Huellas de arena en el desierto – Kang el Conquistador

Es la frontera más difusa de la Historia. Cualquier utopía que planteemos se sitúa a apenas un parpadeo de convertirse en una pesadilla distópica. Nadie lo supo mejor que Nathaniel Richards, un joven asqueado de la era de paz y prosperidad que le tocó vivir en un siglo XXXI sin penalidades. Kang El Conquistador: La conquista de uno mismo (2022) es uno de los intentos más notables en La Casa de las Ideas cara a aportar las coordenadas del villano con la biografía más compleja que pueda hallarse en las viñetas.

La miniserie de cinco números alrededor de quien ha sido una de las némesis más formidables de los Vengadores se intuye como una obra a referenciar en el futuro. Precisamente ahora con el estreno de Ant-Man and the Wasp: Quantumania (2023), la figura de Kang, ya intuida y esbozada en Loki (2021), parece cobrar una renovada fuerza que podría llevarle a heredar un manto difícil de lucir en Marvel Studios: el estatus de Thanos, es decir, una fuerza antagónica y compleja sobre la que aglutinar el clímax de esta nueva fase del universo superheroico en el séptimo arte.

Por ello, Sala de Peligro quiere profundizar en los portales abiertos por Jackson Lanzing y Collin Kelly en un auténtico reto para el sentido de la orientación lectora en cuanto a continuidad marvelita se refiere: bajo los lápices de Carlos Magno, responsable anteriormente del apartado gráfico en títulos como Invasores (2019), nos hallamos ante un audaz intento de dar sentido a qué significa ser el Alejandro Magno más poderoso de la ciencia ficción en el Noveno Arte.

El campo de batalla es un caos constante. El ganador será el que controle ese caos, tanto el suyo como el de sus enemigos– Napoleón Bonaparte

Resulta complejo intentar añadir algo nuevo a la andadura de Kang sin correr el riesgo de enredar todavía más un hilo complejo y con muchas ramificaciones. Además, se trata de un supervillano que, probablemente, ya tenga su historia definitiva y predilecta en una obra muy especial: Siempre Vengadores (1999), un trabajo de orfebrería a cargo de Kurt Busiek, Roger Stern, Carlos Pacheco y Jesús Merino, donde el indomable carácter del antagonista es clave en la victoria final, aunque también abriendo una posibilidad de angustioso destino. Unos cómics maravillosos y perfectamente analizados en un emocionante podcast de esta misma página (Sala de Peligro 1×115).

No sorprende, por ende, que el añorado Pacheco fuese el encargado de ilustrar la portada escogida por Panini para recopilar la miniserie: las cuatro personalidades principales del protagonista (El Conquistador, Centurión Escarlata, Rama-Tut e Immortus). Un ejemplo de elegante sencillez narrativa para una bizantina andadura donde es frecuente ver al personaje enfrentando con otras versiones de sí mismo. Kang El Conquistador: La conquista de uno mismo (2022) es sumamente agradecida con el legado previo, algo que se traduce en guiños constantes de los autores a sagas previas, exhibiendo un importante celo a la hora de firmar un trabajo continuista en lugar de poner en entredicho anteriores acontecimientos.

Probablemente la experiencia previa de los guionistas con un icono tan pop como Stark Trek les haya servido de brújula para regalar una trama trepidante que necesita muy poco para arrancar con fuerza: Nathaniel recibe la visita de un curtido Kang, ansioso de explicarle cuáles han sido sus errores para que no los repita. Dominar su caos.

Ten el valor de la astucia que frena la cólera y espera el momento propicio para desencadenarla– Gengis Kan.

La figura de Kang como mentor no es nueva. Kurt Busiek la empleó admirablemente en su alargado arco argumental La guerra de Kang, saga iniciada en 2001 y que mereció mejor suerte, además de no verse lastrada por la decisión editorial de que tan magno evento no afectase a otras colecciones. Allí, con resonancias a César y Bruto, le observamos como a un dirigente cansado y astuto que casi vería con buenos ojos que su hijo Marcus, al fin un digno heredero, le diese el sorpasso.

Sea como fuere, en esta ocasión su magisterio no es hacia un hijo, réplica clonada o un mariscal de campo prometedor. Kang habla consigo mismo y pronto eso provocará que el joven Nathaniel sufra lo que ha sucedido a muchas generaciones fascinadas en su inicio por los más famosos conquistadores: pronto, la admiración por las hazañas bélicas va siendo reemplazada por la aversión a la catadura moral del individuo que las provoca y los baños de sangre que deja por los territorios que padecen dicho avance.

Con astucia, La conquista de uno mismo no incide en exceso, aunque plantea las secuelas psicológicas que dejó la brutal agresión que sufrió el muchacho en sus primeros años. Una convalecencia que enciende algo que anidaba en su alma. Al igual que en la distopía de David Cronenberg Crímenes del futuro (2022), los avances médicos permiten regenerar sin problemas el daño físico, pero es en la mente donde está la chispa de sus ambiciones violentas, una búsqueda para saciar una sed constante.    

Pese a sus innegables poderes y dotes de mando, el Kang curtido en mil batallas que quiere prevenirle contra el destino tiene no pocos talones de Aquiles. El principal de ellos es su fuerte narcicismo y un alcoholismo donde se sumerge en soliloquios de derrotas y humillaciones. No en vano, el siempre hábil publicista que fue Stan Lee compuso su nombre de guerra fusionando la palabra king de lengua inglesa con Khan, el título marcial más importante que ha visto Asia.

Y es que Gengis Kan, orillado en ocasiones por los manuales occidentales, aglutinó en sus manos un vasto territorio que iba desde la estepa de los mongoles hasta los bosques siberianos. Algo parecido ocurre en Marvel, donde el aura inigualable del Doctor Muerte o la complejidad de Magneto reciben merecidos focos, aunque conviene recordar que el adversario de los Vengadores, al igual que el androide de Blade Runner (1982) ha visto cosas que no creeríamos: incluyendo entrar triunfalmente en el imperio Shi’Ar o doblegar a los belicosos Skrull.   

Carlos Magno maneja con mimo los diferentes escenarios que homenajean el recorrido de quien domina las corrientes temporales como un piloto experimentado los circuitos de carreras. Iremos desde tiempos protohistóricos hasta futuros desolados, pasando por una compleja tecnología que excedería la mayor imaginación armamentística actual. Como era de esperar, Nathaniel tardará poco en intentar escapar de ese destino, una excelente repetición del ciclo de Iron Lad, tal y como pudimos observar en aquellos Jóvenes Vengadores de Allan Heinberg y Jim Cheung.

Junto con ese clásico choque de un mismo individuo enfrentado a distintas etapas de su proceso vital, incluyendo algunos (escasos) momentos heroicos, los guionistas de la aventuran nos devuelven al misterio de la esfinge más célebre en Marvel.

La senda del faraón

Ramsés II fracasó en su intento de ocupar la ciudad de Kadesh, pero logró ingeniárselas para que las crónicas de su enfrentamiento contra el ejército hitita perpetuarán la gloria y la fascinación de sus estatuas. Siglos después, las pirámides también verían a Napoleón fracasar en sus objetivos iniciales sobre Egipto, aunque a su vuelta a Francia ya había vertido una inteligente propaganda que, junto con sus obras de arte saqueadas, le garantizarían el favor de pueblo en aras a su futuro golpe de estado.

Rama-Tut también conoció pronto la derrota, si bien con el astuto bálsamo de transformarla en miel de triunfo tiempo después. Hemos de viajar a los días de gloria del tándem Lee-Kirby con los 4F: en octubre de 1963, el cuarteto liderado por Reed Richards viaja al pasado del río Nilo para buscar una presunta cura a la ceguera. Allí serán sorprendidos por un faraón que tiene recursos impropios de su época, hasta el punto de esclavizarlos momentáneamente.

Una delicia en apenas unas páginas que abría tantas posibilidades que los Vengadores Costa Oeste y el propio Doctor Extraño la usarían en sus cabeceras para ir colocando las piezas de un complejo puzle de paradojas temporales. Jackson Lanzing y Collin Kelly no quieren ser menos y unirán a su Nathaniel con el poderoso gobernante egipcio, la primera versión de quien luego estaba destinado a convertirse en Kang, en una de las ideas más brillantes de la Edad de Plata en el cómic.

La pareja de escritores observa con tino que The Rise of Apocalypse, allá por la década de los noventa del pasado siglo, estableció otra fascinante conexión: En Sabah Nur conoció a Rama-Tut. La conquista de uno mismo nos brinda más detalles de aquella guerra entre el viajero temporal y uno de los mutantes más poderosos de la Historia, incluyendo, en un gesto muy típico de las reencarnaciones de Kang, una momentánea alianza entre Nathaniel y quien luego sería una pesadilla para la Patrulla-X.

Son unos instantes donde Carlos Magno puede lucir como nunca, teletransportando a la persona lectora hacia un cóctel imaginativo y donde es imposible no querer seguir pasando las páginas para ver que ocurre a continuación. Y, en este caso, esto incluye que nuestros dos Kangs recibirán la visita de un viejo amigo…  

Los hombres de las máscaras de hierro

Mike del Mundo es un artista que nunca deja al público indiferente. El dibujante de origen filipino tiene una heterodoxia muy particular, mostrando un don para desafiar a la narrativa clásica con sucesiones de acciones simultáneas que cuestionan el tradicional orden de las viñetas. Por ello, su estilo se adapta mejor a unos personajes que a otros. Tal vez no sea la primera opción para un superhéroe urbano, pero existen pocos competidores a la hora de sumergir a la historia en escenarios como los Nueve Reinos o los viajes temporales.

Por ello, sorprende poco que uniese su destino a Mark Waid para regalar en 2016 La Primera Guerra de Kang, un espectacular duelo del conquistador contra el poderoso supergrupo, exhibiendo del Mundo un talento inusitado para los escenarios del conflicto. Es de aplaudir la decisión editorial de otorgarle las cubiertas oficiales de La conquista de uno mismo, donde deja varias joyas. Probablemente, una de las más llamativas sea en el tercer número, donde el Doctor Muerte, espada en mano, ataca a la única armadura marvelita capaz de desafiarle en el trono de la maldad.

Al más puro estilo Plutarco, Muerte y Kang tienen unas vidas paralelas asombrosas, algo que llega hasta series recientes como Doctor Doom (2019), donde el escritor Christopher Cantwell aprovechó los lápices de Salvador Larroca para explotar ese matrimonio de conveniencia entre dos megalómanos. Las raíces se hunden hasta el mítico segundo anual de los Cuatro Fantásticos (1964), donde la prodigiosa imaginación de Jack Kirby y Stan Lee propiciaba un pequeño encuentro entre ambos genios del mal que parecía confirmar que Dios no juega a los dados con el universo.

Jackson Lanzing y Collin Kelly tienen muy presente esa conexión en una irrupción estelar del señor de Latveria. Según la etapa y equipo artístico involucrado, ambos personajes se han unido por objetivos comunes, aunque el transcurso de los años ha ido desgastando la idolatría inicial de Nathaniel hacia quien fuera considera el gran supervillano del siglo XX. Un guante lanzado con audacia en el reciente número especial Intemporal de Jed MacKay, donde el erudito Anatoly Petrov sufre la visita de un Kang dispuesto a impedir que siga desarrollando sus estudios sobre el archienemigo del cuarteto liderado por Reed Richards, puesto que sería una obra clave en la historiografía sobre el tema y él ansía ese título de gran amenaza para sí mismo.

Carlos Magno sabe hacer realmente imponente la figura envuelta en hierro, siendo casi comprensible la fascinación que el joven Nathaniel tuvo inicialmente hacia el déspota a quien emuló hasta tal punto de coger la idea para su futuro uniforme. Plumas hábiles como la de Roger Stern han sabido ver que el primerizo Kang tenía una mezcla de fascinación y temor hacia el hombre que presuntamente (John Byrne mediante) había inventado la primera máquina del tiempo. En la trama de La conquista de uno mismo, inicia una nueva fase, similar a la de Alejandro Magno, buscando sepultar la poderosa sombra de su padre Filipo II. Matar al padre espiritual.

Por su lado, el Muerte que brinda el tándem Lanzing-Kelly ha llegado a la conclusión de que su presunto descendiente es un verdadero cáncer para la Historia y que debe ser extirpado sin anestesia. En resumen, una coreografía tecnológica bien llevada por Magno y que merece un lugar destacado en la relación de estas dos personalidades.

Tampoco olvidan su vínculo con el linaje Richards, especialmente mediante flashbacks. En este sentido, la aventura tiene una excelente ligazón con una pequeña joya reciente de los 4F: el número 680 de la cabecera, especial sesenta aniversario de la Primera Familia. Bajo el lápiz de un John Romita Junior en estado de gracia y con espíritu de leyenda del rock en retorno, Dan Slott emula con mucha habilidad un tipo de narración que ya pudimos ver en el capítulo Almost Got’ Im (1992), trigésimo quinta entrega de Batman, la serie animada. Mediante un habilísimo guión de Paul Dini, un puñado de enemigos de Batman discuten acerca de la vez que más cerca han estado de acabar con el héroe de Gotham.   

Slott descubre que algo muy parecido se podría usar para su cuarteto, además de homenajear a un gran villano. Cuatro encarnaciones del aventurero por el espacio-tiempo (Immortus, Kang, Centurión Escarlata y Scion) participan en una competición donde deberán ser capaces de destruir a diferentes encarnaciones del supergrupo. Romita, a través de varios entintadores, refuerza la sensación con nostálgicas portadas retro para cada una de esas historias, donde hay también guiños a Muerte, puesto que algunos sospechan que podría él ser la figura detrás del enigmático Scion.

La conquista de uno mismo juega con habilidad sus cartas para no alterar el status quo, puesto que su monarca de Latveria afirma al conquistador maduro y a su joven versión que van a pagar por afrentas que Kang cometerá en el futuro contra él. Si bien sobrevivirán al encuentro, queda latente la amenaza que este brillante precursor siempre colocará sobre ellos, cual espada de Damocles.

La búsqueda de Ravonna

Finalmente, si algo orquesta y justifica la miniserie que hoy nos ocupa es ella: Ravonna. En muchos mentideros se sospecha que lo que pudimos ver de Gugu Mbatha-Raw en Loki apenas es un comienzo de la andadura de la gran dama en la historia sentimental de Kang. Si la Madonna Celestial era únicamente un vehículo para ganar poder a través de un profetizado heredero, la hija del monarca Carelius, un rey títere del implacable conquistador, siempre ha ocupado un lugar especial en su frío corazón, incluyendo espectaculares partidas cósmicas con héroes como peones para lograr devolverla a la vida.

El tomo homenajea muy bien la esencia de lo planteado por Stan Lee y Don Heck en la ya clásica saga de dos números (Avengers #23-24) de un ya lejano 1965. La primera vez que Kang cogió ribetes de héroe, si bien a costa de que su general Baltag dejé de verle como un dios inalcanzable. Lanzing y Kelly hacen que comprendamos mucho mejor la obsesión que esta indómita guerrera provoca en un ser hastiado de la vida y necesitado de emociones. Desde el remoto Egipto a futuros apocalípticos, lo que él más ansía es esa mirada ardiente y efímera cuyas huellas sigue en las arenas del tiempo.

Con una precisión que agradará mucho a Marvel Studios, las distintas encarnaciones de Ravonna permiten introducir, sin que desentone, a la deidad Khonshu, verdadera ligazón con otra de las series recientes en la plataforma Disney +: Caballero Luna (2022). El eclecticismo funciona y llevará a la pareja a tener un encontronazo realmente curioso con Rama-Tut, más que predispuesto a dejarse fascinar por el fuego en la mirada de aquella a quien nunca puede terminar alcanzando pese a su proximidad.

Y es que, al igual que sucede con su pretendiente, nuestra enigmática señora ha tenido varios nombres: Terminatrix, Mistress of Time, Nebula, etc. En ocasiones, durante la lectura del tomo, incluso podremos poner en tela de juicio, como hace el propio Nathaniel, que algunas de ellas sean reales y no fruto de su imaginación para hacer más llevadera la estancia en un universo donde es el único ser capaz de manejar la tecnología olvidada por una humanidad que ha vuelto al salvajismo más primitivo.

Lejos de desentonar, ese elemento hace más fascinante dicha relación para un Kang plagado de insatisfacción, ese motor que puede sacar lo mejor y lo peor de nuestra especie. Huir de su destino final como Immortus y su contemplación de eruditos pergaminos abre el camino para un guerrero llamado a hacer ruido en los próximos años. Cuando nos sintamos desorientados, esta miniserie de cinco números nos ayudará a descifrar los enigmas de la esfinge.