Palabra de Editor #52 – Traducir en viñetas

Palabra de Editor es la columna de opinión de Pedro F. Medina (@Studio_Kat), Editor Jefe, responsable de licencias y redes sociales de Fandogamia y periodista con una faceta nada oculta de showman en los eventos de cómic y manga

Cuando se habla de los equipos creativos tras la producción de un cómic hay un colectivo profesional al que históricamente no se le ha destacado su papel. En un mercado abarrotado de licencias extranjeras, el apartado gráfico de los tebeos no precisa de adaptación o, siendo más específicos, pretendemos que sean los lectores y lectoras quienes se han amolden a él y descifren sus códigos visuales: esas espirales que brotan de la cabeza de un personaje indican aturdimiento o confusión, mientras que la gota de sudor que recorre la frente de otro nos señala que está perplejo o incómodo. Se espera que lo aprendamos por nuestra cuenta, por abstracción, reiteración o porque lo hemos visto en los dibujos animados (aunque sea hacer trampas y luego nos repatee que el cómic parezca estar siempre un paso por detrás del cine, aunque naciera antes). Pero con el idioma la cosa es distinta. Yo no leo en francés, así que si quiero leerme un Spirou más me vale que venga localizado al castellano o me voy a perder. Podría seguir la trama hasta cierto punto, pero no disfrutaría del tebeo de la misma manera que si lo leyera en mi lengua materna. Además, como hagan referencia a alguna cosa de la cultura francesa sí que se me va a escapar, porque me sacas de las baguettes y la Eiffel y je ne sais pas. Y ahí es donde entra el trabajo de las traductoras de cómic.

La traducción de historietas tiene mucha miga porque, aunque la cantidad de caracteres en los cuerpos de texto es inferior al de una novela convencional, no hay que olvidar que se ve constreñida al espacio disponible en rótulos y bocadillos, a riesgo de alterar el trabajo original. Esto es especialmente crucial en el caso del manga, donde las onomatopeyas y los globos de diálogo forman parte de la ilustración y no son elementos añadidos a posteriori durante la maquetación. Si a eso le sumamos la disposición vertical de los textos, propia de la escritura japonesa, el cocktail es puro veneno. La traducción es un acto de creación y recreación que requiere capacidad de síntesis, pero también de un conocimiento intenso tanto de la cultura de origen del cómic como, en muchos casos, del cómic en sí. Las referencias a volúmenes anteriores pueden ser peliagudas cuando el personaje tiene 60 años de historia, desde un Lobezno a un Doctor Who. Hoy tenemos la ayuda de Internet para la labor documental, pero incluso así la presión es constante (y es más fácil para la masa crítica encontrar gazapos y agujeros).

A esa carga se la añaden otras peculiaridades del cómic como medio: la abundancia de diálogos y, con ella, la proliferación de interjecciones, coloquialismos, juegos de palabras, palabras malsonantes o abreviaturas de toda índole; la presencia incesante de las onomatopeyas (que ya he mencionado antes, pero es que dan por saco que no veas), y los posibles paratextos, desde visibles notas al pie a mensajes ocultos en los márgenes. La composición de página en cómic rompe con el estático bloque de texto que asociamos a la literatura (so boring!), y somete a las traductoras a cambios de registro dentro de una misma obra. Se dice que cada maestrillo tiene su librillo, pero lo que no tienen muchas editoriales es un libro de estilo que usar como referencia, por lo que la traducción suele ser un salto de fe en el que cada profesional solo cuenta con su propio bagaje y la predisposición de sus empleadores a aceptar el trabajo que les llega.

Aunque el debate sobre la plenitud de su condición como autores está bastante superado en otros ámbitos, en el sector del cómic todavía hay muros que derribar, y eso que en estos momentos las traducciones representan más alrededor de un 80% de los cómics que se publican. En una encuesta a la que respondieron 26 profesionales de la traducción con diferentes combinaciones (EN>ES; JP>ES; FR>ES…), la mayoría admitía no firmar contratos de traducción como exige la ley, es decir, aplicando un porcentaje estipulado sobre los royalties, sino que se trataba de trabajos de encargo, con una tarifa cerrada por página (independientemente de la cantidad de texto en cada una) y, de forma muy infrecuente, por palabra. Las editoriales se acogen, por otra parte, a que la inmensa mayoría de los tebeos no venden tanto como para superar, si se aplicara convenientemente, la remuneración pactada en concepto de derechos de autor, lo que apunta a ser cierto en la mayoría de casos. La excepción podrían firmarla los mangas ultraventas de cada temporada (con serie de anime), los supers de tendencia (con película en cartelera), algo en lo que salga Fortnite (o el videojuego de moda), tebeos con adaptación a serie en Netflix y poco más. Volvemos a lo que os decía antes del cine, que nos tiene superadísimos y nos puede dar toda la rabia, pero no podemos negar que es un regadío de gente hacia los cómics.

La acreditación de las traductoras en las obras suele ser testimonial, apenas en la página de créditos, y muchas veces se quedan fuera de los metadatos del ISBN, lo que las invisibiliza en la industria. Es posible que en algunos casos haya reticencias por parte de las editoriales a justificar la inclusión de un nuevo nombre en cubiertas, sobre todo frente a casas extranjeras más convervadoras o muy protectoras respecto a sus autores en nómina. Leedme entre líneas, que no quiero tener que decirlo en voz alta, pero ya sabéis a qué país me estoy refiriendo. Me preocupaba más la posibilidad de una brecha salarial, teniendo en cuenta que la mayoría de profesionales de la traducción son mujeres (y por eso las refiero de forma general como traductoras), pero en el cuestionario prácticamente todas afirmaban desconocer la existencia de esta situación, también por el hecho de no saber lo que cobran sus compañeras. De este dato (o la falta del mismo) se dibuja la imagen de un sector que se nutre de la negociación individual y de los trabajos que llegan a través de agencia. El mejor resumen es el de una aportación anónima: “nos pagan igual de mal a todes”. Como remate, otro comentario: “a las mujeres nos cuesta negociar tarifas más altas, porque no deja de haber un poco de estigma con la profesión de traductora literaria, feminizada y precaria, que parece que te hacen un favor porque estás cumpliendo un sueño romántico y el dinero que te pagan es para <<tus gastitos>>«.

Las correcciones son todavía más ninguneadas que la primera traducción. Las editoriales más grandes, generalmente excusadas por su ritmo de trabajo, se encargan directamente de la revisión y no reenvían la obra maquetada a sus traductoras para una inspección final. Los ojos que dan el visto bueno definitivo suelen ser anónimos (o camuflados bajo la figura del editor/a de turno), lo que brinda la duda razonable de si realmente existen. Eso explicaría gran parte de los errores convencionales en colecciones largas y producciones industriales. Yo mismo me declaro culpable de no enviar las galeradas definitivas a las traductoras, aunque mi excusa no es la falta de tiempo sino mi lucha moral por no sobrecargar sus agendas a cambio de una tarifa low-cost. Pero eso no justifica arrebatar ese atributo autoral, porque las modificaciones existen desde la rotulación hasta la última aprobación de los ferros antes de entrar a máquinas. Al final, estás atribuyendo a una persona la responsabilidad de todos esos textos, aunque no sean 100% de su manufactura. Esta me la apunto. Lo siento si os doy más faena a partir de ahora.

En lo que sí parecen coincidir casi todas las traductoras que respondieron al cuestionario es en la mejora general de las ediciones españolas (dejémoslo en general, porque cuando entran en lo específico ya saltan chispas…), y en la reivindicación de la traductora como una figura imprescindible. Ya no vale con un apaño de alguien de la oficina que controla un poco de inglés, o con utilizar el material norteamericano como referencia para una licencia manga, saltándose el original. El público empieza a notar la diferencia entre calidades, y el cuidado en la palabra escrita. Y cierro con un último comentario, que hace referencia al manga pero que se podría aplicar a cualquier combinación: “(la traducción) podría estar mejor pagada, porque el perfil de traductor de japonés es altamente especializado y siento que todos los años de esfuerzo e inversión en aprender una lengua y cultura más difíciles y alejadas de la nuestra al final no se valoran como deberían. Pero entiendo que, igual que lo pido yo, lo podrían pedir los rotulistas, las imprentas y cualquiera de la cadena, y eso va en contra de lo que he dicho antes de que los precios del manga son caros, porque si hay que pagar más a los trabajadores, también habrá que encarecer el producto”.

Buf. Duras declaraciones. La tendencia actual de mercado es que se vende poco de muchísimas cosas distintas, lo que, en realidad, no beneficia mucho a ningún eslabón de la cadena de producción de cómics… aunque sí que permite a los lectores tener un catálogo tremendo a su disposición. Nos falta encontrar el equilibrio entre satisfacer a la audiencia y no tener libros de cuentas al filo de lo imposible y personal infrapagado. Con esta patata caliente nos tendremos que poner algún día.