Algunas de las creaciones más estimulantes y sorprendentes de este medio han venido de las tiras de prensa. De hecho, las primeras muestras del cómic impreso, ha tenido lugar ahí. Por tanto, aquí hay una tradición que vale la pena reivindicar y poner en su lugar.
Esto es así que, hasta un personaje nada propicio para ese espacio, ha encontrado su lugar. Y es que Juez Dredd, por polémico y arisco que fuera y habiendo tenido éxito en su publicación en 2000 AD, trasladó sus operaciones al mundo de la prensa. Es algo que, sobre el papel, es completamente inaudito. Pero, este tomo de Dolmen Editorial que recopila los años 1981 o a 1985 dan buena fe de que su traslado fue bastante orgánico.
Las tiras de periódico, publicadas originalmente en el Daily Star durante los años ochenta, estuvieron largo tiempo desaparecidas. Hace relativamente poco, se decidió recuperar ese material en base a copias que, aunque algunas no estuvieran del todo buen estado, han sido restauradas y cuidadas hasta el más mínimo detalle.
La existencia de este tomo es producto de un esfuerzo titánico de documentación y de conservación que ya tiene valor en sí mismo. Pero se le ha puesto tanto mimo que llega ahora a un nuevo público ávido de entrar en este universo desde un camino distinto al habitual, pero igual de válido que el canónico.
En su sátira extremada, se encuentra algunas de las reflexiones más ácidas de la condición humana. Un paseo por un futuro extraño, urbanizado, mutante y contaminado que, a su vez, es un fiel reflejo de la sociedad que la concibió. Es más, con el paso de las décadas, resulta perturbador pensar que, en lugar de alejarse de esta distorsión, este planeta se aproxima a ello.
Estas tiras condensan todo aquello que siempre ha hecho de Juez Dredd, un cómic magníficamente incómodo: pone en el punto de vista de un fascista descerebrado para el que la ley (por injusta que sea) es lo único que importa. Da igual su identidad, es un perro del Estado que solo conoce la violencia para imponer la justicia a la fuerza. Por amoral que sea. Sin embargo, a pesar de ser un ser completamente reprobable, tiene un carisma especial que hace que el lector quiera acompañarle en sus peripecias.
A ello contribuye dos autores del nivel de John Wagner y Alan Grant. La combinación de ambos talentos se traduce en historias muy orgánicas en donde apenas se distingue dónde termina uno y empieza el otro. Tienen un tono muy medido y se nota que ya poseían cierta complicidad y experiencia, lo cual se deja ver en estas páginas.
Las historias son antológicas y no hay continuidad narrativa entre ellas, como es lógico dado el contexto donde se publicó, pero eso no significa que no susciten interés. De alguna manera, son piezas de un gran compromiso donde se critica y se expone las miserias de la sociedad, tanto del sistema, como de los delincuentes que lo son tanto por necesidad como por gusto.
Además, el formato antológico favorece un ritmo muy ágil de lectura. Son historias llenas de peripecias, de frenesí y de energía que se transmite en un lector al que consiguen introducir en un universo propio con una facilidad pasmosa.
Todas y cada una de las propuestas son todo un ejercicio de contención narrativa ejemplar. Dan la sensación de que se está ante un relato complejo que, en apariencia, es muy directo. Se hace un estudio bastante mordaz y se consigue sacar el máximo partido a Mega City Uno. Es todo un viaje para el lector hacia el abismo de esta sociedad, aunque está maquillado cómic un cómic entretenido de acción. Y consigue serlo dentro de un sistema editorial que, precisamente, trataba de analizar la actualidad del momento. Toda una proeza que es difícil encontrar dentro de las tiras de prensa.
El trazo de Ron Smith es bastante limpio, pulcro y accesible. A pesar de que no termina de encajar del todo bien en un universo que exige algo más caótico y sucio, es comprensible que, dado el formato en el que fue concebido, se ajustara la estética para hacerlo más amable.
A pesar de ello, el artista se muestra como alguien detallista y que consigue plasmar mucha información en un espacio constreñido, así como un nivel de detalle impresionante. Es un autor que consigue transmitir toda la intensidad de los personajes, la sordidez del ambiente y la atmosfera enrarecida que tiene los cómics de Juez Dredd empleando otros recursos bastante distintos y sugerentes. Este es un artista que ha conseguido moldear al personaje con un lenguaje inusual y que consigue hacer mucho en muy poco espacio. Para ello, ha tenido que demostrar un completo dominio de la composición y de la narrativa que hace delicias los ojos del lector.
Dolmen Editorial recupera este material en un tomo que incluye un índice y dos prólogos escritos por Keith Richardson y por Richard Burton. Se presenta, como es lógico, en un majestuoso formato apaisado. Aunque se echa en falta la inclusión de algún extra más.
Juez Dredd es una pieza que parece que sigue siendo igual de relevante ahora que cuando se publicó. No ha envejecido un ápice y ha trascendido al diario en el que fue publicado. Una pequeña muestra de la contracultura inglesa con toda su acidez. Y una muestra que debe servir para que cualquiera se pregunte si el mundo se está aproximado a un futuro indeseable. Todo en pequeñas dosis. El exceso siempre es ilegal. Cuidado con los jueces.