Se dan por hecho algunas cosas que no deberían darse con tanta facilidad. ¿Hasta qué punto se es verdadera consciente del control que tienen las corporaciones en nuestras vidas? Uno que, además, se le otorga voluntariamente y sin poner muchos peros al asunto. Solo vale con una pequeña transacción o que se acuerden unos derechos o condiciones sin que haya ningún poder de negociación. O se pasa por el aro o se está fuera. Y no solo fuera de poder comprar, si no que el mundo es cada vez dependiente de la tecnología. Así que no queda más remedio que firmar o no existir. Y eso es verdaderamente perturbador.
Los Años de Internet nace con la pretensión de hacer que el lector se pregunte algunas cosas tanto del presente como del futuro con respecto a la relación de la humanidad con la tecnología. Eso significa, por tanto, que es un proyecto de una gran ambición. Es de esos que, si se le presta la atención, puede hacer algunos pequeños cambios que hagan una bola de nieve.
Y se ha desarrollado desde una experiencia personal y eso se nota en la veracidad que se aprecia en todo momento. No en vano, el escritor detrás de este proyecto es Damian Bradfield. Seguramente el nombre no resulte demasiado familiar, pero sí que lo resultará WeTransfer, plataforma de la que es creador. No es habitual ver una mente de este tipo adentrarse en el cómic y menos aún tratar estas cuestiones de una forma tan honesta. Y, desde luego, si hay alguien cualificado para sacar las vergüenzas de cualquier cosa es quien mejor las conoce. Así que mejor será hacerle caso.
Al igual que Black Mirror, emplea un formato antológico en un aparente universo interconectado. Cada historia trata de estudiar algunos de los síntomas que hay nada más encender el ordenador: el acoso al que las empresas someten a sus clientes, la unificación de los servicios en un mismo paquete, la deshumanización que produce el consumismo, la imposibilidad de vivir alejado de la tecnología… Lo que casa todas las historias cortas es que todas ellas nacen de una única perspectiva, con lo que hay un mood y un posicionamiento vital crítico en los distintos temas más que palpable.
A pesar de que esta obra está escrita desde cierto cinismo y fatalismo, el lector percibe más una descripción de cuestiones que no funcionan que algo sin solución. Para ello, opta por soluciones verdaderamente creativas como, por ejemplo, la traslación de la persecución comercial a un entorno físico. Si en un entorno es claramente abusivo, ¿por qué se sacrifican esos mismos derechos en internet?
Al ser historias cortas, no hay un solo momento para el aburrimiento. Con mayor o menor acierto, todas resultan estimulantes en la medida en la que plantean escenarios cotidianos extremados o símiles que aportan frescura. Cualquiera que tenga interés en las distopías y/o conozca los peligros que puede contraer internet, no encontrará nada nuevo. Pero sí que se sorprenderá por la manera de reformular las cosas para que sigan siendo frescas.
Los Años de Internet es un proyecto que tiene un empeño clarísimo en ser una llamada de atención. No una condescendiente, si no que se nota que ha habido una profunda reflexión detrás de ella. Y se nota que nace de la necesidad de compartir ideas y temores antes de que sea demasiado tarde.
El arte de David Sánchez es tan sólido como siempre lo ha sido. Es un artista con una línea muy clara que ya tiene algo de experiencia en contar relatos surrealistas (¿o son ultrarrealistas?) con un fuerte componente filosófico y distópico. En sus obras más personales tiende a una abstracción más extrema que aquí. Pero mantiene un estilo muy claro, muy directo y muy pop. Es uno de esos artistas de los que se ve una ilustración y ya se reconoce.
Aquí consigue imprimir un clasicismo y un juego iconográfico que no era algo que hubiese caracterizado su trabajo previo. Además, se aprecia un esfuerzo en probar cosas nuevas y en darle otro ritmo a las escenas. Además, es alguien que consigue generar atmosferas malsanas con una inusitada facilidad, sin necesidad de imponer artificios. Es alguien que imprime colores cálidos y muy vivos a sus proyectos, a la vez que transmite una frialdad muy peculiar. También es alguien en el que se nota una búsqueda de cierto perfeccionismo a la hora de plantear algunos juegos compositivos y en emplear dramáticamente los recursos del cómic. Además, desde un minimalismo, sus viñetas guardan multitud de detalles que vale la pena pararse a estudiar. Es una de las voces más respetadas de este medio y esta obra vuelve a demostrar por qué.
Es de las pocas ocasiones en las que ha trabajado en un guion ajeno y demuestra que se adapta a él y consigue sentirlo como suyo. Desgraciadamente, no es un dibujante que tenga una gran periodicidad de publicación de obras completas, con lo que cualquier retorno suyo a este medio es algo de agradecer. Y más si sigue manteniendo un nivel como este.
El tomo de Astiberri presenta una calidad habitual. Es de una lectura muy manejable y tiene un formato perfecto para apreciar el arte. Sin embargo, no contiene extras, más allá de las breves biografías de los autores.
Los Años de Internet no es un grito catastrofista. Detrás de su amargura, guarda algo de esperanza. De todos depende formar las sociedades y las redes en las que nos gustaría existir. Ahora depende de todos los lectores.