Wonder Woman de George Pérez, una de las mejores etapas de la historia de DC Comics

Vengadores, Inhumanos, Cuatro Fantásticos, Deadly Hands of Kung Fu, Nuevos Titanes, Justice League of America, Marvel Fanfare, Crisis en Tierras Infinitas… Cualquier aficionado al cómic USA es capaz de recitar de memoria los trabajos de George Pérez, como si fuera la alineación de su equipo favorito de la infancia o aquella canción del verano pegadiza que no consigues olvidar. Éxito tras éxito (aquí obviaremos los I-bots, para proteger nuestra salud mental) que han convertido al artista de New York en uno de los mejores y más populares dibujantes de la historia del cómic USA. Sin embargo, uno de los trabajos de esa bibliografía en forma de constelación destaca no solo por su faceta como dibujante, sino por su trabajo como guionista. Maestro de los lápices y pinceles, la relación entre Pérez y la máquina de escribir es una rara-avis en su currículum, más allá de sus pinitos como co-guionista en buena parte de su etapa al frente de los Titanes, con su socio Marv Wolfman. Pero al hablar de George Pérez es obligatorio mencionar a Wonder Woman. E, igualmente obligatorio, al hablar de Wonder Woman hay que nombrar a Pérez. A punto de cumplir los 80 años en los quioscos, la huella que dejó nuestro protagonista al frente de las aventuras de la Princesa Amazona es innegable, aclamada e hipnotizante. Por ello, no queríamos dejar pasar la oportunidad de repasar esta etapa que, aún a día de hoy, se sigue recomendando como punto de entrada perfecto a la mitología de Diana, las amazonas e Isla Paraíso.

¿Y ahora qué?

Tras las Crisis en Tierras Infinitas, el universo DC se relanzó en masa por todo lo alto. El multiverso existente hasta el momento, que había alcanzado un punto de confusión máxima para los lectores (ya fueran curtidos veteranos… o novatos curiosos), dejaba paso a una nueva continuidad que permitía a los autores poder hacer borrón y cuenta nueva con los personajes, demostrándose la máxima de que un buen personaje nunca está acabado y siempre es posible hacer nuevas cosas con ellos, a pesar de las décadas de desgaste que hayan acumulado a sus espaldas. Las Crisis fueron el punto y seguido de un proceso de maduración continuo de la DC Comics de Jenette Kahn, que venía apostando desde inicios de los ochenta por obras de un corte más adulto (Camelot 3000, Ronin…) y acercamientos a juguetes clásicos de la editorial que supusieron una revolución (La Cosa del Pantano), apostando por el talento y las nuevas ideas de una nueva generación de autores que pronto iban a hacer olvidar el carácter camp y naive de la DC inmediatamente anterior. Si se quería aplicar esa pátina de madurez y revolución al resto del universo DC, primero había que rebootearlo por completo, facilitando su accesibilidad y dando rienda suelta a los autores. A partir de entonces, tan solo una versión de cada héroe poblaría el Universo DC, y en el caso de Wonder Woman no iba a ser menos. Las contrapartidas de la Golden Age (residente en Tierra-2) y Silver Age (con código postal en Tierra-1) “morían” en las páginas de Crisis en Tierras Infinitas, para dar paso a una Diana 3.0. 

Inciso: en realidad la Wonder Woman de Tierra-2 no moría en Crisis en Tierras Infinitas, sino que se salvaba del borrado multiversal ascendiendo al Monte Olimpo con su marido, y seguiría siendo canon en la nueva continuidad como madre de Lyta Hall (Furia) y atentos, a través de un triple tirabuzón y medio de continuidad made in DC, acabaría siendo la abuela de Daniel Hall, el segundo Sandman. Leer para creer.

En 1986 DC Comics contrató a John Byrne para relanzar las aventuras regulares del Hombre de Acero, apostó por Frank Miller para la nueva versión del Caballero Oscuro y confió las aventuras de la nueva Liga de la Justicia a J.M. DeMatteis, Keith Giffen y Kevin Maguire. Los dos estandartes de la editorial y su cabecera grupal más importante, con permiso de los Titanes, despegaban por todo lo alto tras algunos años de altibajos, todo ello envuelto con la publicación en aquellos meses de Watchmen, la obra de Alan Moore y Dave Gibbons que tomaba el género superheróico y lo hacía literalmente añicos. Esta era la prueba definitiva de que tan solo hacían falta ideas nuevas y talento puro. Como si esto fuese fácil de encontrar, ¿verdad?

¿Y Wonder Woman? ¿Quién se encargaría del tercer gran icono de DC Comics? ¿El escenario post-Crisis supondría una verdadera apuesta por parte de la editorial respecto a Wonder Woman o…. seguiría siendo “más de lo mismo”, relegada al ostracismo creativo habitual? Exceptuando una breve etapa de Denny O’Neil en el cambio de década entre los 60 y los 70, DC nunca había confiado la serie de la hija de Themyscira a su mejor guionista o a su mejor dibujante. Nunca. Le pese a quien le pese. Y, precisamente, aquella mini-etapa firmada por el también guionista de The Question o Green Lantern/Green Arrow no sea el ejemplo más brillante de su bibliografía o de la historia del personaje. 

Durante casi cuatro décadas, apenas se había producido alguna historia memorable de Wonder Woman. Ahí estaba su título, mes a mes (manteniendo sus derechos en custodia del sello), pero no es para nada normal que uno de los personajes más legendarios del mundo del cómic atravesase una sequía tan persistente”. Así de contundente sonaba Paul Levitz, alérgico a endulzar sus palabras y consecuente con su papel de historiador. Eran muchos los años que Diana llevaba surcando el desierto en busca de estabilidad, calidad y, en definitiva, relevancia dentro del panteón DC, equiparable al menos a su nivel de iconicidad fuera de las viñetas. Pero eso iba a cambiar gracias a la llegada de George Pérez, bien consciente de la situación y del reto al que se enfrentaba.

A pesar de algunos momentos destacables, Wonder Woman había tenido demasiados bajones a lo largo del camino, y su continuidad había sufrido tantos intentos de remodelación que era un lío desastroso”. Estas palabras eran pronunciadas poco después por el autor, quien añadía: “Tras la salida de William Moulton Marston y H.G. Peter, la serie se había convertido en un título que muy pocos se ofrecían voluntarios para hacer. Era un cómic que se le asignaba a cualquier autor que pudiera estar disponible en el momento adecuado, sin hacer caso al interés ni a la compatibilidad con el personaje”.

De hecho, en este punto, para ser honestos con el pasado, sería un pecado dejar de mencionar la figura semi-olvidada de Greg Potter, quien colaboró con George Pérez firmando guión y argumento de los primeros números del relanzamiento. Tanto él como la editora Janice Race ya se habían entregado por completo a la preparación de esta nueva versión de Wonder Woman muchos meses antes de la llegada de Pérez a la serie, lo cual refuerza la teoría previa de que realmente DC nunca apostaba de verdad por la colección de la Mujer Maravilla (salvo que se quiera equiparar el currículum del guionista de una miniserie de Jemm, el Hijo de Saturno o de varios números de House of Mystery con el de Frank Miller, Marv Wolfman, John Byrne… o George Pérez).

Pero Potter fue pieza clave en este relanzamiento, a pesar de que su nombre dejó de aparecer en los créditos de la tercera entrega. Suyas son, de hecho, algunas de las ideas más valiosas y de mayor calado de esta nueva etapa, aportaciones que actualizarían con éxito elementos tan centrales al mito de Wonder Woman como su hermandad de amazonas, su lugar de origen, o aquel hombre cuya llegada llevó a que Diana marchara al mundo del Hombre, dejando todo aquello atrás. Pérez, atraído por el trabajo de ambos y esperanzado de tener algo de valor que aportar, marchó al despacho de Janice Race y, dada la sobresaliente trayectoria del dibujante, es del todo comprensible el entusiasmo con el que la editora abrazó su llegada. “En realidad, pese a que esperaba poder entrar en el proyecto en calidad de dibujante, tenía en la cabeza una historia para Wonder Woman que había abandonado al ver su destino al final de las Crisis, pensando que ya nunca lo podría realizar, y por suerte salió durante mi conversación con Janice… así que lo ofrecí como parte del punto de partida”. Su inexperiencia como guionista se veía de sobra compensada con la voluntad que le movía, pues su acercamiento a esa redefinición que tanto deseaban para la Diana post-Crisis empataba con lo que ellos llevaban tanto tiempo ideando, y conservaba, impoluto, lo icónico del personaje. La temprana salida de ambas figuras (Potter y Race, quien dejó su rol de editora en DC antes incluso de que el primer número de la cabecera viera la luz), hace que la historia tienda a olvidarles, concediendo el mérito prácticamente en exclusiva al autor de las camisas hawaianas. Sus sustitutos, ya en el rol de apoyo a Pérez, fueron nada más y nada menos que Len Wein y Karen Berger.

Pérez llevaba cinco años dibujando a Donna Troy en las páginas de los Jóvenes Titanes, había hecho lo propio con Wonder Woman en la cabecera de la Liga de la Justicia y, sobra decirlo, en las páginas de la maxiserie que articuló el rumbo de DC para los próximos quince años, aunque es cierto que ni la Wonder Woman de Tierra-1 ni la de Tierra-2 son grandes protagonistas de las Crisis, tardando en aparecer por primera vez la friolera de cuatro números. Una cifra excesiva para este icono deceita. Pese a ser capaz de dibujar la figura de Diana de memoria, Pérez tenía claro que el tratamiento artístico que quería imprimir al personaje debía alejarse de lo que otros creativos habían perpetrado con Diana. Sin nombrar a nadie, recuerda que vió diseños presentados que “parecían dirigidos a revistas tipo Penthouse. Las lectoras habrían detestado ver al principal y más potente personaje femenino convertido en un lascivo objeto sexual, ¡era sin duda la peor dirección que podrías tomar con este personaje!”. Manos a la obra, haciendo gala de su buen hacer como artista superestrella, Pérez rediseñó el uniforme de Wonder Woman añadiendo una segunda punta al cinturón y a la tiara, apostando por unos brazaletes plateados y eliminando, para siempre, los tacones del calzado. Todos ellos, junto a la nueva e indomable melena de Diana, mucho más larga y rizada, eran detalles quizás pequeños y sutiles, pero que han perdurado con el paso del tiempo como rasgos esenciales en el diseño de la princesa.

También en lo argumental el autor, feminista declarado, no estaba contento con lo que veía. Tradicionalmente Wonder Woman había sufrido del tipo de escritura reservado para cualquier héroe femenino, un mal muy sencillo de ver (y de evitar): la estereotipada perspectiva masculina de cómo ha de ser una mujer, la cual se traducía, por ejemplo, en que frecuentemente acabase pesando más su preocupación por los hombres que la rodean, o el noviete de turno, que… por salvar el mundo. La otra cara de la moneda, a la que muchos recurrían precisamente para evitar la anterior lacra, era tratarla como una versión femenina de Superman, neutralizando de un plumazo cualquier atisbo de individualidad de su personaje, de aquello que la hacía más interesante, diferente… Más adelante, Pérez y Karen Berger caerían en qué era exactamente aquello que la hacía diferente: no es un alien, venido de otro planeta, ni una heroína trágica nacida del trauma. Ni siquiera es una diosa; es un mito. “Es más un personaje fantástico que un superhéroe en el sentido estricto de la palabra. Tiene ese elemento de fantasía de las grandes historias y leyendas, de las mitologías clásicas”, recuerda Berger, orgullosa, sobre el momento del descubrimiento. Si, hasta ahora, a todo ello se le había restado importancia para que resultase más cercana al superhéroe estándar, para este equipo creativo ese sería el trasfondo de Wonder Woman… y, como dice Karen, ofrecía mucho con lo que jugar.

Mirar al pasado, crear el futuro

El concepto central del relanzamiento fue, pues, un acercamiento a los mitos griegos. La propuesta de Greg Potter mantenía el origen esencial de Wonder Woman y ciertos arquetipos, como Isla Paraíso, Steve Trevor y el concurso para decidir la amazona que iría al Mundo del Hombre, pero incluía como novedad a Ares como la primera gran amenaza que provocaría que Diana tuviera que marchar al ahora llamado Mundo del Patriarcado, específicamente a Boston (ciudad de residencia del propio Greg), y un nuevo origen para el matriarcado amazónico, bellamente concebido en la idea que daba inicio al relato y que nos llevaba de vuelta a la prehistoria: las amazonas eran reencarnaciones de mujeres asesinadas, a manos del patriarcado, a lo largo de la historia… cuyas almas habían sido rescatadas por la desaparecida diosa Gaia, a la espera de su resurrección. Una idea potente para arrancar, sin escatimar páginas y páginas de un primer número doble, con las que hipnotizar, enganchar y convencer a los lectores para siempre. Este concepto, además de tener una increíble fuerza y carga emotiva, parecía además rimar con el final de The Legend of Wonder Woman, la que había sido la última pequeña historia post-Crisis del personaje. En aquella nostálgica miniserie de cuatro números, guionizada por un jovencísimo Kurt Busiek y con un arte de estética muy Golden Age de Trina Robbins, Hippolyta descubría que los recuerdos sobre su hija se esfumarían inevitablemente de la mente de amazonas, dioses, y hasta la suya propia tras el desenlace de las Crisis, y elegía, antes que vivir en un mundo en el que su hija no hubiera existido, que la diosa Afrodita desvaneciera la civilización amazónica y las llevase, como estrellas, al firmamento… de una manera muy similar a cómo Gaia había recolectado y conservado todas aquellas almas femeninas.

Por cierto, en esa línea, fue tras Crisis en Tierras Infinitas que Isla Paraíso también pasó a conocerse por primera vez como Themyscira, un nombre tomado de los mitos clásicos griegos que no se había usado hasta entonces. Detalles, detalles…

Con la llegada de George Pérez, todas estas ideas se mantuvieron, pero además hubo otros cambios. En palabras del dibujante de ascendencia puertorriqueña, “Había cosas que no sentaron bien en la plantilla de DC, especialmente en las empleadas femeninas. Yo les planteé mis ideas, inspiradas en una historia de dos partes de New Teen Titans que escribió Marv Wolfman y donde tuve que dibujar por primera vez a los dioses griegos e Isla Paraíso.” Para moldear desde el inicio esta historia, de proporciones tan épicas como los mitos de los que bebe, además de confesar haberse inspirado en el Thor de Walter Simonson y en las películas fantásticas de Ray Harryhausen, Pérez presentó las ideas que acabarían convirtiéndose en la saga Desafío de los Dioses (números #10 al #14 USA) y consiguió que le asignasen la serie. 

Quizás porque tomaba este proyecto voluntariamente, en un momento de su carrera en el que podría haber conseguido un SÍ mayúsculo a cualquier título para el que se presentase, o porque había quedado prendado de la Princesa Amazona al tratarla en la Liga de la Justicia pre-Crisis, o porque se había quedado con ganas de más Isla del Paraíso y más dioses olímpicos después de la historia de los Nuevos Jóvenes Titanes mencionada antes… la lectura de esta primera saga de la nueva Wonder Woman transmite puro gozo. Es evidente que Pérez se estaba dando el gusto, desatado. Su planteamiento trata al personaje con una sensibilidad, respeto y cariño que no se percibía en su cabecera desde que abandonó las manos de sus creadores. Nada más arrancar, la aventura intrépidamente redefinió los orígenes de Wonder Woman, un mito que aún a día de hoy parece escrito en piedra.

Al llevar gran parte de la historia a un Monte Olimpo de diseño mágico, que desafía la gravedad y los sentidos con su estética inspirada por la obra del imaginauta holandés M.C. Escher, George Pérez demuestra un manejo absoluto del árbol genealógico y el drama entre deidades. Los habitantes de este imposible escenario, los Dioses del Olimpo, habían estado presentes en la trayectoria de Wonder Woman desde el principio, pero nunca retratados con tanta fidelidad como en la etapa de Pérez. Fascinado por la riqueza de estas antiguas fábulas griegas, el autor las utilizó como nadie había hecho hasta la fecha. La tercera generación de dioses venerados por los griegos (tras la de Urano y la de Chronos) serían los protagonistas, creadores y supervisores de las amazonas de Isla Paraíso. Los hijos de Zeus (hijo de Chronos y rey del Olimpo) y Hera (esposa y hermana de Zeus) como Ares (dios de la Guerra), Hermes (el mensajero olímpico), Atenea (deidad de la sabiduría), Hefesto (patrón de la forja), Artemisa (protectora de la naturaleza y, especialmente, de las mujeres), Afrodita (diosa del amor), etc. fueron secundarios de lujo a partir de ese momento para la cabecera. 

Con el tiempo, llegó incluso a insuflar más aires mitológicos a las aventuras de Diana con figuras como Circe y sus bestiamorfos, Hécate, los vástagos de Ares… toda una fantasía helénica, narrada con unos diálogos que, de tan ornamentalmente recargados, se sentían como las heroicas epopeyas clásicas a las que emula y que, hoy, treinta y cinco años después, han soportado el paso del tiempo mejor que la permanente de Hippolyta

A nivel olímpico, esta vuelta a sus raíces mitológicas humanizó a los dioses sin perder de vista la grandiosidad de su linaje, además de profundizar en su compleja relación con los mortales y, en el caso de Zeus, con aquellas que rechazan su… afectuosa atención. Pero también en el ámbito más terrenal del mito, el papel de las amazonas creció hasta expandirse más allá de los confines de sus orígenes de leyenda. Pérez ahondó en la naturaleza de la sociedad matriarcal de Themyscira incorporando una mayor reflexión sobre su aislamiento del resto del mundo, e incluso integró una nueva estirpe de amazonas en suelo forastero mediante el personaje de Antíope, hermana de Hippolyta, que abandonó la isla (la cual estaba llamada a fundar junto a su hermana) marchando en busca de venganza, para pasar a dirigir el mercenario matriarcado de Lemnos. Se revelaba así que las amazonas no eran tan intachables en su conducta como sí lo fue siempre su designio, pues eran, al fin y al cabo, humanas… pero su filosofía quedaba firmemente retratada: “con la violencia y los prejuicios como bandera, cualquier sociedad –masculina o femenina– termina desmoronándose… y reducida a polvo”, sentenciaba Hippolyta. Este “spin-off” de las amazonas daría mucho juego en las posteriores etapas de William Messner-Loebs y Phil Jimenez.

Una de las señas de identidad de esta etapa viene de la determinación, tanto de las editoras Janice Race y Karen Berger, como del propio George Pérez, de escribir una Diana verdaderamente independiente de cualquier figura masculina… e incluso del resto del Universo DC. En lo que respecta a esto último, conviene destacar la insistencia con la que George Pérez luchó (y venció) para mantener a la Mujer Maravilla alejada de las colecciones de la Liga de la Justicia, para desgracia de J.M. DeMatteis y Keith Gifen, que veían también cómo desde DC Comics les impidieron utilizar al hombre de acero en su acercamiento al super-grupo por excelencia de DC.  Dado que Wonder Woman viajaba al mundo del hombre por primera vez en el presente, no podía ser un miembro fundador de la Liga de la Justicia, de forma que los orígenes del grupo fueron alterados por retrocontinuidad para que Canario Negro sustituyera en esa génesis a Wonder Woman. Finalmente, tras dos años, DC Comics parecía que “abría la mano” y permitió que Wonder Woman ingresara en la Liga de la Justicia Europa, cómo se veía en su primer número, en un pasaje de Wonder Woman #28… y en ningún sitio más. Sin más explicación para los lectores. Bueno, si. Veinte números después, en una viñeta del Justice League Europe #21 se incluía en una viñeta donde se explicaba, de una forma muy meta, este cambio: “Ni siquiera tuvo la cortesía de informarnos que no tenía interés en participar”. George Pérez wins.

Por cierto, este “alejamiento selectivo” de Wonder Woman respecto al resto del Universo DC se ejemplifica muy bien en la miniserie Legends. La primera miniserie post-Crisis publicada por DC que funcionaba como escaparate del nuevo statu quo y de sus personajes clave, desde el Escuadrón Suicida de Amanda Waller hasta Shazam o la Liga de la Justicia. Sin embargo, había que esperar hasta ¡¡la página 18 del sexto y último número!! para que apareciese Wonder Woman por primera vez.

Wonder Woman vuela sola

En su resolución porque su Wonder Woman nunca se viera definida por los hombres que se fuera encontrando a lo largo de sus andanzas, el equipo creativo no sólo mantendría a raya al resto de supers. En la parte más mundana, el autor apostó por separar el binomio Diana-Steve Trevor, evitando un romance entre ambas figuras al contrario que durante el primer volumen, el cual concluía precisamente con su boda. “Me parecía interesante que Diana no tuviera ningún interés romántico. Parecía que, por el hecho de ser mujer tenía que tener novio o pareja, pero consideré que ella podía estar por encima de eso”, declaraba Pérez. En su lugar, partiendo de una de las ideas argumentales de Greg Potter, Pérez creó en su nuevo Steve Trevor una figura más similar a la de un hermano mayor (bastante mayor) para Diana. Desde el principio se eliminaba cualquier posible interés romántico, separando esa unión entre personajes, pero manteniendo a Trevor en la serie. Fácil y sencillo. Además, planteó una subtrama a fuego lento en la que Steve Trevor y Etta Candy se enamoraban primero y se casaban después, aunque eso supondría su desaparición paulatina de la serie, sobre todo tras la llegada rompedora de John Byrne.

Etta Candy era, en esta reimaginación, una antigua capitana de las Fuerzas Aéreas y oficial de inteligencia que resultaba muy diferente y, aun así, en ocasiones extrañamente reminiscente de la Etta de la Edad de Oro y Edad de Plata, una memorable figura a medio camino entre sidekick de Wonder Woman y su mejor amiga en el mundo del hombre, portando sin complejos su figura entrada en kilos (un molde más que Marston había querido romper, alejándose de las omnipresentes cinturas de avispa en las damas). En aquella Etta de antaño, y en la siempre entretenida compañía de las chicas Holliday (inolvidables como banda de majorettes… y como arma infalible contra cualquier maleante varón), la Princesa Amazona había hallado la hermandad que tanto añoraba de su Isla Paraíso. La nueva Etta Candy no mostraba signos de ser una chica fiestera (aunque si vestigios de una percepción de su imagen corporal que le supondría ocasionales problemas e insatisfacciones), pero no por ello Diana se iba a quedar sin figuras de hermandad. George Pérez dio la bienvenida a Wonder Woman al mundo del Patriarcado (y a los lectores a un mundo moderno, contemporáneo y reconocible) abriendo las puertas del hogar de Julia Kapatelis y su hija, Vanessa, unas de las nuevas incorporaciones más entrañables en la periferia de la Princesa Amazona.

Esta suerte de familia adoptiva improvisada para Diana servía de reflejo de la sociedad moderna y de las muchas dificultades que atraviesan las mujeres a lo largo de sus vidas. Julia, la estudiosa profesora universitaria y mujer viuda cuya experiencia vital permitía comentar temas como la discriminación por edad, fue (gracias a sus conocimientos de esos mismos mitos que sirvieron de cuna a Wonder Woman) quien pudo comunicarse con la recién llegada amazona y enseñarle a hablar inglés. Su hija Vanessa era una jovial muchacha que, además de servir de inesperada guía a Diana en temas tan desconocidos para ella como el amor, muestra a través de su vida escolar temas tan cotidianos como el peso de las expectativas, o de tanta dureza como el suicidio adolescente. Ambas se convierten en una parte central en la vida de Diana, como maestras, como amigas y como ancla, y su influencia también fomentó el florecer de una relación más profunda entre Diana y su propia madre.

Tras su llegada al nuevo mundo del Hombre, mucho más televisado y radio transmitido que el de su original década de los cuarenta, Wonder Woman necesitaría ese ancla ante la llegada de una fama para la que no estaba preparada, y que trajo consigo tanto aliadas, como Mindy Meyers, la arrojada publicista que terminaría de lanzar a la heroína al estrellato… como enemigas, con la presentación de Barbara Minerva, la versión definitiva de quién se ha alzado como la más célebre némesis de la mujer maravilla: Cheetah. Rodear a Wonder Woman de todos estos nuevos personajes femeninos permitió a Pérez desarrollar, al igual que había hecho con el aspecto mitológico, la actualidad y los problemas que afectaban a los más vulnerables.

Ese equilibrio entre lo clásico y lo moderno que, en etapas pasadas, parecía haber sido una elección temática entre opciones mutuamente excluyentes, hizo que el autor lograse cumplir con uno de los principales propósitos que se había puesto al unirse al proyecto: reflejar en sus argumentos temas como el racismo, el sexismo, la homofobia, el abuso de drogas, la violencia domestica, la discriminación de todo tipo… todo ello con una sensibilidad y compasión características de la propia amazona. “George se esforzó muchísimo para que fuera un cómic que las mujeres, especialmente las más jóvenes, leyeran con ganas y comodidad”, recuerda Berger, “era algo poco habitual para un tipo que llevaba toda su vida haciendo cómics de superhéroes… me impresionó bastante”. La propia perspectiva femenina de la editora resultó una influencia vital en el proceso creativo para que el equipo modelase una Diana con un espíritu no sólo orgullosamente feminista, sino firmemente creyente en la bondad fundamental del ser humano, y una Wonder Woman cuyo rol de superheroína giraba en torno a su misión, cual embajadora, de compartir en todo el mundo la sabiduría amazónica para prosperar, así como una sociedad más amorosa y justa. Esa será siempre su prioridad, nunca al revés.

Hola, años noventa

George Pérez permaneció al frente del guión durante los cinco años y las sesenta entregas que sumó en total su etapa (superando ampliamente la longevidad prevista inicialmente, de tan sólo seis meses), pese a que abandonó las labores artísticas tras su segundo año en la serie. El artista, que no se veía lo suficientemente veloz como para cumplir con el plan mensual, intentó primero dar un paso atrás y contar con la ayuda de otros dibujantes que trabajasen a partir de sus diseños y bocetos, agilizando el proceso, pero poco después dejó completamente los lápices… decisión que dió paso a todo un desfile de talentos y permitió joyas como el Anual de Wonder Woman de 1987, una colección de historias que las amazonas narran a Julia y Vanessa, turistas en Themyscira, con artistas de la talla de Brian Bolland y Mark Farmer, Arthur Adams, John Bolton, Jose Luis García López, Curt Swan y Bob McLeod y Ross Andru con el propio Pérez. Otro soberbio ejemplo llegaba en el Anual de 1989, cuyos créditos se componen enteramente de autoras tan magníficas como Colleen Doran, Cynthia Martin, Carol Lay, Lee Marrs, Barb Rausch, Jan Duursema, Cara Sherman-Tereno… o Ramona Fradon en una historia, Logo, que muestra a Diana visitando a una dibujante que está trabajando en una historieta de Wonder Woman, una tal Trina Robbins (¡cuyo cómic dentro del cómic está, efectivamente, dibujado por ella!). Una auténtica delicia.

Su etapa culminó con un gran crossover en 1991 para conmemorar el medio siglo de vida de Wonder Woman: Guerra de los Dioses. Esta miniserie central de cuatro números con guión de Pérez y dibujo a cargo de toda una legión de artistas, que sumaba entre sus filas nombres como Jill Thompson, Cynthia Martin, un debutante Phil Jimenez o el propio Pérez,  alcanzó un total de veinticinco capítulos con los enlaces con otras colecciones (desde el Doctor Fate hasta The Demon) para contar esta enmarañada red de magia y mentiras con la villana Circe, la atormentada Harmonia, y un Nuevo Olimpo en guerra entre los dioses griegos y los romanos, involucrando a un sinfín de héroes y agrupaciones tratando de detenerla que, pese a ser el emotivo adiós de George Pérez a la serie, acabó siendo uno de los peores crossovers de la historia de DC. Y eso que se publicó el mismo año que Armageddon 2001… Un annus horribilus para DC.

En principio, la motivación de Pérez para dejar el título vino con la baja de maternidad de Karen Berger en 1992… pero, para redondear el año fatídico de malas noticias de DC, la salida de Pérez de la serie también supuso su marcha de la editorial, enfadado por la poca promoción que se había dado al crossover y por haberle impedido ser el encargado de narrar la boda de Steve Trevor y Etta Candy, contenido aplazado hasta la llegada del nuevo guionista. Diferencias creativas que, dichas así, suenan hasta entrañables… pero en el momento el enfado fue tal que estuvo muchos años sin volver a trabajar para DC (salvo algún trabajo como entintador de Dan Jurgens en aquellos Titanes denostados, siendo “denostados” un gran eufemismo), desfilando por otras editoriales y encargándose de títulos como Vengadores (Marvel), Crimson Plague (Gorilla) y muchos más. ¿Su sustituto? Un William Messner-Loebs que tendría muy difícil estar a la altura de una etapa que se ha hecho indispensable para comprender la naturaleza de Wonder Woman, y una obra que se mantiene en el recuerdo de la afición como una joya del todo merecida por Diana.

El propio George suele contar, como medalla de honor que ilustra el impacto de su trabajo, el elogio que recibió de la nieta de William Moulton Marston: “Honras a mi abuelo”. El autor no oculta sus sentimientos al reflexionar sobre su papel en la historia editorial de Wonder Woman, llamándolo de hecho el título del cual está más increíblemente orgulloso.  Y, a la hora de medir su peso en esa historia, la anécdota que más repite en entrevistas es siempre la misma: “una guionista me dijo, una vez, que leyendo mi etapa le sorprendió que hubiera sido escrita por un hombre… ¡hetero!”, ríe el autor. “Ese es el tipo de cosas que te hacen darte cuenta de que, oye, ¡quizás sí que marcaste una diferencia! Los nuevos lectores que siguen descubriendo esas historias, los antiguos lectores que regresan a ellas, que sean elogiadas, referenciadas, que alguien aún reconozca en ellas su definición de quién es Wonder Woman…”.

Hay que reconocérselo… como legado, es insuperable.