Quizá por su condición de artista casi total, que le ha llevado a prodigarse por todo tipo de formatos y géneros durante cerca de cuatro décadas, no resulta tan conocida para el gran público la obra de Neil Gaiman en el campo del relato corto; un género literario que reivindica con pasión y al que siempre acaba volviendo como vía de escape creativo. Gaiman concibe los cuentos como banco de pruebas para experimentos formales y estilísticos, con los que reinventa y derriba tropos de la ciencia ficción, los cuentos de hadas y el terror. Como reza la introducción de Material sensible, una de sus más conocidas antologías, el artista nacido en Portchester llega a considerar este tipo de relatos cortos como una de las “composiciones más puras y perfectas que puede crear un ser humano”.
Dada la fecunda relación de Gaiman con formatos y proyectos televisivos en los últimos años, a nadie le sorprendió que el autor diera luz verde en 2016 a la adaptación televisiva de cuatro de sus cuentos, que se estrenaron en formato de miniserie con el título genérico de Neil Gaiman´s Likely Stories. La buena acogida del proyecto permitió que este tuviese una segunda vida en forma de novela gráfica publicada dos años después por Dark Horse, y que llega ahora a España bajo el paraguas de Planeta Cómic.
El responsable de la adaptación gráfica de estos cuatro cuentos cortos, que ya habían aparecido en antologías como Humo y espejos y Objetos frágiles, no es otro que Mark Buckingham, sospechoso habitual de Gaiman durante más de treinta años e historia viva del cómic, cuyos trabajos para el sello Vertigo Comics o Marvel conviene descubrir y/o revisitar más allá de su deslumbrante labor gráfica en Fábulas. Para la ocasión, Buckingham ha optado por prescindir de las adaptaciones televisivas pergeñadas por Iain Forsyth y Jane Pollard, centrándose en el material original de Gaiman, y lo hace emulando el modus operandi de la productora cinematográfica británica Amicus, famosa durante la década de los sesenta y setenta por sus películas de terror en formato episódico. Al igual que en aquellas producciones, vertebradas por un nexo común que unificaba las historias y emparentaba a los personajes, Buckingham se saca de la manga el misterioso club nocturno Diógenes, donde se desarrolla el prólogo y epílogo de esta antología, y que sirve de punto de encuentro habitual de una serie de extravagantes personajes que relatan sus desdichas a un narrador que siempre aparece fuera de plano, para potenciar la inmersión narrativa del lector.
Gaiman y Buckingham aprovecharon en su momento las enormes posibilidades expresivas del relato corto en Miracleman. La edad de oro, el maravilloso arco en el que se permitieron todo tipo de caprichos estilísticos. Quizá por ello sorprende notablemente que en Historias probables se privilegie el fondo sobre la forma, con un Buckingham autocontenido y entregado a lograr la máxima fidelidad al relato sin permitirse más licencias artísticas de las debidas. A lo largo de las ochenta páginas de la breve antología se suceden abigarradas páginas que llegan a concentrar 16 viñetas, distribuidas en tiras de cuatro por cuatro, en las que bustos parlantes, en ocasiones sobre fondos vacíos parecen luchar por no acabar sepultados entre tanto bocadillo de texto. Esta verbosidad, que a veces amenaza con hacer encallar los relatos, afortunadamente se va haciendo afortunadamente más laxa en la segunda mitad de la antología.
Pero esta decisión estilística no empaña las virtudes de Historias probables, que resulta muy superior a su homólogo televisivo. Como en las producciones de la citada Amicus, el tándem Gaiman-Buckingham esquiva con elegancia la vertiente más gráfica y epidérmica del género del terror, apostando en su lugar por un tipo de horror sugerido y sutil, que emana a borbotones de las aterradoras confesiones de unos personajes consumidos por sus obsesiones, fantasmas y delirios. Así, Partes foráneas conjuga la imaginería gráfica de las enfermedades venéreas y mentales para trazar una hábil –y visionaria- metáfora sobre el miedo al otro, que viene a perturbar el orden establecido, la pérdida de control y la fobia a los vínculos físicos y emocionales, entendidos como forma de agresión. Alimentadores y alimentados, quizá la historia más canónica del lote y también la más explícita, es una malsana parábola sobre el canibalismo, el vampirismo y las relaciones de poder, mientras que Buscando a la chica se adentra en terrenos oníricos para rastrear la estela de una belleza inmortal e inaprehensible que lleva al delirio a los hombres desde tiempos remotos. El último de los relatos, Hora de cierre, comienza como una crónica coming-of-age de juventud para transformarse progresivamente en una asfixiante ficción sobre fantasmas y el peso de la culpa, con esa alusión expresa a las puertas del pasado que ya han desaparecido y que jamás podrán ser reabiertas. Como se nos advierte en el ingenioso epílogo, la lluvia y las primeras luces del alba llegarán para purificar los pecados y confesiones vertidas el día anterior en el Club Diógenes, y sobre las que, como avisa diligentemente el narrador, mejor no extenderse en detalles.
Buckingham no solo consigue dotar de un carácter unitario a unas ficciones aparentemente desconectadas entre sí, alternando trazo y paleta de colores en función de las derivas sórdidas o tragicómicas de las tramas. También logra capturar y destilar –y a veces amplificar- la imaginería enfermiza y mutante de Gaiman, recurriendo a expresivos primeros planos que tanto remiten a las desencajadas facciones de los personajes de los cómics de terror de la EC. Su empeño logra que el experimento creativo resulte convincente, aunque no logra solventar su problema de base: hemos visto brillar tanto con anterioridad a sus autores en trabajos conjuntos que, en comparación, Historias probables pueda defraudar las expectativas de los lectores versados en su obra.