El western es la manera que ha tenido Estados Unidos de imbricar su sociedad en base a un relato mítico. Y, por tanto, ante ello caben dos posibilidades: posicionarse en una postura limpia o, por el contrario, cuestionar y retorcer el relato. Depende de dicho enfoque, se puede acceder a la visión que tiene el autor del país en el que vive y, por extensión, del mundo occidental.
Pero no es tan habitual que el western opte por una mezcla genérica. Resulta raro puesto que parte de una icnografía y componentes dramáticos, tal vez, más encorsetados y rígidos que el resto. Sin embargo, la tendencia del género es tratar de ampliar esos límites y, gracias a ello, se está revitalizando (y, en parte, traicionando a la esencia más pura). En cualquier caso, el terror es la opción lógica de mezcla es con el terror. ¿Acaso no comparten ambos esa sensación de peligro constante?
Es muy fácil ver a Cullen Bunn, una de las voces más respetadas del horror en el cómic contemporáneo, darle vueltas a estas ideas hasta dar con el concepto de El Sexto Revólver. Lo es porque hay mucho de reflexivo y de meditado en la construcción dramática de un producto difícil de generar. Tiene tanto peso un género como el otro.
La historia parte in media res. Drake Sinclair, un misterioso cazatesoros en contacto con lo paranormal, debe dar con unas armas peligrosas de un origen más desconocido que su propio pasado. Hicieron acto de aparición en lo peor de la Guerra de Secesión y son seis. La sexta es la más peligrosa y está en manos de una joven inocente. El problema viene cuando no es el único que está buscando el revólver.
Si hubiese que calificar este cómic, lo primero que se le podría pasar por la cabeza al lector es: equilibrado. Es una obra de contenido denso que tiene la complicada misión de introducir un mundo complejo con una mitología propia que es fundamental entender bien para poder seguir con la historia. Pero lo hace sin que eso suponga romper el ritmo. Por el contrario, las incógnitas están planteadas de tal modo que cuando se cierra una, se abren otras tantas que son más interesantes que las anteriores.
Pero lo que consigue que cualquiera que decida entrar en este universo, permanezca en él, son sus personajes. Más allá de que tienen un carisma apabullante (podrían ser personajes de un spaghetti western). El protagonista es un antihéroe de manual en búsqueda de redención. Aquí se celebra la mejor tradición de ídolos con pie de barro tratando de solucionar aquello que han estropeado. Es un arquetipo clásico del western pero que, sumado la capa paranormal, resulta renovador. Además, se establece una relación no interesada de protección frente a la coprotagonista del relato. El contraste y aprendizaje entre ambos da algunos de los mejores momentos de la narrativa. Los personajes están en el centro del relato.
Teniendo eso en mente en todo momento, Bunn ha conseguido construir una epopeya propia del género en la que la peripecia no deja de producirse. Es un cómic de un ritmo imparable que no deja de ir a más, construyendo una lectura profundamente satisfactoria que está bien estructurada y que logra un tono consistente en todo momento, siendo bastante complicado dada lo intrincado que supone hacer que haya una batalla entre pistoleros y entes fantasmales.
Probablemente la comparativa más cercana sea Bone Tomahawk, puesto que ambos comparten esa necesidad de hibridar western y terror. También, algo que ambas comparten es que hay un acercamiento desprejuiciado y festivo. No tienen miedo a enseñar en ningún momento y no se cuestionan si algo puede llegar a ser demasiado. La principal diferencia con el filme de S. Craig Zahler el terror nace de las atrocidades provocadas en la guerra y de la violencia con la que se vivía y se respiraba por aquel entonces.
El terror, en buena medida, es producto de los conflictos internos de los personajes, de sus acciones pasadas y de los traumas que no parecen tener pero que están ahí. Las distintas formas de violencia y los monstruos que genera es la tesis de esta historia, por muchos barnices espectaculares que se le dé. Y, el que aborde estos temas de calado. hace que sea más interesante el contenido.
El arte, siempre en la esencia de cualquier cómic, es trabajo de Brian Hurtt. Es alguien especializado en proyectos en los que la acción física es crucial, pero se aprecia un esfuerzo por hacer algo distinto. Es de trazo limpio y detallista. Consigue un tono desenfadado que, en buena medida, rebaja el tono grave de lo que se está contando y eso hace que sea una obra muy accesible para todo tipo de lector. Además, logra darle un aire muy carismático que hace que el lector sienta mucho interés por lo que se está contando.
La paleta de Bill Crabtree es funcional y tiene un estilo naturalista. A pesar de no destacar, sí que subraya la atmósfera de terror y sabe cuándo debe apagar los colores o hacerlos más vivos y cálidos. Su labor es invisible, lo cual favorece que este cómic tan clasicista funcione.
Tras mucho tiempo de espera, Norma Editorial trae esa aclamada serie por el mercado independientes estadounidense en un tomo muy cuidado. La ventaja es que se trata de una colección ya finalizada y se quedarían en seis tomos.
El Sexto Revólver es un encuentro violento con hombres rudos y peligroso en un entorno tan hostil como sobrenatural. No consigue terminar de arrollar al lector, pero sí que tienen muchos elementos que provocan que pases páginas. Un universo muy consistente y del que quieres saber más. Sabor de western clásico, aunque con nuevos aires.