Carlos Giménez celebra su 80 aniversario con El Inmortal

A sus ochenta años, Carlos Giménez sigue manteniendo una energía incansable y un compromiso total con aquello a lo que ha dedicado casi toda su vida: escribir y dibujar tebeos. Lejos del mundanal ruido por decisión propia, el autor lleva años centrado en su trabajo, refugiado en su casa/estudio y, en general, felizmente ajeno a las exigencias de nuestra época, canalizando su tiempo y energías hacia lo que verdaderamente le apetece, que es seguir contando historias mientras la cabeza y la mano se lo pidan. Su contrato con Penguin Libros permite, por una parte, que su catálogo de obras esté disponible de manera continuada y sencilla y, por otra, que el autor, verdadera leyenda de la historieta española, disfrute de una tranquilidad económica tan merecida como necesaria.

A estas alturas, Carlos Giménez se ha ganado de sobra el derecho a hacer las obras que le apetezcan sin pensar demasiado en ganar nuevos lectores ni pensar por el veredicto de la crítica. Quizás esto último tampoco le haya preocupado demasiado nunca.  El autor de «Paracuellos» o «Los Profesionales», en ese momento de la vida en el que uno es consciente de que los días que quedan por delante son menos de los que se han dejado atrás, ha elegido de manera inteligente plegarse únicamente a su propio interés y disfrute. Si la libertad creativa debería ser un valor irrenunciable en cualquier caso, pocos como Giménez se la han ganado tanto a fuerza de aportar obras fundamentales a la historieta española.


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Abordar la obra actual de Carlos Giménez sin tener en cuenta todo esto no solo sería injusto, sino que también supondría incurrir en un ejercicio de análisis incompleto y, en cierto modo, prejuicioso. En la actual producción del maestro madrileño, podemos diferenciar las obras de tinte autobiográfico como «Canción de Navidad» o «Mi amigo Luis», la recuperación crepuscular de algunos de sus personajes más celebrados como Dani Futuro o Gringo en «Mientras el mundo agoniza» o «Punto final» y, por último, una especie de obras en las que se analiza la actualidad desde un prisma fantástico, como fueron «El Discriminador» y pretende ahora este «El Inmortal».

A la hora de mostrar su visión de este siglo XXI, Carlos Giménez no intenta convencer a nadie ni, por lo tanto, se preocupa del efecto que puedan tener sus reflexiones disfrazadas de episodios de La Dimensión Desconocida. En realidad, está bastante claro que el autor se encuentra perfectamente cómodo en el modo de vida que ha elegido y eso hace que, en conjunto, el siglo XXI que nos muestra Giménez sea, en realidad, muy poco siglo XXI.

 



Allá donde Daniel Torres construyó y mantiene un retrofuturo de glamour y gótico de pistola de rayos, el de Carlos Giménez parece haber hecho lo propio de manera involuntaria, mostrándonos cómo sería un futuro en el que la España de los setenta y ochenta, quizás la última que el autor vivió de manera intensa y activa, se han perpetuado en lo estético y lo social. A través de un protagonista a quien se le concede el don de la inmortalidad que visita brevemente el futuro para ver lo que le espera, Giménez salta de un presente viejuno a un futuro igualmente viejuno sin solución de continuidad. Con el lastre de dibujar un presente y un futuro a partir de un pasado tan poco futurista, el autor dibuja una parábola que juega a hiperbolizar algunos de los tics y lugares comunes de la sociedad actual, haciendo uso de una suerte de ciencia-ficción con aroma a desarrollismo. El método de situar la evolución de problemas de hoy en un mañana fantástico fue un recurso utilizado con éxito por la ciencia-ficción clásica que, en la actualidad, tiene como mayor pega que aquel lejano siglo XXI que se planteaba en ellas es el que nosotros vivimos hoy, y la visión de las obras de los 50 y 60 resulta mayoritariamente camp y acartonada a ojos del lector actual. «El Inmortal» no escapa a ese problema.

Como ocurre en algunas de sus obras más especulativas, el dibujante madrileño ha sustituido en «El Inmortal» el genio por oficio. Y aunque el oficio de un genio como Giménez es más de lo que muchos autores lograrán en toda su carrera, el autor de «Paracuellos» resulta, por comparación íntima, su peor enemigo de cara al lector que ha seguido su trayectoria. «El Inmortal» es un encomiable trabajo de compromiso personal con un modo de vida y unos valores, un peldaño más en una vida excepcional vivida por y para el cómic. También es un ejercicio glorioso de reconocimiento propio y de libertad creativa para alguien que sabe lo que es pasarlo mal, muy mal y fatal. Es muy posible que, aun respetando todo esto, quienes estamos al otro lado, pasando páginas y recorriendo viñetas de «El Inmortal», encontremos poco consuelo más allá de recordar lo importante que es para su autor seguir haciendo cómics.