El cine actual (o, mejor dicho, el que podíamos disfrutar o detestar antes de esta execrable crisis) recuerda bastante al funcionamiento Hollywood clásico. Los estudios tienen el control total e innegociable sobre qué y cómo se producen las películas. Conocen a su público y sus intereses, que están dispuestos a suplir.
No, antes tampoco importaba lo más mínimo los directores. Si llamabas artista a nombres como Billy Wilder o John Ford se reían de ti. Ellos hacían cine, no arte. Esta visión de cine como mero entretenimiento y evasión para el público es algo que, seguramente, choque. Pero no era nada más que eso. Fuegos de artificio, saltimbanquis y espectáculo de barraca de feria.
Salvo por la salvedad que el cine no es eso. O, al menos, no es solo eso. El francés André Bazin acuñó en 1940 la palabra autor en una teoría que resaltaba que un autor cinematográfico es aquel director/a al que, viendo dos planos de películas diferentes suyas, puedes distinguir a la perfección a quien pertenecen.
Aunque es una teoría que aún a día de hoy resulta controvertida (entiende que la película pertenece al director, como un cuadro pertenece a un pinto o un libro a su escritor, excluyendo de la autoría todo el equipo participante en la creación cinematográfica), sacó desenterró un cine combativo con el establecido por el clasicismo de Hollywood.
En esta lucha ideológica consiste en determinar lo que es y debe ser el cine. Y, en contraposición, lo que no es. Para ello, se hizo una nueva lectura de las películas producidas por los estudios destacando que no eran películas entretenidas de la estrella protagonista, sino ejercicios formales y estéticos realizados por grandes artistas de forma consciente y sutil en un sistema puramente restrictivo. Ya no eran artesanos invisibles que simplemente ejecutaban un número determinado de películas al año.
Ese cambio de paradigma en favor de poner la lupa, todo el mérito y el interés en la labor de dirección fue algo verdaderamente revolucionario. Cambió el modo en que debían entenderse las películas y provocó un terremoto en el sistema Hollywood, que comenzaba a oler a naftalina.
Tras casi esa década tan loca que fueron los setenta, Stephen Spielberg y George Lucas volvieron a conceder el poder a los grandes estudios cambiando, de nuevo, el paradigma. Ya dejó dejaron de importar los actores, los directores e, incluso, la calidad de las películas. El abrazo a las franquicias y al merchandising, como manera cuantiosísima de obtener beneficios, se lo ha terminado comiendo todo lo anterior.
¿Qué tiene que ver todo esto con Jon Favreau? Tal vez, nada. Pero con una perspectiva amplia, no deja de evocar a esos artesanos anónimos que trabajaban incansablemente para un estudio. Y es que si pensamos en este director es imposible disociarlo de Disney ni de algunas de las películas que más alegrías les ha dado financieramente.
Si figura se ha convertido en un pivote infranqueable para entender el cine contemporáneo. No es descabellado afirmar que su Iron Man, como elemento fundacional de los universos compartidos perdurables y exitosos, es tan importante como Star Wars en el devenir de la industria. Ni tampoco que es un director un tanto limitado pero que sabe compenarlo siempre con un intento de aportar ciertas innovaciones técnicas que hacen que su nombre sea valorado.
Pero todo esto no se labra de la noche a la mañana. Este director lleva rondando la industria desde hace mucho tiempo. Su carrera se ha labrado a fuego lento. Su carrera es muy errática y, por momentos, contradictoria. Pero eso denota que él tampoco lo tuvo claro desde un primer momento.
Tras dejar el colegio para superdotados al que acudió a la universidad de Queens, lugar en el que vivió toda su vida, para estudiar economía. Sin terminar la carrera, comenzó a trabajar en un banco de Wall Street.
Sin embargo, no tardaría en mudarse a Chicago, donde optó por intentar ganarse la vida como humorista de stand up comedy. Con un relativo éxito, se mudaría a Los Angeles buscándose un porvenir mayor. Y tampoco es que le fuera nada mal.
Sus actorales inicios o cómo curtirse
Sus primeras aportaciones a la industria audiovisual serían en la labor interpretativa. Sin ser una gran estrella, ha tenido multitud de apariciones en series y películas de la trascendencia de Friends (donde interpretó de forma hilarante a un millonario perdedor enamorado de Monica), Batman Forever, Seinfeld, Daredevil o Deep Impact.
Si por algo destaca esta primera fase es por su falta de prejuicios a la hora de reírse de sí mismo y de saber perfectamente cómo mover sus fichas. Sabe perfectamente que jamás se convertiría en una gran estrella y sabe ponerse en un punto periférico, contribuyendo a que otros se luzcan.
El ejemplo paradigmático y metalingüístico de ello es en su aparición episódica en Los Soprano. Favreau interpreta a una versión de sí mismo que ya comenzaba a mostrar un interés por colocarse detrás de las cámaras. En este episodio, no se retrata más que como un farsante oportunista, ya que roba un guion de uno de los personajes de la serie para convertirlo en un éxito sin que se pueda hacer nada.
Sin ser el actor más expresivo y estimulante que haya dado la industria, su labor ha sido solvente y coherente. Ese trabajo de pico y pala traería consigo un conocimiento profundo de cómo se mueven los actores. Solo se puede entender como algo preparatorio para lo que estaría por venir. Y es que, pudiéndole criticar muchas cosas, jamás se ha podido decir que tiene una sola interpretación mala en sus películas.
Su amor por la interpretación, aunque se haya decidido poner tras las cámaras, no ha disminuido ni un ápice ya que no es difícil verle en papeles secundarios de algunas de las más grandes y exitosas películas. Se le ha podido ver películas como las producciones de Marvel Studios, Iron Man y de Spider-Man o su breve aparición en El Lobo de Wall Street, del maestro Martin Scorsese.
Swingers o su primera llamada de atención
Aunque no está dirigida por el propio Favreau, sí que se puede señalar que aprendió y se empapó muchísimo de este primer gran éxito. No es la primera vez que coincidió con su amigo Vince Vaughn, pero sí que sirvió para que se establecieran como una pareja cómica recurrente durante unos pocos años para el gran público.
Esta comedia de contraste consiste en un amigo intentando ayudar a otro tras una ruptura a través de un método muy particular, lo cual conducirá a momentos brillantes de humor. Aunque no es una comedia descerebrada, sino que tiene ciertos temas tratados con algo de acierto. Aunque en términos generales, es una película que no aguanta muchas lecturas ni el paso del tiempo.
Con todo, esta relación de amistad es algo que no es difícil de encontrarse en las películas que vendrían después. Que serían muchísimo más ambiciosas.
Made o un debut sin sustancia
Se dice que en Hollywood vales lo mismo que tu última película. En este caso, no se puede aplicar. Esta ópera prima solo puede ser leída como un intento de recuperar la magia que estuvo presente en Swingers.
Este desconocido proyecto no fue precisamente bien recibido, aunque tampoco se perdió la inversión. No es tampoco realmente recordado ni reivindicado, ya que, cae el error de intentar clonar el trueno capturado en una botella. Es efímero. Y no es un error que no vaya a volver a repetir.
Básicamente, es una secuela emocional de Swingers que intenta mezclarla con una trama criminal en la línea de la época, heredera de las aportaciones de Scorsese. En su defensa, habría que decir que eso es muy habitual en algunas óperas primas de directores: al no tener todavía un estilo bien formado, tratar de emular el de los artistas que admiran. Y, como es de esperar, no dejan de ser una mala fotocopia si no tienen nada más que añadir a sus referentes.
Aunque no fuese algo meritorio, no fue su fin. De hecho, no había hecho más que empezar.
Elf o la subversión de las películas navideñas sin garra
Vale. No es la más innovadora ni ha cambiado absolutamente nada. De hecho, ya venimos de una larga lista de películas navideñas con mala baba. Pero pocas tienen ese cinismo desde la apariencia de lo contrario.
Sí, es blanca. Pero creo que el gran acierto es que antes de ser una película infantil de la festividad preferida de los niños, es una comedia física de Will Ferrel. Sin entrar a valorad el humor muy característico de este comediante que despierta tantas adoraciones como odios, lo cierto es que esta es una carta de presentación de cara a los estudios solvente.
Favreau demostró que tiene cierto talento, que sabe cómo entretener y, por encima de todo ello, que sabe cómo hacer películas lucrativas (fue un taquillazo respecto al presupuesto que manejó) que sean del agrado del siempre abstracto y escurridizo gran público. No tardarían en volver a contar con él.
Zathura o el retorno de las películas de juegos de mesa
En los noventa, hubo una serie de producciones de carácter juvenil en las que juguetes y juegos cobraban vida para poner en apuros a los personajes protagonistas. Pero, a partir del año 2000 dejaron de funcionar y de hacerse, salvo notables excepciones, como la inmortal Toy Story (no encajando exactamente en lo que señalo, ya que es una saga que sigue sus propios parámetros).
Aunque todo ese subgénero sea heredero, en mayor o menor medida, de Chucky, el Muñeco Diabólico y de Los Gremlins, Jumanji logró dar con algunas claves que alejaba de la crítica contra el consumismo. Jumanji fue una película de aventuras que es recordada con cariño por todos los que, en su estreno, fueron niños.
Zathura es una película que captura la magia de estas películas. Y lo hace con la levedad de, en lugar de mirar al pasado, mira al futuro. Es un juego para los personajes, pero también para el espectador y es que denota un amor por la ciencia ficción y espera tu complicidad.
Favreau parecía que iba a enfocar su carrera a películas infantiles. De hecho, se dejó todos los aspectos que podrían ser más ásperos de Elf para hacer una película que se adelantó a la oleada de nostalgia en la que nos vemos inmersos. Nada indicaba que su próximo movimiento fuera a ser el que ha sido.
Iron Man o la importancia de llamarse Marvel
Y llegó la revolución. Cuando Favreau entró en este proyecto se encontró un lienzo en blanco sobre el que poder desparramar todas las ideas posibles. No había ninguna mala. Todo que ganar y nada que perder.
Y, bueno, es un trabajo que decir que es influyente es quedarse corto. Lo justo es decir que cambió el modo de entender cierto tipo de cine. Aquí se trasladó el concepto de universo compartido propio de los cómics al cine. Tan fácil de decir como difícil de ejecutar.
Iron Man será la película por la que Favreau será recordado. Ha tenido otros proyectos que han calado, tal como se ha explicado, pero ninguno supuso un punto y aparte. No hay película más taquillera, ni crossovers ambiciosos del gusto de un público mayoritario sin el establecimiento de unos códigos visuales, referenciales, narrativos y tonales. Y eso esa es a la trascendencia de Favreau. Y cómo los demás solo tratan se seguir las notas dibujadas por este director en la partitura.
Con la secuela Favreau terminó bastante desgastado y eso se puede apreciar en la misma película, que peca de descentrada. Se pueden imaginar una y mil discusiones acerca de cuál era la prioridad: si meter referencias y subtramas que no tienen mucho sentido aquí, pero sí en el largo plazo, o, simplemente, tratar de contar una historia interesante. El resultado fue una película que abarca demasiado y no aprieta nada. Además de que este señor optase por no volver a sentarse en el sillón del director bajo las órdenes de Kevin Feige.
Cowboys and Aliens o el gran resbalón
Esta película tenía todo a su favor. Favreau venía de adaptar unos cómics de gran éxito para realizar un proyecto que provenía también del noveno arte. Sumado a que es un proyecto muy lejos de ser modesto, ya que se había ganado el derecho de poder manejar grandes presupuestos. Es normal que levantase la expectación que levantó.
Se nota que, al contrario de las anteriores que, guste o no, tenía un aspecto de encargo, este es un proyecto que se movió por la pasión personal. Solo se puede explicar que la siguiente película de este director sea una cosa tan inclasificable como esta.
Fue una película completamente destruida por la crítica que, sin embargo, no fue un fracaso comercial. Es lo mejor que se puede decir de los resultados obtenidos en taquilla. Aunque, también es justo decir que se ha reivindicado y rescatado últimamente desde la condescendencia de ver un producto fallido, pero que, a la vez, resulta bastante marciano (valga la redundancia) por los conceptos que maneja. Aunque no terminen de cuajar.
Chef o vuelta a los inicios
Tras el naufragio creativo, que no comercial, que supuso la secuela del vengador dorado, quiso resarcirse de los grandes estudios, como ha sucedido con muchos directores desencantado con una las constricciones de los grandes presupuestos. Y lo hizo con una estimable y entrañable película.
En Chef tenemos a un cocinero de un excelente restaurante que termina dimitiendo y se monta un negocio de cocina en una caravana. Esta película estudia todos los conflictos que contrae una decisión tan radical y honesta y todas las implicaciones emocionales y profesionales que ello contrae.
Favreau emplea esto a modo de alegoría para hablar de cómo terminó con Disney y por qué decidió alejarse de los blockbusters. Todo parecía indicar que, aunque a su visión del asunto le faltase mucha garra para poder aportar algo que realmente pudiera epatar, iba a tomar un derrotero como el de su ópera prima, y hacer películas independientes con más alma.
No fue así. Se reconciliaría con Disney y se convertiría en su principal director de confianza. Disney sabía que tenía entre manos a un director competente entre manos y que no pecaba de tener un exceso de ego, además de haber firmado más de un taquillazo, con lo que la conexión y el entendimiento con el público está fuera de toda discusión.
Respecto a Chef, esta película permitió firmar un contrato para la producción de un reality culinario homónimo con famosos amigos que lleva un año en emisión en Netflix. Curioso y elocuente es el hecho de que este hombre haya logrado rentabilizar hasta su vuelta al cine indie.
El Libro de la Selva y El Rey León o el CGI fotorrealista
Cuando Jon Favreau se propuso hacer un remake de El Libro de la Selva, Disney ya había realizado unos cuantos. Sin embargo, ninguno había funcionado de un modo en que conjugara la relevancia crítica y aceptación del público. De hecho, había bastante consenso a que han dejado bastante que desear.
Favreau cambió el paradigma creando la película que se ajustaba a los objetivos codiciados por Disney. Lo hizo llamando la atención gracias al uso de un CGI innovador y fotorrealista y siendo respetuoso con la película original. Pero, a su vez, logrando captar la esencia y hacer que sea relevante para un nuevo público. Exigió un esfuerzo de adaptación y creó cambios que sentaron bien a la película.
La fórmula que hizo que El Libro de la Selva funcionase la intentó replicar en una película que cuenta con una fanbase bastante mayor: El Rey León. Sin embargo, lo que fue un recurso considerablemente efectivo en una, ha resultado ser un fracaso en la otra.
¿Qué lectura se puede hacer de ello? En primer lugar, que, en El Libro de la Selva, hay un factor humano con el que el espectador puede empatizar: Mogwli. La figura humana de carne y hueso, hace que la proeza digital destaque aún más. No sucede así con El Rey León, en la que todos los personajes son animales. Además, esta obsesión por conseguir el mayor realismo posible, ha causado que se pierda el encanto y la expresividad original de la película que rehace. Por último, son escasísimos los casos en las que los remakes plano a plano tienen el más mínimo interés.
Cuando un mago intenta hacer dos veces seguidas un mismo truco, lo más probable es que el público se aburra, en el mejor de los casos. Se sienta profundamente defraudado, en el peor.
Su trabajo televisivo o la libertad que no ya no se ve en el cine
Paralelamente a estas grandes películas palomiteras familiares, realizó una serie de episodios para series que le sirvió para impregnarse de un modo de funcionar completamente diferente al del cine. Además, al manejar otro tipo de presupuestos, y siendo un lugar en el que se respeta y se busca el proceso creativo fructífero, es un objeto de deseo para creativos rebotados del proceder de los estudios. Su paso televisivo, sin lugar a dudas, hizo que estuviese preparado para su próximo gran proyecto.
En ningún caso se alejó de los géneros por el que, a buen seguro, será recordado. Su paso por The Orville (cosas de ser amigo de Seth McFarlane) y por Revolution, la serie apadrinada por J.J. Abrams como director invitado es una muestra más del estatus que ya ha adquirido dentro de la industria. Además de una nueva exposición de cómo es un director que no se le caen los anillos de hacer proyectos más modestos.
Tal vez la decisión más chocante fuese aceptar la realización del piloto de The Young Sheldon y, con ello, aproximarse a la creación estética, tonal y dramática de una serie que quería alejarse lo máximo posible de The Big Bang Theory. Tal vez sea lo más trascendental ya que volvió a tener que diseñar una narrativa a largo plazo desde los cimientos. Y es algo que seguiría haciendo.
The Mandalorian o el último eslabón
Encabezar un proyecto de streaming tan ambicioso como es el de que representa Disney+ no es una tarea sencilla. La entereza que hace falta para afrontar la presión de un proyecto de esta envergadura debe ser el equivalente a cargar una mochila con toneladas de peso.
Pero no se ha acobardado y ha logrado lanzar uno de los productos más frescos e innovadores que ha dado la franquicia de Star Wars, en un momento en el que más necesitada estaba de oxígeno.
Desde luego, lo que está claro, es que esta serie ha sido un nuevo éxito de Favreau. Pero, a diferencia que con las decisiones que preceden a esta producción, lo ha logrado precisamente porque se ha atrevido a dar otro volantazo a su carrera y a tomar riesgos tanto formales, como en algunas decisiones en el modo de promocionar, y designar el equipo técnico. Por no hablar de la implantación de la tecnología de la proyección de un escenario renderizado.
Si con esto no se consolida ya como el chico de oro de la compañía del ratón, nada lo hará.
Lo que pueda deparar el futuro al realizador de Queens lo puede decidir él mismo. Es una posición muy codiciado para muchos directores. Y cuenta con la ventaja de que sus intereses, filias y fobias son exactamente los mismos que los que encaja con lo que se puede esperar del cine de masas contemporáneo.
Favreau puede ser visto como un sicario a sueldo de Disney. O como un director que cojea y que no tiene una identidad propia. O como un mago silencioso creador de grandes productos de entretenimiento. O a alguien que siente un gran interés en los avances técnicos que es incapaz de terminar de manejar bien las reglas de la narrativa o la estética cinematográfica.
Pero esas críticas y alabanzas, legítimas o no, también se las hacían a aquellos artesanos que construyeron película a película esa catedral que supuso el Hollywood clásico. Tal vez, dentro de unos años se redescubra este cine popular y de descubran ciertos hallazgos que a día de hoy solo unos pocos privilegiados pueden ver. O tal vez no. ¿Quién lo sabe?