Santa Familia, tragicomedia humana en dos actos

Frente a la pujante moda cinematográfica que se retrotrae a los recuerdos de infancia para idealizar el pasado familiar –con ejemplos como Roma (Alfonso Cuarón, 2018), Belfast (Kenneth Branagh, 2021) o Fue la mano de Dios (Paolo Sorrentino, 2021)-, existe una gloriosa tradición literaria, especialmente relevante a partir de la segundad mitad del siglo XX, que prefiere indagar en las grietas de familias anodinas y personajes presuntamente ejemplares, para hacer aflorar la mugre que en ocasiones se encuentra debajo de la superficie más impoluta.

La escritora vasca Eider Rodríguez, como ya hicieran ilustres precedentes como Raymond Carver o Richard Ford, se vale de la familia y sus tradiciones como fuente inagotable de inspiración que le sirve para hablar de aspectos tangenciales como las relaciones de pareja, la brecha intergeneracional y las luchas emocionales de dominación; líneas temáticas que suelen aparecer en recopilaciones de relatos tan estimulantes como Un corazón demasiado grande, y que también vertebran el guion de Santa familia, su estreno en formato de novela gráfica con la colaboración del dibujante Julen Ribas. La obra, publicada por primera vez por entregas en la revista Xabiroi,  ya ganó el Premio Euskadi de Literatura 2018 en la categoría Literatura infantil y juvenil, y ahora llega en castellano de la mano de Grafito Editorial.

Rodríguez se toma su tiempo en (de)construir los tres vértices del triángulo imperfecto que conforman la Santa Familia del título. Sorkunde, la madre, intenta resistirse al paso del tiempo, soplando eternamente las velas de su cuarenta cumpleaños y resoplando ante cualquier cambio que amenace lo que considera orden natural de las cosas.  Teodoro, el padre, también parece estar atrapado en el tiempo, en este caso estirando una posadolescencia que le permite rehuir conflictos de adulto. Ambos se casaron, sin estar enamorados, para cubrir un vacío vital que trataron de llenar con el mobiliario de su nido familiar, una mascota y una hija.

En su primera mitad, Santa Familia es un notable slice of life, que Ribas plasma en sus sugerentes acuarelas recurriendo a tonos cálidos y primeros planos expresivos –ejemplar el abanico de emociones que logra captar el dibujante, del más puro horror al desconcierto-, rico en lacerantes reflexiones naturalistas sobre la relaciones humanas: la dificultad para aceptar los defectos propios y ajenos, la dependencia emocional o esa banda sonora de reproches que sepulta cualquier posibilidad de diálogo constructivo en tantas parejas. Aquellos que conozcan la obra previa de Rodríguez también encontrarán elementos reconocibles de su rico imaginario, como las referencias a las enfermedades o la presencia de animales, que para la escritora representan todo aquello que no se puede expresar mediante el lenguaje puramente verbal.

Santa familia vira el rumbo temático y formal cuando entra en escena la hija del matrimonio, Nora (que en euskera significa adónde), una adolescente paralizada por las dudas y los miedos, que no sabe si seguir nadando en la seguridad de la piscina o lanzarse a mar abierto, y que Rodriguez aprovecha para introducir el segundo gran eje temático de la obra: la adolescencia y la imposibilidad de reconectar con los hijos en esta complicada etapa vital, que en el caso de Sorkunde se somatiza hasta lo directamente enfermizo.

Tras haber hurgado en la dinámica familiar y sacar a la luz sus secretos, Rodríguez se vale de la figura de Nora para dinamitar el relato. La confesión de un –metafísico o metafórico, a elegir- secreto a sus padres introduce un elemento fantástico en lo que hasta entonces era una ficción de corte realista, obliga al lector a repensar lo leído y a sus protagonistas a afrontar un cambio inevitable que siempre prolongaron, abandonados como estaban a la inercia vital. Este cambio tonal inesperado de la segundad mitad de Santa Familia también afecta a los creaciones  de Ribas, que se vuelven más expresivas, dinámicas y evocadoras.

Paradójicamente, esta voladura narrativa sirve para que el tono de la obra se aligere y se multipliquen los elementos de humor que hasta entonces se sazonaban con discreción. Especialmente hilarante ese ese bestiario de padres y madres clásicos y modernos, que rompe el relato, y que sirve a Rodríguez y Ribas para diseccionar con precisión de cirujano y grandes dosis de mordacidad los diferentes perfiles paternos y maternos de los últimos años, así como las diferentes formas de entender la crianza y la relación con los hijos.

Cuando los personajes de Santa Familia llegan al final del viaje emocional al que son sometidos, ya totalmente transformados, el lector solo puede lamentar que no haya prevista una continuación de esta saga familiar que permita seguir las andanzas de estos personajes tan contradictorios, imperfectos y fascinantes.

Si quieres saber más detalles sobre la obra de boca de sus propios autores, te animamos a leer la entrevista con ambos que hemos realizado desde Sala de Peligro pinchando en este enlace.