Entre las novedades de la recta final de diciembre de 2021 figura, entre otros títulos destacados, la última obra de Ana Oncina: Just friends. Tras su paso por Planeta Manga, iniciado con Neko girl, la autora de Croqueta y empanadilla o Los f*ucking 30 apuesta por su primer tomo manga autoconclusivo de 218 páginas, editado por Planeta Cómic.
Con el reencuentro entre Erika y Emi como punto de partida, dos amigas que se conocieron hace más de una década en un campamento de verano, Oncina establece las claves de una historia de tono intimista, contada sin concesiones valorativas a través de las distintas perspectivas de las jóvenes. Mediante flashbacks cuidadosamente estructurados y señalados además de forma cromática, Erika y Emi emprenden un trayecto que recorre desde el presente el pasado compartido por ambas y mediante el que de forma progresiva se presentan como dos personalidades muy diferentes.
Como si de un mosaico de retazos se tratara, las protagonistas se pierden en los recovecos del pasado lejano para evocar las anécdotas estivales de un campamento que ha marcado sus periplos existenciales. Partidas de vóley, noches en vela compartiendo confidencias en el saco de dormir alojado en una tienda de campaña junto a otras disfrutando de una lluvia de estrellas, un taller de camisetas tye-dye, borracheras, amaneceres, juegos y primeras veces son ahora reconstruidas desde el filtro de la memoria y el distinto impacto en sus biografías. Doble juego por tanto de perspectivas, pues a la temporal que transita del presente al pasado como hilo conductor se le suma la óptica con la que cada una ha vivido un determinado acontecimiento y lo ha construido después desde el tamiz del discurso con el que ahora se le muestra a la otra como si fuera la única verdad posible.
El viaje iniciático de las heroínas que han abandonado su hogar y el entorno conocido por diferentes motivos se articula aquí a partir del campamento como foco neurálgico que trasciende la mera localización espacial para erigirse en el detonante de la intensidad de las vivencias y también, la frontera que las separa de la realidad de la que cada una partía. Tras el paréntesis respecto a su cotidianeidad que la semana vivida en el campamento supone, Erika y Emi deben volver a sus respectivas existencias y al orden establecido, eso sí, con el bagaje del aprendizaje experimentado. El campamento como eje, ritmo y medida del tiempo detenido en las horas de vino y rosas que cantaba el poeta, de los días en apariencia interminables del verano y, al tiempo, de la aceleración con la que se precipitan episodios vitales en la adolescencia y se degustan hasta exprimir su último segundo.
El particular sello de la autora destila sensibilidad en cada viñeta a la hora de abordar temas como el primer beso, el primer amor, la primera resaca, pero también las lágrimas que conlleva el tránsito de la adolescencia a la madurez y el descubrimiento de las falacias de las promesas no pronunciadas, pero implícitas en un parpadeo, en una mirada, en una relación que se creía eterna y lo era, mientras duraba.
A partir de sus vivencias personales, Oncina convierte el campamento en un hito trascendental en la configuración de la identidad de sus protagonistas, puesto que establece un punto relevante para la relación de ambas al que vuelven de forma repetida durante su conversación para explicarse y explicarnos, para desvelarnos de forma progresiva sutiles indicios que intuimos, pero que no poseemos como lectores. La morosidad se fusiona con la elegancia para esbozar a través de los silencios y las palabras no dichas dos complejas y diferenciadas caracterizaciones psicológicas, la de Erika y la de Emi, sin incurrir en ningún momento en la repetición informativa texto-imagen o el juicio de valor gratuito en el diseño de un personaje plano o arquetípico.
La madurez de Oncina no solo se aprecia en el total control del guion y el ritmo narrativo que permite al lector paladear sin prisa pero sin pausa una trama basada simplemente en las vivencias personales de dos jóvenes con cuyo retrato de las vivencias adolescentes puede identificarse, sino también en el apartado gráfico de un manga con sentido de lectura oriental en cuyas viñetas se integran onomatopeyas en japonés. Con el blanco y negro como consigna, destaca sin embargo la alternancia consciente entre el fondo de las viñetas como indicador de los saltos temporales, pues se prefiere el fondo blanco para el presente mientras que el fondo negro alberga acontecimientos del pasado.
De dibujo entrañable pero al tiempo realista, Just Friends construye desde la aparente trivialidad de una conversación de dos amigas una delicada sinfonía de momentos orquestada por la nostalgia con la que Erika y Emi evocan sus primeras veces, pero también, una historia de descubrimiento y maduración cuyo gusto agridulce se desliza hasta la pupila del lector que desearía poder reposar todavía unos instantes en el paraíso de la adolescencia recuperada.