Sweet Tooth: El retorno, la despedida definitiva de Jeff Lemire al niño ciervo

 

Los retornos son una manera de revisar lo que una vez fue. Lo deseable es que mientras se producen todo fluya de manera en la que uno no se dé cuenta del paso del tiempo. Pero, a su vez, es inevitable reflexionar alrededor de ello. Son momentos muy delicados.  Y es que nosotros ya no se es el mismo en el momento en el que se mira de nuevo hacia aquella persona o cosa que, en su momento, marcó. Y a veces eso juega a favor y otras en su contra.

Valorar la importancia de Sweet Tooth que ha tenido en el cómic contemporáneo es una tarea sencilla. No en vano, es el origen y la demostración del talento de Jeff Lemire. Y es de esas que se ha ganado a pulso una adaptación, también laureada y celebrada. Coincidiendo con la serie de Netflix, el autor optó por volver a este universo. Y ha dejado sentimientos encontrados.

El problema de lanzar secuelas tardías de algo que ha dejado huella es que es prácticamente imposible que vuelva a funcionar con la misma potencia. En el mejor de los casos quedará como un epílogo interesante y, en el peor, como una manera de emborronar el recuerdo de la obra. Salvo extraordinarias excepciones, la idea de volver a una obra impresionante es pegarse un tiro en el pie.

Y lo cierto es que Lemire no ha salido del todo indemne de este objetivo. Sweet Tooth: El Retorno es una añadidura extraña que, en parte, rompe con cualquier expectativa que pudiera tener el lector, pero lo hace llevando al lector a otro género y tono. Han pasado 300 años desde el final de la serie y en una sociedad teocrática que vive bajo tierra bajo el yugo del misterioso padre es sacudida en el momento en el que aparece un híbrido que, de alguna manera, parece estar conectado con Gus.

El canadiense es un narrador experimentado y vuelve a construir un mundo sólido y un guion sin fisuras. A su vez, es accesible para los lectores a los que le pille de nuevas, aunque, evidentemente, le sacarán mucho menos jugo.

La historia es una mezcla teológica filosófica. Juega de una forma posmoderna a hacer una relectura entre el mito de la caverna y otros mitos religiosos católicos. Eso en el contexto de un ambiente de ciencia ficción. No es el concepto más novedoso, pero sí que se logra sacarle algo de jugo y consigue tener una identidad propia. Eso se debe también a una serie de giros en los que consigue distanciarse de todos sus referentes.

Sin embargo, lo que seguramente esté más en el corazón de la narrativa es la manera en la que son capaces las historias de influenciar y configuras a las civilizaciones. Pueden ser tan constructoras como destructoras, puesto que apelan a lo más hondo de la persona. Tiene una serie de reflexiones que guardan interés y que se intercalan, en buena medida, con el mensaje final que lanzaba la serie original.

El tono que maneja es más solemne de lo que cabría esperar. El espíritu aventurero ha sido sustituido por ciencia ficción distópica. Todo aquí tiene un cariz más decadente y trágico, sin perder ese punto de fábula que es marca de la casa. Se manejan en determinadas sutilidades y les da un aire poético que no suena impostado o artificioso. Para llegar a ese punto, se necesita una madurez que está patente.

El cómic deja un poso de despedida definitiva, a pesar de dejar las cosas abiertas a interpretación. Es una historia completa en sí misma y contenida en unos pocos números que si algo demuestra, es la capacidad de contención, de contar mucho con poco del de Essex County. Tiene una aparente estructura fácil y directa, pero, en cuanto se rasca la superficie, se encuentra con unas cuantas capas de subtexto.

A pesar de tener multitud de aciertos, esta miniserie tiene menos fuerza de lo que Lemire suele aportar. Causa menos impacto y no termina de responder a las expectativas que se generan inevitablemente en esta secuela. De alguna manera, es un trabajo decente, pero muy desapasionado. Hasta el punto que parece algo rutinario y hecho de una manera que busca contentar y poco más.

El dibujo del canadiense tampoco parece particularmente esmerado. Pero eso no quiere decir que esté a un nivel bajo. Sigue siendo un dibujo tosco, pero, como siempre, sabe hacer de eso su punto fuerte y ha decidido contar una historia que se ajuste a sus capacidades. Sigue siendo uno de los mayores creadores de imágenes de impacto emocional que tiene este medio. A ello contribuye de forma innegable un José Villarrubia que entiende perfectamente qué teclas tocar y con el que el aspecto artístico gana mucho. Un acierto volver a contar con él. 

También es alguien que ha sabido crear una atmosfera creativa, particular e interesante. Los diseños resultan estimulantes y es un trabajo coherente con las formas de este autor. Este trabajo es un proyecto ilustrado por él mismo en mucho tiempo y, a pesar de todo, no es todo lo significativo que debiera.

El tomo de ECC Ediciones no incluye ningún extra, pero sí que resulta un formato accesible y continuista respecto con los tomos anteriores.

Sweet Tooth: El Regreso es uno de esos casos de autoindulgencia en los que habría hecho falta un supervisor o editor que determinara la relevancia de esta historia. Se entiende que es una secuela de una obra personalísima, pero peca de cierta irrelevancia que hacen de esta miniserie algo anodino y algo completamente imposible más allá de aprovechar el rebufo de la adaptación de Netflix. Viniendo de quien viene, es una verdadera lástima.