Ya está. Se acabó. La odisea metafísica de terror que han construido a fuego lento Jeff Lemire y Andrea Sorrentino ha llegado a su fin. Y eso es algo que siempre es delicado, puesto que se determina el sabor que va a perdurar durante mucho tiempo en la boca del público. Es igual lo ejemplar que pueda haber sido el camino, que, si no das un final que esté a la altura de las expectativas, lo más probable es que hayas perdido el favor de tus seguidores. No en vano, la sensación será de que se han dado muchas vueltas (muy bonitas, eso sí) para precipitarse por el precipicio, en lugar de llegar al destino.
Y sí, la gente, al final, compra los billetes de un medio de transporte para llegar a alguna parte, con independencia de todas las experiencias que puedan haberse vivido durante el viaje. Afortunadamente, Gideon Falls es de esas historias que han sabido mantenerse firmes, por mucho que pudiera parecer lo contrario. Es una pieza de una estructura enmarañada, complicada y circular que exige paciencia hasta que todo cobre sentido. Y, cuando se tiene la perspectiva completa, es cuando se entiende qué es lo que se ha buscado hacer.
Y eso no es otra cosa que dar una vuelta de tuerca el temor al vacío, el horror cósmico. En cierto modo, puede ser entendida como una versión posmoderna y crepuscular de todos los conceptos que se manejan en ese subgénero. Hay cierto aspecto de decadencia y una sensación de que ha estado ahí la pretensión de contar la última historia posible manejando esos arquetipos. Pero es difícil de determinar, puesto que también tiene momentos de espectáculo absoluto. Esa grandilocuencia supone también una celebración al género muy sincera. Lo cual engarza con los personajes, que respiran tragedia y humanidad en todo momento.
De nuevo, Lemire vuelve a moverse en un equilibrio muy complicado de tonos y objetivos, saliendo más que airoso. Todo ello alcanzando un punto en el que consigue el desarrollo idóneo de personajes y el avance imparable de una trama que conduce a lugares más simbólicos que literales. En cada página, se aprecia sus tablas a la hora de dosificar la información manteniendo el interés del lector. Seguir una narrativa clasicista es difícil, pero un ejercicio de deconstrucción de este nivel lo es todavía más.
El cierre retoma justo el final del primero. Mientras que ese arco cerró la narrativa en un plano físico, era necesario un último número con más páginas que cumpliera la promesa inicial hecha al lector. De no haber sido así, hubiese faltado una pieza sin la que el puzle hubiese lucido igual de bien, pero que era completamente necesaria. Y esa no es otra que dar carpetazo a la travesía a través del espacio y, sobre todo, del tiempo desde los personajes. Y de los monstruos que nacen de ellos.
Todo ello subrayando el fatalismo constante que ha inundado la totalidad de este cómic. Y eso influye, a su vez, en el libre albedrío y en la capacidad de las personas de alterar aquello que debe o no pasar. Son temas bastante manidos en el género de la ciencia ficción, pero no es tan habitual verlos desde la perspectiva del género. Y mucho menos con el propósito de escapar de los caminos conocidos. El miedo nace de lugares abstractos y difícilmente definibles en los parámetros a los que el lector está acostumbrado. Y esa ha sido la clave de esta serie, tal y como queda más o menos explícito en el final.
Al lector le deja un cuerpo eminentemente pesimista. Al fin y al cabo, en las mejores historias de terror, el mal no termina de ser derrotado bajo ningún concepto. Se pueden tener pequeñas victorias, pero la guerra es más grande que cualquier ser humano. El autor lo entiende bien y consigue plasmar ese sentimiento en esas páginas.
Las últimas viñetas del clímax de Gideon Falls son el súmmum de una serie caracterizada por un alto grado de experimentación y de libertad que, para bien o para mal, le han dado una personalidad única a esta serie. Tiene unos referentes más que claros, pero ha conseguido labrarse una propia identidad estética y narrativa incuestionable. Una nueva muestra de que el terror, por extinto que siempre parezca, es tan amplio y personal como los miedos que pueda sufrir cara persona. O, lo que es lo mismo, es el infinito. Terrible, cruel y, a la vez, perturbadoramente atractivo y bello.
El trazo de Andrea Sorrentino, no sorprenderá a nadie a estas alturas. No en vano, en este último número, el lector ya conoce todos los trucos que ha ido desplegando a lo largo de la serie. Pero eso no quiere decir que haya abandonado en absoluto la intención de sorprender. Se notan las mismas aspiraciones de crear páginas de una forma poco académica. Con una técnica claramente digital, ha conseguido realizar unas splash pages impactantes e innovadoras que dirige su inspiración estética a otros artes.
Es un artista que divide puesto que, como dibujante, recuerda bastante a otros que vinieron a antes de él (como Jae Lee). Pero es alguien que siempre ha planteado nuevas maneras de hacer cómic y de diseñar páginas que se alejan bastante a lo que suele producir la industria americana. Posee una clara sensibilidad para el terror y ha conseguido mantener una atmósfera malsana muy peculiar y coherente a lo largo de toda la serie. No era un proyecto sencillo en ningún aspecto, y el arte no solo ha estado a la altura, si no que no ha dejado de ir a más número a número hasta eclosionar en un éxtasis visual que es este último número. Y eso también es responsabilidad de un siempre pletórico, acertado y minucioso Dave Stewart.
El tomo de Astiberri, con el que cierra la publicación de esta serie en el mercado español, guarda unas características similares a los anteriores. Pero, en esta ocasión, contiene una serie de extras la mar de interesantes. Es un adiós por todo lo alto.
¿Qué es lo que quedará de Gideon Falls en el largo plazo? ¿Qué lugar ocupará en la memoria de los lectores? Hace falta un futurólogo para lanzar predicciones más o menos acertadas. Pero lo que sí que es patente es que ha sido un soplo de aire fresco en el género. No se parece a ninguna otra obra de terror que el cómic haya generado en los últimos tiempos. Y es un proyecto que ha sido conducido de forma brillante. Es parcialmente efectista, pero nunca se siente que traiciona la premisa inicial. Y esta era verdaderamente compleja de resolver. Mucho corazón y experiencia puesto en una creación atrevida. Y no hay nada aterrador que un equipo creativo empeñado en sentar un precedente.
Título: Gideon Falls 6. El Fin. |
Guión: Jeff Lemire |
Dibujo: Andrea Sorrentino |
Color: Dave Stewart |
Edición Nacional: Astiberri |
Edición original: Image Comics |
Formato: Tomo cartoné de 120 páginas a color |
Precio: 16 € |