Se viven tiempos espectaculares para el terror. Ya sea porque es una manera de exorcizar los temores e incertidumbres que representan el futuro o porque se están concentrando producciones variadas y de calidad indiscutible, pero lo cierto es que un público cada vez mayor tiene una conexión más directa que con otros géneros. El terror se te mete en el cuerpo como un virus y, una vez lo dejas, pasar ya no hay vuelta atrás.
Eso se traduce en que grandes productoras hagan apuestas ambiciosas en este tipo de contenido. Y la verdad es que Netflix ha intentado desmarcarse lanzando proyectos de autor en los que, como si otra época se tratara, el nombre del principal responsable va en el título. Ahí quedan ese Gabinete de las Curiosidades de Guillermo del Toro o, sin ir más lejos, este Junji Ito Maniac: Relatos Japoneses de lo Macabro.
En ambos, además, reside un espíritu antológico que va en el ADN del género. Esa es la única similitud, puesto que la propuesta que adapta algunos de los relatos cortos más espeluznantes de Junji Ito tiene una sensibilidad totalmente distinta.
Los episodios se dividen entre los que incluyen dos historias cortas y uno que abarca los 20 minutos de duración. Eso le da algo de frescura y, el hecho de que están seleccionados de tal modo que no tienen ningún hilo que los unen (más allá que son surgidos de la mente perturbadora de Ito), el espectador siempre es sorprendido.
Eso sí, también hereda lo peor de cualquier antología: que si bien algunos episodios son brillantes, otros son más anodinos y tediosos. Pero su componente de narrativas breves juega en favor de la serie, puesto que se maneja un buen ritmo a la hora de contar estas historias. Se ven casi sin darse cuenta y, tanto en el mejor como en el peor de los casos, siempre dejan un poso temático.
Lo que sí resulta más infranqueable es que parece que no se han tomado las decisiones estéticas que vayan a favor de capturar la densa y perturbadora atmosfera y trazo de Ito. Es un artista que exigía un acercamiento estético más sucio y extremado. Se detecta cierto conservadurismo formal que es molesto, puesto que da una sensación de que es genérico e, innegablemente, eso afecta a la hora de generar un impacto en el espectador.
Un aviso de ello son esos créditos tan tecno-pop y psicodélicos. Ya dan una idea equivocada de lo que siempre ha tratado de despertar el maestro del terror japonés. Hay una disonancia clarísima entre el contenido que el espectador encontrará después. Es una forma un tanto burda de captar la atención desde el principio, pero hace que uno vaya con la predisposición adecuada. Además de plantearse si los responsables de esta propuesta realmente entendieron la obra que están traduciendo en imágenes en movimiento.
Lo que no se puede negar es que está animada correctamente y, por lo menos, es una apuesta ambiciosa con mejores resultados que la última vez que se intentó adaptar a Ito. Además, se aprecia pequeños atisbos de probar otros estilos en algunos episodios. Pero no dejan de ser tímidos intentonas.
Quien sea más conocedor y seguidor del trabajo del japonés encontrará más problemas para interpelar al espectador. Quien venga de primeras (el claro target) logrará conectar y quedará impactado por su manera de entender el terror. Y es que si algo es esta serie es una concentración de algunas de las historias más representativas de Ito, una recopilación que permite al lector tener una sencilla puerta de entrada a cualquiera, una manera de hacerse la idea de quién es este artista y qué es lo que hace. Y eso no puede ser negativo en cualquier caso…
Y es que esta serie incluye algunos de los relatos más emblemáticos como son Las Capas del Terror, Los Globos Asesinos o Tomie: Fotografía. Son traducciones (aun con los peros anteriormente señalados) prácticamente literales que, aunque pierdan fuerza por el camino (aunque también se le puede atribuir a que, lógicamente, cuando no se viene de nuevas, la obra es menos contundente), siguen resultando verdaderamente horripilantes.
Es ahí donde se nota el claro choque cultural y que se juega con unos simbolismos que resultan muy innovadores para los ojos occidentales (especialmente si se tiene en cuenta que este maestro del Eroguro ya consigue impactar a sus compatriotas, que, lógicamente, captan mejor a qué está “jugando”). Y es que esta es una oda y una celebración a una nueva forma de ver de una personalidad muy fuerte y que quiere epatar usando unos mecanismos, sencillamente, inusuales.
Junji Ito Maniac: Relatos Japoneses de lo Macabro es una oportunidad desaprovechada. Pero eso no quiere decir que sea desdeñable en su totalidad. Aunque no es comparable con el material del que proviene, es un intento tan errático como noble. Falta riesgo y eso lastra demasiado. Queda seguir esperando a que alguien, al fin, consiga adaptar algo que, a priori, parece inadaptable.