Algunos lo llaman magia, pero yo prefiero verlo como algo espiritual. John Marc DeMatteis era un guionista entusiasta dispuesto a aprovechar el nuevo formato de las Marvel Graphic Novels, una línea que permitía un tono más adulto en las aventuras, menos encorsetadas e independientes de las ataduras asociadas a la periodicidad mensual.
Corría el año de 1986 y, con el espectacular dibujo de su amigo Dan Green, DeMatteis publicó Dentro de Shamballa, una historia del Doctor Extraño que alcanzaba unos niveles de grandeza que no se recordaban desde la primera etapa del Hechicero Supremo con Steve Ditko al mando de las operaciones. Todavía a día de hoy, este relato en las cumbres del Himalaya, plagado de referencias a budismo e hinduismo, constituye uno de los momentos dorados del ilustre inquilino de Greenwich Village.
Sin embargo, hay algo de lo que esta fascinante trama no puede presumir. Pese a su indiscutible grandeza, no supone en el imaginario colectivo la mejor novela gráfica sobre el buen doctor. Y es que, en apenas tres años, le surgió una deslumbrante hermana más joven que emulaba todo su rico abanico de virtudes, pero incluyendo algo a la ecuación: el mayor villano del universo, Víctor von Muerte.
La semilla del mal
John Byrne había iniciado Fantastic Four #258 (septiembre de 1983) con la mejor metáfora posible sobre el despotismo ilustrado. Por un instante, el autor total en aquellos momentos de la Primera Familia marvelita, se olvidaba de los 4F y trasladaba al público hacia una Latveria en reconstrucción con el Doctor Muerte observando el trabajo que le quedaba por hacer tras destronar a Zorba.
De niño, Byrne había mirado aterrado aquella máscara de hierro y capucha de monje diseñadas por Jack Kirby. Un científico capaz de inventar la máquina del tiempo, pero también de lanzar oscuros sortilegios ya antiguos cuando fueron escritos en los negros volúmenes de su biblioteca. Byrne pidió a sus padres que supervisasen su compra antes de autorizar la lectura, Fantastic Four #5 (abril de 1962). Sabía que aquel adversario iba a darle pesadillas, si bien tampoco pudo dejar de releer aquella historia hasta desgastar sus páginas.
Ya en la década los ochenta del pasado siglo, el antiguo dibujante estrella de La Patrulla X manejaba como pocos en la industria a este fantasma de la ópera superheroico. El Muerte de Byrne recuperó nobleza, ambigüedad y megalomanía a partes iguales. Aquellas páginas en los últimos estertores del estío de 1983 lo confirmaron.
Desde lo alto de su castillo, Muerte deja sus pensamientos para atender a una de sus súbditas zíngaras. Con habilidad, el autor lo muestra atento y con esa simpatía que le despiertan sus paisanos, un grupo social perseguido por la atávica nobleza del país que él ahora rige con puño de hierro. La muchacha narra a su soberano una información que puede resultarle de interés: Clea, discípula aventajada del Doctor Extraño, ya no está con su mentor. La mujer latveriana considera que la información puede resultar útil a su amor y señor.
A diferencia de los científicos Hauptmann, una pareja de hermanos que pasó de servir a Cráneo Rojo a prestar sus conocimientos a la némesis de Reed Richards, la inteligente mujer no hace ninguna valoración extra de los datos que brinda a su receptor. Muerte agradece con afecto distante el favor y se sumerge en sus pensamientos: Sería impropio de Víctor von Muerte reconocer a alguien como su maestro. Y, sin embargo, Stephen Extraño posee conocimientos que podrían servirme. Hay secretos de hechicería que podría arrebatarle, si ideara el engaño apropiado.
El soliloquio es tan magistral que define al antagonista y, lo más importante, apunta a un territorio inexplorado y virgen dentro de la Casa de las Ideas: Extraño y Muerte son dos personajes marcados por unas vidas paralelas al más puro estilo Plutarco. Juntarlos debería ser tan natural como necesario, pero apenas han ocurrido contadas interacciones como el prometedor Amazing Spider-Man Annual #14 (1980), si bien siempre dejando con la miel en los labios.
Byrne, en sus momentos de mayor rapto creativo, no tiene tiempo de desarrollar esa subtrama. Está inmerso en otros arcos para los 4F; de cualquier modo, ha debido incluir este fascinante instante que es, en realidad, un favor de amigo. Roger Stern ha narrado esta misma escena dentro Doctor Strange vol. 2 #57 (noviembre de 1982), ilustrada por Kevin Nowlan.
En resumen, ya se han dejado los ingredientes para aquellos observadores con ganas de emociones fuertes. Y sí, ese Ojo de Agamotto va a ser empleado por el escritor que conoce al Hechicero Supremo y el tirano de Latveria: una de las mejores plumas en la renovada Marvel de Jim Shooter: Roger Stern ha observado y decidido.
Triunfo y Tormento
Una de las mejores obras unitarias de la editorial, en toda su larga historia. Con estas elocuentes palabras, Pedro Monje hace justicia a una de las piezas incontestables que legó la década de los ochenta para las viñetas: Triunfo y Tormento (1989). Así es descrita en Medio siglo del Doctor Strange, imperdible texto en la revista Dolmen #256 (2016) para comprender mejor la andadura del hechicero surgido en las páginas de Strange Tales #110 (abril de 1963).
Es decir, ¿por qué Triunfo y Tormento ocupa un lugar tan elevado en la trayectoria de un mago con tantas décadas a sus espaldas en la editorial? Una primera aproximación nos llevaría a citar el nombre del dibujante que se encargó de ilustrar aquella Marvel Graphic Novel: Mike Mignola, quien ya había hecho trabajos de interés con Hulk o Alpha Flight, entre otros. No obstante, fue esa aventura con los dos doctores marvelitas cuando su nombre se hizo imprescindible, señalando que lo mejor del talento de Berkeley estaba por venir.
Es decir, un trabajo muy especial que iba a exigir un tratamiento aparte en materia de tinta y color. No tiene nada de extraño que se escogiese a Mark Badger, capaz de mostrar un gran eclecticismo a la hora de acabar los lápices de Mignola, siempre según exija el momento de la trama, y con un uso sumamente expresivo del color.
Unir a esos artistas en expansión con un guionista como Roger Stern se antoja, desde el punto de vista presente, como una fórmula evidente, la inversión ganadora y segura. Queda oculta en la catarata de elogios actual una serie de dificultades que, en algunos instantes, incluso hicieron pensar que iba a ser algo imposible de ver o disfrutar de esa alianza. Durante muchos meses, pudo pensarse que el prodigioso viaje a los infiernos de héroe y villano sería una de esas leyendas urbanas archivadas en los cajones del Bullpen.
Pongámonos en situación. Stern conocía perfectamente a Byrne desde sus días fanzineros. Posteriormente, se dieron muestras de mutua lealtad ante el Editor en Jefe, Jim Shooter, durante su breve y exitoso periplo con el Capitán América. Esa sintonía, involuntariamente, limitó el radio de acción al escritor, puesto que, cuando la idea genial le llegó de las musas, no podía usar a Muerte por la propia continuidad y sucesos que le estaban ocurriendo en Los Cuatro Fantásticos.
Y eso supone una verdadera pena, piensa para sus adentros. Es consciente de que puede conseguir mucho con Muerte, pero es que su sapiencia con Extraño es incluso superior. Apoyado por las gestiones logísticas de Al Milgrom en la serie regular de Stephen, ha gozado de dibujantes tan sólidos como Marshall Rogers, elevando al místico a aventuras que combinaban lo sobrenatural, el humor y el romanticismo en su justa medida. Las ventas no han acompañado, pero el público fiel y la crítica son conscientes de que (con permiso de gente como Steve Englehart) nadie maneja como él la verdadera personalidad de ese narcisista cirujano de éxito que sufrió su propia caída camino de Damasco.
Y, cuando la biografía ficticia de ambos protagonistas permitía la convergencia en una continuidad coherente, un tormentoso vendaval amenazó con arrasarlo todo a su paso. Los años de transición tras el largo mandato de Shooter fueron propicios para polémicas, vendettas y otras realidades poco aptas para elevar el espíritu. Despedido de Los Vengadores, cabecera donde había hecho maravillas, Stern se hallaba en una lista negra, incapaz de poder sacar por sí mismo el viejo proyecto.
Sería el respaldo editorial de Ralph Macchio la banda carmesí que permitiría al conjuro salir adelante. Ahora sí, al fin, aquellos dos desterrados que fueron a buscar algo inexplicable en el Tíbet tras sufrir atroces cicatrices, debían unirse.
Cuando más perfecto es algo, más dolor y placer se siente
Dante Alighieri fue un enigma. Todavía a día de hoy, actores como Roberto Benigni disfrutan declamando los versos del esquivo poeta florentino, portador de una pluma que cambió, para siempre, nuestra percepción del inframundo. Sin importar el océano de distancia, el cómic norteamericano tampoco ha podido permanecer ajeno a los nueve círculos infernales descritos por el autor transalpino.
Uncanny X-Men Annual #4 (1980) es uno de esos números especiales que pueden pasar desapercibidos en la vorágine de una década prodigiosa, pero que van revalorizándose con el transcurso de los años. Chris Claremont se las ingenió para que el Doctor Extraño ayudase al grupo mutante en aras de salvar el alma de Kurt Wagner. Con un tándem creativo tan atractivo como el de John Romita Junior y Bob McLeod, El Patriarca del homo superior narró un inquietante viaje al Hades, si bien el místico sospechó que existía algún engaño oculto en dicha misión, revelando la mano de Margali Szardos.
Tal vez Stern tuvo presente esa odisea espiritual a la hora de imaginar el escenario para Triunfo y Tormento. Hablar de demonios en Marvel obliga a señalar hacia Mefisto, una presencia controvertida según su tratamiento. Majestuoso y corruptor en la visión de John Buscema para la colección Estela Plateada, es complejo tratar argumentalmente a un ser de poder casi omnisciente, pero que debe terminar siendo derrotado por los paladines.
Para lograr esa alquimia, debían combinar doctores y demonios. Para ello, el guionista de Triunfo y Tormento supo bucear en la arqueología marvelita para referenciar Astonishing Tales #8 (octubre de 1971), cabecera que compartieron Muerte y Ka-Zar, de la misma forma que Iron Man y el Capitán América se repartían espacio en Tales of Suspense. Debemos retroceder en el tiempo y pensar en la audaz maniobra de Stan Lee, quien ya había dado pleno protagonismo al tirano de Latveria para el segundo especial anual de Los Cuatro Fantásticos (1964), donde narraba, junto al genial Jack Kirby, su espectacular ascenso desde la humilde cuna de una tribu gitana perseguida por un despótico varón de los Alpes.
En todas partes oigo sus gritos. Incluso ahora su voz me atormenta. ¿Nunca seré libre? ¿Deberé llamar siempre la más amarga de las cruces? Sí, pues mío es el sino del honor… ¡mío es el nombre de Muerte!. El espectacular parlamento del octavo número de la colección de la némesis de Reed Richards corre a cargo de Gerry Conway. Va a ser el último de Marvel en esta colección, pero la despedida es por todo lo alto.
Ilustran el relato, con una atmósfera gótica digna de Bécquer, una pareja que hará esbozar una sonrisa de complicidad a la legión de amantes de La tumba de Drácula: Gene Colan y Tom Palmer. Stern desmenuza estas diez páginas de una verdadera obra maestra que redefine al portador de la armadura. Con la única asistencia de su fiel servidor Boris, Muerte combate anualmente contra una criatura infernal invocada por un demonio que posee el alma de su madre Cynthia.
Si bien no logra liberarla, su habilidad científica y ritos arcanos hacen que el devoto hijo vaya consiguiendo unas descorazonadoras tablas que prolongan su agonía. Ante la lápida de su madre, el antihéroe promete volver más fuerte a la siguiente cita del pacto demoníaco. Stern lo tiene, es el lazo del mejor villano Marvel con Mefisto: es el campo donde se verá obligado a necesitar la ayuda de Stephen Strange.
Maestro de las Artes Místicas
Algunas composiciones estaban tan adelantadas a su época que se corrió el falso bulo de que Steve Ditko las había concebido bajo los efectos de sustancias psicotrópicas. No obstante, la única inspiración venía de la formidable imaginación del dibujante, quien narró con Stan Lee su origen con un claro tono con reminiscencias a los cómics de misterio y terror durante la década de los 50 del pasado siglo. Roger Stern bucea en Strange Tales #115 (1963) para recordar cómo el arrogante cirujano Stephen Extraño sufrió un accidente automovilístico que le privó de poder volver a operar. Desesperado, el antaño hombre de ciencia busca a una legendaria figura conocida como El Anciano.
Stern, sagaz conocedor de la continuidad marvelita, se da cuenta de que unos jóvenes Muerte y Extraño estuvieron vagando rotos en cuerpo y alma, buscando fuentes de poder en Oriente. Ambos lo lograrían, pero mientras Extraño lograba recuperar la humanidad perdida, el latveriano terminaría el destrozo de su rostro en un oscuro rincón del Himalaya. Aquí, Stern rinde tributo a Byrne al recordar ese flashback, sosteniendo la teoría del autor inglés: el fallo de cálculo en la universidad solamente provocó en el futuro tirano una leve herida en el rostro que su perfeccionismo convirtió en intolerable.
Con un breve lapso de diferencia, ambos rindieron visita al venerable Genghis, un excéntrico y poderoso servidor de Los Vishanti (Agamotto, Hoggoth y Osthur). Confirmando la sospecha de toda una generación lectora en La Casa de las Ideas, el longevo hechicero bromea en sus recuerdos, sabedor de cómo habría cambiado la historia de ambos hombres de haberse conocido en esos primeros instantes. No obstante, el caprichoso hado los unirá por un torneo convocado por el propio Genghis, donde diferentes personas con el don mágico se disputará el favor de la tríada de dioses en el Templo de los Tres (oculto en una isla recóndita de Indonesia).
Convertido ya en maestro de las artes místicas con rango propio, Extraño será reconocido al final de esta prueba internacional como Hechicero Supremo, distinción que iba mereciendo desde que acabó (al menos, temporalmente) con la amenaza vampírica en la Tierra. Con todo, Muerte, pese a que suele apoyarse más en la tecnología que los sortilegios, logra un papel tan notable ante magos más experimentados que se hace acreedor de recibir un don del vencedor. Es ahí donde el latveriano solicita la colaboración de Extraño para liberar el alma atormentada de su madre. Stern mostrará aquí un magnífico conocimiento de ambas personalidades.
En la primera visita a Genghis, vemos al Muerte impulsivo capaz de lanzar patadas a sus criados por nimiedades, una máquina de arrogancia e inseguridades que van a la par de su innegable genio. Como el propio anciano admite en el reencuentro, hay cierta fineza disimulada en el orgullo del talentoso gitano que se ha aupado con el trono de Latveria apreciando las virtudes que otorga cierta tensa diplomacia. Siguiendo otra vez la estela de Byrne, Triunfo y Tormento opta por mostrar a un Victor von Muerte capaz de cierta nobleza brutal a su egoísta manera.
Por su lado, Extraño es la madurez generosa. Expresando una propia idea que ronda al público lector, no entiende que le ha impedido a su improvisado socio pedirle ayuda mucho antes. La respuesta es sencilla: tal no el estilo de Muerte, quien no puede actuar como una buena persona o reconocer que precisa de otros. Él sigue poseyendo la misma arrogancia del antiguo cirujano antes del accidente. La novela gráfica mantiene a ambos en su estatus quo, puesto que ninguno de los dos se ve arrastrado por el otro a los infiernos. Simplemente, actúan acorde con su naturaleza y convergen en la misma ruta.
Mignola in Hell
Nunca he conocido una hora más oscura. Hasta el final, les he manejado como marionetas, peones sin mente. Y, sin embargo, al final me siento engañado, usado de alguna forma… como si, por una vez, Victor von Muerte hubiera perdido el control de los eventos. Sigue siendo uno de los finales más redondos del ciclo de Los Cuatro Fantásticos formado por Roy Thomas, Rich Buckler y Joe Sinnott. Tras una épica batalla en su castillo, el Doctor Muerte, quien ha manipulado al cuarteto (con Medusa sustituyendo a Sue Storm en aquella fase) y Estela Plateada, sospecha que una fuerza en las sombras ha sido la verdadera triunfadora del conflicto.
Y el tirano de Latveria lleva razón. En una compleja trama de fondo, Mefisto ha usado desde el inframundo a una desmemoriada Shall Bal para provocar un fuego cruzado que asole todavía más al atormentado surfista cósmico. Así, la apasionante saga y los ambiciosos propósitos de Muerte quedan eclipsados. Fantastic Four #157 (abril de 1975) otorga algunos ingredientes que Triunfo y Tormento usa, recordando que, por habilidoso que sea el buen doctor, derrotar en el infierno a su señor es una tarea casi imposible.
En este sentido, es imposible no iniciar una catarata de elogios alrededor de un Mignola que se revela comodísimo en el ambiente de monstruos, reinos de fantasía y magia. Aquí ya tiene todos los componentes que elevará a la máxima potencia con Hellboy. En espectaculares flashbacks, nos regala con una mezcla de penumbra y elegancia el pacto de Fausto que Cynthia hizo intentando salvar a su tribu del feroz barón, sin saber el devastador efecto que dejaría en su marido Werner y el pequeño Victor.
No confundas la cautela con la cobardía es el valioso consejo de Extraño a su reticente discípulo en este viaje a una realidad que siempre es cambiante. Mignola exhibe todo el talento de su pincel en batallas apoteósicas, pero alejadas del clasicismo superheroico, convirtiéndose casi en un relato gótico. En una espectacular splash page, el artista da la obertura a Mefisto para recordar toda la oscura majestuosidad del personaje, el cual además recuerda una antigua profanación del maestro de las artes místicas en sus dominios.
En resumen, un clímax a la altura de lo esperado y que incluye algunos de los giros más ingeniosos en el desenlace, acorde con el reino de las mentiras que lo protagoniza. Derrotó al diablo en su propio juego. Nunca hubo palabras más certeras, dejando una sensación maravillosa que no pierde sus efectos embriagadores en las relecturas, especialmente por poder apreciar en toda su magnitud los detalles nigromantes del lápiz de Mignola.
Doctores y Demonios
Mark Waid, uno de los mejores guionistas del momento, tenía muchas ganas de revolucionar Los Cuatro Fantásticos. Acompañado de un dibujante tan talentoso y personal estilo cartoon como Mike Wieringo, a la altura de 2003 decidió redefinir también a la gran amenaza contra el cuarteto. A diferencia de Stern o Byrne,Waid nunca había comulgado con el lado más positivo de Muerte, considerando que el doctor engulliría bebes vivos si eso le daba un ápice más de poder. Recuperando el olor a azufre de Triunfo y Tormento, la saga Impensable volvió a cruzarle con demonios y el bueno de Extraño, si bien con objetivos mucho menos beatíficos.
La saga tiene un prólogo que constituyen, especialmente por el arte de Wieringo, una de las mejores reconstrucciones del amor mantenido entre Valeria y Víctor von Muerte. Hay un precedente de interés en What If? #22 (1980), donde Muerte no sufre su accidente y se convierte en un héroe, aunque Mefisto consigue aprisionar el alma de su amada para chantajearle, repitiéndose el combate anual que ya tuvo con su madre.
En este caso, cuando parece que va a reanudar la relación y abandonar su antiguo camino, el doctor de Waid revela haber hecho un pacto con unos poderosos demonios para potenciar sus habilidades mágicas y destruir al fin a su odiado supergrupo. En la propia Sala de Peligro (Podcast 60 años del mayor villano el Universo Marvel) disponemos de una apasionante tertulia donde se incide en que uno de los puntos de discrepancia en esta atractiva premisa radica en que Muerte admita su inferioridad y que no contemple un plan B. Después de haber sido capaz de vencer en el arte del engaño al propio Mefisto con Stern, sorprende que permita a unas criaturas demoníacas (la tríada Haazareth) acabar con su amada. Distinto sería que el latveriano la apostase imprudentemente (como Kang el Conquistador con Ravonna) y la perdiese, pero Impensable quiere presentarlo desde el inicio como un ser desalmado.
Wieringo aprovechará la ocasión para mostrar su talento mostrando al bueno de Stephen Extraño, quien también se verá abocado a un feroz ataque digno de los expedientes Warren. Consciente de su superioridad sobre Richards en magia, Muerte quiere alejar al único hombre capaz de contrarrestar sus mal ganados hechizos. En unos números muy intensos, quizás incluso se podría haber usado más al maestro de las artes místicas, cuya relación con el antagonista predilecto de la colección no parecer haber evolucionado desde Triunfo y Tormento, casi mostrando un retroceso.
Apenas un año después volvieron a explorarse las consecuencias de ese clásico Marvel. Ningún villano es capaz de soportar el peso de un cómic propio. Ni siquiera el Doctor Muerte o el Joker, que son los villanos más populares. Estas declaraciones de Ed Brubaker durante una entrevista con Keith Giles terminarían entrando en contradicción con uno de los mejores trabajos del formidable guionista noir: Los Libros de Muerte, una miniserie de cinco números que se lee conteniendo el aliento.
Homenajeando la estructura de Anne Rice para la célebre novela Entrevista con el vampiro, Brubaker confía en los lápices de Pablo Raimondi para volver a narrar con detalle los primeros años de la futura amenaza mundial. Un trabajo mayúsculo, apenas un año después de Impensable, donde se explora con una profundidad sin precedentes su verdadera relación con Valeria, la nieta de Boris, su más fiel servidor.
La reivindicación del único amor real de Muerte subraya lo aberrante del punto más controvertido de la saga de Waid, además de no verse sus efectos. Ni siquiera en la notable y reciente andadura de Christopher Cantwell y Salvador Larroca, donde Boris es mencionado como uno de los pocos súbditos capaces de ser punzantes y respetados con el dictador europeo, se explora en qué punto está la relación de ambos hombres y si el abuelo es consciente del destino de su heredera. Igual que en el habilísimo anzuelo lanzado por Steve Englehart en sus años dorados con El Capitán América y El Halcón, recordando una memorable aventura de Jim Steranko donde el Doctor Muerte jugaba con S.H.I.E.L.D. y despertaba la atención de Garra Amarilla, hay un territorio inédito por explorar: un enfrentamiento entre el hombre de la máscara de hierro y el más querido integrante de su tribu gitana, cambiando el axioma clásico de Latveria.
Irónicamente, el único posible debe al brillante análisis de Brubaker es un parlamento inquietante que alude a Triunfo y Tormento: Así, cada año, cuando las tormentas azotan los valles, mi sirviente Boris y yo descendemos a mis mazmorras más profundas… donde me enfrentó a la única prueba verdadera en este mundo. Cuando una intrépida reportera quiera saber si ha logrado ese objetivo con su madre, Muerte admite que su memoria es imprecisa en ese sentido.
Ninguna mención a Extraño, con quien vivió una experiencia que debería ser más que recordada. De igual manera, supone indirectamente una cierta desmitificación del brillante cierre de Roger Stern. Ciertamente, al ser un Muertebot el responsable de la afirmación, es un giro que podría tener fácil marcha atrás en la continuidad.
Broche satánico
Las Secret Wars de Jonathan Hickman (2015) pueden ser interpretadas de muchas maneras, pero una de las más lícitas sería decir que son una carta de amor a la figura de Muerte en el universo Marvel. Y no resulta nada inesperado que, en esa realidad, Extraño fuese uno de los principales aliados del hombre de la armadura a la hora de intentar salvar el planeta con su peculiar estilo.
Usando distintos fragmentos que se agrupan en Mundo Batalla, el Hechicero Supremo, con la inestimable aportación de Owen Reece, permite que Muerte use el poder del Todopoderoso para salvaguardar incontables vidas. Como Sheriff en la Isla de Agamotto, Stephen intentará mantener el equilibrio y cordura de un Muerte repleto de poder, si bien la asociación terminará costándole muy cara al bienintencionado mago. La relación de ambos hombres con la magia permitirá a ambos doctores recordar todos los eventos previos a esa peculiar versión de orden universal.
Tras el evento, Brian Michael Bendis buscó aprovechar los sucesos sufridos por Muerte para firmar Infamous Iron Man, con el inestimable apartado gráfico de Alex Maleev, una miniserie donde Víctor intentaba redimir sus antiguos actos y tomar la plaza vacante de Anthony Stark. Una saga de dos números no exentos de interés y donde volveremos a tener a Mefisto, si bien sorprende la falta de alguna mención a Valeria y otros elementos vertebradores de la mitología del hombre más peligroso de Latveria.
Tampoco Extraño ha permanecido ajeno en sus mejores etapas a alguna tibia mención a la amenaza con la que ha tenido tantos vínculos. Jason Aaron y Chris Bachalo han bromeado con la preocupación que el hechicero tiene a que, algún día, su puesto pudiera ser ocupado por tan inquietante aprendiz, recordando las reflexiones de Roger Stern en Triunfo y Tormento, donde se sorprendía por el rápido aprendizaje de sus lecciones en el castillo.
Además, si bien ha solido estar opacado por él en algunos compases de los cómics, Extraño puede presumir en Marvel Studios de ser la fuerza preponderante. Tras haber encontrado en Benedict Cumberbatch a un actor excelente para trasladarle en la gran pantalla, luce dos películas propias e intervenciones decisivas en franquicias tan populares como Los Vengadores o Spiderman. Un éxito del que está todavía lejos el señor de Latveria para el séptimo arte. Esperemos que, cuando ello ocurra, tenga tiempo de interactuar con el señor de la magia en La Casa de las Ideas.