Es muy ambicioso el tratar de comprender cómo funciona la mente de un genio. Por ese motivo, muchas aproximaciones tienen más que ver con los datos contextuales que con un acercamiento a los mecanismos psicológicos de la cabeza del creador. Esa es una tendencia que se está defenestrando en favor de aproximaciones personales en las que el autor pasa a un segundo plano y prima la interpretación de este o de su obra. Pero se sigue sin hacer el esfuerzo de empatizar o de entender al objeto de estudio.
Por ese motivo, obras que se atrevan a abarcar todo ello y, además, lograr que el lector se ponga en la perspectiva del personaje analizado, son todo un logro y no abundan. El año pasado sorprendió La Mentira por Delante por su audacia a la hora de plantearse un cómic de estas características y, salvando las evidentes características estilísticas, El Diablo y el Señor Twain hace lo propio.
Se trata de una idea que lleva cuajando en la mente de Koldo Azpitarte y se nota el cuidado y la exhaustividad con la que se ha trabajado. Esta es una obra que le apasiona y que le ha acompañado desde que descubrió que Twain, uno de sus escritores favoritos, tuvo un encuentro con Tesla. Ahí germinó la posibilidad de levantar un proyecto que le permitiese tanto rendir un homenaje a Twain así como tirar del hilo hasta dar con aquellos paralelismos con la época del escritor y la nuestra.
Además, la narrativa toma un formato episódico (en homenaje a las publicaciones originales de las novelas de Twain) en el que se favorece un aspecto antológico que, a su vez, encaja como un todo. Es una estructura un tanto compleja, pero se lleva a cabo a buen puerto. A ello contribuye que la trama central quede diluida en favor de un posicionamiento más observacional.
Si algo es El Diablo y el Señor Twain, es un estudio a una figura histórica real y a la relación con su entorno. Se humaniza al personaje y, con sus problemas y trivialidades, consigue que el lector quiera pasar más y más tiempo con él. Los episodios van de lo más espectacular (particularmente interesante son sus encuentros con otras mentes brillantes del calibre de Bram Stoker o Nikola Tesla) a lo más cotidiano y mundano sin que se pierda el tono.
Está todo bastante equilibrado, a pesar de una ambición que también se deja ver en la multitud de temas que se han querido abordar. Al seguir un modelo estructural puramente conversacional y epistolar, se ha conseguido que haya una serie de disertaciones acerca del progreso, el capitalismo, el amor, el dolor, la pérdida, los cruces y experiencias vitales que cambian y moldean la identidad, la inspiración y creación literaria… Puede parecer que esa ambición podría provocar una falta de concreción dramática, pero, sorprendentemente, no es el caso.
Toda la narrativa se ha abordado con la sutilidad de alguien que mira de tú a tú al lector. No se trata de sentar cátedra, sino de abrir una serie de debates que no suelen darse y que, seguramente, deberían estar más presenten en nuestras sociedades. Para ello hace falta una humildad que se evidencia en cada página. Las disertaciones, los choques de puntos de vista y la complejidad de aquellas ideas complementarias y antagónicas en las que nadie tiene la razón. Puede que, a día de hoy parezca que todo esto esté superado, pero estas piezas demuestran que muchos asuntos siguen siendo relevantes.
El arte de Mikel Bao sorprende por su depuración estilística. Es alguien que ha apostado conscientemente por una línea clara, caricaturesca y cartoon. No ha querido ser particularmente rompedor, puesto que esta pieza tiene otros objetivos. Por el contrario, su arte siempre resulta minimalista y claro: están los elementos imprescindibles para contar lo que haya que contar. Además, se emplean composiciones sencillas de seis viñetas simétricas. Con todo, da la sensación de un orden y concierto bastante palpable.
También resulta destacable el empleo del color en esta obra en particular. En él se ha abrazado un tono cálido y amarillento en su mayor parte de la narrativa, roto por un azul más frío y apagado en una secuencia en la que se rompe con el naturalismo del libro en favor de una abstracción más anárquica. Ahí las composiciones pasan a ser más imaginativas y menos convencionales, en favor a lo que precisa la narrativa.
El tomo de Dolmen Editorial se trata de una edición de una factura exquisita. Aparte del propio cómic, se ha incluido un extensísimo epílogo en que todos los implicados explican con pelos y señales cual ha sido el proceso que ha conducido al desarrollo y posterior publicación de este trabajo. Sin duda, se trata de un resultado final de sobresaliente.
El diablo y el Señor Twain es una profunda aproximación a una de las mentes literarias más prodigiosas de los últimos siglos. Una lectura que tiene la densidad necesaria como para exigir un reposo, pero que gratifica al lector con algo que le permite ampliar su perspectiva. Un cómic que hace que, al final del viaje, agradezcas haber sentido curiosidad por conocer algo más del célebre escritor del llamativo bigote.