heridas que de tanto ignorarlas estaban casi con necrosis. El franquismo ganó la guerra y la Historia la escriben los que ganan. Eso significa que crearon el relato que más le convenía. Y eso pasaba por asegurarse una ser de privilegios con el establecimiento de la democracia (o aquello que se considera democracia en el Occidente de los últimos tiempos).

La población aceptó cualquier sistema por temor de ir a algo peor. Y las élites franquistas sobrevivieron al cambio del sistema. Buena parte de la división en estas fronteras tiene que ver con un simple hecho: no se produjo una depuración de responsabilidades. Durante la guerra y la dictadura (e, incluso, durante esa Transición tan, supuestamente pacífica) se produjeron unas cuantas barbaridades innombrables y los verdugos quedaron indemnes.
Y por ese motivo dicha ley se estableció como algo sanador con la búsqueda de hacer justicia y saldar una deuda prolongada durante décadas. A partir de ese momento, se podía hablar de un dolor acallado durante demasiado tiempo. Y, con ello, exorcizar una serie de demonios ocultos a plena vista y a los que se les ha concedido el derecho de estar por encima del bien y el mal.
Ese fue un hito significativo porque, en paralelo, comenzaron a aflorar una serie de obras intentando analizar y dar respuesta a aspectos que los parientes más directos de los creadores habían pasado. Forma parte de un determinado arte del yo, en el que los artistas y autores narran sus propias experiencias.
“Las guerras del abuelo”. Ese es el apelativo con el que frivolizó un político que buscaba señalar que la guerra civil no le interesaba a nadie. Pero no podría estar más equivocado, como demuestra el nivel de publicación histórica revisionista que se está produciendo durante los últimos años. Son historias muy íntimas de gran valor artístico, histórico y periodístico que, precisamente, de respirar la mayor de las localidades posibles, han terminado siendo completamente universal. Así que sí, las guerras del abuelo interesan más que nunca. Y menos mal que, al fin, tienen los altavoces necesarios para contarlos.

Así pues, como no podía ser de otra manera, el último año de la pasada década no ha estado exento de obras españolas tratando estas cuestiones. En Estampas 1936, al contrario que otras obras que dan una perspectiva más globalizadora del conflicto, Felipe Hernández Cava y Miguel Navia abren una ventana a los prolegómenos de la guerra. Esta obra analiza cual fue el contexto previo al inminente levantamiento militar. Y lo hace ubicando el punto de vista en las personas anónimas que siempre son las primeras víctimas de los contratiempos políticos.
De la misma casa, llegó el viaje personal de Jaime Martín retratado en Siempre Tendremos 20 años. Siendo secuela espiritual del Jamás Tendremos 20 años, en la que contaba la historia de sus abuelos durante la guerra civil, nos relata desde su punto de vista como fue crecer en el extrarradio de Barcelona durante los años ochenta. Por un lado, cuenta su experiencia de supervivencia en ese ambiente hostil, mientras que reflexiona alrededor de cómo se produjo la Transición de una manera irregular y ahí radica muchas de las fracturas que se tienen hoy en día, como la crisis de 2008. Por tanto, él entiende como una necesidad fundamental remodelar el país.
La otra gran producción de trascendencia que lleva al lector a ese periodo, es ese Regreso al Edén con el que Paco Roca homenajeó a su madre. Repite la hazaña que llevó a cabo Antonio Altarriba consiguiendo transmitir el relato de su padre y de su madre. Aunque con un estilo y una óptica diametralmente opuesta. Esta obra se trata de un acercamiento que busca entender y exponer a qué es lo que ha tenido que enfrentarse su madre y qué es lo que le ha convertido ser quien es. De este modo, esa diminuta se ha magnificado consiguiendo que el público se identifique de un modo en el que ningún otro autor es capaz de conseguir.
Sin embargo, las obras que mayor peso han cogido desde el poco tiempo que llevan desde la publicación han sido las de la segunda vertiente: aquellas obras que tratan de dar respuesta a la realidad en la que nos movemos. Resulta inquietante el pensar que puede haber tantas posibilidades de aproximarse en las corruptelas de los últimos años. A mayor número de posibilidades de tratar la corrupción, significa que estos flecos tienen más que ver con el ADN de este país que con cuatro “manzanas podridas”.

Por proximidad, toca volver a sacar a coalición esa figura indispensable para comprender el desarrollo de la novela gráfica política española: Antonio Altarriba. Este autor ha cerrado su trilogía del ego que ha venido desarrollando durante varios años. Acompañado de su inseparable Keko, durante el último mes del año han publicado Yo, Mentiroso. Aun estando conectado de forma más que evidente a las anteriores entregas, esta obra trata una temática diferente: la mentira. Aquí este autor la entiende como el arma predominante de la política.
En esta historia se presenta a un político con una carrera meteórica y hambriento de poder teniendo que hacer frente a los distintos casos de corrupción que no dejan de sucederse en su partido, como si de un barco haciendo aguas se tratase. Todo ello con una amenaza de un psicópata que pueden ponerles en apuros. La ambición desenfrenada se alimenta también de una violencia de un ambiente en el que la amoralidad de los mandatarios electos y su amoralidad es la fuente de que su reino no se derrumbe bajo ningún concepto. Se genera una atmosfera absolutamente densa en la que los que tienen todo que perder siempre son los mismos.

El que esta pareja de artistas sea capaz de generar obras de un nivel fuera de serie, no debería sorprender a nadie a estas alturas. El que realmente ha pillado con el pie a propios y extraños ha sido Magius con su portentosa Primavera para Madrid. Aunque la editorial comenzase disparando a bocajarro con una obra ácida, sudorosa y escatológica como España Lixviada de Furillo, brilló con luz propia el cómic que toma como referencia al pequeño Nicolás para imaginarse una España alternativa que recuerda mucho a aquella en la vivimos. Este creador desarrolla una historia de ascenso sin caída en la que se mantiene es una infraestructura de poder que, por mucho que se pueda renovar, no se deteriorará jamás. Con una apuesta estética tan arriesgada como evocadora, es un resumen que sintetiza perfectamente la opulencia en la que se han movido determinados oportunistas. Cabe recordar que este país de picaresca anda sobrado…
La coincidencia de estas dos obras en el mercado este año es una coincidencia que deberían unirlas como si las dos contasen exactamente lo mismo de distintas maneras: una nos lleva a un tour por los excesos y la despreocupación de la clase dirigente, mientras que la otra muestra esas cloacas que permiten que se den los fiestones. Por supuesto, todo eso es a costa de los inexistentes: la población que los ha llevado al poder y que acepta, sin cuestionarse, absolutamente todo lo que se les diga. Es un panorama tan desolador como identificable. Ojalá estas obras den pie a que más de uno no quiera seguir siendo engañado.

Por si fuera poco, este año ha visto uno de los regresos más esperados de los últimos años: ¡García! Cuando se tiende a pensar en el concepto superheroico como algo separado de la realidad socio-política que lo ha generado, esta obra demuestra no solo que no tiene por qué ser así, si no que no debería. Y más aún en un país en el que no termina de encajar con el del superhéroe, entendiéndose como lo hacen en Estados Unidos.
Santiago García y Luis Bustos tienen a este personaje como vehículo para conseguir contar lo que sucede en nuestro día a día en clave de acción y comedia. Pero, por encima del todo, es un personaje que está muy pegado a la esencia social española: un agente franquista mitificado es despertado ahora mismo. Son aventuras en las que reina la fisicidad y la relación entre personajes, pero en ningún momento se olvida de lanzar reflexiones terroríficas respecto a la persistencia del fascismo, el control de una cúpula desde la sombra o la asfixia en la que se encuentra el pueblo a costa de los poderosos. Este tercer tomo, además, envía al personaje en Catalunya y muestra otro tipo de modos de vida alejados del centralismo madrileño, que es a lo que la ficción se acostumbra a mostrar.

Como no se tenía suficiente con contar lo nuestro, el talento español se ha atrevido también a lanzar colaboraciones en las que la lupa se pongan cuestiones sociales de ámbito internacional. Eso es una buena muestra de que algunos de los problemas que hay entre estas fronteras son extrapolables, con sus características peculiares y específicas, a otros países. Elizabeth Casillas e Higinia Garay han desarrollado, en colaboración con la ONG Mundubat, Todas Nosotras, una novela gráfica que buscaba trasladar la realidad de la mujer en El Salvador. Aquí se destapa un país machista y cómo las protagonistas tienen que encarar una realidad injusta.
Otro ejemplo que no tiene nada que ver con el caso recién expuesto pero que se puede englobar en el mismo grupo es Hacen Falta Hombres. Es un cómic publicado en Francia a través de la manera convencional, pero que cuenta con las aportaciones y la sensibilidad española del trazo de Víctor L. Pinel. Se sirve para contar el retorno a Argelia tras la guerra de la independencia y las consecuencias tanto personales como sociales de semejante desastre.
De cualquier manera, el hecho de que se use a artistas provenientes del ámbito nacional para contar historias de vocación internacionalista. España ya no es el coto cerrado y endogámico, si no que el mercado se ha globalizado de alguna manera. En España se sabe lo que es pasar por muchas peripecias y tener que convivir con circunstancias un tanto injustas. La cultura española está en un momento de gran estado de gracia, a pesar de que el país que la ha generado haga todo lo posible porque no sea así.

Cabe destacar, a su vez, la fundamental labor de los fanzines, de autores veteranos especializados en tiras cómicas como Pedro Vera y su clásico Ranciofacts, espejo de la España que da grima, de las publicaciones de periódicos y de revistas gráficas como es El Jueves. Los primeros por minoritarios y los segundos por tener una labor de un carácter más perenne, quedan más invisibilizados. Pero son aquellos que han estado al pie del cañón. No es algo esporádico, es un compromiso permanente de auditor al poder que ha traspasado generaciones. Eso es algo profundamente meritorio, independientemente de algunos errores inevitables que se han podido producir a lo largo de su dilatada trayectoria.
Y si ha habido una revista histórica y subversiva en España esa es El Víbora. Fue la que tomó el pulso a la transición atreviéndose a hacer cosas que nadie más se atrevía. Este 2020 ha sido el año en el que hemos asistido a su retorno. Durante el confinamiento se ha volcado en volver a producir nuevo contenido durante el duro confinamiento. Llegaron unos números de la resucitada revista a través de la via online, aunque tuvieron poco recorrido. Sin embargo, su espíritu satírico sigue vivo gracias a la recién nacida Revista Lardín, que intenta evocar a los grandes años de la revista reuniendo a algunos de sus artistas.
Pero también se han producido reivindicaciones y cambios trascendentales detrás de los lápices. 2020 ha sido un año de unirse y hacer fuerzas. Forzadas por la situación inesperada, algunas editoriales independientes han optado que la mejor opción no es otra que organizar la Plataforma de Editoriales Independientes de Cómic (PEIC), que viene a ser un acuerdo de apoyo mutuo para poder llevar a cabo distintas iniciativas. Evolucionar o morir.

Y, la política va ganando peso en el cómic, este parece estar haciéndose oír en los representantes. O lo va a hacer con más eco gracias a la creación de La Sectorial. En sus propias palabras, esta iniciativa nace con el siguiente propósito: “aunar esfuerzos y crear un espacio colectivo en el que se sientan integradas todas las partes de la industria del noveno arte. La intención es convertirla en un representante amplio y válido para mediar con diferentes administraciones en pos de promover mejoras muy necesarias para el crecimiento del sector”. Aún es pronto para valorar qué recorrido tiene esta organización recién generada, pero es un gran paso a la hora de intentar mejorar la situación del sector en el término más amplio posible.
Este país estaba pasando por un momento de cambio de poder. Cuando no había podido consolidarse, ha surgido una pandemia casi por generación espontánea (a tenor de la falta total de información clara respecto al origen) que ha provocado cambios severos a nivel global. Es algo que nadie en todo el planeta es capaz de comprender del todo la magnitud de este terremoto. Esto puede suponer que muchos de los enfoques que se están dando hoy no solucionen los problemas de mañana. Puede que comencemos a especular y a mirar al futuro. O, por el contrario, puede que la tendencia sea enrocarse aún más en la nostalgia de unos tiempos pasados que, aparentemente, fueron más felices. Aunque nunca lo fueron. Y menos en España.
¿Cómo reaccionará el arte a largo plazo? Cualquier respuesta es aventurarse. Pero si algo bueno se puede sacar del año pasado es la buena salud creativa de la que goza este sector. Pero no es algo que salga de la nada, sino que es la germinación de iniciativas y esfuerzos que llevan produciéndose durante años. Son pequeñas gotas de sangre, sudor y lágrimas que, con suerte, conducirán a un punto en el que ya no caigan más. Solo hay que seguir luchando y creando obras que ayuden a decir quiénes somos. Y ese es el verdadero orgullo nacional.