Cuando se analiza la obra de Jeff Lemire, tiende a pasarse por alto el enorme poder sugestivo que juega la presencia del agua en su imaginario; un poderoso y elástico símbolo del que se vale habitualmente para reflexionar sobre la vida, la muerte y el renacimiento, precisamente los tres pilares temáticos que sostienen su obra más personal, que no necesariamente autobiográfica. El soldador submarino, cuyo proceso de realización se dilató durante cerca de cuatro años, corresponde a un momento vital y creativo muy particular de un Lemire que acababa de dar el salto a las grandes ligas editoriales, sin renunciar a sus proyectos más personales, y que experimentaba por primer vez el cóctel de sentimientos y emociones asociado a la llegada de la paternidad.
Esta mezcla de temores, incertidumbres y euforia desmedida –que también asoma en algunas de sus obras señeras de aquel periodo tan fértil, como su etapa al frente de Animal Man o Sweet Tooth– empapa al protagonista de El soldador submarino, Jack Joseph, uno de esos perfiles abollados, solitarios y ensimismados que tanto abundan en la obra de Lemire. A sus 33 años, es incapaz de asimilar el fallecimiento de su padre, acontecido en aquella noche de Halloween de hace cinco lustros en la que se sumergió en las aguas para no regresar jamás. El peso del pasado le incapacita para vivir el presente y escapar de su deprimido pueblo natal, donde trata de parchear sus traumas de infancia mediante sus inmersiones diarias en una plataforma petrolera frente a las costas de Nueva Escocia en la que trabaja como soldador submarino. En una de estas inmersiones, encuentra un objeto capaz de abrir un portal intertemporal que le lleva a revivir escenas de su pasado de manera intermitente, sin ser capaz de evitar que su presente más inmediato –el avanzado embarazo de su mujer y su inminente paternidad- se le escurra entre los dedos.
Como sucede en algunas de sus obras más estimulantes, Lemire juega a confrontar elementos de género con escenas costumbristas para exprimir al máximo el jugo narrativo de sus ficciones. La decadente ciudad en la que viven Jack y su esposa Susan es un vestigio inalterable del pasado inmune al cambio. Tan solo la irrupción de un elemento sobrenatural posibilita que se abra una grieta por la que entra la luz que abre los ojos a los protagonistas y les hace enfrentarse con sus decisiones. Y es que El soldador submarino, además de una poderosa metáfora sobre la paternidad, es una perturbadora historia de fantasmas –los que persigue el protagonista denodadamente-, en la que el terror mora en los silencios incómodos de las conversaciones, en los espacios entre viñetas, en las aguas negras a las que Jack acude a refugiarse porque en el fondo del mar no hay nadie que le obligue a asumir responsabilidades ni tiene que dar cuentas de su depresión latente. Un terror que también se deja sentir en las arrugas y líneas nerviosas que surcan los rostros de los personajes, que Lemire dibuja con una estética marcadamente feísta para acentuar su desequilibrio y azaroso momento vital.
A pesar de su condición de obra temprana, Lemire logra trasladar de forma magistral los miedos y atribulaciones de Jack al apartado gráfico de la obra. Cuando el personaje ha de lidiar con un problema real, el autor le aprisiona en una retícula perfectamente cuadriculada de doce viñetas que exacerba su ahogo vital, y en la que resuena aún más fuertes las respuestas vagas que murmura a los reproches de su pareja, totalmente superado por las circunstancias. Todo lo contrario sucede con sus inmersiones marinas, donde en ocasiones su figura casi se difumina en la inmensidad del océano, y que reflejan la sensación de paz y confort que siente el protagonista cuando baja a soldar grietas y traumas del pasado. Para explicitar aún más las diferencias entre ambos mundos, en las escenas en la superficie solo se recurre al blanco y negro canónico, cuyos contrastes a veces generan sombras pesadillescas y expresionistas, mientras que en las escenas submarinas se recurre al lavado de tinta y se juega con las diferentes escalas de gris. A medida que la trama avanza y se acentúa la confusión vital de un Jack atrapado en el espacio-tiempo, las diferencias entre ambos mundos se van difuminando. Un ejemplo de sinergia entre fondo y forma en una obra extraordinariamente rica en capas y lecturas. No es el único. Cuando Jack empieza a recomponer escenas de su pasado que creía olvidadas, la disposición de las viñetas en la página se asemeja a la de un puzle puesto a disposición del lector, propiciando así su inmersión en un relato de alta resonancia emocional.
Lemire consigue que presente y pasado dialoguen de forma fluida, valiéndose de los dolorosos flash-backs que experimenta Jack, para reflexionar de forma personal y sincera sobre la pérdida y los traumas del pasado, lo que conecta la obra con la también magistral Essex Country, de la que la presente obra es tanto una secuela espiritual como una sublimación estilística. Este componente metafísico del viaje emprendido por Jack para volver al mundo real, tras comprender que su continua mirada al pasado solo le devuelve el más angustioso vacío, justifica la comparación de la obra con los episodios más notables de The twilight zone que traza Damon Lindelof en la introducción de la obra, que edita en España ECC Ediciones. Diez años después de su publicación original, El soldador submarino, un drama intimista de resonancia universal, sigue siendo el mejor compendio posible de todas las virtudes autorales de Lemire. Una maravilla inagotable.