Echolands, la deslumbrante imaginación de J.H. Williams III

¿Qué es lo que cabe esperar cuando se abre un cómic? Es una pregunta tan amplia como lo son las posibilidades de este arte. Pero sí que debe tener la función de introducir al lector en un nuevo mundo, en un viaje lleno de imágenes, de lugares y de atmósferas que no se pueden encontrar en la realidad. Las mejores muestras del cómic, en definitiva, son aquellas que dejan al lector flotando tras un viaje absoluta y completamente inmersivo.   

Puede que se produzca porque haya una historia impactante o por un arte potente. Pero lo idóneo es alcanzar un punto en el que todos los departamentos terminan fusionándose hasta no se puede distinguir donde termina uno y empieza lo otro. Esa famosa tercera voz que debe ser la que determine el resultado final. Es a lo que se debe aspirar y lo cierto es que no todos lo consiguen. Pero, cuando lo hacen, se abraza la esencia de la narrativa secuencial.

Echolands es una pieza que cumple con todos los requisitos. Pero, es que, además, sobrepasa cualquier parámetro. No en vano, es toda una virguería narrativa. La forma se ajusta perfectamente al fondo. Y, aunque el elemento visual sea lo más destacado, lo cierto es que el guion escrito entre J.H. Williams III y W. Haden Blackman es lo suficientemente jugoso como para quedarse lejos de un proyecto fallido.

La premisa es tan simple como una persecución en un mundo de ciencia ficción entre Hope Redhood, una delincuente con un misterioso pasado, y un mago tiránico y su malvada hija. El detonante consiste en que Hope les ha robado algo y debe huir desesperadamente antes de que sea capturada.

Eso le conduce a descubrir distintos mundos (en los que se rinde homenaje a muy reconocibles ambientes, personajes y artistas de la cultura popular) muy diferentes. Puede parecer que esa pseudo-space opera que no deja de ser un lienzo en blanco para exponer con autoindulgencia las filias de sus creadores, pero todo tiene un desarrollo muy medido para que funcione.

Eso no quiere decir que sea un guion que siga una estructura arquetípica ni que sea en absoluto convencional. Por el contrario, no deja de sorprender. Pero, por extravagante que sea lo aquí contado, no da la impresión de que sea gratuito. Por el contrario, todo sirve para continuar haciendo que los personajes evolucionen o para introducir cuestiones clave en la trama. Prueba de ello es la maravillosa siembra que se plantea como epílogo de cada episodio… Todo ello, además, está contado con un ritmo con un nervio asfixiante. La narrativa aquí resulta tan anárquica, psicodélica e imaginativa como satisfactoria, acertada y, por encima, entretenida.

El despliegue visual de J.H. Williams III es apabullante. A estas alturas, a nadie le pillará desprevenido el hecho de que el arte de este dibujante resulte impresionante. Pero lo que aquí ofrece es una nueva prueba de por qué es uno de los creadores más inventivos que ha pasado jamás por esta industria. La manera en la que crea composiciones de página experimentales no parece tener fin. En cada trazo se aprecia la necesidad de reinventar distintas maneras de contar, de exprimir los recursos del arte secuencial, de probar nuevas cosas, de arriesgar y de ser creativos. Y no hay página que no contenga estas ambiciones. Es una proeza de la que se puede aprender constantemente.

Pero la belleza de cada página no se queda atrás. Cada uno de los elementos ha sido cuidado hasta el más mínimo detalle. J.H. Williams ha estado años trabajando en este proyecto y eso se aprecia en el barroquismo rococó que tienen todas y cada una de las viñetas.  Hay mucha información visual y exige que el lector se pare a analizar todo aquello que tiene delante. Pero, lejos de entorpecer la lectura, la enriquece y se ha hecho sabiendo que forma parte de la experiencia.

Todo ello queda subrayado con la mezcla de estilos que maneja el artista. Es muy evidente y resaltado la búsqueda de emplear distintos tipos de trazos y, con ello, rendir homenaje a algunos de los profesionales más grandes que han pasado por la industria. El arte aporta información y establece una serie de atmosferas, algo que viene reforzado también por los usos del color (o la falta de él) por parte de otro maestro: Dave Stewart. Por no hablar de cómo se saca partido a la horizontalidad para dar a Echolands un ritmo muy particular. De nuevo, todo juega a favor de la narrativa, por muy espectacularmente gratificante que resulte la forma. 

Los mejores cómics son aquellos que gráficamente te impactan a primera vista y, una vez se están leyendo, el lector no tiene la más remota idea de qué se va a encontrar al dar la vuelta de la página. Y, llegado el momento, siempre uno queda sorprendido y embobado por lo que aparece ante sus ojos. Son escasos los ejemplos de obras capaces de conseguir ese nivel. Y es algo que este autor sobrepasa una y otra vez.

El tomo de Panini Cómic trae consigo multitud de extras la mar de potentes, lo cual justifica su abultado precio. Eso puede ser algo que disuada al lector de darle una oportunidad. Pero, si se está dispuesto a hacer, difícilmente encontrará que ha hecho una mala inversión.

Echolands no solo es el retorno de un completo y absoluto genio después de mucho tiempo, es el colofón de su carrera. Pero es que además es una historia de aventuras perfectamente construida que te tiene con la boca abierta en todo momento. No hay ninguna pero que achacarle. Te avasalla y solo puedes, como mucho, asimilar una maravilla deslumbrante.