Desde mi Celda es la columna de opinión semanal de Pablo Ríos. Nominado a Autor Revelación en 2013 en el anteriormente conocido como Salón del Cómic de Barcelona, creador de Azul y Pálido, Fútbol. La novela gráfica, Presidente Trump y una larga lista más. Ah. Y tiene Twitter. No os perdáis su Twitter.
En su excelente libro La democracia sentimental, mi amigo (soy de esos columnistas que presumen de amigos, ah, lo siento) Manuel Arias profundiza en cómo las emociones se han apoderado, en el S.XXI, de la política, lo que supone un serio escollo en su funcionalidad última. Para Arias, la política es “la búsqueda de soluciones imperfectas para problemas solubles”. Quedaos con este concepto.
En el momento en que se falló el Gran Premio de la 39ª edición del Còmic Barcelona, un buen número de autoras y autores de cómic se encontró ante un problema. El premiado, Antonio Martín, no era autor de cómic, y además, contaba en su historial con un triste episodio judicial: en el año 2000 interpuso una querella a David Ramírez (dibujante, y por tanto, compañero) por un chiste incluido en una página satírica. Ante esa situación, emitimos un comunicado (hablo en primera persona del plural porque me encuentro entre los que firmaron el mismo) donde manifestábamos nuestra repulsa a la concesión del premio, ateniéndonos a las bases del concurso (el premio se otorga “en reconocimiento a la trayectoria profesional de un autor o autora español/a con un mínimo de 25 años de trabajo publicado”), y pedíamos la retirada del mismo. En definitiva, la búsqueda de una solución imperfecta para un problema soluble. Pues oye, parece que no, que no es tan sencillo.
El comunicado, firmado por cerca de 300 autoras y autores (en el momento en que escribo este texto, puesto que la adhesión online no deja de crecer), ha sido ignorado en una escueta (y tardía, emitida 72 horas después de la emisión del mismo) respuesta pública por parte de Ficòmic (entidad organizadora del certamen). Básicamente, la organización mantiene su postura, elude su responsabilidad (adjudicándose por entero al jurado del premio) y renuncia al diálogo sobre la cuestión. Bueno, siendo justos, es que ni siquiera menciona la cuestión.
Hasta aquí, un resumen aproximado de los hechos. Disculpad si no es muy pormenorizado, pero en esta misma web tenéis otros artículos muy documentados que narran con más detalle las circunstancias del episodio, a vuestra disposición. Pero ahora, espero que me entendáis, quiero hablar, desde una posición sentimental (lo siento, Manuel), de lo que pienso acerca de todo esto.
Los autores de cómic somos, salvo contadas excepciones, precarios. Trabajamos para un mercado durísimo con numerosos problemas sistémicos (reparto insuficiente de los beneficios, falta de inversión, competencia feroz, etc). Es una profesión maravillosa, sí, pero también es muy exigente y demanda mucho tiempo, mucho esfuerzo, mucho sacrificio… y mucha suerte. Cada vez que lanzamos una obra al mercado, confiamos en que se alineen una serie de elementos cósmicos que permitan que nuestro cómic se venda bien. Trabajamos en el alambre permanentemente, haciendo equilibrios y rezando por no caernos, porque no suele haber una red que nos sostenga si eso ocurre. En este débil ecosistema, que el certamen más importante del país premie a Antonio Martín, significa muchas cosas. Y todas importantes.
La primera, negar el reconocimiento a una autora, un autor (de cómic, claro) veterano. Probablemente, alguien que, pese a trabajar toda su vida para el sector, se encuentra en una situación problemática, derivada de la propia estructura de la industria, sin entrar a valorar factores exógenos. Hace poco, conocimos públicamente, gracias a la denuncia de David Aja (dibujante ganador de varios premios Eisner, también firmante del comunicado), el caso de Jesús Redondo, un artista vallisoletano que a sus 86 años aún tiene que seguir buscando trabajo para poder pagar sus facturas, cuando lo que tendría que estar haciendo, tras una vida dedicado a los tebeos y con una producción ingente a sus espaldas, es disfrutar tranquilamente de su merecida jubilación.
La segunda, premiar a una persona que se propuso acabar con la carrera de un dibujante de cómics. La denuncia de Martín no es un hecho baladí. Fue un acto plenamente consciente por parte de uno de los responsables de, en ese momento, la editorial más importante del país, Planeta deAgostini. En estos días, he tenido que leer, por parte de compañeros, la defensa de la actuación de Martín amparándose en su pertinencia constitucional (defensa del honor). Que a estas alturas, miembros de nuestra comunidad cuestionen la libertad de expresión en el ejercicio de la profesión, me parece lamentable y me pone profundamente triste. Y si esto es terrible, la disculpa de la actitud, calificándola de “error”, ya entra en el terreno del absoluto cinismo. Interponer una querella supone un esfuerzo considerable de tiempo y dinero. Es una voluntad concreta. Martín no atendió a las disculpas públicas y privadas de Ramírez, recurrió a una primera sentencia desfavorable y finalmente llegó hasta el final del proceso. No, eso no es un error. Sí, eso sí es un ataque contra nuestra profesión, profundamente asimétrico, desde una posición de poder. Sí, eso sí es importante, porque ese ataque lo hizo alguien que pertenecía a la cúpula de la propia industria. Y sí, eso sí merece recordarse y no olvidarse nunca.
Y la tercera, ignorar al verdadero motor de este sector, los autores. La posterior renuncia al diálogo por parte de Ficómic es una decisión lamentable, pero en definitiva, clarificadora, porque evidencia, con rotundidad, cuál parece ser la actitud última del evento ante el colectivo. No importamos. No contamos. No se nos escucha. Y para ello, retorcemos el sentido de las propias bases de nuestro propio premio. Y si te tenemos que tomar por tonto, no te preocupes, lo haremos.
¿Y ahora, qué va a pasar? Bueno, en el comunicado dejamos clara nuestra postura: no vamos a participar en ninguna actividad organizada por Ficómic hasta que no se le retire el premio a Martín. Punto. Eso firmé, eso haré. Y ahora me gustaría, si me lo permitís, dirigirme a mis compañeras y compañeros. Cada cual puede, faltaría más, pensar y actuar libremente. Pero yo también. Hemos recibido críticas, muy dolorosas, de miembros de nuestro colectivo, cuestionando nuestra decisión, la dureza de nuestras palabras y nuestro espíritu de confrontación. Ante todo esto, y ahora hablo a título estrictamente personal, solo puedo decir lo siguiente: yo me estoy defendiendo de lo que considero un grave insulto a toda la profesión. Y sí, busco la confrontación. Ante una acción, reacción. Ante un agravio, reparación. De eso trata una protesta. Puede que, como colectivo, todavía no tengamos muy claro el significado de lo que significa protestar. A lo mejor estamos muy acostumbrados a pedir disculpas por todo. Me permito recordaros que quien no llora, no mama. Y es duro, por supuesto. Y desagradable. Y nadie quiere estar en esta situación. Pero es lo que tiene el compromiso. Demanda firmeza y contundencia. No hemos venido a hacer amigos. Hemos venido a pedir lo que creemos justo. Y si crees que nos equivocamos, de acuerdo. Y si quieres recordármelo, adelante. Y si quieres censurar mis formas, por supuesto. Pero te recuerdo que tú te beneficias de cada paso adelante que otros den en una reivindicación. Espero, sinceramente, que no te moleste que te diga esto. Siempre estaré junto a los autores de cómic. Siempre estaré de vuestro lado. En eso consiste la solidaridad. Puede que sea un concepto pasado de moda, pero sigo creyendo en él.
Un abrazo a todos. Esperando tiempos mejores, desde mi celda, os quiere
Pablo Ríos