¿Qué es lo que hace falta para que una persona cometa un asesinato? Esa pregunta es una de esas que conducen a una infinidad de interrogantes más y más perturbadores. No hay una respuesta válida y universal que dé una explicación a lo que, simplemente, es un horror inexplicable. Lo que sí que hay es un pozo a una oscuridad de la que resulta difícil zafarse. Una vez decides asomarte a él, caes irremediablemente a un lugar en el que no querrías estar. Pero ya es demasiado difícil para ir atrás. La gravedad te arrastra como una fuerza seductora en la que no hay otra alternativa que finalizar el descenso. Aunque puede que este será eterno.
Este símil sirve para expresar la retorcida fascinación que despierta en cualquier lector el adentrarse en la mente de un despiadado psicópata. El morbo siempre ha sido una fuerza motora para el intelecto humano. De algún modo, tratar de entender algo tan extremo es una manera de viajar a un lugar exótico en el que todo resulta ajeno a la cotidianeidad. Es el reverso oscuro de la cultura en la que no dejamos de expresar interés en las vidas de los privilegiados.
Pero lo que, sin duda, despierta más morbo todavía son aquellos crímenes sin resolver. ¿Cómo es posible que los malos ganen y se vayan de rositas, por atroces que hayan sido sus actos? ¿Cuál es la clave para que esta gente sea tan escurridiza para una ley implacable para tantos otros? Pues muchas veces eso se explica gracias a que, para ser verdaderamente malvado e implacable, debes ser inteligente. Y lo cierto es que un común denominador entre bastantes asesinos en serie es que poseen un coeficiente intelectual por encima de la media. El máximo exponente de esto es el célebre Ed Kemper, quien, aburrido de que la policía no fuera capaz de seguir ni un solo de sus pasos, optó por entregarse y así conseguir esa fama que tanto perseguía.
Lo de atribuir inteligencia a maldad es un cliché, a pesar de que tenga tanto de verdad. Lo que no lo es tanto es el vincularla estrechamente con aquellos organismos que deberían velar por la protección de la sociedad. Es más fácil conciliar la idea de que los actos de maldad los produce un monstruo que está alejado de cualquier convención social y sobre el que volcar todos los miedos que el asumir la opción que se está en manos de personas, como cualquier otra, que igual no están tan alejadas de esos psicópatas.
Lo cierto es que se está en un mundo de moralidad compleja y gris en el que es muy difícil encontrar ejemplos de pura maldad nacida de la nada. Los actos fortuitos y aleatorios de violencia existen, pero siempre responden a heridas más profundas que la sociedad ha generado. El ser humano es imperfecto y por ese motivo siempre habrá un vecino o vecina (es mejor entender al criminal así que como un monstruo ambiguo, abstracto y lejano) que lleve a cabo algo que sea escandaloso.
Son muchos esos transgresores de esos códigos que la mayor parte de la civilización ha establecido como los idóneos para poder convivir. Pero, con perdón de Caín, seguramente, el más célebre de todos esos seres insidiosos sea el siempre misterioso Jack, El Destripador. Y no es de extrañar. Este tipo lo tiene todo: una identidad absolutamente desconocida (y acerca de la cual mucho se ha especulado, especula y especulará), una elaboración de crímenes perfectos, una simbología detrás de él (o ella) completamente icónica, un ensañamiento que sigue poniendo los pelos de punta a día de hoy, una precisión en sus acciones extremadamente minuciosa… Todo ello contrastaba en un contexto en el que la sociedad británica optó por ser tener una imagen de puritanismo y rectitud moral. Evidentemente, si algo supuso las malas nuevas de este carnicero es el poner en evidencia la hipocresía sobre la que se cimentó con orgullo el Imperio británico.
Pero, tal y como diría él mismo: vamos por partes. Lo siento. El chiste tenía que estar.
Trayectoria Editorial
La primera constancia de este proyecto fue cuando a finales de los ochenta, Alan Moore, vio un documental de la BBC sobre Jack, el Destripador donde proponían (con información de un descendiente de Sickert) que los asesinatos podrían implicar a la masonería. Evidentemente, quedó absolutamente absorto y fascinado alrededor de la idea de poder entrar en el juego especulativo alrededor de qué fue lo que ocurrió.
Fue entonces cuando llamó a Neil Gaiman para acudir al British Museum y recabar toda la información posible alrededor de las distintas teorías acerca de la identidad del asesino. Fue algo que, poco a poco fue obsesionándole más y más hasta convertirse en el cómic en el que más tiempo ha invertido.
Tal y como se ve en el segundo anexo de la obra, en 1988 se produjo el centenario de los asesinatos. Eso provoca un interés que se reaviva y se publica un libro capital que sirve de base de este: The Final Solution de Stephen Knight. En él, por primera vez, se especula con la posibilidad de conspiración. Pero mientras que el de Knight fue un ensayo que trataba de estrechar el círculo alrededor del pintor Walter Richard Sickert, Moore prefirió enfocarlo como una ficción y señalaba a otra figura histórica.
Pero la cosa es que Jack, el Destripador era el personaje con el que se iba a “casar”. Así comentó su proceso:
“Lo elegí porque, al cumplirse en 1998 el centenario de los crímenes, había disponible un montón de material sobre el Destripador. Originalmente ni siquiera lo consideré, porque Jack el Destripador me parecía demasiado trillado. Pero me topé con el libro de Stephen Knight (Jack the Ripper: The Final Solution) y con otro par de textos y pensé que, en verdad, esa historia se podía contar de una forma nunca vista antes, aunque también me percaté de que hacerlo iba a requerir una investigación tremenda.”
Otra cuestión que le resultó atractiva es que en esa década, encontró muchas de las causas de los problemas que eclosionarían durante el siglo XX:
“Sí. Todo From Hell, en cierto sentido, fue… me parecía que viendo la mayoría de avances tecnológicos del siglo veinte, el origen de la mayoría de ellos podía ser rastrado hasta llegar a 1880. La mayoría, por ejemplo: Francia invade Indochina en 1880, lo que llevó más tarde a la guerra de Vietnam… los experimentos de Michelson-Morley que llevarían, claro está, a Eintein y la bomba atómica, ¿sabes?
Lo que me sorprendió descubrí que la década de 1880 era como el siglo veinte en miniatura, entonces pensé que quizá los asesinatos de Jack, el Destripador fueron el cenit de la década de 1880. Así que de aquí es donde saqué la idea de From Hell, donde en realidad tenemos a William Gull en su último asesinato actuando más o menos como una comadrona en el nacimiento sangriento del siglo XX. Intentaba hacer ver las formas que existen en la Historia, las cosas que unen los eventos, a veces son coincidencias, a veces son una especie de retazos llenos de significado. Pero creía que, si la gente pudiera ver las cosas de esa determinada perspectiva, tendrían una experiencia enriquecedora de la vida.”
Moore afirma que acudió en 1989 a Whitechapel y a Christ Church, Spitafields y que fue una experiencia terrible y transformadora. Sintió verdadero miedo recorriendo esas calles, con lo que esa fue la inspiración necesaria para dar con las claves necesarias para contar una historia que buscaba.
Lo de Jack, el Destripador estaba ya muy manido por aquel entonces. Ha quedado como uno de los primeros y más relevantes asesinos en serie. Y el hecho de que quedase libre de toda pena, le daba otra aura. Pero nadie había contado la historia con el enfoque que él encontró haciendo ese recorrido.
Estuvo mucho tiempo de preparación para dejarlo todo bien cimentado, todavía no veía el momento de llevarlo a cabo. Su próxima gran publicación iba a ser Big Numbers, durante la segunda mitad de los noventa. Llegó a comenzar a salir a la luz un par de números, pero terminó quedándose inacabado.
Tras eso, llamó a Stephen Bissette, viejo amigo suyo y colaborador en La Cosa del Pantano. En ese momento, se encontraba editando la revista Taboo antológica de cómics con otros nombres (como Neil Gaiman, Moebius o Chester Brown) implicados. Al respecto a esa conversación, comentó lo siguiente:
“Cuando en 1989 me llamó para ofrecerme publicar From Hell en Taboo, Alan ya tenía completamente desdeñada una novela serializada con los nombres de los capítulos, los prólogos, epílogos e incluso una cosa en forma de apéndice. Lo tenía todo en su puta cabeza desde el principio.”
Así lo cercioró el propio Moore, quien también comprendió que la duración de los distintos capítulos tendría que ser variable:
“Era una trama finita que tenía lugar en algún momento de la década de 1880. Dieciséis episodios eran suficientes para contarla: pero también era consciente de que iba a tener que documentarme muchísimo en el transcurso de este trabajo y de que eso podría proporcionar información que llevara a la historia a nuevos territorios. Por tanto, dije desde el principio que constaría de dieciséis capítulos, pero dejamos totalmente abierta la extensión de cada uno para que pudieran abarcar de 8 a 50 o 60 páginas; fue una manera mucho más orgánica de estructurar el libro.”
El siguiente paso, como es natural, sería encontrar un ilustrador que se ajustase a las necesidades de la obra. E hizo una apuesta arriesgada en el momento en el que contactó con Eddie Campbell. Por aquel momento, el artista era principalmente conocido por Alec, una obra autobiográfica completamente experimental y personal.
No parecía la opción más evidente para contar la historia de Jack, el Destripador. Y, precisamente, por ese motivo Moore vio que era la única opción posible. Vio que sería alguien que no venía viciado por el género negro y que tampoco llevaría a cabo un cómic clásico.
Eddie Campbell tampoco lo veía claro y tenía muchas inseguridades a la hora de implicarse en un proyecto de este calado y con unos recursos que no eran los habituales. Debía empaparse de documentación histórica y tratar de emular las ilustraciones de la era. No quería que fuese un cómic que mirase desde hoy a la época victoriana. Por el contrario, quería que fuese como un mensaje difuso que llegase de ese periodo histórico.
Finalmente accedió y la implicación de ambos es Historia. Pero desconocía esa idea de que los capítulos tuvieran distintas extensiones:
“Cuando Alan me convenció de que lo ilustrara se suponía que iba a constar de dieciséis capítulos de 8 páginas cada uno. Pero el primero tuvo 8, el segundo 12, el tercero 19, el cuarto 32, y llegamos a tener un capítulo de 50 páginas.”
De hecho, durante el proceso, trató de acortar el altísimo nivel de trabajo empleando unas herramientas que no respondían a lo visual:
“Eddie comentó en su momento que, si hubiéramos usado didascalias, podríamos haber expuesto todo en un centenar de páginas: probablemente sea cierto, pero creo que tomamos la decisión correcta.”
Campbell, en distintas entrevistas concedidas a posteriori, comentó por donde inició su viaje personal a esa época:
“Cuando Alan empieza un proyecto, pone mucho empeño. El primer paquete que me llegó era enorme. Tenía el primer guion, un libro sobre el arquitecto Christopher Wren, otro libro de arquitectura y un callejero de Londres, de la editorial A-Z Map.”
También es notable el cambio de estilo que llevó a cabo. Todavía a día de hoy sigue siendo uno de los movimientos más radicales que ha hecho un artista. Buscaba una veracidad y una ambientación muy minuciosa y eso pasaba por un rupturismo absoluto con lo que estaba haciendo hasta el momento:
“Intenté imitar los dibujos del periodo que constituyó el primer momento histórico del que puedes ilustrar cosas ya reproducidas fotográficamente. Te liberas de la plumilla y puedes permitirte garabatear, emplear salpicaduras, usar aguadas y utilizar un montón de técnicas tan interesantes como diferentes. Lo que intenté fue dibujar como si viviera en 1890.”
Al respecto de qué es lo que aportó Campbell, Moore terminaría afirmando lo siguiente respecto a su colaborador:
“No creo que pudiera haber hecho From Hell con alguien que no fuera Eddie Campbell. Es decir… El estilo de Eddie es único en el cómic. Era exactamente el estilo necesario para sacar adelante el material que produjimos.”
Los primeros capítulos y el prólogo llegarían a través de dicha revista. Como es lógico, no tuvieron la obligación de publicar un cómic al mes y eso supuso que el cómic empezase en 1991 y, durante esa fase, finalizase en 1992. La revista cesó su publicación y eso provocó un desencuentro entre Moore y Bissette que, todavía a día de hoy sigue estando ahí.
Después se movieron el proyecto a Tundra Publishing, una editorial independiente que dirigía Kevin Eastman y para la cual Campbell realizó Bacchus, un cómic de género negro y de fantasía protagonizado por Bacco (el dios griego del vino) y de calado social y político. Pero la mala suerte les persiguió y es que Tundra fue absorbida por Kitchen Sink Press y cerró sus puertas.
Afortunadamente, la sangre no llegó al río y se entendieron con Kitchen Sink Press para acabar la publicación. La editorial reimprimiría todos los números anteriores y finalizaría de una vez por todas con From Hell. Terminó constando de 10 números publicados entre 1991 y 1996. En 1998 dieron el carpetazo definitivo con la publicación del apéndice The Dance of the Gull-Catchers. Son diez años de trabajo en el que los implicados estuvieron implicados en exclusiva a ello. Y se dedicaron en cuerpo y su alma.
Así quiere Campbell que el faraónico proyecto sea recordado:
“Pasaron diez años entre el primer guion y el recopilatorio. En la mitología griega, Odiseo tardó diez años en volver a Grecia tras las guerras de Troya. Recuerdo que en su momento me pareció exagerado. Diez años es mucho tiempo a considerar.”
En 1999 Top Shelf terminaría publicando el tomo que recopila todo el material y se encargaría de las reimpresiones. Esa fue la base para las ediciones internacionales y, como se ha dicho antes, el resto es Historia.
Realidad
La Historia siempre depende de quién te la cuente. No deja de ser una ficción que contamos para tratar de entender dónde estamos. Hay acontecimientos de carácter objetivo, pero la manera de entenderlos es lo que determina el posicionamiento que se puede adquirir respecto a algunos temas sobre los que siempre faltará algo de información.
Si eso sucede con aquellas cosas para las que hay una certeza, para los territorios más complejos, la nube de desconocimiento es lo que se obtiene. Y ante ello, solo queda lugar a distintas teorías y explicaciones que traten de dar explicaciones a algo que no lo tiene.
¿Quién fue Jack, El Destripador? ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Quiénes fueron sus víctimas? ¿Por qué ellas y no otras? ¿Qué hay detrás de todo ello? ¿Qué se puede sustraer de esa barbarie?
Respecto a la primera pregunta, para sorpresa de nadie, no hay respuestas. Fue un crimen que no se resolvió, para frustración de inspector Abberline, con lo que no es una persona tangible. Es un abstracto con un apodo publicado por primera vez por la prensa de la época.
Solo suposiciones más o menos bien documentadas y que se mueven en el territorio de lo plausible. Walter Sickert, el doctor Stanley, Olga Tchkersoff, el dr. Alexander Pedachenko, un carnicero judío, Aleister Crowley o William Gull… Todos estos nombres siempre han estado encima de la mesa y todos se mueven en el territorio de lo posible. Se han publicado y se siguen publicando una infinidad de ensayos que afirman saber quién fue Jack, el Destripador. Todos tienen una argumentación sólida. Pero, lo más interesante, es que nadie es capaz de probar fehacientemente quién fue y que caen en contradicciones con respecto a las otras teorías.
De ahí que Moore no quisiese contar en From Hell una revelación sorprendente con respecto a la identidad del asesino. Citándolo:
“La idea era hacer un cómic documental a partir de un asesinato. Quitarle el énfasis al “¿Quién lo hizo? Para trasladarlo al “¿Qué ocurrió?”. Había visto anuncios del libro de Douglas Adams Dirk Gently, Agencia de Investigaciones Holísticas. ¿Un detective holístico? No solo tendría que resolver el crimen, sino también el mundo entero en el que ocurrió ese crimen. Ese era el giro que necesitaba.”
A su vez, el hecho de que no sea algo concreto de lo cual todo está escrito, le da un cariz de abstracción del cual tenía que sacarle partido:
“No podemos establecer una identidad real y física al ser que llamamos el Destripador… El Destripador, en un sentido verdadero, realmente nunca ha existido físicamente. Era un collage compuesto de cartas falsas, engaños y titulares sensacionalistas. Sólo existe del todo en la idea Espacio, mirándonos desde nuestros libros teóricos y nuestras ficciones, desde nuestras películas llenas de casquería y nuestra mitología contemporánea de los asesinatos en serie, desde las páginas y apéndices de From Hell. Existe sin el estorbo de un cuerpo físico o de una identidad humana. Ha trascendido la realidad humana para convertirse, lo quiera o no, en uno de nuestros inmortales.
En cierto sentido, podría decirse también que, al elegir a sus víctimas, las eligió para compartir el mismo estado más allá de lo humano al que él mismo estaba destinado. Cinco mujeres anónimas de Whitchapel ahora viven en el reino de la leyenda para siempre, fueron transformadas de carne débil y enferma en símbolos, son mártires, una especie de santas… Si el reino del concepto y la conciencia es, como yo lo creo, realmente, el reino de lo sagrado, entonces el crisol de los asesinatos de Whitechapel, tanto el asesino como las víctimas son, en cierto sentido, divinizados.”
El Bardo también no ha dudado en explicar que le es indiferente responder quién es Jack. From Hell no es un whoddunit y su criterio de selección de Gull respondía a intereses meramente dramáticos:
“No me interesaba para nada saber quién era Jack, el Destripador. Eso es material para los Hardy Boys (protagonistas de una popular serie juvenil de novelas de misterio). Nadie lo va a averiguar nunca, y jugar a los detectives con un caso que tiene más de cien años me parece inútil. Lo que aún me fascina es el comportamiento de esa cultura. Escogí a William Gull como culpable porque era el más interesante. Porque, de todos, era el que tenía conexiones con un mundo mucho más grande, de forma que podía usarlo para explorar a Jack el Destripador.”
Respecto a las motivaciones de los asesinatos, de nuevo, depende de quién le preguntes. Desde ser una manera de tapar un escándalo de la casa real británica relacionado con un hijo ilegítimo, pasando por motivaciones más habituales: malicia pura y dura. Asesinatos aleatorios llevados a cabo por un perturbado. Todo es posible y el abordar esta cuestión es quimérico, puesto que, al no haber una identidad definida, tampoco se puede hacer un estudio psicológico que permita entender nada.
Lo que sí se puede responder con rotundidad es sobre la identidad de las víctimas. Y jamás deberían ser obviadas. No son números ni más importantes que su verdugo. De hecho, Moore tampoco tuvo intención de hacer una oda al asesino:
“Me di cuenta de que, si era capaz de encontrar un asesinato lo suficientemente interesante, podría inferir reflexiones a partir de él y desentrañar toda una cultura.”
Podría haber sido Jack como cualquier otro. De hecho, hace de menos el hecho de que matara, menospreciando aquello que, desgraciadamente, trajo al mundo:
“Cinco asesinatos no son nada; eso es lo que me fascinaba. ¿Cómo habían llegado estos crímenes a adquirir unas proporciones míticas semejantes? Una razón obvia, que además distingue a Jack el Destripador de otros asesinos en serie, es que nunca lo detuvieron. Al escapar de la horca, también escapó del olvido.”
Pero, volviendo a las cinco víctimas, fueron personas luchando contra los elementos en un contexto que no eligieron y por el que nadie se merece haber pasado:
– Mary Ann Nichols
– Annie Chapman
– Elizabeth Stride
– Catherine Eddowes
– Mary Jane Kelly
Los cuerpos de cinco mujeres fueron encontrados absolutamente mutilados entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre de 1888. Los dos primeros asesinatos se produjeron en una semana. Y habría que esperar un mes para que aparecieran los tres siguientes. En una misma noche acabó con dos y en otra con una quinta.
Todas las víctimas aparecieron en unas circunstancias similares. Es relativamente probable que se conocieran, puesto que frecuentaban las mismas calles, pero no es un hecho probado. Todas ellas se dedicaban a la prostitución por motivos similares.
Estas son las cinco víctimas canónicas, pero hay otras que podrían responder al modus operandi de Jack, el Destripador, pero para que no se pueden asignar de una forma rigurosa.
Respecto a qué se pudo deber estos trágicos sucesos es todavía un misterio. ¿Fue algo aleatorio o premeditado? Si no se ha demostrado nada en su momento, a estas alturas es muy difícil. Y con una distancia temporal mayor, todo se vuelve más difuso.
¿Qué lecciones se pueden sacar de esto? Evidentemente, ninguna. De actos de este estilo, solo se pueden mirar con repulsión. Pero eso no quiere decir que no se puedan estudiar desde distintas aproximaciones.
Aparte de ser una de las mayores vergüenzas para el cuerpo policial británico, los asesinatos de Jack fue algo que marcó la identidad británica a fuego. Es uno de los grandes casos de la crónica negra internacional y sentó un precedente de violencia que no dudó en ser emulado en más de una ocasión. Fue un asesino en serie antes incluso que existiera ese término. Antes incluso de que hubiera herramientas para que la policía pudiera investigar un caso de esta escala.
Sí, la tesis de que Jack, el Destripador fue quien dio nacimiento a un siglo XX marcado por las guerras y un derramamiento de sangre tremendamente alienante cuyas consecuencias todavía dictaminan el día a día de la actualidad, no parece muy desacertada. Y que venga de alguien quien, precisamente, fue, hasta ese momento, un escritor de superhéroes y fantasía, fue algo a tener muy en cuenta.
Así lo explicó Moore:
“William Gull hace las veces de matrona en el sangriento nacimiento del siglo XX. Se trataba de conseguir que la gente viera la conexión de las cosas, de que viera los patrones que existen en la historia, aquello que conecta los acontecimientos. Unas veces son coincidencias; otras, una suerte de ilación llena de significado. Pero creo que, si el ser humano pudiera ver las cosas desde esa perspectiva, experimentaría la vida de una forma mucho más rica.”
Para ser alguien que siempre ha entendido las conspiraciones como un embuste agradable para una humanidad que busca certezas en lugar de asumir la cruda realidad de que lo que está detrás de todo es el caos, Moore y Campbell optaron por hacer exactamente lo mismo. Tomaron una teoría y alteraron algunas cosas que sí que sucedieron para adecuarlo a lo que se buscaba contento. Esta es una manera de unir los puntos que se ha conseguido hacer gracias a la ficción. Han sido honestos en todo momento y nunca han dicho que se trataba de revelar absolutamente nada nuevo.
Eso no quiere decir que esta obra, por tanto, no tenga tanto contenido ni de documentación como el mayor de los ensayos que tratan de argumentar una teoría. Por el contrario, es un proyecto que respira un alto nivel de verdad y de complejidad:
“Me gusta pensar que, si mi trabajo resulta complejo, es porque vivimos en un mundo complejo. Lo que intento es proporcionar un poco coherencia a esa complejidad; exponer que es posible analizar política, historia, mitología, arquitectura, asesinato y todo lo demás al mismo tiempo, para así ver cómo se conecta todo.
Géneros
Tratar de enclaustrar a este animal en una jaula es como pedir que se impida que el agua moje. La ambición de Moore y de Campbell no respondía a una búsqueda de revolucionar o de reinventar los arquetipos y recursos narrativos y estéticos de ningún género específico. Y prueba de ello es que no se puede decir que From Hell sea de un género sin obviar u omitir otras partes que no se ajustan pero que también son elementos intrínsecos al espíritu de la obra.
Por tanto, From Hell no es una obra de ningún género, pero sí que adhiere características de muchos. De hecho, se puede abordar desde multitud de prismas gracias a ello. Es una suma de elementos que altera muchas reglas respecto a lo que se puede o no puede hacer en determinado tipo de historias y con un indudable sabor a un respeto máximo a aquellas que han permitido que una obra como esta pueda existir.
En un principio, puede ser leído como un revisionismo casi crepuscular de las novelas de Charles Dickens, desde una perspectiva menos humanista, más pesimista. La historia parte de un marcado carácter realista y todo parece indicar que, si no se sabe absolutamente nada, habrá una tragedia romántica con la casa real británica de por medio. El primer prólogo es una historia de amor prohibido en la que se guarda al final las complicaciones dinásticas que puede traer. Lo que antes de preveía como algo personal, toma implicaciones políticas y turbias.
Acto seguido, se conoce al protagonista de la historia: William Gull. Conocemos lo eficaz y meticuloso que es en su trabajo, como accedió a la alta sociedad y se ganó la confianza de la reina. También deja ver algunos matices de su personalidad, como su misoginia y sus inquietudes espirituales y científicas. La reina le demanda que acabe con los chantajes provocados por un bastardo, consecuencia del amor mencionado en el párrafo anterior. Es ahí cuando arranca este cómic.
Salvo algunos episodios significativos (en los que se hará hincapié más adelante, puesto que son el verdadero corazón de From Hell) lo que se cuenta es un viaje por los distintos estratos sociales de la Londres de la época. No se tiene un único de vista, lo cual pone en una especie de tercera persona extraña al lector. Este conoce lo que los personajes quieren mostrar de sí mismos. No hay cuadros de textos más allá los que ubican espacial y temporalmente la acción.
En esta historia, por un lado, hay un drama social en la que se conoce con todo lujo de detalles la vida de las cinco víctimas de Jack. Como es lógico, no son experiencias bonitas. Sus historias son las de muchas otras: las de la pobreza y como esta no deja otro remedio que buscar dinero por cualquier medio posible. Sus rivalidades, sus sospechas, sus problemas en una sociedad profundamente tóxica y machista, su capacidad de encontrar algo de luz cuando todo es peligroso… Y sí, como todo esto es eliminado con una facilidad que da rabia.
Hay mucha delicadeza, cuidado y sensibilidad en su caracterización. Cada vez que se hace una historia de asesinos reales, la única opción moralmente aceptable es la de tratarlo es haciendo un homenaje a las víctimas. De lo contrario, son doblemente víctimas. Los autores parecen tener eso en mente y llevan a cabo una profundización en la identidad de las cinco chicas a la que pocas obras han aspirado. Y es que, por paradójico que pueda parecer, lo que se conoce de ellas que son unas supervivientes a las circunstancias más hostiles a las que cualquier persona podría hacer frente. Y así deberían ser recordadas.
Ellas no consiguieron vencer la guerra, pero sí que ganaron muchas más batallas de las que el ciudadano occidental contemporáneo es capaz de imaginar. Pero perecieron en manos de Jack. From Hell es un relato cubista y también es nos pone en la siempre incómoda piel del agresor. El lector es un fantasma del futuro que observa impotentemente lo que hace Jack hasta pasar a otro plano de la existencia.
La estructura es capitular. “Un melodrama en 16 capítulos”, como lo definieron los creadores. Pero los puntos de giro se ubican, indudablemente alrededor de los asesinatos. Además, son el objetivo exterior y palpable del doctor Gull. Eso se desarrollará más adelante, con lo que os emplazo a seguir leyendo.
La tercera pata de la mesa es el inspector Abberline, como máximo representante de la investigación que se llevó a cabo. Se presenta como alguien que ha establecido una vida feliz fuera de los lúgubres callejones de Whitechapel, pero que se vuelve a ver arrastrado a ellos en el momento en el que le asignan el caso.
Su punto es el que hace que el lector tenga donde agarrarse puesto que, probablemente, sea con el que más tiene que ver. Su investigación pone en crisis su propia identidad en todos los sentidos. En la medida en la que avancen los números, dejará llevar por los vicios propios del lugar, al tener que indagar y rondar los barrios en los que frecuenta la prostitución, pero es que también chocar contra el propio sistema.
Cualquiera que se acerca a este proyecto, hace propio toda la frustración y hartazgo de un personaje que no deja de perseguir un imposible. En primer lugar, porque desde las más altas esferas no les interesa investigar (porque, al fin y al cabo, no deja de ser la vida de una mera prostituta…). No es hasta que la prensa interviene (y entorpece su trabajo) cuando la opinión pública comienza a tomar consciencia del terrible Jack, El Destripador, nombre que le otorga el cuarto poder y que convirtió al hombre en leyenda.
En cualquier caso, siempre han ido por detrás. Su estrategia ha sido más reactiva puesto que, cuando reaccionaba, tan solo llegaban a un callejón sin salida. Y esa fue la tónica de la trama de la investigación hasta llegar a un punto en el que (tras ser apartado de una investigación que también fue bloqueada desde arriba), siguiendo el trazo de la identidad de una víctima, el inspector descubre con certeza la verdad. No solo el que Gull es el asesino, si no que todo es un complot perpetrado por la casa real para conseguir su propia persistencia. Como es lógico, eso le lleva a romper con todo aquello que siempre le ha definido tras llevar sus pesquisas a los superiores.
Por tanto, From Hell es tanto un thriller de investigación criminal, como una historia de terror de un humano monstruoso, así como un fresco histórico de una época acotada y definida. Esa es la primera capa de lectura, pero en el momento en el que se comienza a indagar, se llega a la conclusión de que, en el fondo, lo que contiene la obra es un siglo en miniatura. Y es que, al fin y al cabo, la captura de la realidad es lo que siempre ha sido la máxima aspiración del arte con mayúsculas. Es una pretensión que conduce a llegar decisiones facilonas. No es el caso.
Lo sencillo, por ejemplo, hubiese sido el lanzar referencias culturales al lector. Este no es un cómic referencial en ese sentido, si no que la inspiración principal es la propia vida. Todo aquello a lo que presenta es textual y metafísico, pero no metalingüístico. Si se presentan determinados personajes, se hace desde la más pura realidad documentada e histórica, no a otras representaciones que se han hecho de los susodichos.
Son una infinidad de cosas que, sin mesura, se podrían haber salido de madre con muchísima facilidad. Lo que aquí se plantea podría ser gratuito, pero nunca lo es. Por ejemplo, e estas páginas, se dejan ver figuras de relevancia histórica y artística innegable (Joseph Merrick, Oscar Wilde, Buffalo Bill…). Pero ninguno de esos cameos es gratuito, si no que contribuyen a hacer creíble este universo, a pegarlo a ras del suelo. Eso lo consigue implicándolos, en mayor o menor medida en la trama de formas un tanto sugerentes.
En palabras del de Northampton:
“El Hombre Elefante estaba en un hospital situado a 50 yardas (unos 45 m) del primer asesinato, Buffalo Bill rondaba por la ciudad y fue interrogado por la policía, y Oscar Wilde vivía en la misma calle que uno de los principales sospechosos.”
Ese interés por el ambiente que se respiraba en ese periodo, no es algo que Moore haya molestado en ocultar:
“Matar a alguien no es muy complejo de por sí. Uno se emborracha, golpea un par de veces con un bate de béisbol a otra persona y ya tenemos un muerto. No hay mucho misterio. Pero todas las tensiones que conducen al hecho, todos los detalles de la vida de esas personas, las diversas interconexiones sociales que llevan al asesinato y que se derivan de él… todas esas cosas son fascinantes.”
Esa fue otra motivación que hizo que Moore se volcase en este proyecto es que quedó asombrado en la conjunción de “estrellas” coincidentes en un mismo lugar y espacio. Antes de empezar este proyecto, no sabía que el Londres victoriano había sido refugio de tanta y tanta gente peculiar. Casi se podría decir que fue un evento de carácter mágico…
Terrenos mágicos
La idea de un Londres oculto bajo la superficie, literal o figurada, no es exclusiva de Moore. De hecho, no son pocos los autores y obras que han optado por formularlo en clave de fantasía o género negro. Pero desde luego, no es lo habitual plantearlo de la forma en lo que hace Moore, filtrándolo desde la mitología, la psicología y su propia filosofía.
Esta es la primera vez que lo hizo, pero puede ser interpretado como un ensayo de su obra futura. De alguna manera, Jerusalén (quitándole la trama central de misterio) y su obra cinematográfica no deja de ser una aplicación de esa manera de filtrar la realidad a Northampton, la ciudad en la que ha vivido la mayor parte de su vida y que mejor conoce.
La psicogeorgrafía situacional es la teoría que relaciona intrínsecamente la arquitectura y la disposición de los edificios sobre las emociones y en el pensamiento de los habitantes de una zona determinada. Dicho de otra manera, es una manera determinista que vincula a la persona que se es con el lugar en el que reside.
Tal y como explica Roberto Bartual, se trata de una pseudociencia que responde más a la magufería y al estoerismo que a algo real. Por tanto, es algo que apela a cuestiones más subjetivas que a algo verdaderamente contrastable y probable.
Pero no se puede negar que los territorios condicionan el carácter de las personas. Del mismo modo que lo hace el clima. Y que el hecho de que se obtenga información de un lugar, hace que sea vea con unos ojos muy distintos a los que se estaba viendo.
El escritor de referencia que recoge todas estas ideas no es otro que Iain Sinclair quien, en su obra Calor de Lud, puso en papel la disposición problemática de los edificios de Londres y como esta puede ser un probable efecto de algunos de los acontecimientos más trágicos de la capital inglesa.
Esos edificios son los que tiene en común que han estado construidos por el arquitecto Nicholas Hawksmoor. Se tratan de edificios religiosos alrededor de los cuales han surgido sucesos trágicos que pondrían los pelos de punta a cualquiera (en St. Paul la mutilación craneal de un bebé, sin ir más lejos). Son de los que forman parte del célebre pentagrama invertido que no dudaron en sacar a relucir en todo su sombrío esplendor en este trabajo.
De hecho, la totalidad de uno de los capítulos se dedica a explayarse largo y tendido a jugar con las ideas de la psicogeografía. Se trata del cuarto capítulo, uno de los más memorables y recordados de From Hell. Y es que, es de los pocos en los que los autores deciden frenar la acción para que los personajes tengan una búsqueda introspectiva.
Como no podía ser de otra manera es aquel en el que William Gull hace un paseo por Londres junto con su fiel cochero, Netley. Ambos hacen un recorrido por algunos lugares específicos en un viaje que parece que responde a la arbitrariedad de Gull.
Este, mientras viaja a esos sitios, le explica la historia oculta que está detrás de esos símbolos. Le trata de hacer entender que esa ciudad está en manos de fuerzas que van más allá de lo que está a la vista de los sentidos, de lo terrenal.
Netley, lógicamente, responde desde una confusión provocada por la incomprensión de los conceptos que le está planteando: divinidades ancestrales, grupos de poderosos unidos a cultos arcanos, la idea de que todo está construido sobre fantasmas y espíritus que siguen presentes en el día a día de su vida… Todo resulta nuevo tanto para el desgraciado cochero como para un lector que puede no estar versado en algunos conceptos.
Al final del viaje, llegan a St. Paul y es ahí cuando todo cobra sentido. Gull le ordena a Netley a que colabore en el dibujo del trazado de su recorrido en un mapa. El dócil y perturbado Netley accede hasta desvelar que lo que han hecho es recorrer un pentagrama invertido. En esa escena del mítico cuarto capítulo con el sugerente título «¿Qué Pide el Señor de tí?«, el cirujano termina apostillando su monólogo de la siguiente manera:
“No puedes huir de ello, Netley. Nos está rodeando… El pentagrama de los dioses del sol, los obeliscos y el fuego masculino y racional, en el que están encadenados, el inconsciente, la luna y la feminidad.
Hay que reforzar sus líneas de poder y de significado, de acuerdo con las tradiciones antiguas… ¿Y qué mejor sacrificio que “Hiero Gamos”? ¿Qué las sacerdotisas de Diana?
(…) Mira los adornos que lleva el caballo que conduces cada día. ¿Qué ves? Bes un sol y una luna, ¿cierto?
Y mira ese caballo atado allí. Fíjate en los adornos. ¿Qué ves? Un sol y una luna. Y en el siguiente coche, también. Y en el siguiente…
Y en todos los coches de Londres, Netley. ¡En todos y cada uno de los coches!
¿Lo ves? Tu destino está inscrito en las calles en las que creciste; en el caballo que montas cada día ¡No puedes cambiar de opinión!
Nuestra historia ya está escrita Netley. Está escrita con sangre que hace tiempo se secó grabada en piedra.”
Un Netley, completamente desmoralizado ha cambiado completamente su manera de percibir y de comprender el entorno. De alguna manera, ha recibido un regalo cognitivo por parte de Gull. Uno desagradable, pero que le ha hecho tener una epifanía. Y, a causa de ello, el inculto y humilde cochero queda a su merced, un personaje pasivo siempre dispuesto a cumplir los perversos designios de su amo. Y eso pasa a ser su colaborador en la ascensión de Gull.
Al cochero no fue al único al que convenció Gull. El propio Moore reconoce que, escribiendo este episodio, cambiaron sus propias ideas:
“Hay una escena en la que el personaje del Dr. Gull le menciona a su cochero que en Earl’s Court había antiguamente un poco consagrado al dios solar Belinus. Hace que Gull dijera “El único sitio en el que es indiscutible que los dioses existen es en nuestras mentes, donde son indudablemente reales con todas toda su grandeza y monstruosidad.” Tras haber escrito eso, me di cuenta de que era cierto y de que iba a tener que reorganizar toda mi vida acorde a esa afirmación.”
Moore hace que este capítulo consista, de alguna manera en la verbalización total de las ideas de Sinclair, al cual le pareció cursi la manera de exponerlas. Sin embargo, es una decisión narrativa que tiene que ver con dar respuestas a incógnitas metafísicas que, simétricamente, tendrá una rima y una materialización en el capítulo diez, que volverá a ser una pirueta verdaderamente complicada de acometer de la forma en la que se ha realizado.