Palabra de editor 35 – El cordón sanitario de las viñetas

Palabra de Editor es la columna de opinión de Pedro F. Medina (@Studio_Kat), Editor Jefe, responsable de licencias y redes sociales de Fandogamia y periodista con una faceta nada oculta de showman en los eventos de cómic y manga.

De un tiempo a esta parte se habla mucho de la la “cultura de la cancelación”, un eufemismo que podría esconder las palabras “cerrarle el grifo a quienes fomentan comportamientos tóxicos”. La cosa viene a ser identificar a aquellos creadores de contenido cultural que tienen muestras públicas reprochables, y manifestar que no se piensa seguir consumiendo su producción. Os copio una cosa que me he encontrado en la Wikipedia y que no pienso contrastar pero que me viene al pelo: Lisa Nakamura de la Universidad de Míchigan describe esta cultura como «un acuerdo para no amplificar, publicitar ni dar apoyo económico», lo cual relaciona con la economía de la atención, concluyendo que «cuando privas a alguien de tu atención, le privas de su modo de ganarse la vida». 

No trates de apuntar la contradicción, porque no existe: ser tolerante no implica tener que aguantarlo todo en esta vida. La cuestión aquí es esa exposición pública de ideas y la reflexión subsiguiente de “yo con mi dinero no quiero apoyar estas actitudes”. Más allá de las necesidades básicas (sobrevivir) hasta ahora cada uno destinaba sus dineros de ocio y crecimiento personal en lo que daba la gana DE FORMA PRIVADA, pero la democratización (de alguna manera) de la comunicación, las redes sociales y el consumismo (y lo de hacerse selfies hasta para ir a cagar) hace que estas barreras individuales cobren fuerza colectiva. Ahora hay quienes sienten el respaldo comunitario de sus convicciones… que a veces, cuando el tapón que lo sostenía todo de forma invisible estalla irremediablemente, cogen forma de turba. 

Tenemos un buen capazo de ejemplos: desde el boicot al festival Celsius por invitar a Orson Scott Card (prolífico escritor de ci-fi y/pero financiador de campañas contra los derechos de las personas homosexuales) a la repulsa general hacia Warren Ellis en 2020 tras los testimonios de más de treinta y cinco mujeres por conducta inapropiada y abuso de poder. Una de las campañas de rechazo más recientes, que nos toca especialmente por proximidad, ha sido protagonizadas por Juanjo Guarnido, ilustrador de la aclamada Blacksad, por su apoyo a un popular youtuber antifeminista a través de una ilustración y post en Instagram. También tuvo que lidiar con algo parecido la plataforma de distribución digital Lektu, que tras varias respuestas salidas de tono y comentarios desafortunados en Facebook anunció la paralización de su actividad ante la respuesta airada de autoras y autoras. O la visibilidad (para mal) y polémica sobre algunos gags presentes en el álbum de Mortadelo y Filemón Tokyo 2020, que ponían una vez más de manifiesto la escasa actualización en el repertorio humorístico de su creador Francisco Ibáñez, con estereotipos racistas o cayendo directamente en la misoginia.

La eterna lucha entre la separación autor/obra. En este último caso podríamos contextualizar los chistes como frecuentes en el cómic de comedia de mediados del siglo XX, sujetos a los usos y costumbres de aquella sociedad (la nuestra, pero todavía más rancia), normalizados en aquel momento. Al proponer como Premio Princesa de Asturias a su autor lo hacemos entendiendo su carrera como un todo y valorando su incontestable aporte a las viñetas españolas, pero conociendo también su trayectoria actual o la persistencia en sus declaraciones como “equipo de una sola persona” y su desprecio al reconocimiento de tantos otros creadores que contribuyeron a su éxito. Y esto sin entrar en otros tejemanejes, que nos quieren vender como propios de aquella escuela Bruguera, como lo de fusilar ambientaciones, personajes y viñetas de los maestros de la BD francesa y hacerlos pasar por propios. En el otro extremo de la balanza tenemos a un JAN publicando en la actualidad álbumes de Superlópez que, aunque no cuenten con el beneplácito de toda su audiencia, que ha mamado álbumes que fueron gloriosos en sus primeras etapas, siguen siendo a día de hoy un alarde de valores positivos. 

¡Pero atención! Como en cualquier otra polarización, unas puertas echan el cierre pero otras cuantas se abren. Lo mismito le pasó a Placido Domingo, a quien se recibe con ovaciones cerradas de varios minutos en determinados espacios, incluso tras haber sido señalado como acosador por veinte mujeres del sector musical a lo largo de varias décadas. Hay un público que expresa su disconformidad con esos valores, y hay otro tanto que lo apoya o le resta importancia, respaldo económico inclusive (para aplaudir hay que pagar entrada). Cuando un autor de El Jueves recibe decenas de críticas y amenazas por sus posturas políticas reaparecen los bandos, a favor y en contra, ¿las dos Españas?, rebosando las redes con sus posturas, nunca más voy a comprar esa revista (¿alguna vez lo hiciste?), hay que defender la libertad de expresión, no hay huevos a dibujar a Mahoma. Y casi peor que la cancelación es el propio miedo a las repercusiones de la cancelación, que lleva a situaciones rocambolescas como un James Gunn despedido de Marvel Studios por varios tuits pasadísimos de rosca (¡hace como diez años!) y recontratado por clamor popular. A lo mejor la cosa va de que los fans por fin tienen una voz y sus opiniones importan. Oh, vaya. 

Esto de la cultura de la cancelación no se practica de forma exclusiva por la izquierda o los defensores de los valores progresistas, como tratan de señalizar determinados perfiles ideológicos. En realidad, el uso de este neologismo forma parte de un discurso desde posiciones privilegiadas para poder seguir diciendo lo que les de la gana sin perder crédito económico, porque históricamente al poder le cuesta recibir un “no” por respuesta y siempre le resulta fácil deslegitimar económicamente a profesionales o colectivos oponentes: le basta con no contratar o invitar a sus medios afines. Es una herramienta política, como prescindir de determinados periodistas en una rueda de prensa o ningunear a un adversario. Esta cancel culture es el contrapoder. Es la gente diciendo “por aquí no paso”, manifestando su parecer, para bien o para mal.  

Es complicado caer bien a todo el mundo. Es difícil ser humano sin cometer errores, aunque deberíamos tratar de ser consecuentes con nuestro pasado y futuro. Creo que la mejor forma de hacerlo es tratar de alcanzar la mejor versión de nosotros mismos, una y otra vez. Cuando gasté aquella broma abriendo una cuenta en Twitter de “Otra de Manga”, haciéndome pasar por una nueva editorial en un momento en el que otras dos anunciaron su existencia a través de Twitter sin mucho más detalle, sabía que me jugaba el odio de una parte del público lector, pero también que encontraría a personas afines que nos entenderían y que se subirían al carro. Marc Bernabé llegó a abrir una encuesta sobre si nos habíamos pasado de la raya: la cosa quedó en un 50/50 bastante apurado (puede que la opción “los de Fandogamia son unos capullos” estuviera un par de puntos por encima, pero dejadme tener un recuerdo romántico de aquello). Del mismo modo, publicando tebeos como “Ser fascista está mal”, “Mi experiencia lesbiana con la soledad” o “La novia era un chico” también tengo visos de ser señalado por una parte del público como un elemento disruptor, un provocador, un enemigo. 

Pues nada. Aquí os espero, cancellers. 

El tipo de control al que usted aspira no es de ningún modo posible. Si algo nos ha enseñado la historia de la evolución es que la vida no puede contenerse. La vida se libera, se extiende a través de nuevos territorios y rompe las barreras dolorosamente, incluso peligrosamente… pero así es”. (Ian Malcolm, Jurassic Park).