Las artes marciales ni se crean ni se destruyen. Siempre han estado ahí, aunque comenzaron a penetrar en Occidente gracias al cine de artes marciales de los setenta con Bruce Lee como máximo exponente. Y sigue resultando fascinante hoy ver como “baila” ese individuo. Las coreografías, la velocidad… Es un musical de violencia.
También resulta particularmente estimulante la idea de una persona enfrentándose y abriéndose paso por encima de todo el mundo. Literalmente. Es una fantasía de poder masculina completamente irreal, absurda y ridícula. Pero ser el último hombre en pie siempre es algo que excita. Más primario no puede llegar a ser.
Como lo son este tipo de historias. No hace falta más que ver a alguien dando cera de forma elaborada para que se quiera ver qué está pasando. Ya se sabe el resultado, no hay un peligro real. Tampoco es necesario que se epate al espectador con historias complejas ni siquiera el buscar que uno se haga preguntas. Es vacío y hueco, en cierto sentido. Pero es inevitable apartar la mirada de películas y obras de este estilo. Y lo cierto es que no todas las piezas elaboradísimas son capaces de que el consumidor alcance este estado.
Apocalipsis Yokai funciona de esa manera exacta. La Tierra se ha convertido en un infierno y Neko parece ser el único hombre vivo. Neko está enfadado y básicamente quiere peleare con todos los demonios que pueblan el averno. El argumento es más sencillo que el mecanismo de un sonajero, como manda el canon dentro de este tipo de narrativas. Quien acceda aquí busca lo que busca.
A pesar de ello, eso no significa que el guion de Javier Marquina no tenga cierta elaboración. Es una celebración de la violencia pulp y es visualmente estimulante. Pero eso no quiere decir que se haya olvidado de caracterizar a los personajes de una manera muy precisa.
El protagonista es una vuelta de tuerca al estoico héroe. Por el contrario, tiene más características en común con los villanos, a pesar de tener algunos ligeros elementos que lo humanizan. Tiene una soberbia fácilmente odiable, pero logran que esta se convierta en carisma gracias a una alquimia extraña. Por mucho que resulte insoportable su actitud, como lector lo apoyas. El truco, seguramente, tenga que ver con que los antagonistas son, en buena medida, personajes con cualidades tradicionalmente negativas.
De hecho, también cabe destacar el tratamiento que tiene con los demonios. Aunque, en cierto modo, todos compartan un objetivo común, el escritor se atreve a lanzar pinceladas que los diferencian e, incluso, a poner encima de la mesa a seres infernales que se cuestionan su propia función. En cierto modo, humaniza algunos de los villanos.
Pero, lejos de querer aburrir a nadie, son cuatro pinceladas que le da una salsa especial a este plato. Lo importante aquí realmente es la acción y está planteada y estructurada como un descenso a los círculos, cada uno de ellos con su jefe final y su sidequest, a modo de videojuego. La lectura, por tanto, es muy visual, ágil y no da respiro en un solo momento.
Y esa ha sido la clara prioridad a la hora de contar esta historia. Aunque, por el camino, se podría haber pulido algunos elementos. Hay algunos giros que resultan totalmente predecibles y se echa en falta alguna sorpresa más arriesgada y acorde con el concepto extremo del que se parte. A su vez, se hace desde el cariño a la referencia, pero por el camino, se podría haber buscado algunas claves que le diesen una entidad propia más marcada. No es algo que perturbe la lectura y funciona con un ritmo espectacular, pero sí que es lo que impide que deje un verdadero poso en el lector.
El guionista se vuelve a aliar con Uve (con quien ya trabajó en Balas de Punta Hueca) y se nota en todo momento la buena sintonía entre ambos y lograron aprovechar cierta inercia. No en vano, algunos de los elementos estéticos de la citada obra.
A pesar de ello, el artista parece verdaderamente implicado en el proyecto, puesto que sigue lanzando diseños cuidados y verdaderamente icónicos y generar una acción que entra por los ojos. Es un artista que parece haberse querido especializar en crear escenas visualmente portentosas. Maneja un ritmo y unas composiciones medidas. Este cómic ha depositado mucha responsabilidad en el apartado gráfico y este ha conseguido haber estado a la altura.
El color de Héctor Márper contribuye a que este cómic tenga una atmósfera coherente. Hay mucho contraste respecto a los flashbacks, pero tiende a llevar una paleta apagada, que da un aire tétrico al infierno.
Ediciones Inuit (en asociación con ECC Ediciones) trae este cómic con unas ilustraciones de Héctor Marper, Carlos Morán, Fran P. Lobato, Rosa Codina & Aroha Travé, Irene Márquez y de Romina de Romina Molist. Además, al final del cada capítulo se ha realizado una portada que homenajea a algunos de los grandes iconos que ha dado este medio. Se trata de una cuidada edición a la que se le podría achacar que falta material del proceso creativo que hubiese encajado del lujo.
Apocalipsis Yokai es una bestialidad. Abrirse paso por el infierno a mamporro limpio, fin. No hay más.