A ver si les suena a ustedes esto: un adolescente que sufre acoso en el colegio es atacado por un animal que, por azares del destino, ha sido contaminado con radiactividad. Debido a ello, la fuerza, agilidad, sentido del equilibrio y capacidad de trepar superficies verticales del chaval se desarrollan hasta límites sobrehumanos, emulando las características naturales del ser que le agredió, e incluso obtiene alguna extra, como un sexto sentido que le avisa del peligro. Decide entonces adoptar una doble identidad con la que usar sus nuevos poderes y obtener fotografías que vender a un periódico dirigido por un editor que desconfía vehementemente del misterioso enmascarado. El dinero lo destina a colaborar con la humilde situación económica de su tía, que le ha criado, ya que es huérfano. No, a pesar de todas estas características, no estamos hablando de Peter Parker, el Spider-Man de Marvel, sino de Billy Farmer, el Leopardo de Lime Street, un personaje del cómic británico de los años setenta y ochenta.
Alrededor de principios de 1976, el editor Len Wenn (no confundir con el norteamericano Len Wein) encargó al guionista Tom Tully un nuevo serial para la revista de cómics británica Buster, publicada por la editorial IPC Magazines dentro de su sello Fleetway. Buster era un semanario dirigido a niños de entre 7 y 12 años con una notable tirada para su cadencia (unos 175.000 ejemplares a la semana) en el que se incluían varias historias de dos o tres páginas que se continuaban de un número al siguiente. Tully, procedente de Glasgow, era ya uno de los escritores más importantes del cómic británico clásico, y a lo largo de su carrera escribió series de importancia capital para ese ámbito, algunas de las cuales fueron célebres también en España: por ejemplo Héroes de Harlem (con Dave Gibbons y Massimo Belardinelli), Mytek el poderoso (con Eric Bradbury), Kelly Ojo Mágico (con Francisco Solano López), y Zarpa de Acero, con Jesús Blasco.
No está claro qué fue exactamente lo que Wenn le encargó a Tully. Quizás simplemente quería probar a lanzar un superhéroe que siguiese un poco los parámetros de los de los cómics norteamericanos que la filial inglesa de Marvel (Marvel UK) llevaba reimprimiendo allí desde 1972. Quizás fue más específico, y le dijo al guionista que se fijase directamente en el más popular de ellos, el Spider-Man de Stan Lee y Steve Ditko, pero que hiciese que sus aventuras transcurriesen el Reino Unido. Tal vez todo, o parte, fuese iniciativa del propio Tully. Quién sabe. El caso es que, en marzo de 1976, The Leopard from Lime Street empezó a aparecer regularmente en las páginas en blanco y negro de Buster, con bocetos dibujados por Mike Western y acabados realizados por el compañero de Tully en Mytek, Eric Bradbury. Y como comentábamos en la introducción, los paralelismos entre el héroe arácnido de Lee y Ditko y el de aquel británico serial hasta daban un poco de vergüenza de entrada: no es desmedido hablar, no ya de homenaje, sino directamente de plagio o bootleg de la premisa del Hombre Araña.
Sin embargo, se da un curioso fenómeno, y es que las diferencias entre ambos personajes terminan siendo muy interesantes: y una vez asumido el escandaloso calco, podemos empezar a leer las aventuras del Leopardo de Lime Street como una muy curiosa vuelta de tuerca a los mitos de Spider-Man. Precisamente tal vez, por jugar, voluntaria o involuntariamente, con las expectativas del lector, que al olerse la tostada y creer que ya se sabe todo por conocer bien a Peter Parker y sus circunstancias, cuando descubre que las cosas no son exactamente iguales según va leyendo, sufre un refrescante shock. Recapitulemos un poco, aún a riesgo de repetirnos en una medida, y demos así un vistazo con comparativa arácnida a las historias del Leopardo de Lime Street:
Billy Farmer es un chaval de 13 años vive en la calle Lime de una localidad inglesa llamada Selbridge. Suele ser acosado por los diversos matones que circulan por su colegio, como le pasaba a Peter Parker con Flash Thompson. Sin embargo, Billy no es ningún nerd de la ciencia, y sus intereses van más por la fotografía. Además, es uno de los principales (por escasos) artífices del modesto periódico del colegio. Este matiz por ejemplo contrasta sutilmente con Peter, que no empezó a prestar atención al periodismo fotográfico hasta después de transformarse en Spider-Man.
Los matones que someten a humillaciones y palizas a Billy no se limitan a uno solo, como Flash Thompson, sino que forman una abultada lista que va ampliándose según van pasando los episodios: Ginger Moggs, Brian Lake, Eric Saunders, Jeff Stacy, Barry Towler… ninguno de ellos revela virtud redentora alguna a posteriori, como sí haría Flash con el tiempo.
Billy va a entrevistar al Profesor Jarman, director de un zoo local privado, para el periódico del colegio. Cuando llega allí, un leopardo que ha escapado (una hembra llamada Sheba) se abalanza sobre él y le asesta un arañazo superficial antes de que los guardas consigan sedarla con dardos narcóticos. Jarman explica que Sheba tiene una rara enfermedad que están tratando con un suero experimental radiactivo y en uno de las sesiones que el animal estaba recibiendo momentos antes, consiguió darse a la fuga. Tras un examen superficial, Billy parece encontrarse en buenas condiciones de salud, y vuelve a casa. De camino va descubriendo que su forma física y sus sentidos se han amplificado a niveles inauditos, como si se tratase de un gran felino en lugar de un preadolescente. Como ven, el origen es escandalosamente similar al de Spider-Man, pero es cierto que ya vamos viendo que los matices son algo distintos. Aunque a priori la idea de un leopardo radiactivo suena incluso más enajenada que la de una araña expuesta accidentalmente a radiactividad en un experimento, lo cierto es que Tully se apaña para que parezca, sorprendentemente al revés, algo un poco más elaborado y realista que la premisa de Lee y Ditko.
Esto, junto a los dibujos en blanco y negro de Western y Bradbury, va adelantando una de las características que diferencian a ambas obras: The Leopard of Lime Street es algo más apegada a la tierra, un poco menos fantástica que Spider-Man, una pizca más realista, sucia y dramática. Tal contraste se pone también de manifiesto en un sorprendente giro y desviación respecto a la historia del trepamuros de Marvel, cuando Billy llega a casa de sus tíos, que le han criado dado que es huérfano (sí, como Peter Parker) y les conocemos: Aunque ella, tía Joan, con una lesión que le obliga a llevar un bastón, es bondadosa como la tía May del Hombre Araña, en cambio tío Charlie no puede distar más del venerable tío Ben Parker: se trata de un despreciable bruto que tiene aterrorizados a Joan y Billy con sus palizas domésticas. Charlie no tiene empleo porque prefiere que así sea y dedicarse a sus vicios, y se gasta en ellos lo poco que la humilde familia gana. Todo un jarro de agua fría para el lector: no hay refugio idílico en el hogar al que aferrarse para Billy Farmer, como Peter Parker por lo menos sí lo tenía hasta que Ben murió.
Billy siente un enorme cariño hacia su tía Joan, la única persona que parece mostrarle ternura en el mundo, aparte de su gato Monty, y del respeto que el director del colegio, el señor Gleeson, le tiene. Ve como ella lucha para sacar adelante económicamente ese hogar roto y decide que, ya que tiene esos sorprendentes nuevos poderes, va a usarlos para ayudarla. Dado que está habiendo una oleada de robos nocturnos en la zona, Billy va tratar de fotografiar al ladrón in fraganti. Luego, le venderá las fotografías que saque con su vieja cámara a Thaddeus Clegg, el tacaño y miserable editor del periódico local, el Selbridge Sun. Y ya tenemos también así al Daily Bugle y al JJ Jameson de esta historia.
Para ocultar su identidad si las cosas van mal, Billy altera un viejo disfraz de gato que tenía abandonado en el armario para que se asemeje más al aspecto de un leopardo y comienza a rondar por los tejados de Lime Street de noche. Por fin da con el ladrón, apodado casualmente Cat-Man, y además de fotografiarlo, consigue reducirle y dejarlo maniatado para que la policía lo encarcele. Los agentes quedan estupefactos al encontrar al delincuente con una nota que reza Un regalo del leopardo.
Cabe destacar que de todo esto se desprende una sutil diferencia entre Peter Parker y Billy Farmer que no es baladí: éste último no necesita de una tragedia como la muerte de su tío Ben para comprender la máxima Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. El despreciable tío Charlie no muere como Ben Parker, y continua como parte del elenco de secundarios durante la serie, atormentando a Billy y Joan. Aunque el Leopardo de Lime Street no es completamente altruista (sigue luchando por llevar dinero a casa mediante fotografías de sí mismo, o recompensas por capturar a delincuentes cuando se da la ocasión), siempre que hay una situación en la que puede ayudar a la gente, lo hace espontáneamente: ya sea resolviendo secuestros de actrices, salvando niños en casas abandonadas, como bajando gatos de árboles, ayudando al control de animales salvajes que se desmadran en desfiles públicos, o impidiendo delitos. Billy carece desde el principio de esa faceta mezquina y egoísta que Peter mostraba antes de la muerte del tío Ben. No necesita de una experiencia atormentadora para decidir ayudar a la gente, aunque de paso, dada su dramática situación, use sus poderes para que su familia subsista.
Con esas premisas, las aventuras del Leopardo de Lime Street continuaron exitosament en Buster, semana tras semana, durante casi una década, hasta 1985, a lo largo de 470 episodios de dos o tres páginas en blanco en negro, que continuándose de entrega en entrega, configuraron en total unas cincuenta historias. En ellas, también nos encontrábamos con ese tropo habitual de Spider-Man de ser perseguido por la opinión pública y las fuerzas del orden, ya que el editor del Selbridge Sun, Thaddeus Brogg, inició una campaña de desprestigio del aventurero enmascarado, siempre dando en sus titulares la vuelta a los delitos que solucionaba, para que pareciese que era el felino héroe quien estaba detrás de ellos. Su notoriedad fue creciendo en aquella localidad inglesa, temido por un lado… y, eso sí, admirado de algún morboso modo por otro, ya que por ejemplo varios puestos callejeros empezaron a vender merchandising no oficial, beneficiándose de esa leyenda urbana local.
Una de las tramas recurrentes era el peligro de que alguien descubriese la doble identidad de Billy, y desde Thaddeus Brogg hasta el tío Charlie, pasando por la compañera de colegio Debra Stevens y algunos criminales, varios fueron los que tuvieron en algún momento dado sospechas. Billy se afanaba en alambicados planes para demostrar que no eran fundadas, y ocultaba sus prodigiosas cualidades físicas. Cada vez que accidentalmente parecían asomar en alguna proeza en clase de gimnasia, cometía deliberadamente una torpeza manifiesta para disipar dudas. Tampoco puso fin de manera tajante a los maltratos que sufría de sus compañeros o del tío Charlie, por mucho que le hubiese resultado extremadamente sencillo dados sus felinos poderes. No, normalmente se conformaba con usarlos de manera indirecta para poner en ridículo a quienes le atormentaban, aunque alguna vez no pudo resistirse a la frustración acumulada y tuvo una explosión de ira.
La Bestia de Selbridge, como también se le empezó a conocer (además de otros sobrenombres como Leopard-Boy o Leopard-Man), se encontró en su carrera con varios enemigos peculiares: desde el inicial Cat-Man, al luchador de wrestling Masked Hangman (en una escena que recordaba poderosamente a la del Amazing Fantasy #15 en la que Peter Parker luchaba con Crusher Hogan en un ring), pasando por el gran cazador Buck Redford (con tintes de Kraven el Cazador, pero sin su pintoresco atuendo) o Lurcher Creel, que, un poco como Mysterio, utilizaba trucos de cine de terror para ocultar sus delitos. Pero ninguno de ellos podría ser llamado en rigor supervillano, como los de Spider-Man, ya que todos carecían de auténticos poderes, sus crímenes eran de alcance local, y una vez vencidos, no volvían a aparecer ni a resultar amenazas recurrentes.
El enfrentamiento con uno de ellos, el acróbata Vampello, que estaba cometiendo robos disfrazado del heroico Leopardo, incriminándole (un tanto como el Camaleón de Marvel al Hombre Araña), puso de relieve otra inquietante situación: antes de descubrir a su impostor, el propio Billy no estaba seguro de si realmente era inocente de esos delitos. Él mismo dudaba de su equilibrio mental y de que quizás estuviese desarrollando una peligrosa doble personalidad de la que no era consciente. Y algo de eso había, ya que poco a poco, en su psique y en su cuerpo se iba produciendo una gradual transformación. Sus ojos pasaron a ser totalmente felinos, y llama la atención que nadie se fijase suficientemente en ello y sumase dos y dos para averiguar que él era quien se ocultaba tras la máscara. Empezó a tener un comportamiento más salvaje, a pedir que la carne que su tía Joan le servía en las comidas estuviese cada vez menos hecha. Cuando su traje original se fue deteriorando, lo sustituyó por otro hecho de piel de leopardo verdadero, cosa que por efecto psicológico disparó aún más sus ya crecientes tendencias salvajes. Estuvo, de hecho, a punto de acabar con la vida de su tío Charly, cuando hasta entonces se había limitado, como hemos dicho, a usar sus poderes para evadir de manera discreta sus palizas y ponerle en ridículo. Una vez pasada esa situación, eso sí, pudo recobrar en parte su autocontrol, pero éste aspecto mas salvaje de personalidad continuó integrado en su psique.
Pero nunca dejó de ser benévolo y ayudar al prójimo, y muy especialmente a su querida tía Joan. Haciendo auténticas peripecias para conseguir el dinero en su identidad enmascarada, y luego evitando que tío Charly lo despilfarrase, iba sufragando las operaciones de cadera de Joan, o ahorrando dinero para el único capricho que ésta anhelaba, resignada a que estuviese fuera del alcance de sus marcadísimas posibilidades económicas: una televisión en color.
Que el objeto del deseo de Joan fuese algo tan humilde, aparte quizás del melodrama barato, pone de relieve aún más las características del serial: el scope era más reducido incluso que el de la cabecera de Spider-Man. Sus historias eran relativamente pequeñas, sin grandilocuentes y coloristas amenazas mundiales. El Leopardo de Lime Street era un muchacho de clase humilde, y sus aventuras tenían un marco menor, en el que la épica de sus hazañas locales contra delitos más o menos comunes y victorias mundanas tenían los pies más en la tierra. Se asimilaba orgánicamente así el concepto del superhéroe norteamericano a una tradición más británica, a narrativas de atormentada miseria y trabajo infantil para sobrevivir en un entorno triste, más gris que el New York de la cuatricromía de Spider-Man. Y a pesar de eso, en esas viñetas británicas en blanco y negro seguíamos encontrando humor, sonrisas en el rostro de Billy, e impulso vital y esperanza en tan deprimente marco, aunque fuese por acceder a metas de bienestar aún más cotidianas que las del ya de por sí pobre Peter Parker.
Tras el fin de su serial en 1985, pudimos ver de manera breve y apócrifa al personaje en el Zenith de Grant Morrison, en aquella saga que requería que docenas de héroes luchasen contra la amenaza multiuniversal de los Lloigor. Muchos de ellos eran análogos evidentes de personajes del cómic británico, y uno de los figurantes en aquella multitud era precisamente, sin asomo de duda, la Bestia de Selbridge. Su actuación, eso sí, se limitaba prácticamente a preocuparse por otra felina heroína inglesa (Caty, la Chica Gato) y a morir a manos del poseído Mister Why.
En Francia, sus aventuras se pudieron ver en la revista Sunny Sun durante los años ochenta, y corrieron igual suerte en las páginas de la publicación griega Blek. No parece que hayan sido traducidas al castellano en ninguna ocasión, por lo que hemos podido determinar. Alguna historia suelta fue reeditada en el Reino Unido en el cómic independiente Starscape.
Hace pocos años, la editorial Rebellion, que había ido adquiriendo los derechos de otras ya extintas como IPC/Fleetway, decidió lanzar un cómic que agrupase a varios de esos escasos superhéroes que poblaron de manera dispersa el los tebeos ingleses en décadas pasadas, y fue titulado The Vigilant. Aunque esta iniciativa de unir a estos personajes en un supergrupo británico para el siglo XXI no parece haber prosperado, sin embargo, sí suscitó cierto interés en que se reeditasen sus respectivas andaduras. De ese modo, las primeras aventuras del Leopardo de Lime Street han vuelto a ver la luz (de momento en dos tomos, esperamos que vayan saliendo más) en blanco y negro, con papel estucado de alto gramaje, y tapas blandas con solapa de precioso diseño interior.
The Leopard from Lime Street tiene de entrada un interés limitado, que se circunscribe tal vez al de curiosidad, al morbo de ver cómo se hizo una copia tan flagrante de Spider-Man cambiando meramente los motivos arácnidos por otros felinos. Son tebeos cuya lectura sufre de una narrativa ya pasada de moda, fragmentada en un continuará que requiere de constante recapitulación, y de aventuras que muchos pueden encontrar anodinas por no tener elementos fantásticos más allá del origen de su protagonista. Y sin embargo, tienen un sabor especial, intenso, característico, con personalidad marcada, por paradójico que esto resulte dado el claro referente del que parten. Sus tramas sencillas e incluso ingenuas ofrecen un punto cruel y empático al tiempo, y su oscuro apartado gráfico es de una calidad notable. En sus páginas encontramos saber hacer y artesanía ante un método de producción que exigía que los autores estuviesen encargados de varias series a la vez sacando adelante material semana tras semana incansablemente, y a pesar de tales condiciones, salir airosos con resultados solventes. Si bien obviamente nunca van a desplazar a la obra de Stan Lee y Steve Ditko de la que tanto tomaron prestado, merecen un vistazo por parte de los paladares que disfruten del aroma del cómic británico añejo tanto como del de los superhéroes norteamericanos.