A Warren Girard Ellis no le gustaría el título de este texto. Y es que, en 1991, el que más adelante sería uno de los guionistas más aclamados del cómic anglosajón, pensaba que el movimiento cyberpunk estaba muerto. Que esta tendencia dentro de la literatura de ciencia ficción había sido una moda que había pegado con fuerza durante los ochenta, pero que ya había quedado sobreexplotada y agotada hasta el hastío.
Ellis escribía por aquel entonces en Deadline, un magazine británico dedicado al rock en su vertiente más alternativa, que también prestaba atención al cómic, y en el que se incluían obras como Love & Rockets, Tank Girl o Flaming Carrot. De hecho, fue ahí donde Ellis probó con el medio por primera vez, publicando una historia corta de 6 páginas en 1990. En Deadline también estaba trabajando en un serial titulado Timulo el dibujante Matt Brooker, más conocido por su alias artístico D’Isreali (puesto en honor, o sorna, al primer ministro británico decimonónico de nombre Benjamin) que había ganado cierta notoriedad al ilustrar las entregas siete a doce del segundo volumen del Mister X creado por Dean Motter.

Por otra parte, otra revista inglesa, aún más relacionada con el cómic, Speakeasy (en la que se publicó el Maxwell the magic cat de Alan Moore o en la que Grant Morrison tenía una columna titulada Drive) estaba viviendo sus últimas horas, a pesar de su prestigio. Sus propietarios desde 1989, John Brown Publishing, no habían conseguido evitar que, quizás por el hecho de solo distribuirse a través de librería especializada mientras que la competencia del Comics International de Dez Skinn podía adquirirse además en cualquier kiosco, las ventas estuviesen en serio declive. De poco había servido que Eclipse Comics distribuyese Speakeasy también en Estados Unidos. Así pues, la editorial inglesa se lanzó a reformular esta revista, cancelándola e inmediatamente lanzando un heredero espiritual que captase la atención, interés y libras esterlinas del público. Stuart Greene, de Speakeasy, contactó con algunos autores de Deadline para que generasen contenido de cara a ese nuevo magazine, entre ellos, claro, con Warren Ellis y D’Isreali.
Ellis, afrontando el que sería su primer trabajo continuado en el medio, decidió crear un serial en el que le diese un revulsivo al cyberpunk y redefinirlo de cara a los años 90. Llamó a ese género que se había sacado de la manga “CF decadente”, y a la obra, y a su protagonista, Lazarus Churyard. Stuart Greene apostó por la idea, y ofreció a Ellis y D’Isreali un contrato mediante el que retendrían la propiedad intelectual de Lazarus Churchyard, un poco como marcaban las tendencias en aquellos años del cómic, más centradas en autores y alejadas del corporativismo editorial. D’Isreali, ya bastante consagrado dentro de un orden, declinó la oferta para que el debutante Ellis pudiese beneficiarse plenamente de este trato.
Y de ese modo, en junio de 1991 salió a la venta la revista BLAST!, que además de entrevistas a estrellas del rock, y reportajes que avanzaban próximos estrenos de películas de género, incluía en sus páginas una cuidada selección de cómic internacional: el Dog Boy de Charles Burn, el Torpedo de Bernet y Abulí, el Mr Monster de Michael T. Gilbert, el Concrete de Paul Chadwick, y entre todos ellos, el Lazarus Churchyard de Warren Ellis y D’Isreali. Visto con perspectiva, con tanto título y autor ilustre, no solo llama la atención lo notable de tener dichas obras serializadas en una misma revista, sino, además, el honor que debió ser para Ellis, prácticamente un desconocido entonces, figurar ahí al lado de tanto nombre ya consagrado.
La acción de A Virtual Kiss, el primer arco argumental protagonizado por Lazarus Churchyard, transcurre en el siglo 25, y nos presenta a un personaje que hace 400 años se sometió a un procedimiento experimental biónico en el que la mayor parte de su cuerpo fue sustituido por un material plástico inteligente evolutivo que es capaz de adaptarse y tomar la forma más adecuada en poco más de una décima de segundo. El Plasborging no ha podido replicarse satisfactoriamente en esos siglos que han pasado desde el XXI (aunque ya veremos que hay otros pocos sujetos que han sufrido procedimientos similares), y garantiza a Lazarus, además de la capacidad de que su cuerpo fluya cambiando a formas convenientes (ya sea defensivas o agresivas), una inmortalidad de la que él quiere deshacerse. Porque Lazarus, ante todo, quiere morir, pero nada, ni el paso del tiempo ni la violencia, puede acabar con él, así que vive sumido en una existencia decadente y ermitaña en Taitaa (la inmensa ciudad en la que se ha convertido la nación de Finlandia), consumiendo diversas drogas como parroquiano en el bar de su amigo Jim DeRaism.
Sin embargo, un ejecutivo de la empresa Isis-Tek (la cual posee la actual Gran Bretaña, llamada Savoy en ese futuro) le ofrece un trato: dice tener una nueva máquina que podrá acabar con su existencia. Pero para ello, debe acceder a una zona del DataSea (la versión de Ellis del ciberespacio) en la que está aislada la consciencia de una fallecida científica de su corporación que posee un secreto que se llevó a la tumba. Solo Lazarus puede sobrevivir al procedimiento de inmersión virtual que de algún modo ha sido llenado de trampas que han acabado con la vida de los veinte operadores que lo han intentado antes que él. Pero claro, siendo esto un relato ciberpunk (que Ellis me perdone), como mandan los cánones del género desde que William Gibson lo inaugurara en Neuromante, hay más de lo que parece y quizás quien contrata tiene más elementos en la agenda de lo que ha revelado al contratado.

Tras cerrar el arco de A Virtual Kiss, la siguiente historia publicada, autoconclusiva, se tituló Alraune, y en ella Lazarus conseguía la propiedad de un night club en Savoy, así como la alianza con una computadora sentiente rusa fabricada con carne que la anterior propietaria del local había tomado por un místico grimorio lovecraftiano con consciencia propia, al que había que ofrecer víctimas en sacrificio.
En Lazarus Churchyard, Ellis plasmó conceptos de ciencia ficción que hoy por hoy son bastante comunes, pero que para nada lo eran en 1991, haciendo del serial algo avanzado, arriesgado, vanguardista, en el que no se cortaba un pelo a la hora de ser nihilista, sórdido e irreverente. Desplegaba un profundo sentido de la maravilla ante conceptos de la más puntera ciencia hipotética (esos campos de microrobots que imitan a mariposas, que mediante ecuaciones de fractales coordinan sus aleteos para modificar al gusto las pautas del clima), y no olvidaba pillar al lector con la guardia baja de vez en cuando, ofreciendo momentos de caracterización enormemente profundos e íntimos de personajes que nos parecían totalmente enajenados y unidimensionales. Vamos, que la mayoría de sus señas de identidad como escritor ya estaban ahí presentes. El protagonista, con sus poderes, sus gafas de sol, y sus peripecias un tanto mamarrachas, tratadas con un sentido del humor psicotrónico, parecía ser una versión postmoderna (MUY postmoderna) del Plastic Man de Jack Cole, aunque está por confirmar que Ellis se viese siquiera inconscientemente influido por aquel mítico superhéroe de Quality, luego adquirido por DC Comics, cuando concibió al buen Lazarus.

Por su parte, D’Isreali, que hasta entonces principalmente se había estado ocupando tan solo del dibujo en blanco y negro de sus trabajos, ya que el serial es a color, decide explorar con las técnicas y los materiales, incorporando no solo pintura, sino cualquier cosa, incluyendo hasta yema de huevo. De hecho, hoy por hoy suele echarse unas risas mostrando su asombro ante lo improbable de que los originales de Lazarus Churchyard hayan aguantado tan bien, dada su variopinta composición.
Pero a pesar de la apabullante calidad y renombre de los contenidos de BLAST!, la revista no sobrevive a su año inaugural, y en diciembre de 1991, es cancelada con tan solo cinco entregas publicadas.
Con todo, no pasa demasiado tiempo sin que los fans de Lazarus Churchyard puedan volver a disfrutar de nuevas de sus historias. Y es que Kevin Eastman había abierto una filial en el Reino Unido de su editorial Tundra Publishing, y Dave Elliot, un antiguo colaborador de Deadline que se encargaba de la experiencia británica de Tundra, les ofrece a Ellis y D’Isreali continuar las aventuras del entrañable plasborg suicida en una serie propia. Y así, en 1992, se reeditaron las 40 páginas de A Virtual Kiss en el primer número de la colección Lazarus Churchyard.
En el segundo se reeditó Alraune, y se publicaron dos historias más dibujadas por D’Isreali: por un lado, Lucy, un escalofriante, sórdido y triste relato que aunaba el género de fantasmas infantiles con la CF Decadente de Ellis, de manera estremecedora. Y después Women, en la que Lazarus volvía a Taitaa tras cuatro años, pero lo acontecido anteriormente le perseguía. Y de paso, nos enterábamos de que, en el futuro, los retretes del baño tienen consciencia artificial propia. También se publicaron historias con artistas invitados de la talla de Duncan Fegredo, Gary Erskine, Garry Marshall, Steve Pugh y Phil Winslade.
Para la tercera entrega, conocimos un poco más del pasado de Lazarus gracias a la historia Inspector Sleep, en la que se nos contaba cómo en el año 2041, antes de someterse al proceso de Plasborging, nuestro protagonista era un traficante de armas que estafó y tuvo que liquidar a unos terroristas independentistas vascos. Y claro, la familia de éstos, 400 años después, al descubrir que Lazarus sigue vivo, despliega su venganza. Ah, también se nos advertía de los peligros de tratar de hablar en euskera si llevas cuatro siglos sin hacerlo. La falta de práctica puede llevar a que en lugar de lo que querías decir en un momento delicado, lo que salga de tus labios signifique “Mi ventajosa mangosta se masturba con abandono sobre el esqueleto de tu madre”.
Y lamentablemente, aquel tercer número fue el último de la colección de Lazarus Churchyard. Quizás tuvo que ver que Tundra Publishing colapsó el año siguiente tras enormes problemas económicos, inyectando cantidades ingentes de dinero en cómics que por uno u otro motivo no llegaron a ver la luz, y claro, su filial inglesa corrió igual suerte. Dave Elliott, que además de coordinar Tundra UK era el cofundador de Atomeka Press hizo posible, eso sí, que ésta editorial publicase ese mismo 1992 un tomo titulado Lazarus Churchyard: The Collection en el que se recopilaba todo el material del personaje, excepto la historia de Gary Erskine, y añadiendo otra dibujada por Woodrow Phoenix.

Y a pesar de que en el Reino Unido Lazarus Churchyard se había convertido en esos dos años en una obra de culto aclamada en medios generalistas como la revista musical NME o el programa de BBC Radio de máxima audiencia SELECT, aquello fue lo último que se supo del personaje durante casi una década.
La editora Marie Javins, responsable en Marvel /Epic de proyectos como Akira o Groo, mostró Lazarus Churchyard a sus superiores para que se interesasen por publicarlo en Estados Unidos. Y en su momento, se habló de una continuación que iba a ser titulada Fury Eyes. Pero nada de ello fructificó.
En medio Warren Ellis iniciaría su periplo como guionista trabajando para editoriales estadounidenses como Marvel, DC/Vertigo o Image/Wildstorm. En 1994, colaboró de nuevo con D’Isreali para 2099 Unlimited, y hacia el final del siglo XX, Ellis era la superestrella emergente del panorama, con obras como Planetary, Transmetropolitan o The Authority. El dibujante participó durante el resto de la década, entre otros muchos proyectos, en el Sandman de Neil Gaiman, o en títulos de Batman y el Juez Dredd. Pero sin duda, para principios de siglo XXI su nombre no era ni de lejos tan conocido como el de aquel guionista al que había cedido su parte de los derechos de propiedad intelectual de Lazarus Churchyard cuando comenzaba su carrera.
Ellis no había olvidado esto, y desde su nueva posición, con todas las editoriales dispuestas a publicar trabajos del guionista de moda, se decidió a reeditar Lazarus Churchyard reivindicando la figura de D’Isreali. Y así, en 2001, en norteamérica Image Comics lanzó un tomo titulado Lazarus Churchyard: The Final Cut, mientras que, en el Reino Unido, la revista Judge Dredd Megazine serializó ese mismo material. En ambos casos, la recopilación se limitaba estrictamente a lo dibujado por D’Isreali, dejando fuera las historias puntuales de Erskine, Fegredo, Pugh, Winslade Marshall y Phoenix. Ellis explicaba en la introducción de The Final Cut que, por supuesto que agradecía la colaboración de esos artistas, pero que, si esto era una recopilación quintaesencial de Lazarus Churchyard, solo podía contener dibujos de quien para él era quien verdaderamente lo había definido gráficamente. Además, se incluyó una nueva historia con el personaje titulada Finality, en la que ambos autores volvieron a trabajar juntos con el personaje para despedirse de él.
En ella, ubicada en Islandia 30 años después de su última aventura, Lazarus le contaba a una chica llamada Ali la historia de cómo se conocieron sus padres siglos atrás y en qué circunstancias le concibieron. Y con este desgarrador, violento y taciturno relato, entendimos mejor a Lazarus y los miedos que heredaba, que encajaban perfectamente con lo que sabíamos de él. Y aunque no es que el plasborg muriese y se pudiesen continuar perfectamente desde ahí sus andanzas si se desease, lo cierto es que no podía haber un mejor punto para decirle adiós definitivamente de una manera tan bella como triste.
Lazarus Churchyard es un cómic que tiene sus valores intrínsecos, y son abundantes, pero cuyo interés principalmente radica sin duda en ver esos primeros pasos de una de las más celebradas personalidades del medio. Ahí tenemos, como hemos dicho, ya muchas de las claves que vemos en trabajos posteriores de Ellis. Principalmente, parece casi una primera aproximación a las ideas que desarrollaría ya con maestría en Transmetropolitan, de la que Lazarus Churchyard parece casi un prototipo. De hecho, si nos paramos a pensar, quizás muchas de las piezas de éste que nos falten para constituir a Spider Jerusalem y su mundo, las podríamos encontrar en buena medida en aquel trabajo que popularizó a D’Isreali, el ya mencionado Mister X de Dean Motter. Así que, en la lectura de esta obra, inédita en España por motivos que desconozco, podemos obtener además esa capa de metatextualidad que aporta la perspectiva de los años, y asistir desde el disfrute de una obra menor, a pinceladas de la concepción de uno de los trabajos más importantes de Warren Ellis.
D’Isreali puede estar orgulloso, entonces. A pesar de que su inmenso talento no ha tenido el mismo clamor que el de Ellis, tiene en su haber el saber que ha sido instrumental en los cimientos de la carrera de éste. Algo así sin duda tiene que llenarte el pecho cuando piensas en tus aportaciones al mundo que te rodea. Aunque él siempre dice, que el primer premio a ese respecto se lo lleva el momento a finales de los noventa en que recibió una carta procedente de Bilbao escrita en euskera. Cuando consiguió traducirla, en aquella breve nota solo ponía: “No, MI ventajosa mangosta se masturba con abandono sobre el esqueleto de TU madre”.
