Mytek el poderoso: la vuelta a lo grande de un clásico del cómic británico de aventuras

A pesar del estajanovista ritmo de trabajo con el que tuvo que lidiar durante gran parte de su trayectoria, y de las imposiciones e injerencias editoriales que sufrió, Tom Tully es uno de los autores británicos más brillantes de la década de los 60. No siempre reivindicado como merecería, le debemos clásicos como El ojo mágico de Kelly o este inolvidable Mytek el poderoso, que debutaba en septiembre de 1964 en las páginas de la revista Valiant.

Más allá de la mera nostalgia –han pasado décadas desde que la obra fue editada por última vez en España-, sobran razones para defender Mytek. Tully es capaz de trascender en sus páginas la condición de exploit del producto para crear un título vibrante y dinámico, que hereda algunos de los motivos clásicos de la ciencia-ficción –el ingenio robótico que se rebela contra su creador, los grandes gigantes metálicos que siembran la destrucción a su paso  y las bestias procedentes de tiempos y continentes remotos- y los pasa por el tamiz del pulp más desprejuiciado, renunciando explícitamente al comentario político o la reflexión filosófica para centrarse en la aventura más pura.

Mytek es también hijo de su tiempo. Tan solo dos años antes se había estrenado la película King Kong contra Godzilla, en la que Ishiro Honda abandonaba la alegoría política que hasta entonces había acompañado a los filmes del gigantesco saurio mutante para abandonarse a orgiásticas secuencias de destrucción masiva. Son también los años en los que irrumpen con fuerza desde Japón los primeros mechas como Iron Man 28, máquinas implacables que, en las manos equivocadas, siembran el caos a su paso. Aunque la creación de Tully se inscribe en coordenadas geográficas distintas, narrativamente no está tan alejada de sus gargantuescos coetáneos. El Mytek del título es un robot gigante con apariencia de simio que el profesor Arnold Boyce construye a imagen y semejanza de una deidad a la que adora la violenta tribu de los Akari en África central, para convencerles de que depongan su violenta actitud. Sin embargo, el robot cae en manos del ayudante de Boyce, el siniestro Gogra, que utiliza al robot para sus maléficos planes.

Este es el primero de los cuatro volúmenes con los que Dolmen tiene previsto reeditar de manera integral Mytek dentro de su Línea Albión, con la que está recuperando clásicos del cómic británico. En menos de diez páginas y haciendo gala de un prodigioso manejo de la síntesis, Tully sienta las bases del juego del gato y el ratón que se desarrolla durante todo el volumen entre Boyce –siempre acompañado por el hombre de acción Dick Manson- y Gogra, y que acabará escalando a escala casi planetaria. De la mano de su lacayo robótico, el villano pasa de saquear poblados nativos frente a la desesperación de las autoridades locales a idear enloquecidos planes de destrucción mundial en las que amenaza con el uso de la fuerza nuclear.

Tully cambia a conveniencia los poderes de Mytek según convenga a los fines narrativos.  Así, el robot se vuelve progresivamente de capaz de proyectar luz por sus ojos, hacer fluir energía por las palmas de sus manos o, más adelante, provocar vientos huracanados. También se modifica su grado de autonomía en función de los desvíos y atajos argumentales. Aunque supuestamente el simio es capaz de desarrollar una suerte de conciencia robótica a medida que procesa órdenes, llegando incluso a sentir emociones humanas como los celos, también sufre inexplicables regresiones que le limitan a condición de pelele que sigue sin rechistar los dictados de Gogra. Tan solo se mantiene inalterable durante este primer volumen el talón de Aquiles de Mytek: cada siete días tiene que recargar sus baterías solares para continuar funcionando a pleno rendimiento. Uno de los muchos ejemplos de fantaciencia que se resisten a toda lógica. No es el más alocado. Verbigracia: Mytek idea un cinturón para su robot cuyos bolsillos están repletos de soldados que ha capturado y que emplea como escudos humanos (sic).

A medida que aumentan los desafíos a los que se enfrenta el simio robótico, también se incrementa el sentido de la maravilla de la obra, gracias al formidable trabajo a los lápices de Eric Bradbury. La gravedad y realismo con que cincela los rostros de los personajes compensa la  entrañable cháchara seudocientífica de diálogos y reflexiones del tipo “¡Mientras el profesor boyce viva, queda esperanza de que tu robot infernal y tú os llevéis vuestro merecido!”. Bradbury, todoterreno que sabía manejarse en cualquier situación, parece sentirse especialmente cómodo en las numerosas secuencias de acción protagonizadas por Mytek, en las que apuesta por planos contrapicados que amplifican aún más si cabe la sinfonía de destrucción ejecutada por el  ingenio mecánico: antológicas viñetas en las que el simio se quita de encima los misiles como si fueran mosquitos, arrasa poblados sin piedad y sortea in extremis las infinitas trampas que le tiende Boyce por tierra, mar y aire. Igualmente memorables son las dosis de perversidad kyrbiana que imprime al rostro del malvado Gogra, verdadero protagonista de la función junto al gigantesco simio; un tipo de personaje que se aleja del perfil de antihéroe tan popular en las revistas británicas de la época para transitar directamente por el lado oscuro de la calle.

El primer volumen de Mytek recopila las aventuras del personaje publicadas en la revista Valiant desde su creación hasta noviembre de 1965. Dada la condición serializada en que se publicaron y su periodicidad semanal,  es aconsejable su lectura en pequeñas dosis para poder disfrutar de la obra tal y como fue concebida. Un formato enconsertado de origen –dos o tres páginas en las que se recapitulan brevemente hechos anteriores, se presenta un desvío argumental y se concluye con un potente cliffhanger-, que sin embargo no impiden a Tully introducir nuevos y sorprendentes giros casi en cada página que permiten que el interés no decaiga en ningún momento, e imprimir un ritmo narrativo frenético en el que apenas hay espacio para tiempos muertos. Aunque la visión colonialista del autor sobre las tribus africanas haya que observarla en su contexto, Mytek es un clásico indiscutible del serial de aventuras; un desprejuiciado y adictivo artefacto pop que en ningún momento esconde su loable vocación de entretetener al lector.