La censura en el comic

Libertad. A todos nos encanta usar el término. Es normal que se nos llene la boca de emplearlo con lo bien que suena. Libertad. Suena bien. Como si fuese un derecho fundamental inamovible, algo que nos viene dado para usar a nuestro gusto. Algo de lo que disfrutamos y gozamos. O, al menos, nos reconfortamos pensando que es así. ¿Cuándo decimos que somos realmente libres? Y, lo que es más importante, ¿Estamos capacitados para serlo?

Dependiendo de la respuesta que demos, será más o menos fácil enmarcar al emisor en un marco ideológico concreto. Bien, pero ¿ha decidido él pensar de un modo específico o es algo que se le ha impuesto a través de adoctrinamientos de ideologías dominantes incuestionables sin que el sujeto sea consciente? Ahora bien, ¿Es legítimo retar y demoler este sistema de valores dominante en favor de otro, mejor o peor? ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar al individuo que piensa diferente? Y, finalmente, llegamos a la gran cuestión: ¿Qué hace que unas formas de pensar o de vivir sean más o menos respetables que otras?

Con el establecimiento de sociedades democráticas, teóricamente, el paradigma teórico cambió y la libertad de expresión comenzó a estar garantizada judicialmente. La primera enmienda de Estados Unidos, la ley del 29 de junio de 1881 en Francia. En España, como de costumbre, tardamos un poco más. No fue hasta nuestra Constitución de 1978 y su vigésimo artículo cuando se estableció la libertad de expresión.

«Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo» . Beatrice Hall a quien hay que citar.

Todas estas legislaciones entienden que es un derecho fundamental. Eso supone que es lo más reforzado e intocable frente al resto. Pero se nos olvida muchas que es algo efímero y que se pierde constantemente. Más con el ascenso de ciertos totalitarismos como vemos todos los días en las noticias sin hacer absolutamente nada.

El arte siempre ha tenido tendencia de presidir muchas de las grandes polémicas. Tanto su carácter de cuestionamiento de los fundamentos de la realidad, como la posibilidad de llevar a cabo acciones en su terreno, que, de emularlas en esta realidad, estarían prohibidas o, al menos, serían discutibles moralmente, ha sido motor de que el puritanismo reaccionario lo censurase en favor de lo que estos han considerado como el bien común.

La censura ha sucedido desde siempre. Incluso el asesinato del emisor. Se han pronunciado y escrito infinidad de veces la siguiente oración de mil y una formas: “X obra atenta contra X institución social o religiosa y, por ello, debe ser prohibido”. Desde la cristiandad tratando de eliminar cualquier rastro de paganismo, pasando por los bufones o juglares ejecutados o, más cercano, Charles Beaudelaire y su Las Flores del Mal o Lolita de Nabokov, por poner unos pocos ejemplos de una infinidad que nos ha dado la Historia.

Y si nos acercamos a nuestro pasado más inmediato y ponemos la lupa en los medios, denominémoslos, populares, tampoco han estado exentos de represión. El cine tuvo que afrontar el código Hayes, aprobado a causa de los escándalos dentro y fuera del celuloide. Por no hablar de trágico y dañino Macartismo: centrado en la acusación (tanto dentro como fuera de la industria) y eliminación de sus posibilidades laborales de todo ser humano que tuviese el más mínimo indicio de afiliación con la ideología comunista. En Europa, afortunadamente, hemos sido más permisivos, pero si tenemos que contar la cantidad de revuelo que han organizado autores como Lars Von Trier o Pier Paolo Passolini, daría para otro artículo.

En el mundo del cómic, ha seguido un camino similar. El psicólogo asustaabuelas Fredric Werthman perpetró La Seducción del Inocente en el que la tesis es que el motivo por el que los índices de criminalidad entre los jóvenes no podían ser otro que el consumo de cómic cada vez más violentos. Y siguiendo el modelo de la aguja hipodérmica, este libro tuvo un efecto directo y contundente con una sociedad ahogada y gris que buscaba encontrar una explicación a una serie de fenómenos sociales.

Algunos de los cómics más populares en aquel momento fueron los de terror, con EC Comics como punta de lanza. Este debate social terminó siendo trasladado al Senado, don declaraciones de miembros de distintas editoriales. Recomendable, en ese aspecto, es el magnífico ensayo titulado La Plaga de los Comics editada en España por la imprescindible editorial Es Pop Ediciones.

El resultado se saldó con el establecimiento del Comic Code Authority, el gran y célebre órgano censor que establecía que, para obtener el sello de aprobación, los cómics debían cumplir las siguientes restricciones:

  • Los crímenes nunca serán presentados de modo que creen simpatía por el criminal, promuevan desconfianza de las fuerzas de seguridad o inspiren a desear imitar a los criminales.
  • Si el crimen es representado, lo será como una actividad sórdida y desagradable.
  • Los criminales no serán presentados como glamurosos o que ocupen una posición que cree el deseo de emularlos.
  • En cada momento el bien triunfará sobre el mal y los criminales serán castigados por sus acciones.
  • Las escenas de excesiva violencia serán prohibidas. Las escenas de tortura brutal, el excesivo e innecesario uso de pistolas y cuchillos, la agonía física y los crímenes sangrientos y truculentos serán eliminados.
  • Ninguna revista de cómics usará la palabra horror o terror en su título.
  • Todas las escenas de horror, demasiado sangrientas o repelentes, la depravación, la lujuria, el sadismo y el masoquismo no serán permitidos.
  • Todas las ilustraciones repelentes y soeces serán eliminadas.
  • Las inclusiones de historias sobre tratos con el Mal serán usadas o publicadas solo cuando su intención sea ilustrar moralmente y no en caso que el Mal se presente atractivo ni cuando se dañe la sensibilidad del lector.
  • Las escenas que traten con, o con instrumentos asociados con muertos vivientes, tortura, vampiros y vampirismo, ghouls, canibalismo y licantropía están prohibidas.
  • La profanación, obscenidad, el lenguaje soez, la vulgaridad o palabras o símbolos que puedan adquirir significados indeseables están prohibidos.
  • La desnudez en cualquier forma está prohibida, así como poses indecentes o inapropiadas.
  • Las ilustraciones sugerentes o libidinosas o en poses sugerentes son inaceptables.
  • Las mujeres serán dibujadas realistamente sin exageración de ninguna cualidad física.
  • Las relaciones sexuales ilícitas no serán retratadas ni insinuadas. Las escenas de amor violento, así como anormalidades sexuales son inaceptables.
  • La seducción y la violación nunca serán mostrados o sugeridos.
  • La perversión sexual o cualquier inferencia a lo mismo está estrictamente prohibido.
  • La desnudez con intenciones impuras y posturas salaces no serán permitidas en la publicidad de ningún producto; Las figuras vestidas nunca serán presentadas de modo alguno que sean ofensivas o contrarias al buen gusto y a la moral.

El órgano censor estaría formado por la Asociación de Editores de Cómics. Aunque terminase con el tema dentro de la opinión pública y, de paso, con EC Comics, el principal competidor de las dos grandes editoriales en ese periodo histórico Wertham no se quedó satisfecho con el saldo y hubiese optado por una prohibición más directa.  

No sería hasta los ochenta cuando Alan Moore sería el primero en saltarse la prohibición con su etapa en La Cosa del Pantano. DC lideraría a través de su sello Vertigo y sus novelas gráficas un contenido que estaría dirigido a un público adulto, en el mejor sentido de la palabra. Todo ello conduciría a un punto en el que el sello sería irrelevante para todas las partes. 

 

Una de las impactantes imágenes de la etapa.

Y todo ello conduce a una pieza que daría de hablar tanto o más que las obras que permitieron crear unas circunstancias idóneas para su publicación, aunque no su total aceptación.. The Authority solo puede ser entendido como un cambio de paradigma del cómic de superhéroes, una piedra rebotando en el agua, dejando ondas que todavía siguen fluyendo en los dos grandes. Era el fin de una era para dejar paso a otra. No solo porque ese sello pasase a formar parte de un grupo mucho mayor en 1998, si no porque fue un cambio de siglo y de milenio. Eso no sucede todos los días y los cómics, siempre a la vanguardia en muchas cosas (y muy por detrás en otras) fue un reflejo militante y extremo de ello.  

Cuando DC Comics compró el sello Wildstorm no sabía lo que le vendría encima. El primer disparo lo dio en 1999 Warren Ellis y Brian Hitch con unos doce números que no tendrían en los que cualquier parecido con los cómics que le precedieron es una desgraciada consecuencia. Esta influyente deconstrucción del arquetipo heroico sorprendió por una originalidad totalmente inusitada. Más sabe el bastardo por viejo que por bastardo. Ellis pasó por los excesos de los noventa y en estos primeros años hubo un grado de experimentación inusitado en el mainstream. Esta obra es buena muestra de ello.

Millar, como tantos otros de guionistas de cómics provenientes del Reino Unido, tuvo su rodaje en la legendaria 2000AD antes de dar el salto a las Américas con la intención de dinamitar el infantilismo americano al ritmo de punk (como varios de sus coetáneos y de los que le precedieron).

El escocés no tardaría en forjarse una imagen de enfant terrible que ha ido perdiendo a medida que ha ido cobrando fama, como viene siendo habitual. Aunque debutó en DC Comics en 1994 con unos números de La Cosa del Pantano (acompañado del no menos polémico y escocés Grant Morrison), no sería hasta escribir The Authority cuando logró convertirse en la solicitada figura de la industria del cómic, que, a día de hoy, logra mantener.

Arte de Brian Hitch en su mejor momento.

El 11S, sea cual sea la explicación, fue un viraje clarísimo justo cuando empezó este siglo. Ese no fue el día en que aviones secuestrados se estrellaron contra edificios. Lo que sucedió realmente es que se estrellaron contra todos y cada uno de nosotros. Comenzamos a comportarnos de otras maneras, de entender nuestras propias vulnerabilidades y a desconfiar aún más de todo y de todos. Y eso no es algo que el tiempo haya conseguido curar.

A día de hoy, habiendo pasado otros acontecimientos trágicos y más de una guerra localizada, seguimos viendo que todo es consecuencia de ese terremoto a la civilización occidental.

A Mark Millar le pilló semejante cataclismo en medio de la publicación de su etapa en The Authority junto a Frank Quitely, que por muy valorado que esté siempre estará infravalorado. Y como no podía ser de otra manera, entraron como un elefante como una cacharrería. Aunque, siendo justos, no fue un momento en el que andarse con medias tintas fuera una opción. Si había que cambiar cosas debía ser en ese preciso contexto temporal.

Los tres principales focos de disputas tienen que ver con el contexto sociopolítico, con la violencia en el tratamiento de algunos personajes y con el contenido sexual. Se produjo en los números 13 y 14, en los primeros números en los que entro Millar a escribir la cabecera heredada de Warren Ellis. Millar entró respetando el tono, tema y planteamiento, pero lo condujo a un punto en el que todo era más extremo. Perdió un punto de trascendencia en favor de lanzar una etapa con unos personajes más extremos (si es que cabe alguna historia de acción superheroica que no lo sea) y divertido.

A continuación, citaré los ejemplos que sufrieron mutilación (imágenes captadas en Movie Censhorship, portal dedicado a mostrar los recortes por los que pasan algunas obras):

  • Teuton mata a un enemigo atravesando su cráneo del mismo modo que el avión se estrelló en el World Trade Center. En la versión publicada, ya no se produce.
Antes
Después
  • El coronel usa la cabeza un enemigo como una pelota de fútbol. En la versión final está oscurecida para que no resulte tan evidente.
Antes
Después
  • En la versión final desaparece un pezón.
Antes
Después
  • El coronel hace referencia que le gustan mujeres como Jenny Sparks. En la versión original, en la siguiente viñeta aparece el cadáver de Jenny Sparks, mientras que en la versión publicada hay chicas que se parecen a Jenny Sparks.
Antes
Después
  • Adiós a la viñeta en la que Swift lame el plato
Antes
Después
  • También queda erradicada la postura de felación.
Antes
Después
  • Millar quiso poner a Bush supervisando una intervención de The Authority, a modo de satirizar las actuaciones de la política internacional de su administración. La editorial no lo iba a permitir.
Antes
Después
  • El presidente de Jakarta, Habibe, fue acusado de crímenes contra su propia población. Millar, ni corto ni perezoso, decidió señalarlo directamente y llevar a los héroes de The Authority a detenerlo. DC Comics tuvo otros planes.
Antes
Después
  • ¿Os suena a cierto superheroico de la competencia?
Antes
Después

Se han tenido que esperar casi 20 años para que estas páginas vean la luz. DC Comics ha recuperado este material en una edición sin adulterar, incluida en el tomo Wildstorm: A Celebration of 25 Years.  Y sí, el sexismo de algunas de las imágenes ha envejecido mal. 

Y es aquí cuando entra en juego la siempre polémica dicotomía entre libertad y responsabilidad. Eso conecta con un debate social que encabeza la crisis de valores (entiéndase como un replanteamiento de las normas de juego por otras diferentes, más que un modo de expresar que lo que se hacía antes era mejor) por la que estamos pasando.

En la etapa de Mark Millar, se puede apreciar una impronta clarísima de Grant Morrison en esas divagaciones psicotrópicas acerca del heroísmo y los distintos universos y dimensiones. Pero también está clara la caústica y cínica sensibilidad política de este primerizo Mark Millar que, a su vez, es deudora del particularísimamente bestial punto de vista de Garth Ennis (con quien todos querríamos irnos de copas y a quien nadie le aguantaría ni medio asalto).

¿No es absurdamente irónico que toda esa fuerza autocensura se produjera sobre un cómic llamado La Autoridad, con un espíritu que precisamente critica el intervencionismo de las políticas estadunidenses post11S?

Pero no hay que irse tan lejos para encontrar cuestionables ejemplos de cómo la censura pervive en este medio. Solo cabe recordar la controversia que acarreó la eliminación Comoxology de las imágenes de porno homosexual en el doceavo número de Saga o lo sucedido con el denominado batpene en Batman: Condenado (causando un desgaste en la relación con Lee Bermejo y Brian Azzarello con la editorial que ha venido publicando su trabajo desde hace años). Sea como fuere y, aun teniendo en cuenta los positivos cambios que ha vivido esta industria, tenemos muchísimo que madurar.

Estos ejemplos contrastan con, por citar un ejemplo reciente, con el gesto que tuvo Rafael Alburquerque retirando la portada de Batgirl #41.  En ella, vemos a un Joker humillando a un personaje con el que una nueva generación de lectoras se ha visto reflejada. Es hiriente para un público de una forma totalmente innecesaria.  Aunque la crítica vino por qué no encajaba con el tono, las raíces detrás de ello están ocultas debajo de la superficie. Esto responde a una problemática social respecto al machismo hegemónico que se está intentando revertir. Tanto a nivel social, como con un arte que, tradicionalmente ha tenido como objetivo un hormonado público masculino adolescente.

El Joker recordando a Barbara todo lo que le hizo sufrir.

¿En qué se diferencia este último caso de los otros? El trabajo de Alburquerque denigraba a un personaje femenino al que hemos definido por ser víctima de violencia machista. La editorial había optado por concederle la libertad de tomar su propio reino y la portada evocaba a esos tiempos más turbios. Es una falta de respeto y el artista lo comprendió.

Y, por ese motivo, los comicgaters están errados. Si la creación que nos precedió hicieron las cosas mal reflejando una sociedad que tuvo unas dicotomías muy discutibles y discutidas. El mantenimiento de esto no se trata de mantener la posibilidad de poder contar las historias que una serie de autores obsoletos quieren contar. Esa es la fachada. Detrás de todo esto, hay una búsqueda de mantenimiento de poder basado en la opresión que ellos han interpretado como el funcionamiento habitual y normal de la sociedad. Pero el zeitgeist es otro y se sienten intimidados y sobrepasados por estos cambios sociales, como tantas otras civilizaciones extinguidas por otras más avanzadas.

Curiosamente, quienes más abogan por poner palos en las ruedas cuando la ficción les pone en el punto de mira son aquellos que apoyan cuando la mirilla se dirige a su adversario ideológico. Por tanto, ¿Estarían legitimados para poder posicionarse en un punto u otro?

Hay una célebre cita presente en una obra maestra de Woody Allen Crímenes y faltas: “comedia es igual a tragedia más tiempo”, aunque su autoría es atribuida a más de un autor. Este diálogo ilustra a la perfección una problemática respecto a hasta qué punto debe la ficción hacer hincapié en el dolor presente el mismo instante que se produce dentro de una realidad. Los desgastados y esquivos límites de la libertad de expresión y en qué punto se debe poner el alambre de espino, por tanto, no dependen exclusivamente del emisor. Ningún acto comunicativo está completo hasta que el receptor al que se destina el mensaje, lo capta e integra en su intelecto. Para eso es necesario unos canales comunes y, con ello, si se quiere que sea una transmisión natural y fluida, es necesaria que sea entre iguales. Y la sociedad ha sido muchas cosas y ha tenido diversidad de sistemas estructurales, pero pocos (o ninguno) ha habido con el objetivo último de establecer un mundo más equilibrado.

Curiosamente, quienes más abogan por poner palos en las ruedas cuando la ficción les pone en el punto de mira son aquellos que apoyan cuando la mirilla se dirige a su adversario ideológico. Por tanto, ¿Estarían legitimados para poder posicionarse en un punto u otro?

Sigue habiendo censura en todos los países. Impuesta o autoimpuesta. Por no atentar contra los patrocinadores, por no querer cuestionar el estatus quo o, simplemente, por miedo o no querer meterse en camisas de once varas. El mundo prefiere mentiras cómodas a la cruda realidad. Y eso es un claro síntoma de cómo la ficción es un refugio que salva vidas y, por ese motivo, la realidad solo debe servir para nutrirla. Si tuviésemos un mundo utópico, la ficción sería la cosa más irrelevante e inocua.

La libertad de expresión, concluyendo, es una libertad que hay que conquistar. Pero también exige cierta responsabilidad puesto, que, si no, no lo sería. Con ello, un discurso no debe amoldarse más que a los principios éticos y estéticos de cada creador y el receptor tiene todo el derecho a reaccionar a ellos, pero jamás debe tener el poder de censurar. Ahora bien, eso no es una carta blanca para que el emisor hable en un código comunicacional dañino y tóxico. Al menos, no, sin asumir las consecuencias de ello. Los mensajes tienen efectos. Y está bien que nos desafían y nos hagan reflexionar o, incluso, que nos produzcan sensaciones profundas y extremas. Si no, cualquier acto comunicativo carece de valor. Pero si insultar o hacer daño al emisor, no eres un creador. Solo eres un abusón egoísta que quiere llamar la atención a costa de los demás, por contradictorio que suene. Es una frontera invisible. Como la de la amistad y del amor romántico. Solo hay que tener la sensibilidad necesaria para prestar atención. Tampoco es tan difícil.

Tal y como escribió Warren Ellis en la serie hermana de The Authority, Planetary: 

«- Es un mundo extraño.

– Mantengámoslo así».

Planetary. Warren Ellis.