Las partidas de rol siempre han consistido en contar una historia. Una con un factor de aleatoriedad y de caos, que es lo que hace que una partida sea interesante. Al fin y al cabo, los juegos son juegos y no libros. Se debe dejar un hueco a que los participantes puedan intervenir y moldear la historia en base a sus decisiones.
Esta es una reflexión inevitable tras finalizar la tercera entrega de Die. Se trata de una experiencia de inmersión a una partida de rol, sin necesidad de estar jugándola. Esa parece haber sido la máxima en el desarrollo de esta serie (no en vano, se ha lanzado con un juego de rol que emula lo que propone esta serie) y se ha llevado hasta las últimas consecuencias. Y, para ello, ha habido que pagar un precio que, tal vez, no sea del gusto de todo el mundo.
El hecho de que Kieron Gillen sea quien haya lanzado una obra de estas características es tan sorprendente como coherente con la trayectoria que ha estado llevando. De algún modo, no es una opción lógica para hacer una oda a los juegos de rol. Pero, una vez lo hace desde su personalísima perspectiva, resulta que lo está disfrutando claramente.
Se nota en muchos aspectos el cuidado con el que está desarrollando el mundo y el contexto del que provienen los personajes. Se ha puesto un cuidado muy minucioso en la caracterización de mucho de lo que define a los personajes, y dándoles cierta complejidad y contradicciones. Hasta ahí, nada nuevo. Pero si se tiene en cuenta que el rol no deja de ser una manera de diluir tu identidad en otra con la que uno pueda sentirse más desinhibido y poderoso, resulta que esta historia goza de una mayor profundidad.
En una primera apariencia parece una historia de aventuras. Y eso es lo que es. Pero si se rasca por encima de la superficie, parece querer exponer lo egoístas, arbitrarias y caprichosas que pueden llegar a ser las personas en cuanto tienen acceso al manto de una fantasía de poder sin ninguna consecuencia al respecto. Y como esto se puede volver en contra de los personajes… A su vez, lo complicado que puede llegar a ser el tratar de alcanzar la posibilidad de que, por una vez, un grupo de personas se pongan de acuerdo. Especialmente si se conocen y hay rencillas entre ellos. Y como esos desentendimientos pueden llegar a ser el motivo de esos roces.
Pero sí, también presenta todo ello en un ecosistema muy vivo e interesante. Lo es tanto que, en más de una ocasión, paraliza la acción para profundizar en muchas de las reglas y para estudiar y enriquecer hasta el último recoveco del mundo. Eso puede llegar a ser frustrante para el lector que busque una lectura que vaya más al grano. Pero no hay que olvidar, como las mejores partidas entre amigos, se puede prolongar lo indecible. Y eso no debería ser molestia para nadie. O, por lo menos, los que se aproximen deberían saber con qué se van a encontrar.
Die continúa caminando sobre seguro de forma más o menos coherente. Va dando algunos bandazos, aunque eso se traduce en más sorpresas. Este se trata de un proyecto de una ambición notable y que absorbe al lector, a pesar de todos los defectos que tiene algo cuando se intenta hacer por primera vez. Tiene una serie de defectos como un ritmo muy irregular o una falta de concreción. Pero aun así no es nada molesto. Pero puede no ser un indicativo muy positivo respecto hacia a donde se conducirá la historia.
El arte de Stephanie Hans, a pesar de adecuarse perfectamente al tono y género de esta historia, tiene un problema que se ha ido agravando a medida que avanza la serie. Queda más que patente que es una ilustradora imaginativa y más que capaz de mostrar mundos estimulantes y diseños bastante potentes. Sin embargo, tiene el problema de que eso causa que la lectura sea incómoda y, en ocasiones, confusa. Parece que ha querido recortar viñetas que, probablemente, hubiesen solucionado esos problemas, en favor de un mayor lucimiento de sus habilidades como dibujante. Narrativamente es tan fallido como preciosista y cuidado en todos los trabajos. Sus viñetas son bellísimas, pero parece que se olvida de que está contando una historia en formato de cómic.
Obviando eso, este es un cómic que, claramente, entra por los ojos. Opta por opciones una estética claramente colorista en la que se ofrecen soluciones interesantes y que responden más a buscar opciones en las que se prioricen la coherencia en ese mundo y lo emocional. A pesar de que pueda resultar un tanto recargado en determinados momentos, no se puede negar que es una artista con mucha personalidad y que consigue crear un mundo muy vivo.
El tomo de Panini Cómics incluye las portadas originales y alternativas, una serie de entrevistas y un making of de estos números. Son unos extras que enriquecen la experiencia.
Die 3 sigue una trayectoria coherente y lineal. Puede que resulte exacerbante para quien busque una historia de aventuras directa. Es la extrapolación de una partida de rol al noveno arte, aplicando todas las reglas y todos los desvíos y profundizaciones que sean necesarios. Eso también hace que tenga un encaje en la fantasía más hegemónica. Pero, una vez aceptado eso, es uno de esos cómics que será del agrado de su público. Y, siendo honestos, no son tantos los que cumplen esa máxima.
Título: Die 3 |
Guión: Kieron Gillen |
Dibujo y color: Stephanie Hans |
Edición Nacional: Panini Cómics |
Edición original: Image Comics |
Formato: Tomo cartoné de 160 páginas a color |
Precio: 19 € |