¿Cuánto se parecen la serie de Y, el Último hombre de Disney+ al cómic que adapta?

Hay proyectos enquistados hasta la saciedad y el de adaptar el célebre cómic Y, el Último Hombre de Brian K. Vaughan y de Pia Guerra es uno de esos casos que se han prolongado durante más de un lustro. En un principio se pensó en hacerlo para el cine hasta que se terminó comprendiendo que el formato idóneo para una epopeya de esta envergadura era el de la ficción seriada.

Pero, una vez se decidió que se iba a adaptar como serie, tampoco se puede decir que haya sido un camino fácil. Es una producción que ha estado dando volantazos (lleva en desarrollo desde 2015 y ha pasado de Michael Green a Eliza Clark como showrunners) hasta terminar siendo lo que ha llegado a Disney+ hace escasas horas.

Tras haber visto los tres primeros episodios la serie deja un regusto extraño. Se nota que los cambios creativos en una falta de concreción en la que no parece tener muy claro qué es lo que quiere contar y por eso intenta manejar distintas líneas argumentales que rompen el ritmo unas a otras. Además de que todo resulta un tanto genérico y en la línea estética de otras series grises y postapocalipticas como El Cuento de la Criada a The Walking Dead. Esta serie requería una mayor personalidad.

El otro gran problema es el tono de esta serie. En el mundo en el que se ambienta este drama, el humor parece un pegote. No hay mucho pero el protagonista vive con cierta ligereza todo lo que sucede y parece ser el único que se lo toma así. Mientras que en el cómic funciona de una manera más orgánica, aquí no cuaje. Eso hace que los momentos dramáticos que tiene que hacer frente Yorick pierdan gancho.

Nunca se sabrá qué clase de interpretación le hubiese dado Barry Keoghan a Yorick, actor que en un principio iba a dar vida al personaje. Por el contrario, quien finalmente ha encarnado al célebre personaje ha sido el desconocido Ben Schentzer. A pesar de que se nota cierto esfuerzo a la hora de dar vida al personaje, no tiene el carisma necesario como para llegar demasiado. A pesar de que dicho personaje siempre ha sido un tanto loser, el actor no termina de encajar en el rol.

Cabe destacar que su relación como adaptación del cómic se mueve en ese punto en el que se han producido una serie de cambios severos respecto al material original a la vez que, de alguna manera, su esencia permanece intacta. La premisa es lo suficientemente potente como para mantenerla y prometer un desarrollo que, a grandes rasgos, seguirá el mismo camino. El objetivo de los personajes principales (la carsimática agente 355 y Yorick) y sus relaciones permanecen intactas. Ahora bien, se han cambiado severamente otras.

Quien ha ganado un mayor peso, como se podría haber deducido viendo el casting, es la senadora Brown (Diane Lane). Mientras que en el cómic es un personaje crucial pero secundario, aquí parece que su punto de vista tiene un peso tan o más importante que el de Yorick, además de tomar un papel más activo.

Además, se han alterado algunas relaciones entre personajes y han sido introducidos de maneras distintas hasta tal punto que o son personajes diferentes o bien muestran facetas que no estaban presentes en el cómic. A ello contribuye a una alteración de los acontecimientos dramáticos y del ritmo. Las primeras escenas del cómic son una cuenta atrás hasta el suceso. Permitía conocer los momentos previos al arranque de la obra y de ahí se producía un salto temporal con el mundo ya devastado. Eso hacía que el cómic ganase en ritmo y tuviese un tono más aventurero y de supervivencia clásico. Evidentemente, en la producción televisiva ha ganado peso las tramas políticas y más de “despacho”. Además de que arranca  con un flash forward que anticipa algo que tardará en llegar y muestra la extinción del hombre. 

Mientras que, en el cómic Yorick se debatía entre dejarse llevar por el impulso de encontrar a su novia (que estaba en la otra parte del mundo) y colaborar en averiguar la verdad de lo acontecido, aquí la relación sentimental entre ambos es completamente distinta y ese conflicto interno brilla por su ausencia. De alguna manera es la decisión más atrevida, puesto que se ha buscado convertir esta cuestión en otra completamente diferente. Lo mismo se puede decir con su relación con Hero y la manera en la que se resuelve su desaparición (muy temprano en el cómic y sin saber mucho de ella antes del colapso. En la serie hacen lo opuesto. Y algo similar se puede decir de Ampersand, quien sigue robando todas las escenas en las que aparece.

Por último, ha sido particularmente polémico recientemente la idea de que el cómic no lidiase en su momento con lo trans. ¿Cómo afectaría la erradicación del cromosoma Y a las personas trans? Pues bien, la serie tiene a un personaje secundario transgénero y, aunque esté muy lejos de ser el foco, sí que abordan sucintamente ese asunto. Es casi anecdótico este gesto y se echa de menos un mayor compromiso.

El otro gran salto comparativo es que se ha pasado por una necesaria actualización. El cómic nació en los Estados Unidos posteriores al 11S y determinadas localizaciones y tramas deben ser leídas como una reacción directa a la tragedia. Inteligentemente, la serie ha optado por incluir algunas cuestiones del contexto cultural e identitario a la vez que puede, incluso, ser leída en relación con la pandemia y con los movimientos negacionistas. De alguna manera, hace algo parecido a lo que hizo en su momento Watchmen: conseguir entender los temas candentes en el momento en el que se creó la obra original y encontrar cuáles son los que hay a día de hoy para realizar una adaptación fidedigna a las intencionalidad primigenia.    

Esta ficción televisiva puede y debe ser leída como un complemento, una relectura o bien un ente independiente al cómic. A pesar de que se han tomado buenas decisiones, algunas de ellas rompen con algunos de los aciertos que tuvo el trabajo de Vaughan y Guerra. Y no se han tomado esas decisiones para realizar algo igual de contundente.  Por desgracia. 

Y, el Último Hombre da unos primeros pasos dubitativos y que, al contrario que el cómic que adapta, es una distopía que recuerda a tantas otras.  Una obra que ha perdido parte del mojo y el gracejo con la traducción a otro medio. Tal vez el mundo haya cambiado, pero es difícil ver que cause un efecto similar. Aun así, es pronto para juzgar y tiene las suficientes virtudes como para que se le dé algo más de aire antes de emitir un veredicto definitivo.