Nadie sabe nada. Y lo atractivo que tiene el pensamiento conspiranoico es que te hacen creer que tienen respuestas. Es una mentira que trata de poner orden al caos.
Son tiempos de incertidumbre y eso alimenta la necesidad de que las personas tengan las cosas claras. Y esa es la principal explicación de que se haya producido un reflote de ese tipo de pensamiento. Y, como no puede ser de otra manera, una pandemia (de la cual todavía no hay origen oficial) ha contribuido a ello.
Sin embargo, la ficción parece que se ha quedado un poco atrás en ese sentido. Resulta curioso que no haya tantas obras que estudien estos fenómenos tan presentes en la realidad cuando estos están más en boga de lo que lo estaban en décadas precedentes. Por el contrario, en muchas ocasiones, esta parece optar por mirar a otro lado y lanzar productos de corte intimista y sentimental, revisionista hacia el pasado o de evasión.
Por ese motivo El Departamento de la Verdad se percibe como algo fresco. Es un tipo de historias relevantes y necesarias que hacía mucho tiempo que no llegaban con tanta fuerza (siendo algunas de las mejores obras de Jonathan Hickman lo que más se puede llegar a parecer). Es todo un golpe en la mesa que reivindica un nihilismo en el que la verdad como tal, de existir, es una mentira construida en beneficio de los de siempre.
James Tynion IV parece haber escrito desde la rabia causada por los cambios a peor que está experimentando una sociedad cada vez más polarizada y absurda. Uno que ha observado con impotencia una presidencia como la de Donald Trump y que entiende perfectamente que esto no es algo que haya salido de la nada.
Toda esa frustración está en cada recoveco de esta obra. Está en una serie de personajes que no son más que meros burócratas que manipulan la verdad en favor de unos entes superiores un tanto abstractos.
El protagonista de esta propuesta es un Colin Turner, un funcionario obsesionado con las teorías de la conspiración. Su vida se ve alterada en el momento en el que es alistado en el Departamento de la Verdad, una rama secreta del gobierno que se dedica a establecer lo que es o no la realidad, tratando de eliminar las teorías potencialmente dañinas.
Algunas de las referencias más claras para este proyecto se puede ver en series como Expediente X o, incluso, Men in Black. Aunque lo cierto es que la mayor inspiración para esta historia proviene de una realidad que resulta más incomprensible que la más bizarra de las ficciones.
Y esta, claramente, va en esa línea. Se atreve a abrazar la extrañeza con un componente estético que, de tenebrista, roza la lisérgica irrealidad. Es una serie de despachos con ciertas abstracciones que la enriquecen y le dan matices. Hay un claro objetivo de llamar la atención. Y, desde luego, jamás habría cabido esperar que viniera de un autor, a priori, tan alejado del compromiso ideológico y político.
Pero si algo parece haberse querido establecer aquí es la naturaleza esquiva que tiene la verdad. Ese es el tema central que impacta a todos y cada uno de los personaje y a los giros. Tras cada revelación que tienen, siempre hay más preguntas que derrumban todo aquello en lo que creían. Y es un círculo del que no parece haber final. Por tanto, no se quiere aportar una solución a los conflictos de nadie, pero sí que se quiere que el público sea consciente de ellos. Es un paso.
El arte de Martin Simmonds bebe de forma más que explícita del mejor Sienkiewicz (como si hubiera Sinekiewicz malo, por otra parte). El autor sigue fiel a su peculiar estilo, pero se nota una mayor depuración en las formas. Es un proyecto que pide a gritos una determinada versatilidad y una capacidad de generar una imaginería absolutamente surrealista y malsana.
Y se aprecia un claro esfuerzo por estar a la altura de la ambición del proyecto. Eso se traduce en ser capaz de dar con soluciones imaginativas y terroríficas. Pero, por encima de ello, si destaca en algo el dibujo es que hay una falta de realismo que hace todo resulte muy perturbador. La atmosfera es lo que hace que este cómic en particular funcionase o, por el contrario, se quedase en un ejercicio de pretenciosidad aburrida. El arte insufla un poder evocador más que patente. También resulta particularmente destacable el hecho de ser capaz de mantener un nivel de experimentación que no satura.
El tomo de Norma Editorial incluye la biografía de los autores y todas las portadas de los números recopilados entre otros extras.
El Departamento de la Verdad recuerda al lector que debe de mirar más allá, por peligroso que pueda resultar. Y viene de un medio caracterizado por, precisamente, la exigencia al lector: este debe completar los vacíos. Una obra que habla del ahora pero que, a la vez, tiene toda la pinta de que va a ser atemporal. Porque hacía tiempo desde que un cómic estadounidense se atreviese a lanzar una mirada similar a su propio sistema. Ojalá no tarden en llegar más.