Guionista de Barrio es la columna de opinión semanal de Fernando Llor (@FernandoLlor). Llor, que cuenta con el poder de la omnipresencia, es autor de obras como El espíritu del escorpión, Teluria 108, Ojos Grises o más recientemente Subnormal, entre otras muchas, así como miembro en activo de la Asociación Profesional de Guionistas de Cómic (ARGH!) y vocal de la Sectorial del Comic
No sé si sois muchísimos los seguidores de esta columna, puede que solo seáis unas pocas decenas de miles, pero debo pediros perdón por salirme de la programación habitual una vez más.
La semana pasada ya interrumpí el plan previsto para hablar de LA LISTA y esta semana necesito hablar de algo que considero muy importante a raíz del final de ese último texto.
Así que nada, si todo va bien, la semana que viene seguiré hablando de herramientas para escribir, entraré en las escaletas y la siguiente a esa, el mismísimo día de mi cumpleaños, llegará un texto muy especial sobre escritura de guion para el que he contado con la colaboración de un montón de compañeros y compañeras de la ARGH! y que creo que puede venir muy bien para la gente que aún hoy sigue preguntándose cómo demonios se escribe un tebeo.
Pero hoy necesitaba hablar de otra cosa, de algunos de los males que nos asolan a los escritores y a los artistas en general en estos tiempos que nos ha tocado vivir.
Vamos con eso.
El fracasismo
Seguro que alguna vez te has topado con la frase esa de Samuel Beckett, sí, ya sabes, eso de “fracasa más, fracasa mejor”.
Yo la he visto en tazas, en camisetas, en discursos de gurús multimillonarios, en programas de televisión y hasta en letras gigantes en la pared de un gimnasio.
Para el mundo del coaching de chichinabo, esa frase viene a decir que fracasar forma parte de la vida, que nos enseña una bonita lección, que hay que seguir peleando y que si quieres, puedes.
Perdonadme el exabrupto: todo eso es una puta mierda. Es más, el bueno de Beckett escribió esos versos dentro de Rumbo a peor y si te lees el texto entero puedes entender a la perfección que no pretendía animar a nadie, más bien todo lo contrario.
Es cierto que a la hora de hacer cómics deberíamos normalizar el fracaso. Es muy común recibir un rechazo editorial, pero ese no es el único momento en el que hemos de enfrentarnos al fracaso.
Podemos fallar al escribir, al conseguir pareja de baile o al no cumplir nuestras expectativas o las de la editorial de éxito comercial o de éxito de crítica… Así que es algo que está muy presente en nuestro día a día.
Ahora bien ¿eso basta para construir una especie de altar al fracaso? ¿para hacer publicaciones con hashtags del tipo #fracasamejor? No, por Belcebú, dejemos de hacer esto.
Vale que lo podamos normalizar y lo comprendamos como una parte ineludible de la profesión, pero tratémoslo como lo que es: una putada, una jodienda, un puñetazo en el estómago de esos que te dejan sin aire. El fracaso duele, agota y quita las ganas de seguir trabajando. Romantizarlo puede traer consecuencias fatales para la salud mental.
La autoexplotación
Uno de los rasgos más relevantes de la sociedad actual y que puede observarse nítidamente en la gente que se dedica a labores artísticas es el de la autoexplotación.
El siglo 21 vino con una concepción fundamental con respecto a la forma de enfocar el trabajo. Empezó a vendérsenos la cultura del esfuerzo desde la perspectiva de que eso era lo único que importaba para conseguir nuestras metas laborales.
Si de verdad quieres algo, puedes conseguirlo.
Ese “puedes” es la clave porque es posible que nos instale en la ansiedad de no estar haciendo siempre todo lo que se puede, y además, si no se triunfa, nosotros somos los culpables por no haber hecho más, no habernos exigido más o no exprimirnos lo suficiente para sacar todo nuestro “potencial”.
Si a esto sumamos la turra que se nos da con el personal branding para darnos a entender que debemos diferenciarnos y ser una marca que compite contra sus iguales intentando siempre destacar sobre el resto, tenemos un cóctel perfecto en el que no hacen falta patrones porque ya nos arreamos nosotros mismos los latigazos y miramos con recelo al compañero.
Pero no solo eso, si para realizar una profesión y llegar hasta donde te dices que debes llegar, te aíslas del mundo porque no te queda tiempo para nada más, perderás cualquier posible sensación de colectividad, solo mirarás por tus intereses y caerás en un estado físico y mental de agotamiento continuo que conduce a la alienación.
La comparación constante
Cualquiera de los dos males anteriores podría conducirnos inexorablemente hacia un estado perpetuo de estar mirando sin descanso al trabajo de compañeros y compañeras y convirtiendo sus logros en un clavo más de nuestro ataúd mental.
Seamos honestos ¿alguna vez has leído un tuit, un post o el artículo de alguien muy feliz por haber conseguido algo? Seguro que sí, cientos de miles de veces. ¿Ni una sola de esas veces has pensado “menudo gilipollas”? Es muy probable que también. Y hasta ahí todo podría entrar en una normalidad más o menos aceptable, pero… ¿cuántas veces te has sentido mal al ver los avances de los demás? ¿Nunca has pensado “joder, mira lo que consigue este y es un XXXXXXX terrible? ¿Por qué yo no lo consigo?”.
Esa comparación podría llevarnos de cabeza al tan temido síndrome del impostor haciéndonos ver que no valemos para nada, que siempre seremos un fraude y que jamás alcanzaremos esas ansiadas metas por las que tanto nos autoexplotamos.
¿Existe cura para estos males?
Pues… a ver, en realidad yo soy guionista, jamás me atrevería a ejercer de terapeuta. Sí que me animo a lanzar algunas pequeñas recomendaciones a modo de resumen.
No sacralices ni idealices el fracaso, es una mierda, puedes asumirlo y trabajar la resiliencia, pero negarse el estar jodido por fracasar es absurdo y peligroso.
Deja de autoexplotarte. Hay multitud de factores que no puedes controlar y no todo va a depender que que te esfuerces más y pelees por cumplir tus sueños. No vivimos en una peli de Disney. Hay cosas que están en manos del azar.
Intenta no compararte constantemente y en vez de ver a los demás como competidores en una carrera absurda prueba a compartir y a romper tu burbuja de la marca personal y todas esas cochinas teorías neoliberales.
Hasta aquí el Guionista de Barrio, siento si ha sonado un tanto pesimista, al contrario que Beckett mi intención era justo la contraria. Cuídense, la semana que viene seguimos.