Que un creador cree es algo que se da por hecho. Al fin y al cabo, es su trabajo y su función en esta sociedad. Pero a veces esta se lo pone tremendamente complicado. Una pandemia igual no es el contexto más esperanzador para levantar proyectos. Sin embargo, por mucho empeño que haya podido no se ha podido parar ese motor.
Víctor Santos es una de esas voces a las que siempre conviene prestar atención, puesto que ha tenido una carrera tremenda que no deja de ir a más. Y su último proyecto ha llegado de forma sorpresiva a Panel Syndicate. Se trata de Paranoia Killer.
Tal y como él mismo cuenta en el epílogo del primer número, este cómic nace tras la congelación de unos trabajos en los que estaba implicado. Ante el horror incomprensible en el que el mundo se ha visto sumido durante el último año, el autor se refugió en las novelas de Philip K. Dick. Ahí entendió mucho mejor lo que sucedía que si se hubiese informado a través de las noticias, tal y como él mismo indica en las páginas del primer número.
Paranoia Killer es producto de este contexto. La premisa de la que se parte es que una agente del FBI moralmente discutible de Estados Unidos descubre que su hermano mellizo ha fallecido. Pero no solo eso, si no que era una gran mente criminal que formaba parte de un conglomerado empresarial militar un tanto turbio. Una agencia de espionaje, ante lo sucedido, ve la oportunidad de infiltrar a la protagonista para recabar pruebas y acabar con el contratista.
Este arranque es puramente expositivo, sin olvidarse en ningún momento de la potencia visual. En él se plantean las reglas del juego de una historia que se antoja como prometedora. Todo parece indicar que tendrá lugar en una única ubicación, con lo que se plasmará toda la angustia, la rabia y la claustrofobia que se ha podido pasar en el confinamiento.
El cómic arranca in media res, con un críptico y muy estimulante flasforward que hace que capte tu interés. De ahí pasa a una intensa escena de acción de presentación del personaje, en la que establece el tono de película de acción cruda que suele ser el género fetiche del autor.
No es del todo necesario, pero esta obra se disfruta más cuando se conoce las referencias con las que entra en dialogo directo. Bebe de una forma más que evidente de productos cinematográficos como El Mensajero del Miedo, Sicario, los conflictos familiares e identitarios del cine de De Palma o, incluso, tantos otros ejemplos del paranoico cine de conspiraciones de los setenta. Pero, a pesar de ello, la historia es algo totalmente original y tiene sus propias reglas del juego.
Hay cierto espíritu de indignación y de indefensión ante la situación que Santos ha conseguido transmitirlo en su protagonista. Es una mujer dura que se introduce en un mundo en el que todo le viene grande. Y seguramente pase por un viaje para el que sus habilidades se le quedarán cortas. El arco de la protagonista, probablemente, será un viaje emocional que romperá más de una expectativa. A pesar de que, por el momento, el personaje está definido por una característica principal, hay muchas ganas de verlo actuar.
No se le puede pedir más a un primer número que contiene tantos ingredientes mezclados de una forma tan equilibrada. El ritmo es potente, te da la información justa y necesaria, despierta constantemente curiosidad por lo que está por venir y logra entretenerte y mantener tu atención constantemente. Narrativamente, es ejemplar respecto a todo lo que debe ser un punto de partida.
Víctor Santos tiene un estilo claramente distinguible. Es alguien que tiene una habilidad muy desarrollada para mostrar la plasticidad y las escenas de acción de una manera ultraestilizada. De algún modo, viene a ser un heredero natural del legado de autores capitales como Jim Steranko o Frank Miller. Es alguien que, además, tiene unas fortísimas influencias orientales que se traducen en una capacidad de crear imágenes memorables y de contar historias con recursos que combinan distintas sensibilidades pasándolas por un personalísimo filtro.
En esta obra se propuso hacer un estilo más cartoon (deudor de Osamu Tezuka, según reconoce el autor) para apoyar lo excéntrico y lo icónico de la propuesta. A pesar de que las diferencias con otros trabajos son muy sutiles, son muy perceptibles. Al igual que lo es un uso del color que evoca a cómic pretéritos, cuando los puntos de los colores eran parte integral de la estética. Pero, en este caso, eso es una marca de estilo que le da un look neoclasicista a este proyecto, en el que usa todos los recursos de los que dispone el medio en servicio de contar la historia.
Paranoia Killer te atrapa desde la primera página. Un despliegue visual que hace uso de lo conocido para darle un toque absolutamente novedoso. Uno de los arranques más potentes que se ha podido leer en mucho tiempo. Pero, por encima de todo, un remedio contra la condenada pandemia. Tanto para el autor como para el lector.