Se les da demasiada poca importancia a los cuentos infantiles. Son relatos que, en buena medida forja la identidad de cualquier persona que haya conocido a estas narraciones y configuran el acervo cultural de los distintos territorios. Normalmente tienden a ser de género fantasía y suelen manejarse en abstractos imaginativos puesto que es la manera más eficaz de lograr la atención de los pequeños. Pero lo más importante es que no dejan de ser una serie de historias con vocación moralizante.
Por ese motivo, cuando se juega a dar la vuelta la maquinaria y se convierten las piezas que antes eran amables e infantiles, en algo ácido, perverso y negro, el lector siente una reacción inmediata. Puede que sea muy favorable o muy negativa. Eso depende, como viene siendo habitual, de la intención detrás de los creadores que están reconstruyendo el género. Hay muchos posibles acercamientos. Y luego está I Hate Fairyland, una obra inclasificable que no se parece a ninguna otra y es de las que es prácticamente imposible que pueda disgustar.
Skottie Young es uno de los artistas que arrastran una gran cantidad de seguidores que se ha ganado a pulso. Un currante que llevaba unos cuantos años en el cómic mainstream superheroico hasta que descubrió a los bebés marvelitas. Desde entonces, ha ido labrándose una fanbase bastante cuantiosa que han convertido su nombre en una marca por sí misma. Una que no ha dejado de crecer gracias a I Hate Fairyland, el proyecto indie donde demostró sus capacidades narrativas.
La protagonista es Gert, una mujer hecha y derecha de cuarenta años que queda atrapada en el cuerpo de una adorable niña de 6 años. Como es lógico, es algo tremendamente frustrante… Pero lo es más si estás atrapado en un reino de fantasía de cuento de hadas que odias profundamente. Es como una Alicia en el País de las Maravillas que no quiere estar ahí pero que no puede salir. ¿Solución? Cargarse todo lo que se mueve.
Esta premisa ya tiene comedia en su base y es un concepto que no deja de ir a más. Young, inteligentemente, sabe imprimir a estas páginas de un ritmo muy ágil que hace que el lector se enganche instantáneamente. Pero lo que finalmente hace que se gane tu corazón es el más que obvio aspecto referencial y metalingüístico. Hay un placer en esta lectura que nace de dar otra vuelta de tuerca a ese tipo de relatos y Young siempre consigue dar con las teclas adecuadas.
Es un cómic muy violento, pero la violencia siempre se presenta de una manera estilizada de tal modo que no resulta desagradable. A pesar de jugar con conceptos y escenas desenfrenadas, siempre se hace de tal modo que, por impactante que pueda llegar a ser, el lector siempre entiende de lo que se trata. A ello contribuye un tono muy definido. No deja de ir a más y cuando parece que se ha agotado, sigue dando ideas portentosas.
En la ligereza de este proyecto reside su indiscutible encanto. El carisma de los personajes son los que mueve toda la obra. La historia pasa a un segundo plano en favor de ser una suma de situaciones muy creativas, graciosas y divertidas en las que el lector se ve atrapado y riéndose a carcajadas. Esa parece haber sido la intención. Y a veces son necesarias estas obras que desengrasan y logran que, por un momento, uno se olvide de los problemas que tiene que afrontar.
Conseguir que el humor de carcajada y de gag funcione en un cómic siempre es complicado. Hacerlo de forma momentánea ya es un logro. Pero hacer que eso sea la seña de identidad de una serie de larga duración como es este caso y que en ningún momento pierda fuerza, es muy impactante. Y hacerlo de una forma tan humilde y aparentemente sencilla es cuanto menos, meritorio.
I Hate Fairyland proporciona todo lo que promete su premisa y, si el lector está dispuesto a dejarse llevar con todo, encontrará mucho más de lo que cabría esperar. No es el guion con más capas, pero sí que es muy difícil que este proyecto no despierte alguna reacción. Hay muchas sorpresas, escenas que salpican y, sobre todo, un vigor y un entusiasmo más que palpable.
Skottie Young es seguramente el artista más eléctrico que actualmente hay en activo. No tanto por ser alguien particularmente interesado en la depuración y en la experimentación de la forma, si no por ser capaz de crear diseños muy cinéticos, icónicos, memorables y por alcanzar cierta suciedad desde un trazo considerablemente limpio. Es un artista que ha pasado por una evolución más que palpable y ha conseguido un espacio en el que está cómodo subvirtiendo determinados personajes y mitos infantiles.
Con ello, su máxima expresión artística, seguramente, sea este I Hate Fairyland (con perdón de sus bebes marvelitas). Se nota que la libertad de la que ha gozado y eso se transmite en el evidente cariño que ha puesto en todas y cada una de las páginas. Se percibe un nivel de detalle que da credibilidad a este fantasioso y personalísimo mundo. Los diseños, como viene siendo habitual, es el punto fuerte de este proyecto y es que es muy fácil quedarse con las imágenes y con todos y cada uno de los personajes. Todo entra por los ojos de una manera tan absolutamente apabullante que es imposible que el lector no responda a los impulsos con una sonrisa cómplice.
Panini Cómics publica ahora la esperadísima cuarta entrega tras varios años de lapso desde la última que se puso a la venta. Se trata de un momento especial, por lo ansiado que ha sido. Cabe esperar, por tanto, una linealidad respecto al formato empleado en los anteriores tomos.
Hay mejores obras en el mercado que I Hate Fairyland, pero lo que sí se puede asegurar es que no te lo vas a pasar mejor con ninguna de las que puedas encontrar en las baldas ahora mismo. Es un cómic que es muy difícil que no encante a cualquiera que tenga un mínimo de cultura de cuentos infantiles. Skottie Young en su salsa y con unas clarísimas ganas de divertir y divertirse. Una completa delicia.
Título: I Hate Fairyland |
Guion y Dibujo: Skottie Young |
Color: Jean-Francios Beaulieu |
Editorial: Panini Cómics |
Edición original: Image Comics |
Formato: Cartoné, 120 páginas a color |
Precio: 18,00€ |