Vivir -¿no lo es?- es muy peligroso. Porque todavía no se sabe. Porque aprender a vivir es lo que es el vivir, eso (João Guimarães Rosa, Gran Sertón: Veredas)
Las mejores obras conjuntas de Fábio Moon y Gabriel Bá siempre han surgido de un puntual rapto de inspiración, una chispa que prende rápidamente y que les lleva a crear de forma enfebrecida. Tras unos años de paréntesis en los que se embarcaron en proyectos de la mano de otros creadores para que esa chispa no se apagara, Moon encontró en 2007 la excusa perfecta para volver a trabajar con su hermano gemelo: el giro de tuerca que tiene lugar al final del primero de los diez números de los que se compone esta obra publicada en su día en el seno de Vertigo. Hasta ese momento se nos ha presentado a Brás de Oliva Domingos, un escritor de obituarios para un periódico que sueña con publicar una novela que le permita escapar de la alargada sombra de su padre, un reputado escritor. Brás se siente alienado porque piensa que solo escribe para los muertos y no para los vivos, mientras lamenta que las personas solo se centren en las cosas triviales de la vida cotidiana pero olviden las realmente importantes. Esta será sin embargo una de sus últimas reflexiones antes de morir a manos de un delincuente de poca monta que se cruza en su camino.
A partir de este momento, lo que parecía un slice of life de manual se transforma en un ingenioso puzle narrativo en el que en cada capítulo nos presenta, sin orden cronológico, un momento específico de la vida de Bras que pudo o no haber tenido lugar, porque no sabemos en qué casos asistimos a una reconstrucción fidedigna de los hechos o a la ensoñación de un moribundo. En todos los casos se sigue una misma estructura: un momento vital de suma importancia para el protagonista –el nacimiento de un hijo, la llegada del primer amor, un diagnóstico clínico funesto- se ve alterado por un giro radical e inesperado de los acontecimientos que provoca la muerte del personaje, con cuya esquela se cierra el capítulo. Estos diez fragmentos no tratan de reconstruir la vida de Bré, sino de jugar con diversas variaciones en torno a una serie de constantes fijas: su amistad de largo recorrido con su querido Jorge, la importancia del amor (el primero, el verdadero y los diversos romances de juventud), la difícil relación con su padre o la obsesión por no repetir patrones tóxicos con su hijo. En todos ellas sobrevuela el tópico literario del memento mori, o la aceptación serena de la inevitabilidad de la muerte que invita a vivir cada momento de la vida al máximo, aunque duela, porque puede que sea el último.
Las reseñas de esta obra –laudatorias en su gran mayoría, aunque desde las página de The Comics Journal se acusó a sus autores de escapismo burgués- han puesto el acento en el componente lírico y emotivo de la obra, en esa forma poética que tiene de instar al lector a aprovechar el carpe diem, pero quizá no se ha insistido lo suficiente en la influencia que presenta de clásicos de la literatura portuguesa. Daytripper recoge el testigo de autores como João Guimarães y Jorge Amado, de carácter local pero resonancia universal, que mezclan el realismo mágico y el costumbrismo para aprehender una forma brasileña muy particular de ser y estar. La obra es un intento consciente por parte de Moon y Bá de continuar este legado –de ahí la insistencia en la importancia de la familia y las raíces para conformar la propia personalidad y el minucioso retrato que se lleva a cabo de las relaciones personales y familiares en Brasil-, adaptándola al formato de cómic. Este joie de vivre que empapa la obra –donde todo absolutamente está conectado y tiene resonancias profundas, partiendo del mismo nombre del protagonista- lleva a Moon y Bá a renunciar al blanco y negro de sus comienzos para apostar por la paleta tecnicolor de Dave Stewart, que es capaz de reflejar la calidez de los momentos de dicha y crear desasosiego con tonalidades frías en los momentos de desamparo vital y pesadumbre por los que transita Brá.
Como señala el propio Brás a mitad de la obra, “hay un montón de cosas en la vida que son difíciles de entender y más aún de poner en palabras. La amistad sin duda es una de ellas”. El ejemplo es muy pertinente para hacer notar la maestría de Moon a la hora de plantear las grandes preguntas de la vida a través de una prosa sencilla, articulada en monólogos interiores o en sentidos diálogos entre los personajes, que alcanzan un punto de pura emoción en esa carta que el padre de Bras le escribió en el momento de nacimiento de su hijo y nunca llegó a entregarle en mano. También ejemplifica la perfecta simbiosis entre texto e imágenes de Daytripper, alimentada por la sinergia familiar y artística de Moon y Bá. Para reforzar aquello que no puede ser descrito con palabras, los personajes se buscan constantemente con la mirada buscando respuestas y confort, en deliciosos y sintomáticos planos-contraplanos, o se reconcilian con el mundo contemplando el horizonte en entornos idílicos de viñetas apaisadas, que contrastan con los apretujados paneles situados en parajes urbanos, reconstruidos de forma minuciosa, en los que a pesar de todo se obran milagros y se abre paso la vida. Un carrusel emocional poblado de momentos tristes –la esposa de Brás escuchando de forma obsesiva los mensajes que este le dejó en su contestador antes de fallecer y en los que le prometía que pronto se reencontrarían-, y de puro júbilo: ese viaje de juventud que emprenden Bras y Jorge a Salvador de Bahía, en el que tiene lugar un momento onírico de importancia crucial para la trama, y cuyas secuencias están en su mayoría dibujadas por Bá para marcar diferencias con respecto al tono terrenal en el que se inscribe el resto de la obra.
Daytripper ganó el premio Eisner a la Mejor serie limitada en 2011. En su momento fue editada por Planeta sin apenas extras. La versión que ahora publica ECC en España, más de una década después, corresponde a la edición Absolute, que además de bocetos y guiones, entre otro material extra, incluye una peculiar introducción de Craig Thompson, en la que anima a redescubrir la obra como intersección de las dos tendencias que a su juicio gobiernan el mundo del cómic: fantasía y realismo. Pero Daytripper es algo más, mucho más. Es una obra maestra que aprovecha magistralmente los recursos del cómic para trascender el formato y convertirse en una de las más inspiradas celebraciones de la vida que nos haya legado la ficción en el siglo XXI.