El embriagador universo de vampiros y monstruitos nacidos de la mente de Joann Sfar, artista, guionista y cineasta francés nacido en Niza en 1971, sigue dando mucho juego. No han sido pocas las incursiones más adultas en sus sombríos rincones, a través del melancólico Fernand en Vampir o de la fogosa Aspirina, la vampira con más mala leche. En esta ocasión, la editorial Fulgencio Pimentel presenta una nueva adición a esa preciosa biblioteca Sfar en expansión con Pequeño Vampir y Miguel, una vuelta a los orígenes de su criatura más diminuta.
Fue hace bien poco, a finales de 2020, que la simpática versión infantil de su personaje más icónico saltó (o voló) a la gran pantalla en su versión animada, El Pequeño Vampiro, paseándose por festivales de cine como el Festival International du Film Francophone de Namur, el Festival International du Film d’Animation d’Annecy o el Festival de Cine de Sitges, y recogiendo galardones como el de la Fondation Gan pour le Cinéma. Pequeño Vampir y Miguel ofrece un reboot de la historia original que adaptó la cinta. ¿Un reboot? La editorial logroñesa lo explica de manera muy sencilla: “Dicho en román paladino, un reboot es una reescritura del origen del personaje, un volver a empezar, lo que, tratándose de Joann Sfar y de su Vampir, es decir magia”. Y es que, mientras Pequeño Vampir recopiló los siete primeros tomos de la serie original, en esta ocasión nos encontramos ante una gran novela gráfica dirigida, como siempre, a lectores de todas las edades, que refleja tan fielmente ese reciente largometraje dirigido por Sfar que bien podría ser su storyboard (de lujo, eso sí).
Este nuevo volumen recopila pues Petit Vampire, acte 1: Le Serment des pirates, Petit Vampire acte 2: La maison de la terreur qui fait peur, y Petit Vampire, acte 3: On ne jeue pas avec la vie, tres volúmenes publicados entre 2017 y 2019, con la película ya en producción, para cuyos guiones el autor, tildado como uno de los mayores representantes de la Nouvelle Bande Dessinée francesa, contó con la colaboración de Sandrina Jardel. Nos cuenta así el trágico origen de la vampiresa Pandora, mamá del pequeño Fernand, y cómo su destino se cruzó con el espectral Capitán de los Muertos, mientras huían del villano, el cruel Giboso, y de una muerte segura en fauces de cierta enorme criatura… verde como el moco que todo lo cubre.
Así comienza la no-vida del pequeño Vampir, 300 años encerrado en una enorme mansión encantada la mar de divertida para los lectores y los entrañables monstruos que la habitan, pero no tan estimulante para el inquieto chupasangre que quiere vivir como un niño normal y sueña (a diferencia de cualquier niño normal) con ir al cole. Ese anhelo le alejará más y más de su hogar, y de la protección de sus padres, pero le acercará a una nueva y muy valiosa amistad. Como comentamos en el caso de Aspirina, el hastío eterno y la imposibilidad de crecer y madurar causa estragos en el pequeño vampiro, y Sfar retrata su espíritu infantil a la perfección.
Entre el pequeño Vampir y su nuevo amigo Miguel, un niño “incorregible y enamoradizo, trasunto del propio autor”, hay tres siglos de diferencia pero mucho más en común. Ambos viven rodeados de amor en sus casas, pero con la ausencia de algo más, esa supuesta “normalidad”. En Miguel, esa normalidad sería poder crecer con sus difuntos padres, y en Vampir, simplemente crecer, con la libertad de un niño de su edad. Parte de ambas carencias las experimentó el propio autor tras la muerte de su madre, cuando él apenas tenía cuatro años, y la sobreprotección del resto de su entorno. “¡Soy Miguel y soy Pequeño Vampir también!”, ha reconocido, literamente. Pero, más incluso que las propias carencias, Sfar refleja en los pequeños héroes el efecto, el trauma, que provoca en ellos la reacción de los demás, que el mundo les considere diferentes, y que esa diferencia sea percibida como algo malo.
“Mi filosofía es la de nunca abordar el sufrimiento interior o las experiencias dolorosas de los niños, sino retratar la percepción social de sus identidades”, ha declarado. Sus niños no son tristes, sólo están cansados de que les traten como tal. Sus niños abrazan la llegada de alguien que les vea como lo que son, no como lo que perdieron. “A través de la ficción, trato de explicar a los niños de hogares rotos que, de hecho, todos venimos de familias extrañas y maravillosas”, explica, y por eso sus niños se mueven por sus propios impulsos, sin dejar que sus entornos o sus circunstancias dicten cómo deberían verse, sentirse o comportarse.
No porque Vampir se sienta solo es cierto que lo esté, en realidad. Esta es una historia de piratas y navíos fantasmagóricos, vampiros y monstruos con un corazón enorme, si bien no palpitante, y el ecléctico reparto que sirve de familia al protagonista tiene mucho, mucho encanto. La bella vampira Pandora y el Capitán de los Muertos interpretan, a buen gusto, el rol de mamá y papá de la casa, poniendo orden (o intentándolo) en el caos que sigue a Vampir, su fiel mejor amigo perruno (aunque un poquito rabioso) Fantomate, el flatulento monstruito parcheado Margarito, el cocodrilo malhablado Claudio, u Oftalmo, un monstruo con alma de científico chiflado y tres ojos, con sus tres respectivos sombreros. Estas criaturas beben de la literatura y cine de terror clásicos, tan queridas para el autor, que lleva todos sus elementos favoritos a su terreno para crear una mitología propia, atractiva y emblemática.
Sfar ha comentado su gusto por combinar en su obra la sensibilidad europea, de tradición dramática, con la espectacularidad y la diversión propias del cine estadounidense. La dramaturgia europea clásica nos hace “no poder hacer nada, no poder resolver cualquier cosa sin más”, mientras que el entretenimiento americano tiende a presentar héroes cuya meta es encontrar una solución para cada problema. “Es muy interesante jugar con estas dos concepciones de la narración. La historia, cuando viene de América, consiste en ayudar a resolver los problemas, mientras que en Europa nos gusta contemplar lo difícil que es vivir”. Más curioso aún es ver este concepto aplicado a una obra que, aunque no sea exclusivamente para niños, y de hecho no huye de temas como la muerte, sí tiene un tono de cuento infantil.
Los dos niños, vampiro y humano, no son la solución a los problemas de cada uno pero sí un agradecido bálsamo para calmar sus desasosiegos. Para el aburrimiento de Vampir, Miguel no sólo llegará como su nuevo mejor amigo, pues no sustituirá a su grupo de amistades no-muertas, sino que además hará que el vampiro descubra lo mucho que estos le quieren (como en la entrañable escena en la que le prestan todo tipo de ayuda, preparando al vampirito para su furtivo primer día de cole) y les vea con nuevos ojos, después de tres siglos de amistad y una cierta quemazón. Para Miguel, la familia de criaturas que acompañan a su nuevo amigo será un nuevo grupo de gente que no le mire con pena y compasión, ya que para ellos no será su condición de huérfano lo que le defina, sino su asombro ante un nuevo mundo (… y su mortalidad, eso también).
Como todo buen cuento, ha de haber un malo maloso. Este es el Jiboso, un príncipe consentido que se vió convertido en monstruo y que ahora busca venganza junto a su ejército de kawaiis, ex-humanos reducidos a bichitos verdes. ¿Venganza ante quién, y por qué? El despiadado Jiboso lleva tres siglos persiguiendo ferozmente a la familia del pequeño Vampir, porque sus pretensiones fueron rechazadas, y su orgullo, herido. El encierro de nuestro héroe y sus amigos, la vida de Pandora y el Capitán de los Muertos ocultos y, en el caso de ella, con miedo, las motivaciones que mueven la historia se basan en un concepto tan básico como el “no es no”. En una idea tan simple como que el amor y la amistad ni se fuerzan, ni se exigen.
Cuando desde Fulgencio Pimentel afirman que Sfar “demuestra su extraordinaria inteligencia emocional para ponerse en la piel de los niños (un pellejo que, sospechamos, nunca ha abandonado) y darles lo que desean: humor, aventura, delirio, emoción y ternura”, describen de la manera más certera el principal atractivo de las aventuras infantiles que el autor recrea en su universo vampírico. Sin necesitar cambiar su tono o estilo para adaptarse a los diferentes públicos, sin renegar de su querencia por las cuestiones más filosóficas y trascendentales de la vida (y la muerte), Sfar aúna en su cuento una aventura sin par y un reflejo de problemas que muchos niños atraviesan y que no siempre se saben tratar con naturalidad. Y no faltan las lecciones sutiles, sin una sola pizca de condescendencia ni moralina.
Todo ello bañado en amor y nostalgia por el cine clásico de terror que le acompañó (gracias a la permisividad de su abuelo) desde pequeño, por el catálogo de terror de Universal Pictures de la década de los 30, “con el monstruo de Frankenstein, el Hombre Lobo, Drácula y la Momia, por ejemplo”, y por la British Hammer a partir de los 50, “que contaban con los mismos personajes y un elemento teatral gracias al diseño de algunas de sus máscaras y maquillajes”. Su amor es más que obvio en ese cine club que frecuentan los monstruitos protagonistas, pero también en sus propios diseños, cuyas inspiraciones gráficas son igualmente nostálgicas: el juego de rol ochentero La llamada de Chtulhu, los carteles originales que Disney creó, allá por los 60, para La Mansión Encantada (Haunted Mansion) de su primer parque temático, Disneyland, y las ilustraciones de las cajas de kits de figuritas de la marca Aurora… fantasía absoluta.
El arte es, como siempre que hablamos de una obra de Sfar, espectacular. Veloz, liberado, lleva al lector en volandas viñeta a viñeta tal y como sucede con Miguel en la propia aventura. En los vibrantes colores cuenta en esta ocasión con la labor de Brigitte Findakly, con el habitual contraste entre las estampas en el mundo mortal, a plena luz del día, o en los amaneceres y atardeceres del bello pueblo marítimo del sur de Francia que sirve de escenario, y las nocturnas, más paranormales, en compañía del reparto de ultratumba. La traducción corre esta vez a cargo de Paulino Lorenzo Zárate, y continúa el mismo tono del resto de la saga Vampir con un vocabulario y expresiones tan coloquiales que, junto a la rotulación habitual de Joana Carro, parece casi espontáneo, como estar asistiendo a las conversaciones entre los personajes en tiempo real.
Tratándose de una novela gráfica que revisita, y reescribe, el origen de una de las historias más célebres de Joann Sfar, que hemos disfrutado en papel en su anterior volumen, ahora en la gran pantalla, y ya antes en la pequeña, este nuevo volumen sigue siendo una propuesta más que recomendada y una adición mandatoria a cualquier colección Sfar. La edición es tan deliciosa como el resto de los tomos de la saga publicados por Fulgencio Pimentel, de buen tamaño (22 x 24 cm.), cómodo de leer, con papel de buen gramaje y acabado mate… y con detalles, en el diseño de su portada, que brillan en la oscuridad. Un libro precioso, y una lectura muy disfrutable para todos los lectores amantes de la fantasía, el buen humor, y el vampirito más encantador del mundo del tebeo.
Título: Pequeño Vampir y Miguel |
Guión: Joann Sfar, junto a Sandrina Jardel |
Dibujo: Joann Sfar, con color de Brigitte Findakly |
Edición Nacional: Fulgencio Pimentel |
Edición Original: Rue de Sèvres |
Formato: Cartoné, 180 páginas a color |
Precio: 24€ |