Como indicaba Will Eisner en su La narración gráfica (Norma, 2003), toda historia para ser considerada como tal ha de contar con un principio, un fin y un hilo de acontecimientos que vertebren la estructura del relato. Quien está detrás de un cómic (tanto da si es una única persona o si son varias al frente de guion, dibujo y color) ha de lograr captar la atención del lector y retener su interés a lo largo de toda esa estructura narrativa. Los creadores cuentan para cumplir dicho cometido con las herramientas que les proporciona el medio, la estructuración sobre la que fijarán el relato y los diferentes argumentos introducidos en esa historia a relatar. La inclusión de temas universales, aquellos que compartimos independientemente de nuestro origen o condición, suelen suscitar la empatía que produce ver en otros -aunque se trate de personajes ficticios insertos en una ciencia ficción ajena a nuestra realidad- esos mismos padecimientos, anhelos y sentimientos que nosotros experimentamos o que nuestro entorno más cercano ha podido conocer de primera mano. Es precisamente esa comunión que se crea con la obra por ese trasfondo temático la que permite que se establezca una conexión con personajes sin importar cuál sea el recubrimiento de género, espacio-temporal o de identidad de los sujetos narrativos bajo el que se está presentando.
Popularmente suele decirse que todas las historias ya han sido contadas. Y en cierto modo, no deja de ser así, pues es la forma en que se narra, cómo se produce la actualización de esos hechos relatados, lo que las hace diferentes unas de otras aunque nos vuelvan a hablar de amor, desamor, pérdidas, sacrificios, sentido último de nuestra existencia o realización personal. Una de las estructuras más repetidas es la que Joseph Campbell detallaría en 1949 en su obra El héroe de las mil caras (Atalanta, 2020) a partir de la que se define el modelo básico que comparten relatos épicos provenientes de diferentes puntos del mundo: el llamado monomito o periplo del héroe. Con más o menos épica, variable espectro de arquetipos presentes y adoptando un mayor o menor número de etapas constitutivas de esa estructura, son muchos los creadores que han reproducido ese esquema de inicio del viaje o separación del entorno conocido – proceso de aprendizaje e iniciación – retorno o regreso que, con el tiempo, ha experimentado alguna ampliación o modificación. De hecho, como apunta la crítica literaria sueca y especialista en literatura infantil (LIJ) Maria Nikolajeva en su obra Retórica del personaje en la literatura para niños (México: Fondo de Cultura Económica, 2014) toda la literatura para niños es similar al monomito y todos sus personajes son una forma elaborada del héroe mítico, indicando además en sus páginas que la ficción infantil ha experimentado últimamente un giro hacia lo psicológico que afecta al esquema argumental tradicional. Si esto es así en la LIJ, no es descabellado pensar en los mismos términos cuando se habla de cómic infantil y juvenil (CIJ) teniendo en cuenta del público implícito al que va dirigida su producción.
Un reciente y muy claro ejemplo es el personaje de Celeste y el relato por las reconocibles etapas que recogen las viñetas de Giganta. La historia de aquella que recorrió el mundo en busca de la libertad (Norma, 2021). Es cierto que, atendiendo a la semántica del término heroína, quizá cueste asociar ese término a algunas otras protagonistas de CIJ. Pero estableciendo una comparativa de la estructura del monomito desde una visión de conjunto de la obra en cuestión, analizando las características de los personajes, localizando tanto los límites como los tránsitos entre lo conocido y lo desconocido, es relativamente sencillo trazar esas conexiones que nos llevan a identificarlas como tales. Así, pues, si echamos un vistazo a algunos de los tebeos infantiles y juveniles que se han publicado en estos últimos 10 años en nuestro territorio, podemos reconocer dicha estructura, arquetipos y viajes literales o metafóricos en los relatos de iniciación, de aprendizaje y de crecimiento personal a diferentes niveles que aparecen en Marieta. Los recuerdos de Naneta, de Nob (Dibbuks, 2012-2014), con Marieta, su protagonista, una niña que por circunstancias sobrevenidas ha de marchar a vivir al pueblo; en Los diarios de Cereza, de Joris Chamblain y Aurélie Neyret (Alfaguara Infantil y Juvenil, 2017-2019) con una Cereza a la que cada aventura y dificultades a superar en cada uno de los cinco títulos de la serie le servirá de aprendizaje para afrontar las relaciones personales y gestionar las ausencias, llevándola metafóricamente de vuelta a la calidez del hogar y restableciendo vínculos; o en La guerra de Catherine, de Julia Billet y Claire Fauvel (Astronave, 2018) en donde asistimos a esa huida emprendida por Catherine-Rachel en la Francia ocupada de los años 40, durante la que la niña va venciendo las adversidades surgidas.
En este repaso al periplo del héroe en el CIJ, vamos a fijar nuestra mirada exclusivamente en las protagonistas femeninas y a aumentar las dosis de épica y aventuras, recogiendo una serie de tebeos infantiles y juveniles en los que se aprecia esta estructura del camino del héroe y cuyo personaje principal son en buena medida jóvenes que podrían denominarse heroínas en el sentido literal de la palabra. ¿Preparados para emprender este viaje acompañándolas en sus andanzas?
Enfrentarse a seres del folklore tradicional también tiene su aquel. Aunque es probable que reste al relato puntos en epicidad el hecho de que la mayor parte de esas criaturas puedan calificarse como cuquis, que sus motivaciones a la hora de actuar estén lógicamente fundadas y que más que un enfrentamiento, lo que la protagonista busca es brindar ayuda.
La editorial británica Nobrow publicó en 2010 Hildafolk, el que sería el primer título de seis de una colección de cómic infantil que es, sin duda, uno de los títulos de CIJ más destacados de esta década. Su autor, Luke Pearson, supo con Hilda dar con el equilibrio perfecto entre realidad y ficción, aportar la dosis exacta de aventuras, tradición y fantasía, crear unos personajes (tanto humanos como no) estupendamente bien caracterizados y definidos, imaginar unos entornos naturales de ensueño y unos atractivos espacios urbanos que funcionan como unos personajes más, relatar desde una narrativa fluida contando con los elementos que el medio ponía a su disposición, entretejer con eficacia tramas y subtramas, jugar con una expresiva, versátil y reconocible paleta de colores y presentar una carismática protagonista, capaz de empatizar con sus jóvenes lectores. Tanto es así, que se puede hablar de Hilda en términos de narrativa transmedia: los tebeos han hecho las veces de nave nodriza de la serie de animación de Netflix, las novelas, el juego para móviles, el merchandising o las aportaciones de seguidores en forma de fanarts gráficos o textuales.
Si Hilda y el trol (Barbara Fiore, 2013) supone una toma de contacto con ese universo en el que habita Hilda, un entorno natural en el que las leyendas y el folklore tradicional forman parte de la cotidianidad, Hilda y el gigante de medianoche (Barbara Fiore, 2013) resulta ser ese punto de partida atendiendo al monomito de Campbell desde el que Hilda, nuestra “heroína”, se aleja del que ha sido hasta ese momento su mundo conocido (pues se muda a Trolberg, la ciudad) y vive diversas aventuras que la enriquecen en su deambular por Hilda y la cabalgata del pájaro (Barbara Fiore, 2014) y Hilda y el perro negro (Barbara Fiore, 2014). En el que puede considerarse el segundo arco argumental de la serie, compuesto por Hilda y el bosque de piedra (Barbara Fiore, 2017) y Hilda y el rey de la montaña (Barbara Fiore, 2020), se desarrolla la última aventura, más introspectiva, que la pondrá a prueba y concluirá con ese retorno al hogar.
El de Gherd es un mundo dividido y amenazado. Si en tiempos convivían en paz los Kunya, los Molkhog y las bestias, actualmente los Kunya y los Molkhog no es que tengan muy buenas relaciones y los Kunya se encuentran muy ocupados exterminando a unas bestias que, cobijadas en las zonas cubiertas por una espesa niebla, los amenazan más frecuentemente y parecen volverse cada vez más agresivas curiosamente por la acción de esas nieblas.
Gherd no puede participar en el rito iniciático que se lleva a cabo en su clan (el de los matabestias) por el mero hecho de que es una chica. La frustración que siente por ello, sabiéndose más capaz que otros para desempeñar dicha función, pero estándole prohibida la posibilidad de acceder formalmente a una ocupación (por así decirlo) que le daría la posibilidad de acabar con la bestia que mató a sus padres, le lleva a tomar la determinación abandonar su aldea. En ese viaje le acompañarán un monje Molkhog llamado Atheis y Puc, una pequeña y encantadora bestia que nada tiene que ver con esos seres monstruosos que han desatado el caos, la destrucción y la muerte allá por donde van. Lo que nos encontramos en este relato dirigido a un público Middle Grade es una extraordinaria aventura en busca de la propia identidad y de reafirmación en la misma ambientada en un mundo que parece salido de los relatos mitológicos fundacionales de leyenda, en el que conviven humanos, bestias y seres reptialianos con apariencia antropomorfa. Un mundo que se configura sólido desde la elección de colores, composición, el estilo cartoon y el ritmo del relato, gracias a la construcción de personajes y desarrollo de las tramas. La convivencia entre Gherd y Atheis, un intercambio entre culturas, y ese camino que les llevará por espectaculares paisajes naturales e imponentes construcciones que recuerdan a la arquitectura tibetana tradicional, le brindarán a la chica un aprendizaje y un enriquecimiento que le permitirán avanzar en ese personal viaje.
Gherd. La chica de la niebla (Liana editorial, 2021) fue la segunda colaboración del tándem italiano Marco Rocchi (al guion) y Francesca Carità (al dibujo y color) por el que se llevaron en 2020 el Premio al mejor cómic infantil en el ROMICS, el Festival Internazionale del Fumetto, Animazione, Cinema e Games que se celebra en Roma.
Desde tiempos inmemoriales los baterou se han encargado de mantener el equilibrio y la paz entre los dos mundos, el real y el mágico. No obstante, parece que últimamente esa armonía se está viendo alterada por la anómala duración del invierno. Un viejo ermitaño, algo trastornado, se empeña en que todos conozcan la terrible profecía que, de cumplirse, traerá catastróficas consecuencias para todos. Si hay algo de carácter sobrenatural que lo está provocando, quizá sea el momento de intervenir para los baterous.
Zilia, una adolescente valiente y decidida, es una de esos baterous que se ganó ya hace un tiempo ser nombrada como tal. Precisamente será ella la que se embarque en una aventura en compañía de ese ermitaño para tratar que dilucidar si hay seres que pretenden establecer un sempiterno invierno. Ambientada en una suerte de siglo XI en la zona de los Pirineos aragoneses -tierra de múltiples leyendas-, el del viaje de Zilia es un relato de aventuras apto para todos los públicos, salpicado de humor, de ingredientes fantásticos, de la mitología propia del lugar y de una constante búsqueda interior sobre el camino que hemos de seguir. Todos esos elementos se imbrican argumentalmente en una historia entretenida y con ritmo que avanza fluida y que destaca por la narración gráfica y la plasticidad de sus composiciones, así como por la paleta y tratamiento del color. Las representaciones de entornos naturales (atención a esos cielos nocturnos) y construcciones arquitectónicas -en muchos casos reconocibles para quienes están familiarizados con estos paisajes aragoneses-, arropan y potencian el relato, siendo además de gran belleza y expresividad.
Con Zilia Quebrantahuesos. El fin del invierno (Gp Ediciones, 2021), tercer cómic de Laura Rubio, la historietista zaragozana afincada en Teruel recupera cinco años después el personaje con el que se dio a conocer en Zilia Quebrantahuesos (GP ediciones, 2015) en el que Zilia ya emprendió otro camino de la heroína en busca de su propia identidad. Aunque El fin del invierno hace referencia a algún hecho y por este título reaparecen algunos personajes de ese primero, se puede abordar su lectura de forma independiente ya que no hay continuidad argumental entre uno y otro título. En rústica con solapas, el cómic presenta una atractiva cubierta en colores brillantes.
El díptico que componen El momento de Aurora West y La caída de la casa West, de Paul Pope, JT Petty y David Rubín (Debolsillo), spin off del Battling Boy de Paul Pope (Debolsillo, 2014), nos acerca a una adolescente llamada Aurora West en un tebeo para adolescentes y adultos que podría encuadrarse dentro del género de superhéroes.
Su ciudad, Arcópolis, vive amenzada por la presencia de monstruos que, entre otras actividades, se dedican a hacer desaparecer a niños. Su padre, Haggard West, es un héroe que se enfrenta a ellos teniendo como únicos poderes sus capacidades de investigación y el desarrollo de la ciencia y la tecnología. La verdad es que la gente le aclama y los monstruos le temen. No obstante, sus acciones no son suficientes para parar los pies a todas esas criaturas. Así que comienza a entrenar a Aurora, todavía una adolescente, para hacer de ella otra heroína. Pero Aurora a quien tiene en mente es a su madre, que murió cuando tenía cuatro años en un incidente que aún no ha sido esclarecido. Entre monstruos, la rutina de sus clases y la investigación, Aurora inicia un viaje que no implica desplazamiento físico, pero que le llevará fuera de su universo conocido y le reportará un aprendizaje por los que acabará arribando a destino. Además de los diferentes elementos de la trama y de los episodios de acción, el personaje de Aurora también resulta ciertamente empático especialmente para los jóvenes lectores porque pueden identificarse en las tribulaciones de la joven y en el ansía por querer ser tratada como un adulto.
El trepidante relato que también cuenta con ese factor más íntimo e introspectivo cuenta con el inconfundible trazo de Rubín, vibrante y cargado de expresividad, que da vida a Aurora West y a la ciudad de Arcópolis. Lo cierto es que llama la atención verlo en el formato en que se presenta la obra, pequeño tamaño, y sin la potencia del color que suele complementar sus trabajos.
Ojalá disfrutéis del camino que os proponen estas jóvenes.