El superhéroe de la Tierra sin superhéroes
En el Multiverso DC pre-Crisis había espacio hasta para un universo en el que los superhéroes de la casa eran personajes de cómic. Vamos, el nuestro, lo que en The Flash nº 179 de 1968 se bautizó como Tierra-Prima. El velocista escarlata llegaba a nuestra Tierra y el sorprendidísimo editor Julius Schwartz le ayudaba a regresar a Tierra-1. La idea era tan jugosa que Cary Bates y Elliot S. Maggin escribieron una historia en dos partes de la Liga de la Justicia en la que Bates viajaba de Tierra-Prima a Tierra-1 y Tierra-2, la liaba parda y se cargaba ambos universos. Por suerte su coguionista y el Espectro lo arreglaban todo.
Un par de años después, en 1978, Gerry Conway decidió crear un superhéroe para Tierra-Prima, Ultraa, que tras enfrentarse al ejército americano y a una Liga de la Justicia que pasaba por allí, decide que esa Tierra no es lugar para superhéroes y se va con la Liga a Tierra-Uno, con lo que Tierra-Prima podía seguir pasando como nuestro universo. Sin embargo, Elliot S. Maggin insistía en hurgar en esa Tierra y en el nº 87 del título de team-up DC Comic Presents, Superman llegaba a Tierra-Prima y se encontraba con un chico llamado Clark Kent que justo entonces empieza a manifestar sus poderes por la influencia del cometa Halley.
El lector avispado se habrá acordado de que el cometa Halley pasó cerca de la Tierra por última vez en 1986 y que ese año se estaba publicando Crisis en Tierras Infinitas. La presencia de ese Superboy invalidaba a Tierra-Prima como nuestro mundo, pero daba igual, porque la Crisis dio buena cuenta de este universo. Sin embargo, Superboy-Prime escapaba a tiempo y formaba parte del grupo que derrotaba finalmente al Anti-Monitor. Pero claro, en un nuevo y único Universo en el que los héroes duplicados sobraban, el Superman de Tierra-2 y este Superboy emigraban junto a la Lois de Tierra-2 al Limbo creado por Alexander Luthor de Tierra-3.
El Superboy de Tierra-Prima se convertiría en uno de los principales villanos de la DC del siglo XXI tras su vuelta en Crisis Infinita, un odioso niñato especializado en arrancar brazos que poco tenía que ver con el cándido personaje original, pero eso no sería hasta 2005, un año después de que DC publicara Identidad Secreta cumpliendo así el sueño de 20 años de Kurt Busiek.
Cuenta Kurt Busiek que, cuando leyó DC Comics Presents nº 87, le fascinó la idea de ese Superboy que, de repente, descubre que lo que él piensa que es cosa de tebeos es cierto y le está pasando a él, seguramente porque a Busiek le hubiese gustado que le hubiese pasado algo así. A él y a casi cualquier fan del género, y si algo es Busiek, es ser muy fan, ese tipo de guionista cuyo objetivo es dejar su impronta en aquellas historias que a él le dejaron huella. A Busiek le hubiese encantado escribir una serie sobre este joven Clark Kent, y nos lo creemos, habiendo leído Las historias jamás contadas de Spiderman.
Tras una exitosa etapa en Marvel (Marvels, Iron Man, Thunderbolts, Vengadores,…), Kurt Busiek había recalado en DC, para la que había creado la poco exitosa Power Company con Tom Grummett y había realizado la muy exitosa JLA/Avengers con George Pérez. El editor Joe Cavaliery le propuso crear algún proyecto especial en forma de miniserie Prestigio y Busiek se sacó de la manga su vieja idea del Superboy de la Tierra sin superhéroes que dibujaría con Stuart Immonen, con el que ya había realizado Shockrockets y Superstar: as seen on TV.
Lo que viene a continuación sucede en Tierra-Spoilers. Avisado quedas.
La importancia de llamarse Clark Kent
Hay 5 300 000 estadounidenses llamados John, el nombre más popular en aquel país. Solo hay 64 000 Clarks, y de ellos 147 tienen el apellido Kent. Hay 147 familias así de cabronas a la hora de poner nombres a los niños. En foros yanquis sobre los nombres, los llamados Clark (Smith, Johnson, Jones,…) siempre dicen que han sufrido bromas sobre Superman, así que imagínate si tus padres además se apellidan Kent. Durante toda Identidad Secreta el protagonista aguanta estoicamente, (aunque por dentro esté hasta los mismísimos), bromas, regalos relacionados con Superman e incluso el bullying en el Instituto. Encima vive en Kansas, pero no en un sitio llamado Smallville, aunque su Picketsville tampoco se puede encontrar en ningún mapa del mundo real.
Siguiendo la premisa Silver Age de la historia original, Busiek fuerza la serendipia y hace que este adolescente que se llama como Superman de repente adquiera poderes exactamente como los de Superman. Porque sí. Durante la historia se insinúa la coincidencia con la caída de unos meteoritos, pero no queda claro. Sea como sea, parece que si en este mundo te llamas Clark Kent obtienes poderes de Superman y si te llamas David obtienes poderes de gnomo. A mí tanta casualidad me parece excesiva y consigue que me cueste tragar con el resto de la historia, que de por sí necesita un par de saltos de fe.
Los padres de Clark no solo tienen un pésimo sentido de lo que es divertido, sino que dejan que el chico, que ha salido un poco antisocial, se vaya solo de acampada los fines de semana, pensando, imagino, que mejor eso que que se tire hora y media en el cuarto de baño haciendo Dios sabe qué. Es en una de esas acampadas en las que el joven Clark descubre que puede volar. Está durmiendo y se despierta flotando. Cero sorpresa, cero miedo, un segundo de duda y se pone a volar como si lo hubiese hecho toda la vida en, probablemente, la peor escena de descubrimiento del poder de volar que se ha hecho nunca con el personaje. Y sospechosamente parecida al momento en el que el Peter Parker Ultimate descubre sus poderes de trepar.
Clark tiene dudas de cómo afrontar su nueva situación. Retraído como es, no tiene nadie en quién confiar o que le aconseje qué hacer cuando un autobús lleno de niños se hunda en el río. Sus padres igual podrían haber tenido un hijo que un gato persa, su papel es insignificante y, de hecho, según avanza la historia desaparecen sin que se les vuelva a nombrar. El joven Kent opta por la discreción, y ese va a ser el leit motif de la historia: 144 páginas de Superman intentando que nadie sepa que es Superman, pero haciendo cosas de Superman.
Ser un hijo ignorado al que tus padres le han puesto un nombre de mierda porque les parecía gracioso, y ser el blanco del bullying en el Instituto da, si no para ser un villano, al menos para ser alguien que piense que no le debe nada a nadie. Sin embargo, sin razón ni razonamiento aparente, decide ayudar a los demás, realizando labores de rescate y tareas humanitarias. Busiek no deja espacio para que el personaje tenga algún tropezón moral, alguna tentación que podría ir desde usar los rayos x con la vecinita de la granja de enfrente a robar a una empresa sin escrúpulos para repartir el botín entre los pobres y de paso quedarse con un pellizco. Es que si algo es el superhéroe es la manifestación de las fantasías de poder adolescente, y resulta que Busiek crea al único adolescente con poderes pero sin fantasías de poder. No, Clark simplemente hace el bien, y lo hace vestido de Superman… Insertar emoji de facepalm aquí.
Tras descubrir sus poderes Clark va al carnaval de su pueblo y se disfraza de Superman, como una broma privada de él mismo consigo mismo, con tan mala suerte de que una periodista de tres al cuarto en la que él ha confiado y que quiere la exclusiva del chico con superpoderes se apaña para construir una bomba con la que arrasa la feria y obliga a Clark a actuar. Vaya cosas raras enseñan en la carrera de periodismo. Salvar el día vestido de Superman le inspira a realizar en lo sucesivo sus buenas acciones con el icónico traje amarillo, rojo y azul, razonando que si alguien le ve nadie va a creer a un testigo que afirme que ha visto a Superman. Eso sí, va a cara descubierta, pero con algodones en las mejillas para que le cambie la cara. Si a Marlon Brando le funcionó en El Padrino, ¿por qué a él no? Casi tan inteligente como Lobezno poniéndose un parche para pasar desapercibido en Madripur.
A pesar de sus muchas precauciones, lo que todo padre con un hijo superpoderoso teme sucede: el Gobierno le captura y le somete a experimentos. Cuando escapa, no sabemos bien de qué manera, descubre que él no ha sido el único sujeto de experimentación. Arrasa el complejo militar sin dejar ninguna víctima y su siguiente paso no es vengarse, ni averiguar nada. No, Busiek desaprovecha el mejor momento del comic, el que sería el punto de giro de guion, y lo deja todo igual. Clark sigue haciendo superhazañas de la manera más discreta posible y jugando al gato y al ratón con las fuerzas del Gobierno mientras se va convirtiendo en una leyenda urbana. También se echa novia. Una Lois, claro, aunque aquí no deja de tener coherencia porque se trata de la broma de un amigo común que les presenta. De maneras más tontas se han formado parejas.
Esta historia es un claro precedente del Spiderman: Toda una vida de Chip Zdarsky en la que presenta a Peter Parker envejeciendo en tiempo real. En Identidad Secreta a Clark le sucede lo mismo y le vemos casado y con hijas, unas gemelas por cuya seguridad hace un pacto con el Gobierno: anonimato a cambio de cumplir misiones secretas. En las últimas páginas lo vemos ya convertido en un abuelo, con sus poderes menguando y en un mundo en el que ya han salido a la luz varios superhéroes, aunque el discreto Clark Kent de PIcketsville ha triunfado en su lucha por el anonimato y en influir lo menos posible en el mundo. El triunfo de la mediocridad consciente.
Busiek cuenta la historia que quería contar, pero en su afán por mantener la premisa original se coarta a sí mismo en el desarrollo y consecuencias de la misma. Es la historia que quería contar, pero no la que yo hubiese querido leer, sobre todo porque Busiek siempre había brillado por su capacidad de insertar lo ordinario en lo extraordinario (Marvels, Astro City) y esta oportunidad de insertar lo extraordinario en lo ordinario se contagia de la falta de ambición de su protagonista.
Esto no significa que la historia carezca de méritos literarios. Está bien escrita, dialogada y estructurada, salta de manera muy ágil por las distintas edades del protagonista y tiene las suficientes virtudes como para que tenga una base de fans amplia y entregada. La idea de presentar el discurso interior del personaje en forma de diario es buena, aunque a veces hay demasiados textos. Muchos de los méritos de la obra corresponden a un Stuart Immonen que aquí realiza uno de sus trabajos más personales trabajando desde el lápiz que escanea y él mismo colorea con resultados más que notables. La narrativa es perfecta y algunas viñetas son impresionantes, sobre todo esas splash pages en las que Superman contempla el mundo desde arriba.
Muchas veces.
Todo el rato.
Porque según Busiek lo que mola de Superman es que puede volar y mirar el paisaje como nadie más puede. Y no le voy a quitar la razón, pero Superman, incluso un Superman que era un niño antisocial de Kansas con unos padres imbéciles, es mucho más que eso.