Actualmente no hay un movimiento artístico mayoritario en el que se pueda clasificar buena parte de la producción cultural de la actualidad. Eso es algo inusual y que puede que sea representativo de la segmentación a la que ha conducido la posmodernidad. Alimentado por una crisis voraz y los problemas que han venido luego, es normal que esta generación haya optado por refugiarse cada vez más en sí misma.
Eso explica porque una de los géneros predilectos de la actualidad sea la autoficción. Permite exorcizar demonios y analizar a través del arte cual ha sido la trayectoria del autor/a. Eso un ejercicio de introspección que, evidentemente, interesa hacer a la persona creativa y tiene el gancho de que puede interesar a los seguidores de esta. Pero también tiene el aliciente de humanizar a las personas detrás de la obra que tienes en tus manos, de ponerlas a tu nivel y, con suerte, conseguir ponerte en sus zapatos y empatizar con sus vivencias, por mucho que puedan ser muy lejanas a las tuyas.
Este tipo de piezas se han empleado tanto que ha terminado pareciendo hasta un cliché… Pero lo cierto es que, si no funciona, no es por no culpa de un recurso, si no por el aproximarse a este de forma rutinaria, anodina y agotada. Por otro lado, es difícil sorprender en algo que ha sido explotado hasta la saciedad. Y es ahí donde reside el mérito de Las Olimpiadas del Sufrimiento.
¿Qué cuenta este cómic? A pesar de que no tiene un título que despierte optimismo ni, a priori, pueda parecer de lo más comercial, cuenta la historia de Enric Pujadas y de Gonzalo Aenas, guionista y dibujante, de una forma tremendamente honesta. Es la cotidianeidad de dos vidas marcadas por la amistad, el amor y desamor, la tragedia y la creatividad. Son cuestiones de una universalidad incuestionable.
Además, los temas no podrían ser más interesantes: la depresión y la ansiedad y cómo estas pueden tomar el control de las vidas de aquellos que las sufren, los diversos contratiempos que pueden ocasionar las inseguridades, la presión que supone lo que uno se espera de su vida frente a lo que termina siendo… Se trata de conceptos que encajan perfectamente con las preocupaciones y temores del ciudadano promedio contemporáneo y que son una fuente inabarcable de reflexiones y perspectivas.
Pero, por interesantes que puedan llegar a ser unos temas, no lo son todo. Y más importante es cómo se tratan. Para que algo cale verdaderamente, hay que plantearlo de una forma sugerente y, en este caso, se ha conseguido plasmar de un modo muy fresco, ligero y sorprendente. Lo es porque tiene un carisma y un estilo muy particular.
Lo primero que cabe destacar es que este tipo de propuestas tienden a hacerse siempre desde un único punto de vista. Es un trabajo de autor, con lo que es difícil verlo como un ejercicio creativo compartido. Aquí se ha hecho entre un responsable del guion y otro del arte, lo cual enriquece enormemente la experiencia, puesto que hay acceso a otras perspectivas mientras se cuentan la historia.
Se trata de una historia en la que artista y guionista interactúan y en el que ambos cuentan la historia de una forma no lineal, fragmentada. Como dos amigos reuniéndose para recordar quienes son, sin imposturas ni nada. La verdad desnuda, con todas las vilezas y bondades. Con la salvedad de que lo hacen frente a un público.
A pesar de que se citan muchas fuentes, la inspiración japonesa está más que evidenciada, con el manga/anime, los samuráis, etc. Hay algo de amor y respeto hacia esa cultura y, evidentemente, es algo que ha terminado siendo crucial. Hay un juego de citas y una manera de filtrar la realidad a través de determinadas cuestiones que va más allá de la nostalgia, sino que está tratado como una manera que ayuda a construir una identidad. Más allá de lo accesorio, aquí este tipo de cuestiones tiene un cariz más profundo.
Es difícil conseguir que el público sienta interés por un trabajo que, al final, cuenta la historia de una persona como cualquier otra. ¿Qué interés tiene eso? Es más, ¿Qué puede aportar esta pieza respecto a otras autobiografías de personajes ilustres? Pues, tal y como está en papel, mucho más de lo que uno se pueda llegar a imaginar. Solo hay que darle una oportunidad y adentrarse en este mundo.
El arte de Gonzalo Aenas aporta mucho respecto al tono en el que se ha tratado esta obra. Tiene un trazo limpio que deja entrever sus diversas influencias. A su vez, demuestra una gran versatilidad y una capacidad de introducir y jugar en su favor de iconos culturales. Se nota que ha buscado darlo todo en una especie de carta de presentación y que promete dar de qué hablar si tiene las cartas a su favor.
Además, demuestra conocer muy bien el lenguaje, puesto que sabe usar distintos recursos compositivos de una forma excelente. Es un cómic que entra por los ojos y se ha sabido qué decisiones tomar en todo momento para contar esta historia de la forma más efectiva (que no efectista) posible).
Eso pasa, a su vez, por un tratamiento de color que, por mucho que tire de una paleta amplia, sabe cuándo emplear colores simples que proporcionen al lector distintas emociones. Se trata de un trabajo muy cuidado en el apartado artístico en el que se aprecia claramente que se trata de una historia que está hecho desde las entrañas y con un mimo más que palpable.
Esta obra fue premiada en el Ciutat de Palma, lo cual ha permitido la presente edición de Dolmen Editorial. En esta se incluye el dossier completo con el que se presentó el proyecto, unos sentidos agradecimientos, bocetos y unas fotografías personales que muestran a los autores y su entorno en distintas fases de su vida. Se trata de una edición impecable.
Las Olimpiadas del Sufrimiento enternece, perturba, frustra, entretiene, conmueve, hace que ames y odies a los personajes… Pero, sobre todo, consigue aquello a lo que cualquier obra que se precie aspira: que el lector la haga suya. Porque, por personal que sea lo que se cuenta, es la historia de muchos. Y puede que también sea la tuya.