Alvar Mayor no fue la única ni la primera, pero sí la más afortunada conjunción de dos astros del cómic argentino, Carlos Trillo y Enrique Breccia, que también colaboraron en series tan brillantes como El peregrino de las estrellas y Oro blanco. La serie arrancó en 1976 en las páginas de la revista Skorpio, en un periodo excepcionalmente fértil para la historieta en Argentina, y se prolongaría durante 57 entregas hasta 1983. Lamentablemente, Alvar Mayor llegó a España en su momento de forma algo caótica y desordenada, en las páginas de la revista CIMOC, y ha habido que esperar hasta este 2023 para poder comenzar a disfrutar, en formato adecuado y en orden cronológico, de uno de los clásicos indiscutibles del cómic de aventuras, que será recopilado en su totalidad en el seno de Dolmen.
Gran parte de la culpa del éxito de la serie reside el carisma del personaje titular, guía local al servicio de expediciones planeadas por colonos, que no anda a la zaga de otros ilustres aventureros que le sirvieron de precedente, como Corto Maltés. A medio camino entre el espadachín y el meditabundo antihéroe de western –Trillo nunca escondió la influencia del género en sus guiones-, las habilidades con la espada de Alvar Mayor solo se emparentan con su mutismo hierático, su aspecto icónico –la cicatriz que surca su mejilla izquierda y ese sempiterno sombrero alado- y una sabiduría milenaria que no parece provenir de este mundo.
Con todo, lo que resulta verdaderamente fascinante de Alvar Mayor es el envoltorio, en glorioso blanco y negro, en el que se desenvuelven las aventuras de este hijo de un cartógrafo de Francisco Pizarro, pero también las mutaciones de este microcosmos que ya se perciben en este primer volumen. En los primeros capítulos, alineado con un Trillo obsesionado por captar el rigor histórico y las tensiones coloniales de la Hispanoamérica del siglo XVI –son temas comunes en estas páginas la explotación de los nativos o la codicia sin límites de los colonos-, los trazos de Breccia se inscriben dentro de un tono eminentemente realista. A diferencia de Trillo, el ilustrador nacido en Buenos Aires siempre se ha considerado un hispanista que alberga serias dudas sobre la leyenda negra de la conquista española en América. Quizá por esta diferencia de enfoque, las aventuras de Alvar Mayor no tardan en adentrarse en un territorio de naturaleza onírica en el que conviven maldiciones, folclore local y leyendas universales adaptadas para la ocasión, como prueban episodios tan potentes como Los ojos de un ciego.
En paralelo, el dibujo del todoterreno Breccia se torna decididamente expresionista y angustioso, y la estructura de la página se dinamita para albergar, un sinfín de asombros, que incluyen amores imposibles entre diosas y hombres y apariciones criaturas de la mitología mapuche de aspecto siniestro y antropomorfizado como el Cherufe. Los grandes espacios abiertos dan paso a viajes al mismo corazón de las tinieblas, en los que proliferan bosques de troncos retorcidos, peligros ocultos a cada paso y ramas que atrapan a los personajes. El mérito no es exclusivo de Breccia. Trillo, buen conocedor y amante de las tendencias literarias de la época, impregna sus historias de una buena dosis de realismo mágico, y es capaz de combinar, con portentosos resultados, el comentario político más o menos explícito –Argentina sufría los años de dictadura militar del sanguinario Videla y se desangraba por los cuatro costados por las continuas vulneraciones masivas de los derechos humanos- y la mezcla de tropos y cultura indígenas con géneros clásicos como la epopeya griega, la novela caballeresca o los mitos románticos.
Según se multiplican las capas de lectura de Alvar Mayor, también se amplía el cartel de secundarios. En los primeros capítulos se repite la misma estructura: en su ansia por obtener la eterna juventud, riquezas infinitas o amores prohibidos, los codiciosos hombres blancos acaban por encontrar la perdición, de las formas más ridículas posibles, a manos de divinidades telúricas. Recogiendo el humor deliciosamente amargo de sus autores, Alvar Mayor suele abandonar la escena con rostro impávido o sonrisa irónica. Se trata de episodios autoconclusivos en los que ejerce de contrapunto Tihuo, un sidekick de naturaleza casi totémica cuya función primordial es la de salvar el pellejo a Alvar Mayor en aquellas situaciones en las que todo parece perdido. Empero, Trillo y Breccia parecen advertir que el formato en que eran publicadas las historias –con una longitud de unas doce páginas- parecía constreñir las posibilidades narrativas de tramas argumentales que pedían un mayor desarrollo. Eso explica la creación, en el capítulo Los sueños cerca del mar, del personaje Lucia de Lerma, a la que Alvar Mayor salva de morir en la horca tras ser invocado en sueños y que se convierte en su amante y compañera de aventuras. La entrada en escena de Lucía sirve para crear una gran trama de fondo –la búsqueda de una mítica ciudad de oro-, no necesariamente subordinada a la aventura mensual, en la que poco a poco a poco se van sumando elementos y personajes, y que permiten que el relato, al no descansar en exclusiva sobre los hombros de Alvar Mayor, fluya aún mejor y se multipliquen las posibilidades narrativas y gráficas. Como reza uno de los bocadillos textuales de la serie: “Las historias de América son historias de muerte, de ambición y de coraje. Es difícil resistir la promesa de una de ellas”. Difícil encontrar mejor resumen de las muchas bondades de este clásico atemporal.