Lienzo en Blanco: Academia X

La cantera es algo muy especial en las instituciones deportivas. El concepto no puede resultar más entrañable: personas formadas allí desde la juventud con aspiraciones de llegar a lo más alto en el seno del club. Su vínculo con el público queda reforzado por esa sensación de pasado compartido. No obstante, pese al prometedor talento, no pocas camadas de la misma se quedan en el camino, sin que entendamos bien las causas que evitaron la consecución de los objetivos.

Desde aquel lejano número de 1963, Stan Lee y Jack Kirby presentaron “La Masía” más especial del universo Marvel: la Escuela de Charles Xavier para Jóvenes Talentos, un centro educativo que esconde un gran secreto: su alumnado tiene poderes mutantes que consagran para proteger a una humanidad que, en muchos casos, les teme y odia sin razón.

Con el transcurso de los años y superando los vaivenes de la colección, La Patrulla-X vio crecer a sus integrantes, hasta el punto de que la aclamada etapa de Chris Claremont y John Byrne durante la década de los ochenta del pasado siglo mostraba a verdaderos adultos dentro de un supergrupo. Costaba imaginar a Lobezno nervioso por recibir los boletines de calificación o que Tormenta estuviera insegura sobre su último trabajo entregado.

De cualquier modo, Jim Shooter, el controvertido y eficaz Editor en Jefe de La Casa de las Ideas por aquella época, quería que se respetase ese componente académico. Naturalmente, Claremont no quería renunciar a aquellas aventuras más maduras, pero se logró una solución intermedia: Nuevos Mutantes (1983), cabecera destinada a tornarse en la cantera de los futuros estudiantes de Charles. Pese a gozar con periplos de culto como el ilustrado por Bill Sienkiewicz, el título no podía competir con su serie madre en repercusión.

Sea como fuere, el concepto cuajó. El imaginario popular comprendía y le interesaba aquella idea de que siempre se estuvieran madurando nuevos proyectos de homo superior. Eso nos explica la audaz maniobra del matrimonio formado por Nunzio DeFilippis y Christina Weir a comienzos del siglo XXI.

Un fabuloso lienzo en blanco del que nos quedan unas pinceladas incompletas, aunque fascinantes.

La vuelta al cole

Cualquier productora de cine podría certificarlo. En caso de duda, casi sin importar el presupuesto o la calidad artística, hay un género que suele asegurar la taquilla suficiente para sobrevivir en las salas de proyección: el terror adolescente. Grupos de personas en plena eclosión que deben afrontar juntos lo inesperado, una clara metáfora de los cambios físicos y psicológicos en su tránsito a la madurez.

Incluso Los nuevos mutantes (2020) de Josh Boone han confirmado esa tendencia recientemente. Años atrás, cuando comenzaron ese reboot, DeFilippis y Weir querían coger esos ingredientes, aunque con rostros totalmente novedosos. Empezar de cero. Relajar el ambiente en el vestuario y ver qué ocurría.

DeFilippis había leído como aficionado series juveniles con tratamientos de calidad como The new Teen Titans durante la gloriosa andadura de Marv Wolfman y George Pérez. La posibilidad despertó la atención de Chester B. Cebulski, quien habló con la pareja en San Diego, quedando convencido para usar sus poderes editoriales en Marvel con un firme propósito: ambos desembarcarían con una nueva generación de mutantes para el siglo XXI.

Principalmente bajo los lápices de Carlo Barberi, aquella Vuelta a Escuela no fue un éxito de ventas, pero sí generó la suficiente atención. Esto es importante. Suele decirse que los buenos ojeadores no se dejan seducir por una persona que marca un par de goles durante un día de fortuna. Suelen fichar en base a un gesto o detalles técnicos sutiles, alguna vuelta de tuerca que les haga pensar que ese muchacho o muchacha en cuestión poseen algo diferente.

Hubo momentos para el autohomenaje. Chris Claremont, el gran patriarca, haría una intervención especial en compañía del mítico Bill Sienkiewicz para un número autoconclusivo donde hablaban de sus antiguos muchachos. El brindis nostálgico delicioso que tiene el encanto añadido de la brevedad, sabiendo que es la hora de ceder la antorcha a los recién llegados.

Podíamos seguir disfrutando de Rahne Sinclair, pero ahora su rol era bien diferente a aquel que le habíamos conocido décadas atrás. De hecho, es aprovechada su presencia en el guion para plantear una cuestión atrevida que no se veía en los viejos tiempos del profesor X: el romance de una mentora con un alumno más joven, correspondiendo el honor a Josh Foley, capaz de manipular la materia orgánica, pero incapaz de manejar un futuro triángulo amoroso que surgiría de forma accidental, permitiendo que el Escuadrón Paragon fuese el más propicio para el chismorreo. Pero no adelantemos acontecimientos.

Era el momento, con Charles Xavier reconstruyendo Genosha, de impartir nuevamente las clases. A lo largo de 37 números, el matrimonio de escritores exhibió saber aplicarse con las TIC y dar un soplo de aire fresco a las aulas.

No entre nadie que no conozca a su escuadrón

X-Men ReLoad. Las puertas del siglo XXI se habían abierto y el temido efecto del 2.000 sobre las computadoras del planeta quedaba felizmente superado. Marvel tenía planes ambiciosos, unos vientos de cambio que debían afectar a la franquicia que había copado el mercado en la década de los noventa con infinidad de títulos: Grant Morrison llevaba tiempo agitando la coctelera y, tras la marcha del provocador guionista, eral el momento para tirar del hilo.

No vamos a detenernos aquí en la revolución del status quo perpetrada por el escritor de Glasgow, pero sí subrayar cómo DeFilippis-Weir supieron ver el potencial de una pareja improbable: Scott Summers y Emma Frost. Es decir, Cíclope y la Reina Blanca del Club Fuego Infernal. Unos compañeros de cama desconcertantes, aunque, ¿cuántas veces en la vida real no suceden estas relaciones inesperadas entre gente que nadie del entorno podía sospechar que se atrajesen?

Ahora, Summers y Frost tendrían la oportunidad de coger el báculo de Xavier, mostrando misma exigencia y nuevas metodologías: los adolescentes debían adoptar sus nombres de guerra y disfraces, además de articularse en escuadrones. Una competitividad que suele funcionar en la literatura adolescente (¿quién puede olvidar los pulsos por las puntaciones en las Casas de Hogwarts?), máxime cuando el equipo creativo conoce a los personajes.

Hemos mencionado previamente que Logan no iba a llorar por recibir un negativo durante una sesión acalorada en Sala de Peligro. Sin embargo, esa clase de reacciones resultaban totalmente comprensibles y apropiadas en las páginas de Academia X, donde los personajes se hallan en una edad donde el respeto y la admiración de los pares es un objetivo primordial. Esa ansiedad se refleja sin efectismos y de forma clara en las distintas prácticas que realizan, con deberes tan divertidos como intentar relajar a un Hulk.

El pretexto de esas unidades permite reforzar el vínculo entre los miembros del alumnado, si bien también refuerza las rivalidades y piques. Asimismo, cada cual desarrollará un vínculo especial con la figura mentora que les toque en suerte. Siempre al filo de la navaja para la frontera entre el bien y el mal, no sorprende que Emma bauticé a sus pupilos como Infernales. La cabecera ya tenía su Slytherin. De hecho, no resulta nada extraño que terminasen alcanzando el derecho a su propia miniserie, puesto que en esa etapa vital ya es sabido que quebrantar las normas en la adolescencia suscita la admiración de los iguales, si bien también lleva aparejada una larga nómina de problemas.

La figura del profesorado es el pretexto de la dupla de guionistas para hacer guiños al legado previo. Danielle Moonstar surgió de Chris Claremont y Bob McLeod para convertirse en una atractiva integrante de Los Nuevos Mutantes: podía aprovechar los anhelos y terrores de sus oponentes. En la Academia X, dará clases particulares a Ruina, Danza del Viento, Elixir, WallFlower, etc. 

Infernal, Ícaro, Alud, Mercurio (sin relación con el célebre velocista Pietro) pronto forjarían una intensa rivalidad contra el escuadrón mandado por Moonstar. Tal vez, aquí se podría hacer una ligera crítica a la andadura, puesto que se focaliza mucho en esos dos fuertes antagonismos en detrimento de las otras unidades forjadas.

Muchos de estos personajes exhibieron un potencial más que interesante, si bien terminarían abocados a ocupar un papel marginal en el universo Marvel, verdadera lástima, puesto que podían haber tenido trayectorias plagadas de buenas historias.

Si Platón impedía la entrada a sus lecciones a aquellos atenienses desconocedores de la geometría, Cíclope dejaría claro que ansiaba demostrar ser tan duro y exigente como su propio tutor con él. Pronto, las tramas mostraron singularidades como la de Kevin Ford, un estudiante con muchos condicionantes, incluyendo el juicio pendiente por el homicidio involuntario que cometió con su propio padre. Obviamente, el asunto dividirá las opiniones en esa jungla que suele ser la convivencia para que cada cual elija bando y posiciones tan taxativas como corresponde a la edad donde surge el pensamiento crítico.

Observando los avatares que habría de afrontar el señor Summers en el futuro Marvel, Weir y DeFilippis le mostraron con muchas artistas, evitando simplificaciones. No se limitaron a un gruñón mandamás lanzando rayos desde el despacho del director, también hubo escenas bien llevadas y diálogos que exhibieron su empatía hacia aquella nueva generación que afrontaba retos bien conocidos por él.

Superhéroes con superflechazos

Quizás usando su propia experiencia y en un singular ejercicio de escritura conyugal, el dueto creativo adereza sus tramas con los suficientes lances amorosos que demuestran, una vez más, que el culebrón y lo superheroico están hermanados. John Romita hizo palpable que la comedia romántica sentaba bien al Peter Parker universitario y, desde entonces, cualquier serie marvelita sabe que ningún triángulo amoroso bien planteado hace daño para dar descansillos entre puñetazos y poderes telequinéticos.

Es decir, un sector de la parroquia mutante empezaba a murmurar. Aquello sonaba bien. Había algo de Quinta del Mini o Baby Ajax, es decir, el típico proyecto juvenil que va llenando estadios y despertando incluso las simpatías de las aficiones rivales. Resultaba fácil encariñarse con aquellos estudiantes, cuyos dones no podían ir más acordes con su edad: las feromonas de Laurie Collins servían para escenificar los constantes cambios de humor y emotividad extrema de una etapa plagada de altibajos emocionales.

Hay que reconocerlo. Son varios los cómics de cierto cabeza de red donde importa menos la treta para vencer a Octopus que analizar bajo lupa la salida nocturna con Gwen, Harry, “Flash” o Mary Jane. En nuestro marco académico, hay una preferencia clara por Sofia Montega y Julian Keller, cuya química se nota desde la primera viñeta y está muy bien planteada.

Como bien apunta Raúl Gutiérrez, si buceamos en los cómics que se realizaban durante aquellos años, prácticamente ninguno presenta más escenas de los protagonistas luciendo ropa de calle o haciendo cosas cotidianas. Los uniformes quedan reservados para las sesiones más exigentes o primeras sesiones, algo que subraya su encantadora bisoñez y acentúa que las cuestiones que importan con esos años son otras.

Asimismo, no todo van a ser parabienes, el título plantearía un problema frecuente en tiempos actuales: un carrusel de artistas gráficos sin que ninguno de consolide de manera definitiva en el cómic: Paco Medina, Michael Ryan, Staz Johnson y un distinguido etcétera de buenos artistas que nunca llegan a estar el tiempo requerido para cogerle el pulso a la academia y hacerla suya.

Juan José Palacios es taxativo en su recuento: hasta 11 ilustradores diferentes si contamos New Mutants y New X-Men: Academy X. Los bailes de entrenadores sientan mal para asentar a jóvenes deportistas, y ese peaje se paga con idéntico signo para que una colección pueda asentarse en el mercado con un sello gráfico bien definido cuando no hay un lápiz fijo.

Convivir con los mayores

Un gran acierto de esta apuesta fue no dejarla orbitar como un compartimento estanco aparte del rico mundo mutante. Aprovechando la ocasión de la ambiciosa Dinastía de M, la academia y sus integrantes se verían asimismo arrastrados por el torbellino donde la Bruja Escarlata terminaría diciendo una de las frases más apocalípticas que se recordaban en tiempos recientes.

En esta ocasión, el apartado gráfico quedaría bajo la responsabilidad de Aaron LoPresti. Nuevamente, DeFilippis-Weir buscan encontrar su propia voz, respetando las líneas maestras de una realidad donde Magneto al fin ha conseguido la posición preeminente que ansiaba, la trama que desarrolla esta saga tiene entidad propia. Aparte del interés de ver nuevos rostros en la academia o descubrir interacciones distintas a las que conocemos en la colección, nuestro escenario se traslada a Japón, donde Fuego Solar está gobernando con tales desmanes que el alumnado homo superior va a verse tentado de ayudar a la rebelión humana.

De hecho, la proximidad de House of M les obligó a hacer alguna pequeña trampa de continuidad cara a su Yearbook Special, un número aparte publicado por esas fechas, aunque tuvieron que ubicarlo un poco antes de las acciones a cargo de Wanda Maximoff. El anuario sirve para reflexionar sobre el sentimiento de grupo y la dificultad del trabajo en equipo que provocan las tensiones entre los integrantes de la academia.

No sería el único caso. Academia X desfiló de igual manera en la popular Lobezno: Enemigo del Estado, un cóctel molotov donde Mark Millar y John Romita Junior colocan al samurái de las garras en una situación límite. El cruce es bien aprovechado en la Escuela, pues servirá al alumnado para afrontar la pérdida y una situación crítica que, desafortunadamente, habrán de encarar en el mundo real cuando toque el timbre.

Cabe subrayar la delicadeza para insertar el evento dentro de la dinámica del título, siendo ideal para la persona lectora que está siguiendo la gran saga, pero sin que sea para nada imprescindible conocerla a la hora de disfrutar del cruce. Además, plantea un dilema moral propio de la enseñanza: el profesorado deberá decidir si revelan el verdadero paradero del cadáver por los siniestros propósitos de La Mano u optarán por guardar silencio en aras de ahorrar pesadillas a sus pupilos.  

El legado oculto

Lobezno y La Patrulla X (2011-2014) fue una colección donde Jason Aaron jugó a combinar viejas fórmulas con situaciones novedosas: Logan, el mejor en lo que hace y siempre por libre, creaba la Academia Jean Grey (innegable su debilidad por la pelirroja), una nueva intentona de mantener la llama del sueño de Xavier viva.

El camino fue todo un éxito que aupó al guionista, y es que pocas cosas funcionan mejor en la función que colocar a un antiguo enfant terrible en la tesitura de ser ahora él quien deba hablar ante la pizarra mientras jóvenes impacientes aprovecharán su más mínimo descuido para armar jaleo.

Si observamos con atención, dicha cabecera emplea muchos de los recursos que ya eran visibles en la propuesta de Nunzio DeFilippis y Christina Weir. Por ejemplo, Aaron logra coger a un personaje como El Sapo y darle una mayor alma, suscitando incluso empatía hacia él en su lectura. Ya en Academia X podemos apreciar este redescubrimiento de figuras infrautilizadas, tipo Xi’an Coy Manh.

De hecho, cuando se confirmó la marcha del matrimonio de la serie, hubo un importante clamor de agradecimiento por la labor realizada. No todo son títulos y visitas a la sala de trofeos para la buena afición. El público rendía así tributo a dos artistas que recorrieron con honestidad un sendero donde intentaron primar las emociones de sus atribulados protagonistas que épicas salvaciones del mundo.

En muchos sentidos, abrieron puertas para el nuevo milenio. Como legión fanática de todo lo que acontezca con aquella idea original de Charles Xavier, molesta que muy pocos integrantes de aquella camada sigan teniendo cierta relevancia en la Casa de las Ideas, no hablemos ya de poderles ver en el primer equipo como titulares de pleno derecho.

Puede servirnos de consuelo imaginar que prepararon el terreno para sucesores más afortunados, manteniendo viva la llama. Por eso, guionistas de moda como Jonathan Hickman siempre están dispuestos a dejarse caer en Nuevos Mutantes, puesto que constituyen la antesala maravillosa a una de las cabeceras más importantes en la historia del cómic. 

Repasando las fotos del anuario, nos resulta imposible ocultar la sonrisa que empezamos a esbozar hacia una generación de mutantes con una papeleta complicada: ser la nueva ola para el milenio que comenzaba, abrir el camino para que otros cosechasen los futuros laureles.

No importa. Siguen siendo nuestra cantera, marca de la casa, una garantía de maravilloso lienzo en blanco donde poder volcar cómics ágiles, juveniles y, como diría Albus Dumbledore, cierto desdén por las normas que hacen de Academia X un entremés altamente delicioso a redescubrir.