El pánico nuclear es un temor que se ha ido desinflando desde el final de la Guerra Fría. O, dicho de otro modo, se ha banalizado con la absorción paródica de distintas obras culturales. O tal vez sea que se ha aprendido a convivir con esa amenaza en la sombra frente a otras preocupaciones más palpables.
Sea como fuere, no debería ser así. Conscientes o no, el reloj del Apocalipsis nos situó en enero a 100 segundos antes del desastre nuclear. Y eso fue antes de que las tensiones con Ucrania condujeran a una invasión por parte de Rusia. Dicho conflicto puede provocar un exterminio nuclear debido a las centrales ubicadas en medio de un conflicto armado… Por no mencionas las temibles bombas.
Se está frente a un desafío que, en el peor de los casos, puede terminar en una hecatombe. Todo el mundo sigue con su vida, seguramente sin terminar de ser consciente de todo lo que puede tener que afrontar.
Afortunadamente, algo tan aparentemente evasivo como Geiger puede que dé en el clavo poniendo encima de la mesa, a través de la siempre eficaz distopía postapocalíptica, una serie de cuestiones en el centro de la mesa. Unas que se prefieren no tratar del todo por motivos más que evidentes, pero que conviene que estén presentes de un modo u otro.
Y es que esta pieza del excelente tándem creativo de Geoff Johns/Gary Frank, si se le quitan todas las capas, no deja de ser un estudio de la naturaleza y de la conducta humana en el peor escenario imaginable. Con eso, lo que se cuenta aquí es la manera en la que el darwinismo impera en circunstancias de catástrofe nuclear.
Hasta ahí es exactamente Mad Max. Sin embargo, el protagonista es un padre que ha perdido todo y que tiene una posibilidad de redimirse salvando dos niñas. Y ese choque entre los aspectos más perturbadores y los más luminosos de la humanidad es de lo que trata.
La premisa trata de que se está en un mundo devastado por una guerra en la que Tariq Geiger (sic) ha sobrevivido a un coste de obtener una extraña habilidad sobrehumana. Con el paso de las décadas, Tariq no ha envejecido y es inmune hasta la radiación. Eso le ha llevado a convertirse en una leyenda temida por el resto de los supervivientes. La mayor parte de ellos, como es lógico, se han establecido en bandas que buscan su propia supervivencia. El único atisbo de civilización es un perverso sistema feudal establecido en una versión de Las Vegas que no deja de ser un reflejo de lo que una vez fue… En ese contexto, Geiger deberá desafiar a ese sistema protegiendo dos pequeñas chicas buscadas por las autoridades del lugar.
Más allá del aspecto filosófico e intelectual de Geiger, seguramente lo más interesante de esta propuesta es como, a pesar de ser profundamente referencial y no resulta excesivamente creativo (no deja de recordar a tantas obras que la preceden (la saga de videojuegos Fallout, la mencionada Mad Max, o cómics como Lazarus, Sweet Tooth o, incluso, El Viejo Logan…), consigue constituir un mundo carismático, profundo, (a su manera) coherente y con un potencial narrativo bastante rico. Es ahí donde se aprecian los años de veteranía del equipo creativo.
No en vano, este es el primer paso a construir un compacto y personal universo superheroico, tal y como reconoce el propio Johns. Tiene planes a largo plazo y quiere desarrollar un mundo en el que tengan cabida distintos géneros y estilos, algo que recuerda poderosamente a lo que ha creado Jeff Lemire con su Black Hammer.
El mayor problema de Geiger es que todo evoca a caminos ya recorridos previamente. Da la sensación de que Johns, al buscar establecerse de forma contundente en el mercado independiente, se habría atrevido a probar algo verdaderamente innovador e, incluso, disruptivo. No ha sido el caso.
En cualquier caso, Geiger es una pieza que compensa todo lo anterior con una solidez narrativa más que evidente y satisfactoria en todo momento. El cómic sabe exactamente qué es lo que necesita y lo aplica en su medida. No en vano, estos autores siempre han sido unos crowd pleasers (sin obviar el corazón y el humanismo que transmiten en todos sus trabajos) y es muy evidente que esa ha sido la máxima pretensión.
El arte de Gary Frank sigue estando a un nivel de madurez formidable. Es un artista de larga carrera con lo que uno ya sabe qué esperar: sigue siendo uno de esos dibujantes que mejor une lo clásico con lo moderno, pero pasándolo por su indistinguible filtro. Es capaz de generar imágenes verdaderamente impactantes que funcionan de una manera profundamente visceral.
Por no mencionar por su clara pasión por el detalle a un nivel obsesivo. Cada página está repleta de información y se nota un esfuerzo por que el lector trate de observar hasta lo más pequeño. Es un artista apabullante y todo un fuera de serie, tal como vuelve a quedar patente en este proyecto. Se nota que es una pieza independiente y un cambio de rumbo en su carrera. Lo ha cogido con ganas. Y si viene con el color de Brad Anderson, ya se sabe que se está ante algo grande.
Planeta Cómic publica la esperada serie de seis números en formato de grapa. Se desconoce (pero cabe esperar) que también publicarán en un futuro el especial antológico de ochenta páginas, en el que autores de prestigio se dedican a expandir el lore de este universo a través de pequeñas historias.
Por el contrario, estos cómics proponen una narrativa de superhéroes más propia de las historias de DC que han venido desarrollando que a un mercado indie cada vez más desapegado de estos. Por ese motivo, en parte, este cómic se siente como que puede que llegue demasiado tarde para tener un impacto como el que podría haber tenido si llega a irrumpir hace no tanto.
Geiger es una pieza que seguramente entusiasme únicamente a aquellos que sean verdaderamente admiradores del trabajo de sus autores. Pero eso no quiere decir que no vaya a gustar a otro tipo de lectores. Tiene muchas virtudes, pero sin embargo le falta algo de punch para que realmente se quede en la memoria. Pero cabe tener en cuenta de que esto no es más que la presentación de un plan ambicioso que todavía está por darse. Y ahí estará esperando el lector.