Los Cuatro Fantásticos de Mark Waid y Mike Wieringo, del infierno al empíreo marvelita

A mediados de 2002, tras la marcha de Carlos Pacheco y Rafael Marín de Los Cuatro Fantásticos, la meta que se trataría de alcanzar en los siguientes años parecía clara: traer aires nuevos a la cabecera, siendo ese conservadurismo del que se quejaban los autores la bola más difícil de malabarear. Lejos de la cabecera principal, la editorial parecía más dispuesta a someter al grupo a experimentos creativos. Una vez Joe Quesada ocupó la silla de editor en jefe comenzaron los tímidos intentos de acercar a los 4F a diferentes estilos, géneros y tonos con proyectos especiales encargados a los más diversos equipos creativos. Ni siquiera es necesario alejarse demasiado de la etapa de Pacheco y Marín; apenas en el ecuador de la misma veía su publicación el primer número de Fantastic Four: 1 2 3 4, la polémica miniserie (amparada bajo el sello Marvel Knights y cubierta por las huellas del incendiario Jemas) de Grant Morrison y Jae Lee. Lo cierto es que son muchísimos los ejemplos de series limitadas centradas en uno o varios de los miembros del cuarteto que les retrataron desde un ángulo diferente, con sabores o muy clásicos, o muy modernos, y un tono dispar a más no poder.

Estos proyectos irían tomando confianza en los siguientes años, conforme los creadores fueron percibiendo el interés por parte de Quesada y la editorial de buscar nuevos talentos que ofrecieran algo único para sus héroes. Entonces… ¿Cómo permanecía invariable, intocable, el halo clásico del título? Pues porque la mayoría de aquellos tímidos intentos de impulsar la franquicia, independientemente de su calidad u originalidad, pasaban desapercibidos al resultar escuetos y fuera de toda continuidad. Los 4F eran la franquicia para probar, experimentar, arriesgarse, tenía el potencial para serlo. Pero, mientras relegaran todo espacio creativo a especiales y curiosidades con los que llenar huecos, mientras ese ímpetu no alcanzase la cabecera principal, mientras los equipos creativos siguieran atándose a glorias pasadas, al legado de Stan y Jack, por dirección editorial o por sus propias ambiciones… los 4F seguirían atrapados en un eterno quiero y no puedo.

Explorando el pasado, aventurándose al futuro

En busca de un gancho efectivo con el que cautivar a nuevos lectores, el editor Tom Breevort se dispuso a elegir a los creadores que pudieran llevar a su título predilecto al estrellato que tan elusivo les resultaba. Al fin y al cabo, se trataba de la cabecera que había querido editar desde que asomó la cabeza en Marvel y, ahora que por fin veía cumplido su sueño, sabía que no sería tarea fácil y que tendría mucho que demostrar. Su elección parecería poco arriesgada, y continuista con el espíritu clásico que no lograban exorcizar, pero resultaría ser una potencia que empujaría en la misma dirección que la editorial buscaba: el futuro. Su primer fichaje para el título fue el artista Mike Wieringo, con quien ya había colaborado durante el evento Amalgam en el especial de SpiderBoy, y cuyo trabajo en Sensational Spider-Man y Tellos le había parecido magnífico. A los guiones, el editor quería a Mark Waid, quien hizo maravillas en Capitán América y, desde la Distinguida Competencia, fue responsable de éxitos como su etapa en la cabecera de Flash o la miniserie Kingdom Come. Clasicista, desde luego, y protagonista de piques con figuras como Harras o Lobdell, pero contaba con el beneplácito de Quesada y la simpatía de Brevoort a su favor… y con sus propias inseguridades en su contra, pues decía que su carrera parecía movida por su miedo a no cumplir expectativas. Sin embargo, el hilo conductor de su trabajo parecía ser su conocimiento enciclopédico de los universos que escribía y su visión nostálgica, optimista y nada cínica del superhéroe. Brevoort veía en él a un creador de héroes clásicos, de buenos muy buenos y malos muy malos, que mantenía todo en continuo movimiento.

Contaba Waid entonces que, justo después de firmar su contrato para CrossGen, había recibido durante un almuerzo con Quesada una oferta de las que no se pueden rechazar y, sin embargo, así había hecho. Ahora que recibía las llaves del reino fantástico, confesaba entre risas que nunca había estado interesado en guionizar la serie, porque no conectaba con los personajes y por el riesgo ineludible de resultar reiterativo, redundante. Pero la insistencia de Brevoort, interesado precisamente en alguien que fuera consciente de ese problema y lo esquivase, y la elección de Wieringo, su excolaborador en Flash, se unieron a una reflexión que moldearía su etapa. El guionista comenzó a considerar a los personajes, su potencial, sus dinámicas, su mito, y recordó a Kirby animando a los creadores a trabajar como ellos lo hicieran, no como él lo haría, y el proyecto le ganó. Su primer número (Fantastic Four vol.3 #60, X-02) serviría, planeaba, de base completa para el grupo, para cualquier primer lector, una historia autoconclusiva que no obligase a continuarla, pero sí invitase a hacerlo. La editorial redondeó el lanzamiento con un irresistible precio de 9 centavos, una pequeña jugarreta en respuesta al Batman: The 10-Cent Adventure que DC había ofrecido en enero de aquel año. La jugada les colocó en portada de la Wizard (clave del éxito, según afirmaban los personajes en el propio número de debut) e hizo de ese primer número el más vendido de la historia de la cabecera, superando los 700.000 ejemplares vendidos en USA.

La suma de las fuerzas creativas de Waid y Wieringo fue el impulso necesario para que aquel primer número enganchase al público y se convirtiera, para muchos, en su primera etapa de la agrupación. La idea del guionista era volver a lo esencial de los 4F, centrarse en el cuarteto y, soltando amarras de los mil y un conceptos y personajes que habían ido surgiendo en su periferia, plantear (a sí mismo y al lector) cuál era la clave, el componente elemental que les hizo especiales en primer lugar, y cómo aplicarlo con éxito a un público diferente. Porque todo, el mundo, el medio, la afición, había cambiado… menos ellos. Para Brevoort, el alma de sus historias estaba en las relaciones entre los miembros del grupo, de la familia, y aquello motivaba al guionista mucho más que míticos supervillanos o amenazas apocalípticas. En especial, pensó largo y tendido en Reed, el miembro del grupo que más anticuado había quedado de cara al público moderno. Un día entero pensó en él, hasta que comprendió lo divertido que sería escribirle “como una mezcla entre Doc Savage y Buckaroo Banzai”, momento en el cual tomó el título por fin con ganas. Waid no pretendía cargar contra su legado, pero sí reconocer la precaria situación en la que les encontraba por no haber sabido dejarlo atrás. Los propios personajes reconocían la problemática que les rodea en las viñetas, y buscaban una solución que les devolviera a su grandeza de antaño dentro y fuera de ellas.

Por si fuera poco, el autor siguió la senda abierta por su amigo Grant Morrison en sus New XMen y acompañó el inicio de la etapa con una declaración de intenciones a la que llamó su “Fantastic Four Manifesto. En él, el autor comenzaba reconociendo la cantidad de grandes historias de los 4F escritas a lo largo de sus décadas de existencia (“muchas de ellas probablemente mejores que cualquier cosa que pueda yo escribir jamás”, añadía) y el enorme obstáculo que ese legado había supuesto para tantos y tantos escritores que, con sus mejores intenciones, se habían volcado a reverenciar y recrear “lo que fue”, haciendo de Los Cuatro Fantásticos un título desgastado y repetitivo. Como un diamante en bruto, el título pasaría desapercibido hasta que alguien, quizás él, tallara y puliera la obra con precisión para revelar su fulgor a los nuevos lectores, y que estos por fin comprendieran qué había enamorado a la afición en sus orígenes, qué les diferenciaba del resto.

Waid tenía razón. Un título que generó la oleada superheroica que daría vida al Universo Marvel no podía ahora sobrevivir a duras penas. Y, al afirmar que la clave estaba en llevar aquello que les hizo funcionar de base al presente, este manifiesto le valió la equivalencia al acercamiento Ultimate que aún tardarían en recibir, en parte a petición del propio Waid. De hecho, todos los rumores señalaban como futuro guionista de la entrada del cuarteto a la línea Ultimate a, quien si no, Morrison. Este, en solidaridad con su compañero (junto a Mark Millar y Tom Peyer) de Superman 2000 (aquella propuesta conjunta de reinicio para el Hombre de Acero que nunca llegó a materializarse), estuvo de acuerdo y prefirió dejar que la presente etapa se desarrollara sin competencias ni sombras de otras líneas paralelas. Esa fue la crisis que rodeó al grupo en la propia historia. Entre estadísticas, porcentajes de ventas e índices de popularidad, el grupo comprende que la nostalgia no es suficiente para mantenerse a flote, que una actualización es necesaria. Que, como las superestrellas que son, el precio de no reinventarse es caer en el olvido.

La renovación ya estaba en marcha antes de pasar la primera página, aunque fuera de plano, en la existencia de toda una compañía a cargo de la marca 4F, con sus departamentos de licencias y ventas o sus responsables de relaciones públicas. Cada una de las decisiones que tengan que tomar en pos de relanzar su marca sacará a cada miembro del grupo de su normalidad, expuestos al escrutinio o a tareas que les son totalmente desconocidas. Sin necesidad de rediseñar o reformular la naturaleza de sus personajes, Waid rompió con el ciclo narrativo que movía al grupo a través de los mismos mundos que décadas atrás y, basándose en “lo que fue”, planteó nuevas aventuras para ellos. Ecuaciones algebraicas vivientes nacidas de los ingenios de Reed y las envidias del pequeño Franklin, una plaga de bichos venidos del espacio, las tan convenientes moléculas inestables llevadas a extremos de lo más inconvenientes… la familia se enfrentó a problemas nuevos para los que no había soluciones que reutilizar, que les obligaba a ponerse creativos.

El bonito arte de Mike Wieringo obró maravillas en el aspecto renovador del título, imbuyéndolo de frescura y ligereza con su trazo claro y limpio, sus caracterizaciones simpáticas y expresivas, y su habilidad como narrador gráfico, guiando la mirada del lector a volandas de viñeta a viñeta. No era la primera vez que el artista tomaba una serie y le daba aliento fresco lejos de la eterna influencia de sus creadores, ya lo había hecho con Flash, aun bajo la sombra, estéticamente, de Jackson Guice. Wieringo ofrecía algo único y muy bienvenido en la cabecera, dejando su propia huella en cuanto superó su temor de no estar a la altura del maestro Kirby. La llegada de nuevos lectores atraídos por su trabajo lo avalaban. Waid y Wieringo despertaron un nuevo interés del público marvelita por su Primera Familia en su primer número, aquel #60 del Vol.3 que pronto recuperaría la numeración original, en el #500 del Vol.1, como una inyección de prestigio clásico. Y así, con la satisfacción de estar devolviendo a la cabecera su merecida grandeza e inmerso en los guiones de su primer arco más potente, Authoritative Action (Fantastic Four vol.1 #503-508, XI-03/II-04), Waid recibió la llamada del entonces presidente de Marvel, Bill Jemas, emocionado y con nuevas ideas que compartir sobre el rumbo que debía tomar la cabecera… uno muy diferente al fijado por el guionista.

Mark Waid compartió entonces un breve resumen de la propuesta de Jemas en una entrevista concedida aquel caótico 16 de junio de 2003 al portal Newsarama (lo suficiente como para preguntarse genuinamente cómo pensaba el mandamás estar ofreciendo una alternativa mejor al espíritu sci-fi pulp superheroico que había acompañado al grupo desde su nacimiento) pero tiempo después ofreció más detalles en su extensa conversación con Tom DeFalco publicada en su libro, y estos no tenían desperdicio. Partiendo de unos 4F arruinados por inversiones desacertadas y porque la NASA había suspendido el sueldo de Reed, el guionista pronto fue consciente de la conversación que se le presentaba ya que “Reed no está en la nómina de nadie, pero yo sí, así que continué escuchando, debatiéndome entre la fascinación y el horror”. Jemas planteaba una “dramedia” absurda suburbana, en la cual Reed sería un profesor alocado que crea invenciones increíbles pero inútiles (como un acuario sin agua) que no le reportan ninguna ganancia, por lo que Sue tendría que cuidar a la familia ganándose su sueldo como oficinista, como secretaria siempre ausente, lo cual haría que sus compañeros acuñasen para ella el mote de “la chica invisible” (de la ofi)… y qué mejor villano para esta historia, que su nuevo vecino cotilla. Los rumores del tono cómico de unas adaptaciones cinematográficas que aún tardarían en realizarse fueron la única explicación que el fandom concebía para el súbito tono sitcom deseado por Jemas para la cabecera.

Todo esto, añadía Waid, venía de alguien que claramente no había leído un número de los 4F en toda su vida, “salvo mi primer número, del que aún conservo sus notas: lo odió”. Pero, por absurda que fuera, seguía siendo una petición del jefe, así que Waid y Brevoort prefirieron cooperar, intentar llegar a un compromiso, una manera de no corromper la historia ya en marcha pero incorporar detalles en la línea de las ideas comentadas, como el entorno suburbano… sin sucumbir a la idiotez de ciertos conceptos. De poco sirvió. Sumido en la confusión, Waid dijo entonces a los medios que, tras confesar que no veía manera posible de aplicar los cambios impuestos por Jemas sin desvirtuar por completo a los personajes, la editorial le dio luz verde a continuar su trabajo con normalidad asegurando que la nueva versión sería explorada en otro producto o línea diferente. Sin embargo, Brevoort le llamó con el guion del #509 en sus manos, recién salido del horno, y firmado no por Waid, sino por Jemas.

La red de redes no tardó en hacerse eco del extraño despido, anunciando el #508 como número final del guionista. Cualquier intento de cooperación llegó demasiado tarde, suponía Waid, que reconocía su sorpresa, que desearía haber podido continuar más tiempo, que no eran sus juguetes y la editorial estaba en su derecho de arrebatarselos… pero, también, que como manera de ser despedido, no podría haber sido más rara. La respuesta de la afición no se hizo esperar, provocando la caída de los servidores de varios de los portales más transitados del mundillo por la desmedida actividad en las secciones de comentarios. Así llegó la noticia a Wieringo, en pleno inicio de convención en Carolina del Norte, abordado por Matt Brady de Newsarama. El artista pensó que era broma hasta que Brady le confirmó su fuente, el propio Waid. Tras un fin de semana hundido mientras atendía sus compromisos, al llegar a casa escuchó los mensajes de Brevoort. “Creo que fue la persona más afectada, fue cuando me di cuenta de lo involucrado que estaba con nuestro equipo creativo”. Ante la posibilidad de continuar en la serie, leyó el guion y dijo un educado gracias… pero no, gracias.

La siguiente respuesta a la debacle la daría el editor en jefe, Joe Quesada, en una carta abierta enviada ese mismo día a las webs de noticias del sector en la que (además de referenciar rumores que, hasta su propia mención, no habían formado parte de la conversación) cargaba contra prensa y aficionados por la serie de rumores inexactos e impresiones equivocadas que, según él, estaban dominando la historia, a la vez que evitaba mojarse defendiendo a ambas partes por igual. El cambio de dirección solicitado por Jemas era totalmente aceptable y rutinario en la editorial, decía, tanto como cualquier rediseño de vestuario o cambio de alineación. “Como presidente, Bill tiene el derecho y la responsabilidad de solicitar lo que sienta que vaya a beneficiar a un título”. Del mismo modo, era el derecho y responsabilidad de Waid como creador declararse incapaz o incómodo ante la idea de llevar a cabo ese cambio de dirección, “y aquí paz, y después gloria”. De paso, aprovechaba para desmentir el rumor que señalaba como elegido por Jemas para tomar las riendas de los guiones de la serie… a sí mismo, asegurando que pronto anunciarían un nuevo equipo creativo. El mensaje pretendía claramente defender ante un público furioso a quien, recordaba, había ideado el Universo Ultimate y relanzado el negocio editorial en menos de dos años. Tras leer su mensaje, Waid suspiraba no tener ni idea de qué estaba pasando. Si la editorial no tenía pensado hacer lo que él había entendido, lo que él se había negado a hacer, ¿por qué había sido despedido?

Una pésima jugada

Durante los cuatro meses con los que el equipo creativo contó para completar su trabajo, mucho cambió en la editorial. Algo ocurrió con Jemas, algo que los autores del título no tenían muy claro y que en los medios desglosaban con actualizaciones periódicas sobre su pérdida de poder y desplazamiento a los márgenes de la empresa, lejos de sus oficinas y del control que solía ejercer, hasta narrar, bajo el titular “Kill Bill”, los intentos de ejecutivos como el propio Quesada de distanciarse y desligarse de su nombre. La influencia de Jemas en obras y guiones era ahora categorizada como interferencia, y su personalidad era descrita como arrogante e insensible, portador de quebraderos de cabeza donde él veía brillantes y beneficiosas contribuciones.

Sea como fuere, semanas después del desastre, Quesada se hizo con el control e inmediatamente tomó el teléfono para hacer las paces con Waid y Wieringo y recuperarles al frente de la cabecera, sin mayores consecuencias. La ausencia del dúo no llegó a afectar al título, al continuar inmediatamente en el siguiente número disfrutando de una libertad total en el resto de su etapa. En cuanto al equipo creativo llamado a sustituirlos, el dramaturgo Roberto Aguirre-Sacasa y el artista Steve McNiven, su trabajo también tendría final feliz bajo un nuevo techo, el del sello Marvel Knights… pero esa es otra historia.

Finalmente, Waid pudo llevar su gran arco argumental a una conclusión más drástica que la pensada de haber tenido que abandonar la colección. Authoritative Action sería su disección del grupo en pleno apogeo superheroico de las cabeceras vengadora y mutante, en la que los Cuatro Fantásticos acabarían perdiendo el favor del público por sus cuestionables acciones tras su enfrentamiento a un Doctor Muerte decidido a llevar sus planes hasta las últimas consecuencias. Waid veía la nobleza y el honor que le son implícitas, y reconocía esa faceta como el motivo de su popularidad como villano, pero también le brindaba una impunidad intocable, como soberano de su nación, que era difícil de desarrollar sin que acabase pareciendo un truco barato, una especie de carta del Monopoly que le libera automáticamente de cualquier prisión. La redención no era opción para él, y así optó por presentarle, desde el arco inmediatamente anterior, como villano absoluto, encontrando a su amor perdido, Valeria, y sacrificándola como aquello de valor irremplazable que le es requerido en su pacto demoníaco. Lo que siguió fue su particular descenso a los infiernos, arrastrando con él a cuantos miembros de la familia Richards pudo.

En aquel anterior arco, Unthinkable (FF vol.3 #67-#70, FF vol.1 #500-502, V-X-03), el Doctor Muerte se empleaba a fondo hasta dominar al grupo, sin permitir siquiera que los pequeños Franklin y Val escapasen a sus malévolos planes. En su tortura constante a los héroes utilizaba los poderes de estos en su contra, pero se reservaba un juego especial para su némesis directo, Reed. Su manera de torturar a Reed, además de atacar a su familia, era desafiar sus principios y creencias, encerrándole en una biblioteca rebosante de volúmenes de textos mágicos. La clave para escapar pasaría por reconocer su derrota, su inferioridad, admitir a Muerte como su superior en aquel terreno sin que su propio ego continuase aferrándose a la posibilidad de recuperar el control de cada situación, de cada problema que se le plantease. El plan de Muerte era, básicamente, una cura de humildad.

Waid comentaba entonces que no se quitaba de la mente el hecho de que Reed, su intelecto y su vida perfecta, eran el objeto de la envidia de Muerte, el fuego que prendía sus entrañas para querer destruir su vida. No contaba con que este pudiera admitir su descontrol sobre la magia, consciente de que la ignorancia no se traduce sin más en conocimiento hasta permitirse imaginar más allá de lo conocido. Así, Waid enfrentó a Reed a la magia y, más tarde, la religión, aquello que le hacía sentir perdido, y tan pronto como Muerte obtuvo esa ventaja, se la arrebató por su falta de la misma humildad que salvó a Reed, al declararse siervo de nadie y romper su trato demoníaco, acabando en el mismísimo infierno.

Así, volviendo a Authoritative Action (FF vol.1 #503-508, XI-03/II-04), lo que comienza con unos héroes idolatrados por el público y con su líder, Reed, genuinamente preocupado por la posibilidad de que alguien vea el hueco dejado por el Doctor Muerte y se haga con el control de su nación, acaba con el grupo interviniendo en el país para corregir los males de la gestión del tirano generando una imagen cuanto menos controvertida y fácilmente comparable al imperialismo.

No ayuda la sustitución temporal del agradable dibujo de Wieringo por la estética algo más dura y siniestra del artista Howard Porter, completando un retrato familiar y, principalmente, de su líder, que a lo largo de los siguientes años continuaría su evolución a un genio más frío, cínico, que ve en sus fines la justificación a medios del todo injustificables (como cualquiera de sus acciones durante Civil War).

Este es un Reed dispuesto a asumir el papel del dictador movido, en principio, por su responsabilidad hacia la nación, por su papel en la caída de Muerte, pero poco a poco por su certeza de que los 4F son los mejor preparados para decidir por sus habitantes, hasta que estos sepan ser una democracia. Este arco sirve a varios objetivos. Por una parte, destroza la imagen pública del grupo, aquel primer punto a tratar en la lista de Waid al inicio de su etapa. En su país, pasarían a ser considerados prácticamente traidores, cuestionados incluso por la ONU.

Su guía autoimpuesta en la nación, por bienintencionada que sea, dará una imagen nada favorable del cuarteto, una imagen que puede evocar fácilmente problemáticas doctrinas y extremismos. Por otra parte, plantea las consecuencias definitivas de un enfrentamiento que, ni que decir tiene, poco tiene de definitivo (el propio guionista admite lo absurdo del concepto, en el contexto de un ciclo argumental llamado a repetirse periódicamente).

Ni Muerte se contiene, ni Reed ignora que el Infierno no detendrá el duelo eterno que les une. Después de llevar a Mister Fantástico al límite de su cordura al ocupar, como en etapas anteriores, el puesto del tirano, su propia insensatez y la intervención de fuerzas externas llevan al enésimo careo entre ambos cuando Muerte, como último truco, proyecta su conciencia en los cuerpos del cuarteto y logra hacerse con el control de La Cosa. “No es broma, uno de los miembros del equipo no saldrá bien parado de esta experiencia”, había avisado Waid. El villano fuerza así la mano de Reed con una última jugada a la desesperada que se salda con la vida de Ben.

De aquí, al cielo

Su muerte, por dramática que fuera, nunca se planteó como definitiva. Ese mismo número (FF vol.1 #508, II-04) se cerraba con Reed decidido a traerle de vuelta. Cómo lo haría, sin embargo, resultó inesperado cuando, inspirado por los métodos y planes de su enemigo, dedujo que para recuperar a Ben deberían ir a buscarle al cielo, al más allá. La aventura de los 4F en su viaje a, como dice Sue, dominios espirituales, conformaría el arco Hereafter (FF vol.1 #509-511, III-V-04) y vería al genio del grupo no dudando en replicar la invención de Muerte en su época universitaria para reconvertirlo en puerta de acceso al cielo, esta vez, destino que Waid creyó el desafío definitivo para el grupo de exploradores, un lugar desconocido que pondría a prueba a Reed, dado a racionalizar el mundo desde su curiosidad científica, enfrentado ahora a lo inexplicable: la fe.

Explorando las diferentes fuerzas que mueven a cada uno de estos héroes, sus sacrificios y su negativa a perder a uno de los suyos, el guionista concede al grupo la respuesta a una pregunta que quizás se hubieran preguntado pero que, seguro, no habrían podido responder de manera tan directa: ¿Por qué son quienes son? Porque fueron creados así. Tras mucho batallar con extraños seres angelicales, la respuesta, y la resurrección de Ben, les llega de boca (o lápiz) de su creador, un Dios encarnado en Jack Kirby.

En las viñetas, esta manifestación se debe a que, según Reed, la dimensión toma su aspecto de las creencias teológicas o espirituales pre-existentes en el individuo, facilitando a sus mentes un concepto que puedan asimilar. Más allá de las viñetas, ante el dilema de quién o qué podría representar un dios creador en el Universo Marvel, fue Tom Peyer quien sugirió a Waid que Dios debería ser Kirby, una lógica aplastante. En un encuentro en el que, por supuesto, no faltaba una pequeña interrupción por la llamada telefónica de “su colaborador” (con sugerencias que llevan a que el divino Kirby utilice a otra de sus más célebres creaciones, Estela Plateada), el creador conocido por mirar siempre al futuro, moviéndose siempre de un suceso al siguiente, no al anterior, desempolvaba su goma de borrar para, además de restaurar el rostro de Reed previamente desfigurado, darle un nuevo futuro a Ben, un papel que volvía a su blanco original, inalterado por sus últimas “situaciones chungas”.

Este fue el final del último arco que Waid tenía ideado en el momento de su despido. De hecho, el final en esos meses de incertidumbre habría sido muy distinto, dejando los juguetes bien colocados para el guionista que le sucediera, pero su regreso le permitió narrar la muerte y resurrección de La Cosa cómodamente, con su compañero Wieringo de vuelta a los lápices. De aquí en adelante, la falta de argumentos proyectados para sus siguientes meses y la decisión de la editorial de hacer la cabecera quincenal forzó a Waid a pensar deprisa en el futuro del cuarteto.

Primero, optó por historias breves y sencillas en las que, valiéndose de estrellas invitadas, hace reflexionar a los personajes sobre sus situaciones actuales, sobre lo que son, lo que no son, o lo que podrían o deberían ser. En Spiderman, por ejemplo, enfrenta al amistoso y adorado vecino de Nueva York con la percepción, aun negativa, que pesa sobre el grupo. En la aparición de la exnovia de Mister Fantástico, Alyssa Moy, explora Waid no sólo el lado más impulsivo y aventurero de Reed, sino que además, a diferencia de Claremont, creador de la tercera en discordia, hace que Sue tenga celos de ella, se compare con ella, y se crea menos atrevida que ella.

Más allá de un pequeña historia co-guionizada junto al eterno escriba de rellenos fantásticos Karl Kesel, entonces entintador de la cabecera, centrada en los nuevos Cuatro Terribles (con unas elecciones más que cuestionables para el personaje de el Mago), el último gran arco que Waid y Wieringo prepararon para el cuarteto necesitaría un contrincante a la altura, y la elección a estas alturas debería ser obvia: Galactus, el devorador de mundos, llegaba a un Nueva York desprovisto de superhéroes tras la ruptura de Los Vengadores en el crossover para el que servía de tie-in, Vengadores Desunidos, dando a Los Cuatro Fantásticos la oportunidad de oro para ganarse de nuevo el favor de un público necesitado de héroes. Fourtitude y su continuación, Rising Storm (FF vol.1 #517-523, X-04/IV-05) arrancan con la búsqueda de Galactus de un nuevo heraldo, con una candidata muy clara en mente: Sue Storm.

Las cosas se complican y, en su intento de hacer que Sue fuera irrastreable por su hambriento enemigo, los poderes de esta acaban en su hermano Johnny y, con ellos, su candidatura. Waid concede a Johnny un compasivo foco de atención, explorando sus nuevos poderes de invisibilidad combinados con la energía cósmica que le es dada con su nuevo rol como heraldo, capaz ahora no sólo de volver lo que desee invisible, sino de hacer visible lo oculto a la vista, la verdadera naturaleza de todo, incluido el propio Galactus visto no como fuerza de la naturaleza, sino como persona.

Que sea él, precisamente, quien pueda ahora ver más allá de las apariencias es un giro agraciado. Después de una etapa siendo representado por su irresponsabilidad (forzando a su hermana a colocarle en el negocio familiar), su egoísmo (haciendo a Ben sentirse el objetivo de las burlas que le llegaban de la calle Yancy cuando, entonaba Waid en un olvidable retcon, it was Johnny all along), y su superficialidad (“¡salvad a las supermodelos!” fue una de sus primeras frases en esta etapa), Johnny Storm de pronto reparaba, al verlo ante sus propios ojos, en los momentos y sensaciones que conformaban las almas de sus compañeros de toda la vida. Y, continuaban las sorpresas, de él nacía el ingenio que permitía sustraer el poder cósmico de Galactus de su ser, resultando en una forma humana, un hombre extrañamente normal y corriente que, temporalmente, no requeriría de su menú planetario.

Dado que el cambio es temporal, la familia decide mostrarle el valor y la promesa de la humanidad, como si esto pudiera hacerle sentir culpable por su necesidad, que no gusto, de consumir planetas. Cuentan para ello con una experta en la materia, Alicia Masters, quien antaño hiciera lo mismo por Estela Plateada. Pero, más allá de la simpatía que resulta de estas escenas, humanizar a Galactus no es sólo complicado, es imposible. No se trata de convencerle de un cambio a una dieta más responsable o piadosa. Galactus es una fuerza cósmica y su insaciable hambre es una condena para él como lo es para los planetas que consume. La solución, finalmente, la halla Reed en una dimensión de energía pura que podría alimentarle de aquí a la eternidad. Y Galactus, que no es de piedra y acaba conmovido por la familia, decide desaparecer exiliado en esa dimensión… ¿hasta la próxima?

Con o sin poderes, los suyos propios o los de sus compañeros, o perdiéndolos literalmente, viendo como estos botan de un rincón a otro de la ciudad, como en su número final… un mensaje que sirve de hilo, de lazo con el que Waid envuelve toda su etapa, es la naturaleza de esas habilidades, a veces vistas como dones, otras como maldiciones, como algo absolutamente íntegro a los personajes, que no les hace ni mejores ni peores. Simplemente les hace. En sus primeros números, no duda en informarnos de que, pese a que quizás en papel parezcan poderes deseables, guays, estos son auténticas rarezas y podrían, incluso, llegar a dar miedo en la realidad. Y da igual, porque en ellos resultan normales, por especiales que les haga. Waid y Wieringo estaban interesados en captar lo extraordinario no de esos poderes, tampoco de sus mantos superheroicos, sino de las personas.

Exploradores, de nuevo, sin llevarles de paseo por destinos habituales, Waid les hizo seguir caminos nuevos, siguiendo sus vidas (y atisbando, quizás por casualidad, el futuro que la editorial proyectaría para ellos). Marv Wolfman dio con la clave tras el inicio de esta etapa. Sin desechar el legado que le precedía, sin llegar con su propia historia  ignorando la continuidad, y sin pretender replicar las historias leídas en su juventud, “Mark hizo algo nuevo, tomó como inspiración lo que recordamos de aquellas primeras aventuras de los 4F y las recreó sin repetirlas, y sin tirar de inmediato de villanos clásicos. Y, lo más importante, llegó más lejos que nadie en hacer que sus personajes importasen tanto como sus historias. Por primera vez siento que les conozco”. Después de que Mike Wieringo acudiera al canto de sirena del trepamuros haciéndose cargo de Friendly Neighborhood Spider-Man, Waid optó por poner punto y final a su etapa juntos con FF vol.1 #524 (V-05).

Parte de la celebración de su trabajo juntos consistió en realizar sus últimos números siguiendo el clásico Método Marvel. Wieringo pudo así decir adiós a la serie ilustrando, libremente, las aventuras y tramas descritas por Waid. Brevoort recordaría siempre con cariño al brillante equipo que reunió y el trabajo que realizaron declarando, siempre que se le presenta la ocasión, que es la cabecera y la etapa de la que más orgulloso se siente, su cómic favorito de todos los que ha editado. “Con un espíritu moderno que la sacó de esa sensación de cómic de época que lo envolvía, buscamos convencer a los lectores de que todos esos eventos ocurrían aquí y ahora, en el siglo XXI, y creo que lo logramos”, recordaba en su blog. Al final, el puro gozo que los creadores sintieron con su trabajo superó ampliamente las múltiples dificultades que surgieron en el camino.

Años después, en 2020, Waid tendría la oportunidad de revisitar a los personajes en Antithesis, junto al legendario Neal Adams, todo un honor y un sueño para el guionista. Mike Wieringo se despediría de ellos en la miniserie Spider-Man and the Fantastic Four (V-VIII-07), con guiones de Jeff Parker. Por desgracia, muy poco después el artista falleció, en agosto de 2007 a los 44 años de edad, una súbita e injusta pérdida que sacudió a la comunidad. En el obituario publicado por Marvel, con testimonios de compañeros y amigos que quisieron recordarle con afecto, la editorial tuvo el detalle de incluir, entre toda una galería de sus obras, uno de sus últimos bocetos de Los Cuatro Fantásticos, una bonita y pequeña escena dibujada como despedida de su etapa en la que Ben, Johnny, Reed y Sue decían adiós a quien tan bien les había retratado, marchando con su gigantesco lápiz al hombro.

Atractiva y optimista, esta longeva etapa de tres años alzó la popularidad del cuarteto mostrando lo fantástico y lo corriente de sus vidas y, junto a sus incursiones paralelas en otras líneas editoriales, popularizó a los personajes hasta situarse entre los favoritos del público y los medios. Constantemente en las páginas de la revista Wizard (que, a día de hoy, parecerá irrelevante… pero seguramente fue motivo de celebración para los relaciones públicas de los héroes en las viñetas), las ventas de la cabecera también se vieron revitalizadas y, si bien aquel FF #60 permaneció intocable y la tendencia siguió siendo decreciente, la etapa se mantuvo siempre por encima de las inmediatamente anteriores e incluso hubo picos esporádicos. Pero, lo más importante, la etapa situó a los 4F en un punto de partida idóneo para el estreno en 2005, justo a su fin, de la esperada adaptación cinematográfica que tanto se había hecho esperar… y de la que tanto se esperaba.