Fábulas… ¡Y comieron perdices!

Por Nerea Aguirre

En 2015, Bill Willingham puso punto y final a la serie por la que siempre será recordado. Con el  número ciento cincuenta y a su vez volumen veintidós de la serie (y catorce premios Eisner a sus espladas), la última gran serie Vértigo se despedía en un océano de reboots, números uno y sucesiones miniseries cuyo único propósito es llamar la atención de Hollywood. Reminiscente de una época dorada en DC Comics y máximo exponente de la segunda gran generación de títulos del ya difunto sello creado por Karen Berger, Fábulas llegaba a su conclusión para descontento de todos los fieles de la cabecera, que negaban bajones de calidad y esperaban con ansia la lectura de una nueva entrega mes tras mes. Trece años después de su creación, con la excepción de la ya incomprensiblemente extinta Hellblazer, la creación de Willingham y Steve Leialoha había dado el paso a franquicia y ampliado la familia con numerosos especiales, dos series satélite (Jack of Fables y Fairest), precuelas, libros y hasta videojuegos. Pero todo ello era insuficiente para su creador, quien tuvo que ver cómo mientras Fábulas publicaba su centésima entrega en 2011, Warner Bros no ponía ningún impedimento a la emisión de Once Upon a Time, la serie de televisión de ABC protagonizada por Jennifer Morrison donde cuentos infantiles, ambientación actual y adaptación adulta se dan la mano para rabia eterna de Bill Willingham. “Me consta que Warner/DC estaba en conversaciones con ABC para producir una serie de Fábulas, pero yo estoy fuera de cualquier negociación. DC no quiere que esté presente en las conversaciones, para lo cual me paga exclusivamente por ello. Es su bebé y ellos se encargan de todo. He oído los rumores que ha oído todo el mundo, pero no sé más, aunque í que sé que se ha producido un piloto que no llegó a rodarse…  aunque en el fondo me alegro porque no podían haber hecho algo más distinto de Fábulas ni queriendo” comentaba Willingham en 2011. Quizá sin él saberlo, ese iba a ser el principio del fin. Pero para llegar al final, echemos antes una vista atrás y comencemos por el principio de todo.

Al principio de todo está el sello Vértigo, ese Big Bang de libertad creativa que llevó al cómic de una editorial grande como DC Comics a rincones que tan solo la producción underground había explorado. El nuevo siglo trajo consigo la conclusión de las series que dieron comienzo con el sello Vértigo (o incluso antes): El Sandman de Neil Gaiman, Los Invisibles de Grant Morrison, Predicador de Garth Ennis y Steve Dillon, Transmetropolitan de Warren Ellis y Darick Robertson, Shade The Chaning Man de Peter Milligan… Los nuevos debuts (innumerables spin-offs de Sandman aparte) no cuajaban y todas las miradas se ponían sobre obras fuera del sello, como las rompedoras Planetary y Authority de un inspiradísimo Warren Ellis y toda la producción de Alan Moore en el sello American’s Best Comics (Promethea, Tom Strong, Liga de Caballeros Extraordinarios…). Pero entonces, en el 2002, Vertigo daba la bienvenida al Fábulas de Bill Willingham, a Y The Last Man de Brian K. Vaughan y Pia Guerra y, en menor medida, al Human Target de Peter Milligan. Las primeras de la segunda gran generación de títulos Vértigo que revitalizarían el sello y llevarían a la cumbre a sus autores. La serie tenía todos los ingredientes para triunfar desde un principio, incluyendo unas preciosas portadas obra y gracia de James Jean, pero la incorporación durante el segundo arco argumental de Mark Buckingham serviría de catalizador definitivo dando un carácter diferenciador que lo acompañaría hasta el final, firmando un cuarto de las entregas totales y asociando para la posteridad su nombre al de Fábulas, hasta el punto que no se concibe la serie sin su participación. Juntos, ambos autores llevarían las fábulas de los cuentos clásicos al mundo real con un prisma adulto y realista, haciendo hincapié en las relaciones personales pero nunca olvidando la fantasía que impregna nuestros recuerdos más infantiles. El veterano lector estará al tanto de las bondades narrativas de la obra, pero… ¿Qué podrá encontrar un lector neófito que, insensato, no se haya atrevido hasta ahora con las Fábulas de Bill Willingham y Mark Buckingham?

El que busque en Fábulas las perdices que se comieron en nuestros cuentos de siempre, que se olvide. Fábulas nos enseña los personajes de siempre pero como los actores de sus propios cuentos, de forma que esas personalidades tradicionalmente simplonas se queden en rasgos prácticamente inapreciables dentro de la complejidad tejida por Bill Willingham. Ante una historia compuesta por identidades tan ilustres cabría esperarse una evolución en base al carácter (requeté)versionado. Sin embargo, nos encontramos una Blancanieves que lejos de su tradicional candidez, se ha convertido en una líder malhumorada. O a una Cenicienta super-espía que tampoco coincide con la mojigata que se dejaba mangonear por tres de las mentes menos inteligentes nunca vistas en los cuentos. En el bando masculino, podemos encontrar a uno de los tres cerditos de okupa en casa del Lobo Feroz, que como legítimo ejecutor del desahucio, sufre las perversiones del querido puerco. Otro de los grandes aciertos es el Príncipe Azul. La idea de que siempre ha sido el mismo, y de que no es más que un fresco que se enamora de la primera princesa que se le pone a tiro, dibuja un gran “Eureka” en nuestras cabezas y le arranca una sonrisa a la más acérrima consumidora de princesas Disney. Y hablando de Disney… es imposible no percibir la caricatura que presenta Fábulas de las relaciones animal-princesita, perdiendo de vista las cancioncillas a los pajaritos por el bosque para dar paso a un estilo un poco más propio de Bailando con lobos. Gracias a estas vueltas de tuerca de nuestros viejos conocidos se nos presenta una sociedad compleja llena de absurdos que esconden a plena vista verdades aplastantes.


«El que busque en Fábulas las perdices que se comieron en nuestros cuentos de siempre, que se olvide. Fábulas nos enseña los personajes de siempre pero como los actores de sus propios cuentos.

La relación que Villa Fábula y La Granja establecen con el mundo real, trasciende al concepto de simple refugio, Willingham establece una relación de divinidad con los humanos no fabulosos que roza el dualismo antropológico más platoniano,  según el cual el mundo material pertenece a las propias de las fábulas, que tienen voluntad propia, pero el destino final de sus almas y la fuerza para vencer a sus enemigos está ligada al cariño que los lectores tenemos por esos personajes y su popularidad entre los mundanos (como les gusta llamarnos), incluso aparece la figura del autor, capaz de crear y destruir mundos a su antojo. Además de esta explicación distorsionada del nacimiento y muerte de fábulas, encontramos una cantidad respetable de dioses para todos los gustos y creencias, aunque lo más parecido a una religión organizada es la que diviniza al Chico de Azul ¿Es que ya nadie respeta a los verdaderos dioses? No podemos olvidar al pensar en esta sociedad de cuento que la organización política es digna del exilio más realista, amnistía y dictador incluidos.

Así pues, tenemos estos personajes con los que volvemos a empatizar después de tantos años, con su política, su religión y sus costumbres, pero ellos lo único que quieren es volver a su casa. Y en el mundo en el que vivimos, que es el mismo que el suyo al fin y al cabo, estas cosas no pueden ser fáciles así que para tener éxito en esta particular cruzada, tendrán que derrotar a un supervillano tan misterioso como tirano (des)conocido como El Adversario, que cuenta con un ejército de soldados de madera, mucha magia y que evidentemente es el culpable de que se encuentren en esta situación. Encabezando a los buenos tenemos a lo mejor de lo mejor, nada más y nada menos que la mismísima Blancanieves, al Lobo Feroz, a la Bella, a la Bestia, Cenicienta, y todas las brujas que se nos ocurran, animales parlantes, dragones, alfombras voladoras, monos entrañables… Básicamente todos los héroes y villanos conocidos, unidos para derrotar al Adversario en una gran saga que abarca hasta el ecuador de la serie, en el que culminan muchas de las montañas rusas emocionales que cogieron impulso y velocidad allá por Leyendas en el Exilio, Rebelión en la Granja o la que es considerada con amplia unanimidad el mejor arco de la serie: La Marcha de los Soldados de Madera. En la Gran Guerra (Fables #70-75 USA), ciertas decisiones gráficas lastran el clímax acumulado de la serie, pero supone un broche de oro perfecto.

Afortunadamente, en plena cresta de la ola, Willingham decidió continuar con la serie y mantener las perdices en la  despensa un poco más. Porque se podría pensar que con la victoria termina la historia, pero las bondades de un amplio reparto y ciertas subtramas de fondo permiten que haya demasiada tela que cortar como para que todo termine con la derrota del malo y el retorno de los exiliados. Las Fábulas, como la energía o nuestro mundo, están en constante transformación. Muchos dirán que la emoción de la historia termina tras la derrota del dictador pero seamos serios, una serie como esta, no podía terminar así. Necesitábamos saber más, necesitábamos saber qué pasaba con Blancanieves y Feroz, quién vuelve y quién se queda, qué ocurre con Gepeto tras su caída, qué había metido bajo la titánica alfombra del imperio, qué secretos tenía el dictador bajo llave. Material de sobra para mil y una noches más de cuentos que, sin embargo, Willingham emplaza a un segundo plano tomando tres decisiones narrativas y creativas que enfriarían el entusiasmo entre sus lectores. La primera de ellas es la muerte del Chico de Azul, tan lenta como inesperada (hasta el punto que más de uno, acostumbrado a tanta resurrección en los cómics de hoy en día, no se lo creyó del todo en ningún momento). Protagonista de un pequeño poema británico (Little Boy Blue) del siglo XVIII, quien comenzara como un secundario en el fondo de las páginas acabó convirtiéndose a base de flashbacks en una de las fichas esenciales de la partida, siendo él incluso el que cortó la cabeza al Emperador. Aunque su salida del tablero trae consigo nuevas posibilidades argumentales (construir una religión en torno a él, la reacción de Rosa Roja…) no queda compensado con el déficit de carisma que permanece en la serie. Y hablando de carisma, ahí tenemos el segundo error de Willingham, quien es incapaz de crear/escoger a un villano a la altura de Gepeto, ya que el Señor Oscuro apenas le llega a la suela de los zapatos de la anterior amenaza de la serie, cortándose por lo sano la tensión previa. El último error, mal endémico del cómic del siglo XXI, fue la decisión de sumergir a la colección en un crossover con sus propios spin-offs: Jack of Fables y The Literals. Tras la conclusión de El Gran Cruce de las Fábulas (que contiene Fables #83-85 USA), nos encontramos que han pasado diez números desde el final de La Gran Guerra y todo el ritmo e inercia acumulada se desvanece. Una sangría de la cual la serie no se volvió a recuperar.

De todas formas, aunque la fiebre devoradora del principio se modera con la llegada del Señor Oscuro y un paso a segundo plano de los personajes principales, Fábulas no deja de ser una gran historia en la cual el villano es el elemento catárquico para dar a los secundarios de la serie la posibilidad de lucirse, como ocurre en ese gran tomo que es el Supergrupo (Fables 101-107 USA). Quizá no aporte gran cosa a la historia, pero tampoco tiene desperdicio ver a Pinocho organizando al grupo según los estándares tradicionales del género de superhéroes, arrancando sonrisas a más de uno con diálogos tan metatextuales como “No la necesito, pero voy en silla de ruedas porque soy el fundador del supergrupo” o “Es muy posible que durante los primeros números nuestro bando reciba de lo lindo”. Los números posteriores al número 100 coinciden en el tiempo con la situación que describíamos en la introducción. Como consecuencia, un enfadado Willingham cambia su modus operandi y en los siguientes tomos altera ligeramente su fórmula narrativa. Hasta el momento, el guionista había hecho avanzar la trama en base a pequeños fragmentos de dos o cuatro páginas por número centrados en cada frente, condensando varias de las subtramas en curso en una misma entrega y dando aire al reparto coral. En cambio, en algunos de los tomos siguientes cambia de estrategia y dedica números y tomos a menos personajes de lo habitual como en Cachorros en la Tierra de los Juguetes (Fables 114-123 USA), donde el enfoque es más triste, lento y agobiante de lo habitual, pese a un Mark Buckingham en pleno estado de forma y tan solo genera interés en un par de momentos verdaderamente sorprendentes, por mucha profecía que haya puesto en alerta al lector. Una vez más, la pérdida de la inocencia como eje motivador de la trama.

Quizás este nuevo enfoque esté condicionado por la propia naturaleza evolutiva de Fábulas, de la que es imposible hablar de la serie sin piropear la evolución que sufren los personajes a lo largo de la trama, dejándola a la altura de las mejores historias río. Podemos encontrarnos personajes que empiezan siendo simples secundarios y terminan siendo reyes de poderes literalmente incalculables, otros cambian como el viento, de villano a héroe y viceversa, los hay que resurgen de sus cenizas más jóvenes y atractivos pero igual de letales. Los niños nacen, crecen y maduran, cada uno con su carácter. Tenemos que despedirnos de algunos porque se van para no volver nunca más (o de momento), y no pasamos el duelo solos, porque el resto de compañeros también lamenta la despedida, algunos incluso inspiran a otros a seguir un camino diferente. Por poner nombres, quizás los casos más sobresalientes sean los de Rosa Roja, Papamoscas, Totenkinder, Blanca y Feroz. Seguidos de cerca por la enfermera Spratt y Gepeto. Sin embargo, nos quedamos con las ganas de ver más de los personajes que se van quedando por el camino, por fallecimiento o simple desaparición de escena como, Pinocho, Baba Yaga ó El Príncipe Azul.

Así pues, en pleno Día de Todos los Santos de 2013, Bill Willingham anunciaba que Fábulas concluiría con su entrega 150, pillando por sorpresa a todos los seguidores acérrimos de la serie, quien pese a admitir el bajón de calidad (reflejado en las ventas) no deseaban su conclusión. Hacía tiempo que la serie no se prodigaba entre los nominados a los Premios Eisner como en sus inicios. Lejos quedaban el Mejor Guionista en 2009, Mejor Serie nueva en 2003, Mejor Arco Argumental en 2003, 2005 y 2006, Mejor Equipo Artístico en 2007… y por supuesto, seis premios consecutivos a Mejor Portadista para el gran James Jean entre 2004 y 2009. El final se acercaba, algo también previsible desde que, entre redoble de tambores, Joe Quesada había anunciado que Marvel Comics había adquirido los derechos de Miracleman y que publicaría la obra al completo, desde la etapa de Alan Moore hasta la de Neil Gaiman, quien tenía como compañero de aventuras a Mark Buckingham, alma mater de Fábulas. Ambos autores tardaron poco en afirmar que concluirían su etapa, interrumpida allá por 1993, lo cual impedía que continuara. Además, Bill Willingham se acercaba a otros proyectos (como el Legenderry de Dynamite en Enero de 2014) pero… ¿Cuándo no ha estado ocupado con otros proyectos? Muchos de los fieles seguidores de Fábulas admitían (admitíamos) que la serie no pasaba por el mismo nivel de calidad desde la conclusión de la Gran Guerra (allá por el ecuador de la serie en su número 75), pero ninguno esperaba (ni deseaba, en su mayoría) su conclusión.

Pero todavía quedaba mucho por delante. Poseído por el espíritu asesino de George R. Martin y regalando muertes a cada vuelta de página, desde secundarios carismáticos hasta el mismísimo Lobo Feroz, sirviendo este “fallecimiento” como una excusa para un interludio metafísico en el que el espíritu de Lobo se encuentra en el camino de ida (o vuelta) al más allá con algunos de los personajes fallecidos en la serie (anticipando una despedida gloriosa). Y ante la falta de un gran enemigo (como si de una película de Marvel Studios se tratase), Bill Willingham decidió no retrasar más lo inevitable y optar por el enfrentamiento entre las hermanas Blancanieves y Rosa Roja. Para construir este enfrentamiento, sinusoide y lleno de claroscuros metafóricos y literales, el autor se basa en la leyenda de Excalibur. Roja, contagiada por su relación con el reino de Ambrose, acude al mito del Rey Arturo tomando el liderazgo y buscando a sus caballeros de la mesa redonda. En paralelo y a modo de flashback (inusual en el resto de la serie), el lector irá descubriendo el pasado de las dos hermanas y entendiendo que la fuerza de Blancanieves reside en ser la superviviente definitiva. Sin prisa pero sin pausa, los dos bandos van cogiendo forma y fondo en un in crescendo hacia la gran batalla fatal de toda fábula que se precie, donde guionista y dibujante darán el do de pecho. Para dar tiempo y respiro a Buckingham, Willigham se acompaña de una legión de dibujantes de primera y segunda fila para intercalar sobre la trama central numerosos mini-capítulos protagonizados por los personajes de la serie titulados “La última historia de…”.

Y aquí estamos. Ante el útimo taconazo de Cenicienta. O la última verdad de Pinocho. En el último número (a la vez que tomo) de la serie, Despedida, maldiciones y profecías se dan cita para cerrar una trama en la que Willigham, siempre ansioso por explorar otras vías alejadas de la violencia pura y dura, concluye con la trama central de Fábulas, una trama que había dado comienzo en su primer número ante nuestros propios ojos, funcionando a su vez como un nuevo Big Bang y un Hogwarts a la vista, ya que las fronteras entre el mundo mágico y mundano se han diluido según la serie concluye, acogiéndonos como uno más de la manada en un particular renacer de la Fuerza. Así pues, quince años después del inicio de Fábulas y entre toneladas de perdices, generaciones de personajes y lectores se dan cita para hacer pasar a Bill Willingham a la posteridad. 

1 comentario de “Fábulas… ¡Y comieron perdices!”

Los comentarios están cerrados.