Hace miles de años, en la nación del oriente medio llamada Kahndaq, un esclavo se rebeló contra un tiránico rey. Elegido por un consejo de magos, fue imbuido con el poder de los dioses a los que estos adoraban, transformándole en un campeón de sobrenaturales capacidades que pasó a ser uno de los mitos de esa tierra. En la actualidad, Kahndaq se encuentra ocupada por la organización criminal conocida como Intergang oprimiendo a su pueblo para extraer un precioso mineral en el que es rico su suelo. Es el momento para que, con una palabra y un relámpago, ese legendario Teth-Adam despierte de su sueño de milenios y libere su país. Pero la destrucción que desencadenará a su paso para ello llamará la atención de otros héroes extranjeros que intentarán contener a ese superser que no vacila en ejercer violencia expeditiva sobre sus enemigos.
Black Adam, dirigida por Jaume Collet-Serra, es la nueva película de Warner Bros. parte de su universo cinematográfico basado en el de los superhéroes de DC Comics. Es un proyecto que en realidad viene de lejos, y Dwayne “The Rock” Johnson quedó designado como su protagonista hace la friolera de quince años, pero entre unas cosas y otras, y mientras ese universo DC de la gran pantalla nacía, sufría ciertas crisis (no pun intended) y se reinventaba, la película no ha cristalizado hasta ahora. Y llega con ambición, ya que Johnson, celebérrimo actor de acción que suele asegurar nutridas taquillas, y productor de este filme, en su promoción parece haberse autoerigido como nuevo guía de dicho universo fílmico. En Warner querían su propio Kevin Feige, y después de que Daniel Lin haya rechazado esa responsabilidad, The Rock parece haberse puesto él misma esa carga sobre sus hombros… aunque solo en cierta media, ya que ha declarado que solo pretende ser un consultor, no la mente que dirija y coordine todas las futuras películas interrelacionadas de DC que puedan surgir a partir de ahora.
En cualquier caso, Black Adam pretende marcar la nueva era y dirección de esa DC cinemática, sin reboot de por medio y haciendo referencias a muchos de sus productos previos, en teoría siguiendo un poco el modelo de la competencia de Marvel. Es una elección curiosa de personaje principal para ello, ya que el Teth-Adam titular es un personaje derivativo del Capitán Marvel original (ahora llamado Shazam), su reflejo oscuro y una de sus archinémesis aunque con matices de moralidad. Y a pesar de ser un favorito entre los aficionados al cómic dada su participación en series enormemente queridas entre los muy cafeteros, como JSA o 52, no es un héroe (bueno, antihéroe) que cuente con factor de reconocimiento alguno entre el gran público. Pero vaya, que lo mismo pasaba con Iron Man allá por 2008, y fíjense lo que surgió a partir de ahí, así que cualquier cosa es posible. A partir de ahora, y a la luz de lo que el público decida sobre el filme estrenado en sí, ya será cuestión de ver si, además, será plausible. Hemos podido ver la película en pase de prensa y estas son las sensaciones que nos ha suscitado.
Black Adam tiene un ritmo trepidante, cosa que no debiera extrañar a nadie considerando que al final, es una película de The Rock. Su protagonista derrocha carisma, y no solo el propio del interprete, sino también el del personaje: hosco, poderoso, torvo, inexorable, de diálogos breves llenos de frases cortantes y molonas. La acción superheroica es excelente, con un sin parar de espectaculares y letales choques contra la soldadesca que oprime Kahndaq, y contra la Sociedad de la Justicia de América. Porque aquí debuta en el cine una encarnación del que fue el primer grupo de superhéroes de la historia del cómic, cuya creación se remonta a finales de 1940, y con los que el personaje que The Rock interpreta (el cual también es añejo y data de tan solo cinco años después) tiene bastante que ver, pues aunque fue en realidad Jerry Ordway quien dio los primeros pasos en establecerle no como un mero villano unidimensional en su serie The Power of Shazam de los años noventa, sino como un superser poliédrico, esta transición llegó a su máximo esplendor cuando ingresó en las filas de aquel equipo a finales de esa década en la colección titulada JSA. Compañeros suyos tan a menudo como oponentes, su historial de acercamientos y enfrentamientos está ya intrínsecamente ligado a la mitología del personaje.
Así que asistimos a un festival de batallas entre Black Adam y una selección de miembros del equipo: Hawkman (Aldis Hodge), el Doctor Destino (Pierce Brosnan), Atom Smasher (Noah Centineo) y Ciclón (Quintessa Swindell). El interés de estos conflictos radica en que no hay blanco y negro sino matices de gris, en que ninguno de los bandos son villanos, pero están enfrentados por distintas concepciones del heroísmo. Además, con todo ello se insinúan metáforas acerca de cuestiones relevantes del mundo real, como el imperialismo norteamericano en oriente medio, el sufrimiento de sus pueblos en aras del lucro de los intereses económicos de occidente, y la bienintencionada, pero en el fondo llena de hipocresía actitud de los sectores progresistas que por un lado condenan las acciones violentas de estos oprimidos, pero por otro no parecen enterarse de las agresiones que sufren.
Hawkman resulta un oponente eficaz para Black Adam tanto en el plano físico como en el de actitud “a-ver-quién-es-más-chungo-de-los-dos”. Las intervenciones del Doctor Destino resultan maravillosas en lo visual, un verdadero hallazgo, y la actuación de Pierce Brosnan hacen comer de su mano a la audiencia. Atom Smasher es imponente y el despliegue de poder de Ciclón luce fascinante.
Mención especial merece la banda sonora, cuyo score de Lorne Balfe arroja potentísimas piezas. En concreto la central dedicada al protagonista es magnífica, subrayando el tono al tiempo aciago y épico que le corresponde, y la de la Sociedad de la Justicia, que resulta una muy adecuada fanfarria heroica. La selección de temas rock, rap y pop, con el Bullet With Butterfly Wings de Smashing Pumpkins, el Paint It Black de los Rolling Stones o el Power de Kanye West es rotunda.
Y sin embargo hay toda una serie de espadas de doble filo que impiden a la película ser calificada de un producto redondo. Lo apabullante y concatenado de su acción ahoga el resto de elementos, y por ejemplo la Sociedad de la Justicia aparece muy rápida y abruptamente, sin casi presentación. Las metáforas subyacentes geopolíticas apenas son mencionadas de paso por Adrianna (Sarah Shani) así que quedan enterradas entre los cascotes consecuencia de la ensalada de mamporros. El poder de Black Adam es tan absoluto, que su ensañamiento con los esbirros de Intergang, por espectacular y cargado de humor negro que esté, acaba teniendo un punto repetitivo. Uno puede llegar desconectar del disfrute por sobreabundancia, y los personajes apenas tiene tratamiento a pesar de los conflictos internos que acarrean.
Y luego está todo el tercer acto, con ese villano adicional de tanto poder como escaso desarrollo y carisma como el de la primera película del Escuadrón Suicida o el Kurse de la segunda de Thor, un pegote para que la fiesta del golpe continúe a mayor nivel. En ese tramo final de ínfulas incluso más épicas, el CGI canta más patentemente, así que si por lo que sea uno no acaba de estar a bordo de ese vagón de montaña rusa disfrutando extasiado, el disfrute mengua. Quizás sin él, bastante innecesario (ya hemos tenido para entonces una auténtica apoteosis de violencia superhumana, y un posible final que, de serlo, podría haber sido incluso más épico en lo personal y adictivo de cara a secuelas) el resto del filme de Collet-Serra hubiese tenido más espacio para respirar mejor.
Además hay otra serie de problemas que probablemente afectarán al espectador según del tipo sea: si se trata de alguien que no esté familiarizado con los cómics, no solo le parecerá que qué pintan ahí de repente todo ese porrón de superhéroes que no se sabe muy bien de donde ha salido. Además, muchos de ellos, injustamente, le podrán parecer copias flagrantes de otros más populares del cine de Marvel: por supuesto, el Doctor Destino sonará demasiado al Doctor Extraño a pesar de que sea un personaje de creación muy anterior. Pero, además, al hacer a Atom Smasher prácticamente un alivio cómico (papel que ya cumplía muy bien un genial Mohamed Amer como Karim), con esa máscara habrá quien piense que han cruzado a Deadpool con Ant-Man. Y también está el tema de que no se expliquen algunos de los poderes de los que hace gala Adam, como su supervelocidad, que por lo menos se intuye, o su sabiduría sobrenatural que le permite adaptarse rápidamente al mundo moderno en que se ha despertado, que ni es mencionada pudiendo dar lugar a que se asuma que eso no está justificado.
Y luego está la otra opción, ser un fan de los tebeos y preguntarse a qué viene eso tan innecesario del Eternium que apenas apareció en unos números de la Legión de Superheroes en los noventa, o sentir flagrantemente desaprovechadas las oportunidades de interacción entre Adam y Hawkman y Destino (los dos componentes de la JSA que tienen vínculos con el pasado ancestral del protagonista) o reflejar los interesantísimos y tortuosos lazos entre Adam y Atom Smasher. Por no hablar, y eso también lo pueden sentir aquellos no lectores de viñetas, de por qué demontres no se hace absolutamente ninguna referencia al Capitán Marvel-Shazam, absolutamente fundamental para Black Adam y de fácil, obvio y orgánico acceso en el Universo Fílmico, al contrario que la Sociedad de la Justicia.
En fin, tras esto, es difícil predecir cómo reaccionará el público y si a pesar de esa escena post-créditos (que sí, aunque ya esperada se paladea como deliciosa) en la que parece que se rearticulará con grandes planes y proyectos el universo cinematográfico de DC, esto se hará realidad. La opinión personal de quien escribe estas líneas es que Black Adam es una película tan mala y tan buena al mismo como absolutamente el resto de filmes de superhéroes que pueblan la pantalla: un divertimento palomitero del que se puede sacar muchísimo disfrute si uno acepta subirse al tren y disfrutar del viaje. Y si no, no. Ni más ni menos. Ni una obra clave del cine de entretenimiento, ni un desastre.