El comienzo de la consagración de Chris Claremont como guionista superestrella aclamado por los aficionados y la crítica, seguramente pueda rastrearse a finales de los años setenta, cuando el británico se alió con John Byrne al dibujo y con Terry Austin a las tintas en Uncanny X-Men. La trinidad de autores ofreció allí durante más de treinta números una etapa que pasó a ser de referencia para el género superheroico y para el cómic en general. Y aunque por supuesto que cada uno de ellos desarrolló obras magníficas posteriormente por separado, se tiende a pensar en ellos como la trifecta de los equipos creativos en los tebeos pijameros. Es de sobra conocido que Byrne y Claremont ya trabajaron juntos antes en las series de Puño de Hierro y Marvel Team-Up. Sin embargo, se suele pasar por alto que algo antes de X-Men, Austin ya se les había unido, completando ese mágico puzle en una obra breve que ya permitía vislumbrar qué sobresalientes resultados iba a ofrecer la sinergia entre estos tres creadores. Se trata de un trabajo que fue bastante olvidado durante muchos años, y así, su personaje protagonista pasó décadas siendo un ilustre desconocido. Resulta irónico que hoy por hoy, tras su salto a la pantalla grande en la película Guardianes de la Galaxia, sea uno de los héroes más populares de la escudería Marvel para el gran público.
Publicada en 1977, la obra era continuación de un proyecto iniciado un año antes por otro célebre del cómic norteamericano: Steve Englehart. Éste a su vez había recibido en su día el encargo de realizarla de Marv Wolfman, editor por aquella época de los magazines en blanco y negro de Marvel distribuidos a través del sello Curtis. Wolfman quería que Englehart desarrollase un vago concepto que se le había ocurrido, y probar suerte con un personaje de ciencia ficción de nuevo cuño para la cuarta entrega de la revista Marvel Preview. Si el héroe galáctico resultaba ser popular entre los lectores, empezaría a aparecer regularmente en la publicación. El editor solo tenía en mente el nombre del personaje: Star-Lord. Dejaba todo el resto de la construcción del héroe en manos de Englehart, que, dado que en realidad no era especialmente fan de la ciencia ficción, aprovechó esta circunstancia de libertad creativa para plasmar algo que sí que se contaba entre sus pasiones: la astrología. Qué sorpresa, dadas las inclinaciones hippies del cocreador de Shang-Chi, y el uso que había hecho del grupo de supervillanos conocido como El Zodiaco en las páginas de Los Vengadores ¿verdad?
Y así, en enero de 1976, aparecía aquel cuarto número de Marvel Preview, que aparte de un serial de Bill Mantlo y Ed Hanningan titulado “The sword in the star” (en el cuál, por cierto, en la séptima entrega de ese mismo magazine, debutaría otro célebre Guardián de la Galaxia: Mapache Cohete) estaba dedicado a Star-Lord: desde la bella portada pintada por Gray Morrow a un maravilloso pin-up del personaje obra de Bernie Wrightson, pasando, por supuesto, por la historia que Englehart había escrito. En ella, dibujada por Steve Gan, se nos contaba que al igual que durante el nacimiento de Jesucristo (el cual se fechaba de manera más exacta que según marca la tradición), el 4 de febrero de 1962 se produjo un alineamiento de los planetas del sistema solar. Y del mismo modo, aunque no en oriente próximo sino en una población rural de Estados Unidos, un niño nacía ese día con un destino más grande que el del resto de los mortales. Los paralelismos con cristo no paraban ahí, aunque a partir de ese punto cobraban un giro sórdido: como si fuese un San José despechado, Jake Quill, esposo de Meredith, se convence de que él no es el padre la madre de la criatura en cuanto posa sus ojos sobre el bebé tras el parto. Seguro de haber sido traicionado, su reacción, lejos de las bucólicas escenas del portal de Belén, es coger al niño y salir de la casa en mitad de la noche con intenciones siniestras para con él. Pero antes de que pueda perpetrar el crimen al que los celos le impulsan, cae muerto por un ¿fortuito? infarto, dejando al recién nacido Peter Quill bajo el cielo nocturno, contemplando las estrellas durante horas, hasta que es encontrado.
Peter, un niño solitario y amante de la ciencia ficción, es educado por su madre, hasta que una noche, avistan un platillo volante. Sus extraterrestres ocupantes, de aspecto reptiliano, matan a Meredith Quill con sus armas de rayos, dejando huérfano al joven, que crece dedicado en cuerpo y alma a ejecutar su venganza contra los asesinos de su madre. Para ello, se aplica de manera obsesiva con el objetivo de hacerse astronauta y surcar el cosmos para dar con aquellos criminales galácticos y darles justicia, a pesar de las escasas probabilidades de cumplir tal objetivo, dada la inmensidad del universo.
Ser astronauta implica un camino de enorme sacrificio y dedicación para el perfeccionamiento físico y mental, un sendero que Peter Quill recorre a rajatabla. Pero descuida patentemente su trato humano, lo cual, combinado con su entrega total a la venganza que lleva planeando desde niño, arroja como resultado un personaje antipático, estirado, e intolerante con lo que considera incompetencia. Esto se vuelve en su contra porque, una vez ingresa en la NASA, sus superiores, por muy altas que sean sus calificaciones, no le ven la persona ideal para convivir durante meses aislado en el espacio con otros compañeros sin provocar tensiones y conflictos. Cuando un ente alienígena cuasidivino que se hace llamar el Señor del Sol se aparece ante el control central de la NASA ofreciendo que escojan a uno de ellos para que él lo transforme en un campeón cósmico que surque los espacios siderales, se decide que Quill no es el más adecuado. Peter estalla lleno de ira y amargura, desobedece órdenes y llega al punto de asesinar para finalmente conseguir el puesto que el Señor del Sol ofrece. El galáctico benefactor le otorga una pistola que puede proyectar como rayos cantidades de agua, aire, fuego o tierra tan solo limitadas por el poder de la mente de Peter, un uniforme y casco especiales, y capacidad para volar libremente por el espacio y comprender todos los idiomas del cosmos. Lo primero que Star-Lord (como el Señor del Sol le llama) hace con sus nuevos poderes, es encontrar la nave de los reptilianos alienígenas que mataron a su madre y por fin, aparentemente, consumar su venganza ejecutándolos. ¿O era esto tan solo una ilusión catártica del Señor del Sol para que cerrase su pasado? En cualquier caso, así, iniciando una nueva vida en el espacio, terminó la historia de presentación del personaje.
Englehart pretendía inaugurar con esta entrega una saga que mostrase poco a poco la evolución del personaje de un idiota altivo y miserable a alguien espiritualmente completo, libre de mezquindades. Para ello, haciendo hincapié en el aspecto astrológico, cada episodio iba a transcurrir en un planeta del sistema solar, aprovechando el significado que la tradición esotérica da a cada esfera: en Marte habría una historia de guerra, en Venus un relato de romance, etc. El muy competente arte de Steve Gan había dotado a Star-Lord de una atmósfera de ciencia ficción, sí, pero con toques oscuros, como reclamaba el guion. La acción del tramo final de esa presentación en la que Peter Quill se transformaba en Star-Lord transcurría en 1987, más de una década en el futuro respecto a la fecha de publicación, y fuera de la continuidad del resto de publicaciones de Marvel. Es fácil ver algunos ecos de Batman en la historia, dada la confesa admiración de Englehart por el Hombre Murciélago, pero aparte del evidente cambio de las calles de Gotham por ambientes rurales y espaciales, el giro de presentarlo como alguien desagradable es sin duda un interesante punto de partida. Probablemente lo hubiese sido aún más si hubiera recorrido después aquel programado camino de redención e iluminación personal; pero esto no estaba destinado a suceder.
Dada la irregular cadencia de Marvel Preview, y la demora en recoger los datos que confirmaron que efectivamente los lectores querían leer más historias de Star-Lord, para cuando llegó el momento de hacer un segundo relato, Englehart había abandonado Marvel por DC Comics para, entre otras cosas, escribir a su amado Batman. El editor de Marvel Preview John Warner le dio varias vueltas al asunto y decidió que, a pesar de probablemente nadie supiese como su creador seguir dotando a Star-Lord de ese sabor tan genuino y único, merecía la pena intentar reciclar al personaje con otro equipo creativo. Y es ahí donde Chris Claremont entra en nuestra historia.
Warner habla con Claremont y se decide que en la undécima entrega de Marvel Preview, el guionista aúne fuerzas con John Byrne (a los lápices) para tratar de ofrecer un nuevo ángulo sobre el héroe espacial. Editor y guionista no están nada convencidos de saber manejar el aspecto astrológico del personaje, así que simplemente lo dejan de lado. Tampoco se sienten cómodos con la personalidad mezquina de Star-Lord, y aprovechando que Englehart terminó su primer relato dando a entender que Peter Quill comenzaba ahí su tránsito a ser una mejor persona, la historia que se va a contar transcurrirá directamente un tiempo después, habiendo completado ya el héroe el desarrollo de ese proceso, y obviándolo mediante elipsis.
Claremont es un apasionado de la ciencia ficción y sumergirá al personaje en una saga fuera de los confines del sistema solar, con varias civilizaciones e intereses alienígenas interactuando. Su intención es hacer algo en la línea de las novelas juveniles de ciencia ficción que Robert A. Heinlein firmó en los años cincuenta. El guionista siente auténtica devoción por ese veterano escritor (alguna vez ha comentado que cuando por fin le conoció, a pesar de llevar toda una vida pensando qué palabras le diría a su ídolo, nervioso, se quedó en blanco y terminó soltando la primera obviedad que se le pasó por la cabeza), y esto a la larga traerá algún problema: en la portada del Marvel Preview número #11 figuraban unas palabras promocionales que prometían que el contenido iba en la tradición de las historias de Heinlein. Los abogados de éste contactaron con Marvel amenazando con demandar por usar su nombre sin permiso alguno, con lo que, en posteriores reimpresiones, aquella frase fue retirada.
La idea es hacer algo muy aventurero al tiempo que duro y dramático, manteniendo unos mínimos plausibilidad en términos de ciencia ficción, y Claremont, durante su luna de miel, escribe el argumento para que Byrne ilustre las 52 páginas que compondrán la entrega. Aunque en los primeros números de Puño de Hierro los autores habían trabajado juntos con guiones detallados, pronto vieron que tenían buena sinergia colaborando mediante el llamado Método Marvel. Así, el escritor le presentaba al artista una sinopsis para que Byrne desarrollase toda la narrativa gráfica, y luego de vuelta, Claremont insertase los textos adecuados en función de lo dibujado. Este enfoque demostraría ser, especialmente en X-Men poco después, el sistema óptimo para sacar lo mejor de esta dupla de creadores, pero sin duda, ya Star-Lord se benefició de ello. Claremont ha declarado en alguna ocasión, eso sí, que detalló algo más la doble splash-page que abría la historia, con aquel mundo arrasado y la inmensa fila de jóvenes cautivos siendo dirigidos a la nave esclavista de sus captores interplanetarios. Quería empezar con algo tremendamente impactante, y dice que Byrne le voló la cabeza dándole incluso mucho más de lo que esperaba con sus tremendos lápices.
Para completar el equipo creativo, John Warner contrató a Terry Austin, que curiosamente venía de entintar precisamente los lápices de Marshall Rogers en la andadura de Batman que el creador de Star-Lord, Steve Englehart, había ido a escribir en DC. A vista de los resultados, aquello fue un acierto de proporciones titánicas. En la redacción de Marvel se comentaba que Marvel Preview #11 era lo más excelente que allí se había producido en blanco y negro desde el Clavos Rojos de Roy Thomas y Barry Windsor Smith. El estilo bello pero mecanizado de Austin sentaba prodigiosamente a los lápices de Byrne, como quedaría demostrado ya hasta el paroxismo en X-Men. El único que no estuvo tan convencido de esto fue curiosamente el propio John, que por lo visto hubiese preferido unas tintas más orgánicas sobre su trabajo, como por ejemplo las de Dan Green. Para redondear un apartado gráfico de impresión, Marvel Preview #11 llevó una portada pintada por Ken Barr y un pin-up de Jim Starlin.
Claremont no solo varía el tono de Star-Lord, acercándolo incluso al del género del planetary romance con sus duelos de espadas en planetas alienígenas, sino que además incorpora a la mitología del personaje varios elementos, y altera por retrocontinuidad otros, que ya a partir de entonces (a pesar de las múltiples revisiones que el héroe ha sufrido con las décadas), van a quedar grabados en su canon. Por un lado, aparece su Nave sentiente, de personalidad femenina, construida con metal líquido multiforme (quizás inspirando la película Disney de casi una década más tarde titulada El vuelo del navegante), con sus dos pequeños drones auxiliares, y con la que Star-Lord mantiene un lazo psíquico. Nave, que así es además como simplemente se llama el bajel estelar, no había aparecido en la primera historia de Peter Quill escrita por Englehart, pero algo más adelante se estableció que fue el mismo Señor del Sol que le dio sus poderes quien le hizo entrega de este prodigioso vehículo.
En el transcurso de su aventura desde el planeta Windholme hasta el mundo trono del imperio Spartoi, pasando por la maravillosa y terrible Cinnibar, aparte de ganarse dos jóvenes aliados (Kip y Sandy), Star-Lord resolvió una trama de intrigas palaciegas que dieron lugar a una serie de asombrosas revelaciones sobre su pasado: resulta que Peter era el hijo de un alienígena de aspecto totalmente humano, el emperador Jason de Sparta, que en su juventud se estrelló en La Tierra, conociendo a Meredith Quill. Ambos se enamoraron, y cuando Jason tuvo que volver al espacio, borró de Meredith los recuerdos de su idilio. Pretendía así protegerla de algún modo, pues estaba embarazada y juzgó que era más prudente que se mantuviese en secreto que iba a dar a luz al heredero híbrido de un imperio con múltiples enemigos, hasta que pudiese reunirse con ellos. Así que después de todo, Jake, el fallecido marido de Meredith, con el que ésta se casó sin saber siquiera que estaba embarazada, tenía razón respecto al tema de la paternidad de Peter, independientemente de su enajenada reacción.
Pero Jason cometió el error de encargar la misión de ir a La Tierra a buscar a Meredith y Peter para llevarles a Sparta precisamente al líder de una conspiración contra su reinado: su propio tío Gareth. Éste, aliado con el turbio mercader interestelar Kyras Shakati encargaron a una partida de guerreros alienígenas Ariguanos que se encargasen del trabajo sucio. Los reptiloides, por tanto, acabaron con Meredith como parte de una intrincada intriga, no por mero azar, aunque negligieron matar al propio Peter. Star-Lord tuvo oportunidad finalmente de vengar a su madre mediante duelo mortal con el líder de aquellos Ariguanos, que curiosamente, en 1977, antes de que Star Wars popularizase el término, ostentaba el título de Lord Sith. El relato se cerraba dando al héroe un sentido de clausura, culminando del todo sus revanchas, averiguando su auténtica procedencia, y conociendo a su verdadero padre, que le ofrecía un puesto a su lado en el imperio Spartoi. Pero Peter ya no podía quedarse establecido en un lugar fijo para el resto de sus días: ahora era Star-Lord, un alma errante con vocación de ayudar a quienes se encontrase en un interminable periplo interestelar que le reclamaba. Y así, dejó a Jason, y a Kit y Sandy con él para que les adoptase.
La prosa de Claremont, el sentido de la aventura, la intensidad del drama, y el increíble apartado gráfico de un John Byrne que culmina aquí su transición de prometedor principiante a profesional destacado, más las tintas de Austin, hicieron de la reinvención de Star-Lord un rotundo éxito creativo. El comercial tampoco le fue mal, y como hemos comentado, aquel número de la revista se reimprimió en varias ocasiones, aunque sin la alusión a Robert Heinlein en la portada. A la vista de la trama y el espíritu de la historia, no es arriesgado afirmar que no solo había influencias del escritor de Tropas del Espacio en la mente de Chris Claremont, sino quizás también de Flash Gordon o incluso del Dune de Frank Herbert. Además, casi coincidió en el tiempo con el estreno de Star Wars, con lo que el zeitgeist de sus muy similares dosis de combinación de subgéneros de ciencia ficción, le pudo poner en la cresta de la ola de popularidad de un público masivo fascinado con el filme de George Lucas.
Y de algún modo así fue, ya que las siguientes aventuras del personaje (que había perdido su característico casco en el clímax final de aquella epopeya, y ya no lo recuperaría para ir a partir de entonces a cara descubierta) gozaron de guiones también de Claremont pero con lápices de Carmine Infantino. Si la elección de dibujante nos parece ahora curiosa, debemos recordar que este antiguo publisher de DC Comics era quien se encargaba de los superventas tebeos Marvel de Star Wars de aquella época, así que no se puede acusar a la editorial de no apostar por el personaje. Infantino, entintado por Bob Wiacek, ilustró dos historias de Star-Lord publicadas en los números #14 y 15 de Marvel Preview, los cuales llevaban esplendidas portadas pintadas respectivamente por Jim Starlin y Joe Jusko (en su primer trabajo profesional publicado).
Claremont profundizó en esos dos relatos sobre todo en el personaje de Nave, que ocupaba durante el primero de ellos un avatar corpóreo para consumar su amor con Peter. Al no estar Marvel Preview bajo la censura del Comics Code, la forma física femenina de Nave (llamada Caryth) se paseaba ligera de ropa o directamente desnuda por las páginas del tebeo. Esto fue censurado en posteriores reediciones dibujando estratégicamente elementos que tapasen sus atributos. En la segunda historia, se reveló su origen: Nave había sido una estrella sentiente, destruida en una confrontación entre civilizaciones galácticas, cuya esencia fue capturada en el éter por el Señor del Sol para ser insertada en aquel multiforme bajel interestelar.
Ambas aventuras tenían en común temas de choques entre comunidades espaciales. Y si bien en los dos casos una de ellas era la víctima de la otra, y Star-Lord y Nave se ponían de parte de la perjudicada para solucionar el conflicto, Claremont, con su aguda sensibilidad caracterizando, huía del recurso fácil de presentar a los agresores meramente como monstruos inhumanos. Así, dos relatos que según su sinopsis podrían haber sido rutinarios tebeos de ciencia ficción de la Silver Age, ganaban en riqueza y matices en su lectura. Se ahondaba también en la complicada posición ética de Peter Quill, que trataba de ser mejor persona de lo que había sido, y de evitar matar a no ser que fuese absolutamente necesario.
Pero quizás por los otros compromisos artísticos de los involucrados en otras series de auténtico éxito (insistimos: Infantino en Star Wars y Claremont en unos X-Men que se estaban convirtiendo en un fenómeno de masas a ritmo agigantado), éstos no continuaron con el personaje. Y aunque los sustitutos fueron de auténtico lujo, a partir de ese momento las aventuras de Star-Lord fueron sufriendo un peregrinaje de una publicación a otra que causaron que no afianzase su público y no se aprovechase bien aquella moda por la ciencia ficción más kitsch y pulp que azotó la cultura popular de finales de los setenta y principios de los ochenta. La última historia que el héroe protagonizó en Marvel Preview fue la de su número #18, y se encargaron de ella Doug Moench y Bill Sienkiewicz, el tándem responsable de la etapa más mítica del Caballero Luna. Bajo una portada de Bob Larkin, Moench y Sienkiewicz (todavía con su primer estilo clónico del de Neal Adams) presentaron una aventura en la que se hacía hincapié en explorar los conflictos de la decisión de Quill de no matar.
Moench incidió de nuevo en este tema en su siguiente contacto con el personaje, que fue publicado en el Marvel Comics Super Special #10 de 1979 con bellísimo arte de Gene Colan y portada de Earl Norem. De ahí Star-Lord saltó al segundo volumen de la colección Marvel Spotlight en sus números #6 y 7, abandonando así el formato magazine en blanco y negro y pasando al comic-book en color. Doug Moench seguía a los guiones en esos dos números dibujados por Tom Sutton, donde nos reveló que el Señor del Sol era en realidad un Ariguano llamado Ragnar. Éste, arrepentido de las acciones que había cometido durante toda su vida como guerrero reptiliano, quiso redimirse fundando un cuerpo de guardianes interestelares. Su primer y único candidato para esa fuerza pacificadora y justiciera había sido Peter Quill. Star-Lord por tanto era un poco como un Capitán América del espacio, o una especie de prototipo de un cuerpo de Green Lanterns que no llegó a fundarse. La siguiente aventura del personaje se publicó Marvel Premiere #61 en 1981, y ya no hubo más.
El dibujo de Sutton, que la verdad es que no ofreció su mejor trabajo, la inercia un tanto densa y cansina con el tema de matar o no matar en los guiones de Moench, y el salto del personaje de una publicación a otra (cosa que no ponía fácil seguir sus aventuras a los entusiastas que pudiese tener Peter Quill), debieron cobrarse su precio. El éxito que podría haber tenido el héroe nunca llegó a materializarse y habría que esperar la friolera de 16 años para disfrutar de nuevas aventuras de Star-Lord, y éstas no fueron siquiera con el personaje original.
Al no formar parte del universo Marvel, durante esos años Peter no tuvo ocasión de aparecer como estrella invitada en algún otro título de la editorial. Todo lo más, un cameo del malvado mercader Shakati a modo de imposible guiño en la corte imperial Shi’ Ar por parte de John Byrne en X-Men. Eso sí, en 1982 el fandom añoraba al ya separado equipo creativo de este dibujante con Claremont y con Terry Austin, así que se reeditó, coloreado y con unas páginas adicionales de Michael Golden, el Marvel Preview #11, con el título de Star-Lord Special edition. Y volvió a reeditarse en 1996 como Star-Lord Megazine, con una nueva portada de Byrne, para ir poniendo en antecedentes a los nuevos lectores ante un inminente intento de relanzamiento: una miniserie guionizada en 1997 por el escritor de ciencia ficción Timothy Zahn y dibujada por Dan Lawlis. Allí se presentó a un heredero alienígena del manto de Star-Lord que era adiestrado por Nave (en nueva personificación femenina llamada esta vez ‘Rora) para llenar los zapatos de un desaparecido Peter Quill. Sin estar mal, el estático arte de Lawlis, y un libreto de un Zahn que no supo desenvolverse en el medio del cómic con la soltura que demuestra en la literatura, tuvieron como consecuencia que aquel amago de recuperar a Star-Lord simplemente no fuese memorable, y no tuviese ni repercusión ni continuación.
Con los años, Carlos Pacheco y Rafael Marín intentaron aprovechar aquel cameo de Shakati en X-Men para incorporar a Star-Lord al universo Marvel mediante su miniserie de los Inhumanos. Pero ningún otro autor aprovechó esto posteriormente, y así, el Peter Quill original desapareció definitivamente. Porque la versión que fue incorporada en la continuidad Marvel a partir de la serie regular de Thanos en 2004 (y después en el evento Aniquilación y en los Guardianes de la Galaxia) tenía bastantes diferencias con el original concebido en los años 70. Tantas como para que éste finalmente fuese considerado de una realidad alternativa (que nunca se ha retomado), y acabase extirpado del canon.
El Star-Lord que ha trascendido al público generalista a través del cine, y el que protagoniza los cómics Marvel de hoy por hoy, por tanto, son ambos reflejos de otro personaje: uno ya extinto que con autores de enorme prestigio, historias inolvidables y temas que encajaban con las modas de su época, rozó el umbral del éxito. No consiguió alcanzarlo, pero para un puñado de lectores, Chris Claremont lo convirtió ya para siempre en un inolvidable personaje de culto.