Las historias de guerreros que van repartiendo espadazos es algo que parece estar destinado a desaparecer, pero jamás termina de hacerlo. Ya sea por el factor nostálgico, porque es un terreno fértil para contar hipertrofiadas y cruentas historias o, simplemente, porque es una promesa de diversión desprejuiciada en un universo imaginativo y distinto a cualquier otro. Sea como fuere, ahí siguen los antihéroes en taparrabos dando guerra.
La cuestión es que por mucho que el público generalista pueda haber perdido el interés, estas no han perdido nada de punch. Por el contrario, se han prodigado distintas visiones de un arquetipo muy fácil de entender: el superhombre nihilista, el macho alfa. Un ser que es anacrónico en una sociedad en el que la masculinidad está en proceso de reconversión (a pesar de las reticencias reaccionarias), lo cual hace que este sea un ser de estudio todavía más interesante desde ese prisma.
Lejos de esas conjeturas, Barbaric: Pecados Mortales ha venido para llevar al lector a un tour de forcé. La propuesta de Michael Moreci no ha buscado nada más y nada menos que ser una oda al subgénero. Uno que lo hace desde la honestidad y desde una verdadera pasión por este tipo de héroes. Y esa ha sido la clave para que coseche el éxito comercial que obtuvo en su edición original al otro lado del charco.
El protagonista no es otro que Owen, el bárbaro, un ser violento que tiene que afrontar sus miedos. Sobre sí se cierne una maldición que le obliga a hacer el bien, por mucho que su naturaleza sea la contraria. Eso le lleva a tener que ayudar a aquellas personas con las que se cruza. Entre ellas, una joven bruja. Ah, y por si fuera poco, su arma, un hacha parlante, es su consejero moral.
Este es un bárbaro desvalido, no es dueño de su propio destino. Eso es una aproximación distinta que plantea una manera de ver refrescante a estos personajes que encaja con el zeitgeist actual. Sin embargo, no ahonda en esos temas puesto que los ambiciosos objetivos de la obra parecen haber sido otros.
Y es que Moreci se las apaña con bastante soltura para plantear un microcosmos bastante rico e imaginativo en el que parece que solo se está rascando la superficie. Esta clase de relatos no dejan de ser un lienzo en blanco para el formato episódico. Eso da una variedad de posibilidades narrativas la mar de sugestivas.
Esta no deja de ser una introducción. Una que lleva al lector a un mundo ya establecido en el que no es necesario explicitar y aclarar cada cosa. Eso hace que algunos puedan sentirse algo confusos, pero a medida que avanza la historia, va siendo más y más absorbente.
Pero si por algo destacara realmente este cómic es porque tiene un carisma más que palpable. Los dos protagonistas consiguen que el lector se interese con ellos con una facilidad inusitada. Son divertidos, complejos e interesantes y hace que quieras saber más detalles de su identidad.
El guion está contado con mucho ritmo y vigor y eso es algo que, dado que el género fantástico no tiende a ir demasiado al grano, se agradece. Es algo propio de las historias de espada y brujería, aquí se dan por hechas cosas que habitualmente no. Todo en favor de que el relato avance continuamente como si fuese una superproducción de acción. Además, contiene una serie de giros que sorprenden al lector. Todo es sólido como los músculos de Owen.
El arte de Nathan Gooden tiene una personalidad muy marcada y logra otorgar de credibilidad y de verosimilitud a un mundo absolutamente fantasioso. Como viene siendo habitual, el arte tiene mucha responsabilidad en este tipo de obras en las que la construcción de un universo desde cero es crucial. Y se puede decir sin ninguna duda que esta propuesta es visualmente estimulante.
Su diseño de los seres que habitan este universo son variopintos y todas las viñetas son detallistas. El artista exhibe una habilidad particular para conseguir que cada entorno tenga su atmósfera propia. Su estética trasladada a imágenes toda la violencia que contiene el cómic en una ambientación referencial, pero, a la vez, con mil y una señas de identidad propia.
Gooden exhibe una fuerza muy singular en las abundantes escenas de acción. Sin escatimar de las características más explícitas, el dibujante otorga a las páginas una gran plasticidad y de un ritmo interno bastante portentoso. El resultado, por tanto, es muy vistoso. Entra por los ojos y tiene mucha fuerza esta propuesta, además de algún que otro diseño icónico que quedará en la retina del lector.
El color de Addison Duke es la guinda de este proyecto. Su labor hace que el resultado final llegue a buen puerto gracias a un tratamiento adecuado. El color responde a la búsqueda de generar una atmósfera consistente y a que los lápices y tintas luzcan más. El colorista hace un trabajo bastante notable y funciona a la hora de que las páginas sean llamativas y todo quede perfectamente cohesionado.
Editorial Hidra publica este tomo, que recopila los tres números que conforman el primer arco argumental, a un precio y formato interesantes, aunque con escasez de extras. En cualquier caso, es un tomo que busca ser asequible para propios y ajenos.
Barbaric: Pecados Mortales es todo lo que necesita el lector ávido de historias de espada y brujería. Y puede ser una puerta de entrada inmejorable para los que no lo sean. Un cómic endiabladamente entretenido que rompe las expectativas en cada página. Sangre, hachas parlantes, brujas proscritas y sectas perversas. ¿Hace falta decir más? Pues se dice. Esto es solo la introducción y todo parece indicar que lo mejor está por llegar.