Hablamos con el creador de cómic e ilustrador Tyto Alba, cuyos dos últimos trabajos Whitman y El olvido que seremos han llegado recientemente a las baldas de novedades de las librerías.
Nos vamos de este mundo, pero permanecemos en él mientras somos recordados por los nuestros y por la impronta que dejamos a través de nuestro legado, tanto material como inmaterial. Walt Whitman y Héctor Abad Gómez dejaron su huella, cada uno a su manera, en quienes llegaron después. Sendos cómics que llevan la firma del creador de Badalona Tyto Alba –Whitman (Astiberri, 2021) y El olvido que seremos (Salamandra Graphic, 2021), respectivamente- son testimonio de ello.
Como suele ser habitual en el grueso de la producción de Alba, también en estas dos historias que trascienden el género biográfico los lectores nos topamos con esos espacios que cobran vida y son algo más que ese elemento escénico y funcional que completa las viñetas; con ese personalísimo tratamiento del color y de la luz que colabora con el relato construyendo una acogedora, rica y envolvente ambientación; con esos protagonistas y secundarios que se levantan desde la atenta mirada a lo íntimo y personal, igualando a gentes anónimas y personajes populares, sintiéndonos identificados en esa colectividad; o con las múltiples conexiones con la cultura, las artes y la realidad socioeconómica y política del enclave e instante.
Agradecemos enormemente la amabilidad de Tyto Alba a la hora de responder a las cuestiones que le planteamos desde Sala de Peligro.
El crítico y divulgador Gerardo Vilches comentaba en un texto en el que hablaba sobre uno de tus trabajos que más que dibujar, pintas. En el retazo biográfico que aparece en tus cómics se da a entender que un viaje a México supuso un punto de inflexión y que a raíz de ese episodio cambias la pintura por el cómic como medio artístico de expresión. ¿Qué te hizo dar ese salto?
Bueno eso de México no es cierto. En verdad lo que pasó allí es que publiqué mi primer cómic. Pero yo siempre quise dibujar cómics desde que soy niño, siempre fui muy aficionado a leerlos y dibujarlos y no quería dedicarme a otra cosa. Lo de la pintura fue una época influenciado por mis maestros de la escuela de arte, que dejé por un tiempo mi pasión por el cómic y me puse a pintar cosas que no tienen nada que ver con lo que hago ahora, estilos expresionistas o incluso llegué a hacer solo abstracciones. Siempre me ha gustado experimentar, mancharme.
Me da la sensación de que la pintura ha dejado su impronta en tu estilo gráfico y narrativo, con esa querencia por la acuarela, esas composiciones de viñeta y página, los juegos de luces y las atmósferas de los espacios encuadrados en las viñetas, ¿puede ser?
Sí que es cierto que en mis últimos libros y al usar la acuarela a veces siento que pinto mas que dibujar. Mi dibujo sin el color es muy esquemático a veces parece que esta inacabado, pero sé que tiene que ser así para compensarlo luego con la acuarela. Con el color, con la luz, cambia todo.
¿Te manejas igual de a gusto con pincel y papel que con pen y tableta gráfica?
Sí, también lo he usado mucho, aunque hace tiempo que no coloreo nada digital. Para mí es casi lo mismo. Mi manera de trabajar es muy similar, pero como si usara otra técnica, gouache o lo que fuera. Para lo que la uso siempre es para hacer retoques. Siempre en mis cómics hay dibujos muy retocado digitalmente y otros que no he tocado nada. Disfruto mucho con el Photoshop.
Echando un vistazo a tu currículum se aprecia que la segunda década de este siglo XXI ha sido intensa en cuanto a producción: además de cómics, trabajos de ilustración para libros, obras colectivas y exposiciones. Si nos centramos en cómics publicados, has trabajado en colaboración con otros autores como guionista (Santo Cristo, aunque a finales de la primera década del siglo XXI) o como dibujante (Tante Wussi), pero también responsable tanto del guion como del apartado gráfico (La casa azul), tanto desarrollando proyectos propios (Dos espíritus), derivados de la consecución de becas (Fellini en Roma), adaptaciones de otros trabajos existentes (Sólo para gigantes) y encargos (Balthus y el conde de Rola). ¿Esa variedad enriquece?
Para mí es todo lo mismo, contar historias, no veo que sea tan diferente un proyecto de otro. Además, fuera de los trabajos de ilustración, el lenguaje en el cómic es el mismo e incluso la técnica que he usado últimamente ha seguido siendo la acuarela. Yo creo que lo que enriquece es la experiencia, ir avanzando, siempre y cuando a uno le apasione lo que hace y no se vuelva algo mecánico.
La mirada que ofreces en cada cómic no deja de ser subjetiva e intencionada, pues responde a la historia y las sensaciones que quieres transmitir. Sus personajes, tanto anónimos como públicos, acaban apelando a lo más íntimo, lo común al colectivo. ¿Cuánto acaba habiendo de ti en tus personajes y en qué medida acaban calando ellos en ti?
Yo creo que de todos los proyectos aprendo cosas y no dejan de ser personajes que te acompañan durante mucho tiempo. También como dices ocurre lo contrario, que pongo mucho de mí también en ellos. A veces incluso cuento cosas que me han pasado a mí porque creo que encajan en esos personajes y en las situaciones que viven, aunque sean personajes que han existido realmente y que nunca vivieron tal cosa. Se forma una especia de amalgama.
Por otro lado siento que cada proyecto, bien sea mío o un encargo, conecta siempre con algo que tiene que ver conmigo en el presente. Como si fuese el momento perfecto para el proyecto adecuado.
Al igual que el noveno arte está siendo en los últimos tiempos un material de primera para adaptaciones audiovisuales de diferentes plataformas, la literatura puede ser también una fuente de inspiración. Adaptar, como se puede llegar a malinterpretar, no es sinónimo de trasponer literalmente. Interesantes y recientes ejemplos de obras con entidad per se, que nos son excluyentes ni sucedáneos de ese relato «nave nodriza» son Matadero 5 de Albert Monteys y Ryan North (Astiberri) que sigue los pasos de la novela de Kurt Vonnegut; Patria de Toni Fejzula (Planeta) que toma el texto de Fernando Aramburu; Fariña de Luis Bustos (Plan B) basado en el libro de Nacho Carretero; o la serie infantil El club de las canguro de Raina Telgemeier y Gale Galligan (Maeva Young) que adapta la exitosa saga de Ann M. Martin. ¿Crees que es más difícil convencer al lector para que se acerque a un cómic cuando se trata de una adaptación o está basado en una obra literaria que con un proyecto autónomo propio? ¿Y cuando, por decirlo de alguna manera, compite con una producción audiovisual?
Yo creo que es mas fácil convencer al lector cuando es una adaptación si se trata de un lector no tan habituado a leer cómics. Y en cambio quizá no es tan fácil cuando sí que lo es. Entonces quizá tiene que ser una obra que le interese especialmente. Si no, es posible que le interesen más obras con guiones propios. Lo de competir con una película no lo sé. Cuando yo era niño, eran otros tiempos, pero recuerdo que me encantaba tener cómics de las películas que me gustaban, cómics que adaptaban muy literalmente la película de Indiana Jones o cosas así. Las disfrutaba, veía cosas nuevas y me permitían volver a aquel mundo, a aquella atmósfera que había disfrutado en la película.
Whitman y El olvido que seremos, son cómics de reciente publicación y que han llegado a las baldas de novedades de las librerías con muy poco tiempo de diferencia. Son obras muy dispares, pero con un intenso componente literario, la poesía en uno y el poder de la palabra como transmutador y elemento fijador del recuerdo en otro. ¿Fueron gestadas ambas al mismo tiempo? ¿Estaba previsto que vieran la luz en estos momentos o ha sido una consecuencia más de los tiempos en que vivimos?
Como decía antes, cuando valoro después de un tiempo lo que he hecho me doy cuenta de que realmente todo está relacionado o tiene algún sentido. Es cierto que hay ese intenso componente literario y los proyectos que van a seguirles también van por ahí.
No solo Whitman y El olvido que seremos se parecen en eso. Whitman va a los hospitales a ayudar a los heridos y Héctor Abad es un doctor que hace más o menos lo mismo. Los dos sienten la misma compasión, la misma empatía. Y la violencia alrededor de ellos y de la época que viven también es otro hecho.
En verdad Whitman estaba terminado desde hacia un año y medio antes de que saliera, la pandemia lo retrasó. En ese tiempo trabajé en El olvido y luego casualmente salieron casi a la vez.
¿Qué se siente cuando llega la propuesta de Catalina Mejía, voz de Salamandra Graphic, para adaptar y trabajar sobre una obra que encierra un relato vital tan potente y emocional como es El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince (Alfaguara)?
Primero siento agradecimiento y me siento halagado de que de entre tantos dibujante haya pensado en mí. Además ni siquiera nos conocíamos.
A pesar del pánico inicial de adaptar una novela con todas las dificultades que eso tiene, me despertó mucho interés y también me pareció una buena señal que Trueba, que es un director a quien aprecio, hubiera dirigido la película.
Buena parte de tus historias y personajes tienen una base real para cuya plasmación habrás llevado sendos y muy dispares procesos de documentación. ¿Eres de los que disfruta esos momentos?
Por otra parte, ¿has encontrado muchas diferencias documentándote para El olvido que seremos con respecto a otros trabajos, tanto por todo lo que se desprende del texto como por el hecho de contar con una fuente de información tan directa como lo es Héctor Abad Faciolince y su familia?
Disfruto cuando descubro cosas, imágenes o fotografías muy bellas a las que no llegarías de otro modo. Eso me paso en Whitman. Lo más interesante es que eran los comienzos de la fotografía y de repente descubres esas imágenes borrosas y casi mágicas del lugar exacto que buscabas. Eso me gusta mucho, pero en general también me desespero mucho, soy demasiado perfeccionista con que las cosas sean «reales», con estar bien documentado y a veces no hace falta tanta preocupación y se pierde muchísimo tiempo.
En el caso de El olvido fue más intenso porque no quieres quedar mal con los personajes reales. Por respeto y por pudor quieres ser lo más fiel posible, pero eso se compensaba con todas las imágenes que me facilitaba Héctor. Allí hubo de hecho un momento mágico en el que descubrí por casualidad una peliculita en YouTube de un antiguo documental británico en el que estaba el papá de Héctor y se había dejado filmar leyendo un diario. Nadie de la familia lo había visto nunca y fue una gran alegría para todos.
Héctor Abad Faciolince habla de ese «cuarto de las transformaciones» que era la biblioteca del hogar familiar, espacio en el que su padre encontraba la paz y serenaba su ánimo entre sus libros y con la música de fondo. Catherine Meurisse en La levedad (Impedimenta) nos mostró cómo fue capaz de volver a encontrar la paz y el equilibrio gracias al poder curativo del arte. ¿La cultura en general y el arte en sus múltiples formas en particular nos salvan?
Yo creo que todo modo de expresión artística es curativo, tanto el que uno hace como el que hacen los otros, porque somos iguales y las inquietudes que expresamos o que nos expresan los demás son las mismas. Como dice el papá de Héctor, al final lo más importante es buscar la belleza.