Uno de los temas en los que estoy reflexionado de manera más continuada en los últimos meses es en la empatía como motor de la toma de decisiones. Siempre he sido bastante solitario y, con el tiempo, me he dado cuenta de que seguramente he estado actuando de un modo egoísta y eso ha afectado o hecho daño a terceros. Fuese o no fuese mi intención inicial. No me siento particularmente de ello, pero lo cierto es que todos podemos cometer errores y estos traer unos efectos nocivos que jamás habríamos imaginado. ¿Actuaríamos así en un contexto de circunstancias extremas o nos forzaríamos, aún más a forzar nuestra mejor cara, siendo esta la única manera de sobrevivir en un contexto hostil?
Parto de una digresión personal que no tiene nada que ver con la obra analizada porque es precisamente los pensamientos que han inundado mi cerebro al finalizar la lectura de esta recomendable obra. Es una obra de la que no se puede aprender en lo formal, pero sí que creo que a nivel emocional tiene bastante enjundia a la hora de mostrar ese conflicto de dejar atrás ciertas maneras en contra de la sociedad para aprender que debemos forjar amistades y que eso es lo verdaderamente suplirá nuestras carencias.
Wild’s End parte de la premisa de la llegada de un veterano de guerra que llega a un pueblo tranquilo para dejar atrás su duro pasado. Todo se altera cuando un borracho zorro que solo ha traído conflictos irrumpe en una reunión para decir que una cosa caída del cielo ha quemado a su compañero. Es ignorado y eso traerá consecuencias que no pudieron prever. Estos personajes se verán embarcados en una aventura de supervivencia en cuyo camino se forjan alianzas absolutamente inverosímiles si las circunstancias no se hubiesen visto alteradas dramáticamente.
Dan Abnett es un zorro (va absolutamente con segundas) y en esto de contar historias. Sabe perfectamente que uno de los elementos que más aprecia la cultura popular son personajes carismáticos que logren transmitirle sensaciones positivas. Y ese es precisamente el núcleo de la propuesta de Wild’s End.
Podemos hablar de su habilidad para conducir la trama, fuera de toda discusión. Son tres tomos perfectamente estructurados, con un ritmo medido en el que nada falta y nada sobra. También se podría señalar como de su conocimiento profundo de los referentes que maneja, siendo los más evidentes La Guerra de los Mundos de H. G. Wells (esa amenaza devastadora surgida de la nada, aunque con avisos previos ignorados por el stablishment, y aparentemente superior e indiferente a las pequeñas pretensiones y necesidades humanas. Por no hablar de que el diseño de la amenaza física no deja de recordar a las legendarias ilustraciones de Alvim Corrêa), las aventuras protagonizada por antropomórfica tan arraigada en la cultura británica (que a su vez son herederas de la tradición de las fábulas). Pero sería negar la aportación principal de su guionista, que no es casualidad que sea co-creador de la trascendental y popular reformulación de Guardianes de la Galaxia: unos personajes muy humanos, muy cercanos y a la vez, con un carisma que parecen propios de otro mundo. Soy un firme creyente que el arte es el único modo de llegar a la verdad emocional y esta obra lo logra de sobra.
Creo que el apostar por animales humanos para contar una historia en concreto, se logra un simbolismo más que claro, pero tiene un tipo de exigencias narrativas a la hora que el lector conecte con este tipo de propuestas. Conviene humanizar a estos personajes hasta hacerlos más familiares que, seguramente, muchas personas que conozcamos en la vida real. Y es otro objetivo cumplido.
También se nota que el autor no es americano. Huye de lo artificioso (sí, sé que hablamos de una obra de unas características que conducen a ello y que tampoco apuesta todo a la verdad emocional, es un high concept con un conflicto externo. Pero comparémoslo con otros cómics americanos que especulan sobre el fin del mundo) y de lo espectacularizante, para narrar una historia muy dependiente de las interrelaciones formadas y el espíritu aventurero. Es una apuesta que tiene que ver con cierta visión de la ficción más europeísta. Además, se aprecia una reivindicación de las costumbres y la cultura británica tradicional por los cuatro costados. Se sirve de un mundo paralelo para recordarnos a la Europa que una vez fue.
La clave para ello está en un tono bien definido. Es una aproximación al fin del mundo de una manera naturalizada en la que son pocas las ocasiones en las que hay escenas de acción. Se trata de un estudio de personajes y con conflictos internos y de relación en el que su arco evolutivo está en el centro. En añadidura con un toque cartoon y humorísticos que hacen menos trágicos los hechos que narran. Y, por ende, más realistas.
Algunos de los temas a tratar (la incapacidad de las rígidas estructuras del sistema de prevenir amenazas o parar peligros y como eso choca frontalmente con las motivaciones de unos personajes heroicos o como las interacciones se tornan más intensas en un contexto como este) no son los más sorprendentes ni su tratamiento es particularmente innovador, pero sí se aprecia un proceso reflexivo al respecto, una mesura en sus tesis, lo cual lo hace más cercano y mundano, y una modestia a la hora de lanzar preguntas. La obra, tampoco busca adoctrinar bajo unas ideas concretas y creo que se agradece que sepa anteponer la narrativa y la credibilidad a sumarse puntos de acuerdo a seguir una ideología específica. Tiene tintes de ello, pero no busca el alcanzar validez gracias a ello.
El apartado artístico corre a cargo de I.N.J Culbard, bregado, principalmente en cómics independientes con un estilo similar. Con lo que tiene cayo a la hora de representar ambientes victorianos. Esta obra, aunque esté ambientada en unos imaginarios años treinta y, en muchos aspectos estéticos se mantenga fiel a esa etapa, todo emite, también un aroma inevitable a esa época en la que Inglaterra quedó fascinada por el progreso científico y técnico.
Hay dos aspectos del contenido gráfico de esta obra que me han resultado interesantes: en primer lugar, la capacidad del dibujante de crear personajes definidos con un trazo muy limpio e, incluso, minimalista. Sumado al plus de dificultad de humanizar e hacer expresivos a animales con forma humana. En ese sentido, el trabajo de Culbard es uno del que tomar nota.
La otra gran fortaleza que percibo aquí es en la sutil evolución del tratamiento del color, siempre al servicio de la narración de la historia. Si bien predominan los distintos tonos de azul y verde, hay una riqueza de colores. Aunque lo cierto es que van disminuyendo progresivamente y perdiendo luz. Entiendo que esta herramienta se emplea para transmitir esa desesperanza.
Otro detalle formal de esta propuesta es el “contenido extra” que incluye todos y cada uno de los seis números que componen los tres volúmenes que conforman Wild’s End. Aparte de ser un modo de poner el foco en los referentes en los que se inspira, sirve para ahondar en un universo que gana en riqueza. Se pueden clasificar como crónicas periodísticas, diarios/cartas de supervivientes y relatos que bien podrían haberse publicado en un penny dreadful u otras publicaciones de la época.
Wild’s End no es la obra más experimental, ni la más exigente, ni la más extrema ni, tampoco, diría que la más entretenida. Pero es la obra que quiere ser, ni más ni menos. Es una obra muy efectiva y que recordarás como que ha tenido un impacto emocional. Porque nos recuerda que sea o no el fin del mundo, lo seamos o no para el otro, eso es lo único que tenemos al final. A nosotros. A los demás. Y, con eso en mente, hasta la mayor catástrofe puede llegar a ser la mejor experiencia que vayamos a vivir jamás.