La primera entrega de Las Tortugas Ninja: El último ronin aterriza esta semana en las librerías españolas rodeada de una gran expectación. Prácticamente desde que ECC anunció que había adquirido los derechos de publicación de la franquicia, hubo lectores que se preguntaron si esta serie limitada se publicaría en España. Al otro lado del Atlántico, The Last Ronin #1 había logrado colarse en la parte alta de las tablas de ventas, con casi 45.000 copias colocadas, superando a otras cabeceras muy en boga como la eisnerizada Viuda Negra de Kelly Thompson o Immortal Hulk de Al Ewing. Con tres de las cinco entregas, las reseñas son francamente entusiastas. Y así, la grapa con la que abre este relato en cinco episodios se ha convertido en uno de los pequeños grandes acontecimientos de la rentrée comiquera en nuestro país. Flota en el ambiente la sensación de que esto lo que los verdaderos fans de Leonardo y compañía tienen que leer (así, con sus cursivas enfáticas), pero, ¿a qué viene tanto hype con El último ronin?
El primer argumento para desembolsar los 3,50€ que marca el precio de portada se encuentra en la línea de créditos del tebeo. Tras más de dos décadas sin firmar ningún trabajo juntos debido a sus diferencias creativas y en lo relativo a la explotación de la franquicia, Eastman y Laird aparecen como autores del guion junto a Tom Waltz. No se trata, sin embargo, de que los dos hombres que en 1984 creasen a los quelonios mutantes hayan acercado posturas y se hayan sentado a la mesa junto al guionista que ha llevado a sus personajes al siglo XXI para alumbrar una nueva historia. El motivo de que Peter Laird aparezca acreditado junto a Eastman y Waltz se debe a que El último ronin es una narración que los fundadores de Mirage Studios comenzaron a trabajar en 1987, sin que llegasen a concluirla.
Remozada por Waltz, intitulado por aclamación popular como el más sobresaliente de los herederos de la dinastía tortugosa, en la colección se aprecia la aspereza de aquellos primeros cómics protagonizados por Leonardo, Raphael, Michelangelo y Donatello, de la que han ido desprendiéndose sus iteraciones posteriores. Tanto, que las autoridades norteamericanas lo han calificado como no recomendado para menores de 18 años. Por la crudeza del argumento y un estilo que, actualizado por Andry Kuhn y Esau e Isaac Escorza, evoca la estética underground de sus primeras entregas, El último ronin es el cómic de Las Tortugas Ninja más parecido a la serie original que se ha publicado en muchos años.
Además del sabor que se aprecia desde sus primeras páginas (y a pesar de que también se hace evidente la mano de Waltz sosteniendo las riendas de una narración que en manos únicamente de los Eastman y Laird de finales de los ochenta se habría desbocado), el planteamiento argumental invita a pensar en El último ronin como el broche que, más de tres décadas después, podría haber cerrado la colección con la que todo empezó. Envuelto en una atmósfera crepuscular que trae a la mente referencias como El Viejo Logan o El regreso del Caballero Oscuro, el tebeo nos sitúa en una Nueva York distópica, que tiene un poco de pesadilla postapocalíptica al estilo de La carretera de Cormac McCarthy y otro poco de ciencia ficción orwelliana. La Gran Manzana ha caído en las garras de un Clan del Pie liderado de Oroku Hiroto, digno nieto de Shredder. El maestro Splinter y tres de sus hijos adoptivos han sido asesinados. El único superviviente de la familia, roto por el dolor de la pérdida y convertido en un guerrero sin clan, en un ronin proscrito, se ha prometido sobrevivir hasta haber vengado a los suyos y sometido a los culpables bajo la firme espada de la justicia.
La premisa apela de forma directa al afecto del lector por los personajes. Ese es uno de los pilares sobre los que se sustenta el invento. Sitúa al único superviviente de los cuatro hermanos en una situación de desequilibrio emocional y de alto riesgo para su propia vida. Además, el último ronin habla constantemente con los hermanos ausentes, ya sea con su fantasma o con el recuerdo que atesora de ellos, busca su consejo y su aliento, escucha sus reproches…, cincelando una intensa veta de emotividad que atraviesa el tebeo de punta a punta. Además, el argumento posee la virtud de abrazar, de forma amplia, cualquier iteración de Las Tortugas Ninja a través de la que el lector se encariñase con los personajes. Tanto si los buenos recuerdos de uno proceden de ver a Michelangelo devorando porciones de pizza en los dibujos animados, de aquellos artistas marciales disfrazados dándolo todo con el Ninja rap de Vanilla Ice o de cualquiera de sus muchas colecciones de cómics, la trama de El último ronin encaja como epílogo para un lector adulto.
Otro de los aciertos que ha cimentado el interés de los lectores por esta serie limitada ha sido la habilidad de Waltz, Eastman y Laird para ocultar la identidad del último ronin hasta la última página del número #1 (¿os imagináis que fuese el Barón Zemo?). Hasta el momento de la revelación, el sombrío protagonista no luce la bandana de color que a partir de la serie de animación de 1987 permitía distinguir a los hermanos, y no sabemos cuál es su arma predilecta. La maniobra funciona en lo narrativo, aporta misterio y tensión, pero también ofreció un notable rédito promocional en los meses previos a su publicación, ya que logró que las redes sociales hirviesen con teorías que argumentaban a favor de cada uno de los cuatro hermanos. Que si es Leonardo porque en la portada sólo lleva una katana, que si tiene que ser Raphael porque es al que más le pega el tono de la historia… También en esa voluntad indisimulada de agitar a los fans, El último ronin es un producto puro Tortugas Ninja.
Hasta donde se ha leído en Estados Unidos, y a la espera del desenlace que los guionistas construyan en las dos grapas que quedan por publicarse, quizá el aspecto en que la miniserie se distancia más de la colección original es en que se toma bastante en serio a sí misma. Aunque incorpora ciertas dosis de humor y es cruda como los tebeos de los ochenta, se arma de un poso reflexivo que ni mucho menos era tan evidente en los cómics de Eastman y Laird, en los que la contraculturalidad se les caía de los bolsillos en lugar de ser fruto de una reflexión argumentada. La tortuga superviviente reflexiona sobre el papel de la violencia en la sociedad, de cómo ésta se ha ido conduciendo a sí misma al estado de degradación en que se encuentra, del espacio de vulnerabilidad que ocupan los niños… Y como el héroe mítico o, quizá tomando prestada la enésima referencia pop, como ese ronin llamado Kenshin que tras tantas batallas emprende el camino de la redención, la última de las Tortugas Ninja decide que no cargará ninguna muerte más sobre su conciencia. A pesar de todo. Y es que como suele suceder con las buenas sagas, el protagonista y su circunstancia han madurado al tiempo que lo hacían sus lectores, propiciando que, al reencontrarse, puedan reconocerse en sus cicatrices, en el polvo que ensucia sus zapatos.
La combinación de ingredientes clásicos y técnica actualizada, la experiencia de lectura de la mixtura de elementos emocionales y narrativos sobre los que Waltz y Eastman arman el arranque de esta historia a partir del viejo argumento que éste esbozó junto a Peter Laird, permite comprender por qué Las Tortugas Ninja: El último ronin se ha infiltrado entre las cabeceras mensuales de Marvel y DC en las listas de más vendidos de Estados Unidos. Y aunque el lector que está esperando la edición española todavía no lo sepa, aunque lo haya tomado prestado, su hype está completamente justificado.