Stephen Majorski es un joven desempleado que vive en muy humilde barriada de Nueva York. Ha dedicado su vida a investigar el asesinato de su padre, un hombre de negocios que fue acusado hace años de pertenecer a una misteriosa conspiración criminal llamada The Combine. Los sicarios de ésta le ejecutaron antes de que tuviese ocasión de declarar ante los tribunales, delante del propio Stephen cuando era niño. Nuestro ¿héroe? pretende acabar con esta organización en las sombras y limpiar el nombre de su progenitor, del cual está convencido de que era inocente. Pero Stephen desconoce que el trauma de la muerte de su padre desencadenó en él un desorden de personalidad múltiple y lleva una, no ya doble, sino triple vida de la que no es consciente: por un lado, también es un exitoso yuppie dedicado a las relaciones públicas y el asesoramiento de imagen de políticos llamado Alex Kingman. Por otro, enfundado en una armadura potenciada de alta tecnología, se dedica a ser el azote del crimen urbano mediante métodos tremendamente expeditivos. Y con tan potente premisa, se presentaba Haywire, una serie guionizada por Michael Fleisher y dibujada por Vince Giarrano, que DC Comics publicó entre 1988 y 1989.
Haywire tenía todos los elementos para haber triunfado tanto a nivel ventas como de crítica, en esa segunda mitad de los ochenta en la que parte del cómic de superhéroes norteamericano experimentó un viraje a tonos más adultos, sofisticados, violentos y con ciertas influencias del manga japonés. Sin embargo, tras trece entregas, fue cancelada en 1989, cerrando apresuradamente sus líneas argumentales en los dos últimos números. Tras ello, ha quedado prácticamente olvidada, apenas existen referencias a ella, y jamás se ha reeditado. Y a pesar de este fracaso y de varias patentes imperfecciones, estamos ante un tebeo que pese a no cumplir las ambiciones que él mismo parece imponerse, resulta tremendamente interesante, entretenido y, seamos sinceros, molón.
Michael Fleisher era por aquel entonces ya un viejo conocido para los lectores habituales de cómics: aparte de escribir tres libros recopilando información sobre los superhéroes más icónicos de DC (The Encyclopedia of Comic Book Heroes, en sus volúmenes dedicados a Batman, Superman y Wonder Woman), había cocreado al personaje de western Jonah Hex, y junto a Jim Aparo, lanzó en los años setenta un serial dedicada al Espectro en las páginas de Adventure Comics que acabaría siendo mítico. Aquellas aventuras del fantasmal Jim Corrigan resultaron insólitas y polémicas para la audiencia de esos años, ya que Fleisher y Aparo desplegaron un nivel de sadismo en el modo en que el protagonista castigaba a los delincuentes que parecía querer explorar y forzar los límites de lo que consideraba admisible el por aquel entonces recién revisado Comics Code. Lo cierto es que Fleisher y Aparo solo cumplían directivas del editor Joe Orlando, del que se dice que tras un atraco a plena luz del día a punta de navaja junto a su mujer embarazada en la peligrosa Nueva York de los setenta, estaba enfurecido con el elemento criminal.
El caso es que a Fleisher, entre una cosa y otra, entre los aficionados le rodeaba una aureola de escritor de calidad que tocaba abiertamente temas violentos y maduros. Ese final de los ochenta en el que las tendencias del cómic habían derivado precisamente hacia ese estilo, era el momento para dar un golpe sobre la mesa, y que su nombre captase la atención del público, se consagrase, y se pusiese a la altura de otros en el candelero entonces, como los de Frank Miller, Alan Moore, Howard Chaykin, JM DeMatteis o Matt Wagner. De hecho, para el apartado gráfico de Haywire el editor Kevin Dooley seleccionó a Vince Garriano, un recién llegado a DC que había trabajado puntualmente en Marvel y cuyo estilo en ese momento parecía seguir en una medida la dirección que David Mazzuchelli desplegó con maestría en Batman: Año Uno. En las tintas de los primeros números estaba el genial Kyle Baker, al que Dooley conocía de la serie que escribía su mentor Andrew Helfer, The Shadow, dedicada al personaje pulp que había revitalizado para el cómic Howard Chaykin.
Haywire, al igual que colecciones contemporáneas como Checkmate o Animal Man, estaba impresa en el New Format de la DC de aquellos años: cuadernillos grapados mensuales de 28 páginas (más cubiertas), con papel algo mejor que el de los cómics de quiosco, pero sin llegar a la calidad del formato Baxter de series como Legion of Super-Heroes o New Teen Titans. Con un precio de portada de 1,25 $, el papel del New Format permitía coloreados algo más experimentales que la cuatricromía de puntitos que dominaba hasta no hacía mucho en el cómic norteamericano de superhéroes y que tardaría solo unos años en desaparecer. Y esto se nota en Haywire: los tonos cromáticos de los coloristas Bill Wray y Tom Ziuko pretenden, aprovechando el soporte, ser más sofisticados que lo habitual en el género pijamero. Bueno, tal y como el término «sofisticado» se podía entender en los ochenta. Y esto se traduce en que efectivamente, tiene un aspecto visual muy característico, totalmente ochentero, brillante hasta lo estridente por un lado, sucio hasta lo sórdido por otro.
La trama de la serie nos iba explicando poco a poco cómo Stephen Majorski había conseguido infiltrarse en un proyecto de The Combine (término que podríamos traducir como El Tinglado, como apareció en un pasaje del libro Alguien voló sobre el nido del cuco en su versión en castellano, en el que alguien hablaba de una conspiración, y que posiblemente sea la referencia de Fleisher para usar precisamente esa palabra) que estaba contratando conejillos de indias humanos. Los experimentos de The Combine tenían como propósito determinar las pautas psicológicas óptimas para pilotar una armadura tecnológica, (de aspecto un poco como la del villano de Marvel llamado El Hombre de Titano) que habían construido y cuyo poder dependía de la energía mental del cerebro de quien la llevase puesta.
Stephen, que lo que buscaba era encontrar información relacionada con su fallecido padre, al tener ese extraño trastorno de personalidad, casualmente resultó el mejor candidato posible para vestir aquel traje blindado, y llevar sus enormes poderes mucho más allá de lo que ni siquiera sus diseñadores jamás habían soñado. Se escapó, arrasando ese complejo, mientras un miembro de The Combine gritaba He’s gone haywire! (en inglés: ¡Se ha vuelto loco!), dando así nombre a la tercera personalidad que empezaba a habitar el cuerpo de Stephen, aparte de la de Alex Kingman. Para ponerse la armadura, no tenía que perder tiempo vistiéndosela, ya que estaba almacenada en un lugar secreto desde el que se teleportaba cuando era invocada, transformándose así de manera instantánea en el temible y blindado Haywire.
Y aunque podríamos pensar que ese paso rápido de una identidad mundana a otra superheroica es un tropo muy común del género pijamero (Shazam, Thor, Hulk), quizás deberíamos fijarnos en que por aquel entonces varios mangas japoneses como el Xenon de Masaomi Kanzaki estaban siendo publicados con éxito en Estados Unidos. Y lo cierto es que los paralelismos entre Xenon y Haywire, o incluso con el anterior Kamen Raider de Shotaro Ishinimori, son muy a considerar como posible influencia de la premisa de Fleisher. La narrativa de Giarrano, llena de líneas cinéticas en momentos congelados de acción desenfrenada, o la presencia de un clan ninja con elementos tecnificados, parecen subrayar esa conexión nipona.
De acuerdo: tenemos entonces a un guionista dispuesto a darlo todo en temas adultos, oscuros y violentos, un dibujante que recuerda un pelín a Mazzuchelli en Año Uno, el aclamado entintador de The Shadow, un aspecto gráfico final que subraya esa condición de que la obra ha sido concebida en ese brillante y experimental periodo del cómic norteamericano, e influencias de estéticas y de trama bastante cercanas al manga. Y si queremos, con eso de la personalidad múltiple, incluso podemos añadir un toque del Caballero Luna de Marvel ¿Qué tal funcionaban, mezclados entre sí todos esos elementos que por separado parecen tan atractivos? Pues sorprendentemente bien. Lo que así expuesto podría dar la impresión de ser un grotesco monstruo de Frankenstein de temáticas y tonos, curiosamente fluye constituyendo su propia bestia de manera bastante natural. Bestia. Un término muy adecuado para definir Haywire.
Porque Fleisher tiene el acierto de hacer que el desequilibrado Stephen/Alex/ Haywire, a pesar de ser el protagonista de la obra, para nada sea presentado como un personaje heroico. Podemos empatizar con el pobre y patético Stephen, buscando desesperadamente pruebas de la inocencia de su padre, pero Alex Kingman nos resulta decididamente antipático, y las actuaciones del masivo Haywire son violentas hasta lo pasado de rosca, no solo usando fuerza letal, sino amputando brazos y cabezas alegremente y disparando misiles sobre sus indefensos oponentes. Su despreocupación por los daños colaterales y bajas civiles nos deja los ojos como platos. Y las acciones de sus enemigos, pues lógicamente no le andan a la zaga. Sí, Haywire es un tebeo extremadamente violento, casi hasta rozar la parodia, pero sin caer en ella de manera plena; y si estaba en mente de Fleisher establecerla, desde luego resulta sutil. Las cartas al correo de lectores celebraban este sanguinario tono casi en éxtasis.
El apartado gráfico de Giarrano, con su estilo y su narrativa, le queda como un guante a todo esto, a pesar de lo que a priori podría parecer dados todos los frentes de influencias dispares. Es casi un thriller noir ciberpunk con leves ecos del 2000 AD británico, que se antoja que más que en DC, hubiese sido publicado por alguna editorial independiente de la época como Eclipse, First, ComiCo o el sello Epic de Marvel. Por algo el título rezaba en cada portada de la serie «Recomendado para lectores adultos».
Las tramas de la serie orbitan alrededor del enfrentamiento entre Haywire y The Combine, que quieren recuperar como sea ese prototipo de armadura y establecer qué tipo de cerebro tiene su misterioso ocupante que es capaz de llevar su efectividad y poder mucho más allá tanto de modelos anteriores como más modernos, que no cesan de lanzar sobre el antihéroe. Pero en torno a todo ello, también surgen otros hilos argumentales simultáneos: por un lado, el acaudalado Alex Kingman es consciente de que tiene lapsos de memoria y comienza a asistir a sesiones con un psicólogo para intentar recordar qué hace durante ellos. La relación entre Kingman y su terapeuta, el doctor Reisman, ocupa un lugar central en la colección, revelando poco a poco al lector fragmentos de lo que realmente está sucediendo.
Aunque Haywire no transcurre en el universo DC, sino en un mundo mucho más realista y parecido al nuestro, van apareciendo diversas organizaciones criminales cuyos miembros portan artefactos de avanzadísima tecnología proporcionada por The Combine que les dan capacidades asombrosas, con lo que vienen a ocupar un lugar similar a una suerte de supervillanos. Y así, tenemos a los ya mencionados miembros del clan ninja del Dragón Negro (y muy especialmente a la en realidad adorable White Lotus), a la mercenaria fetish llamada Nightlash, o al sicario Scorpio que sirve a la junta que dirige la dictadura sudamericana de Cartenacia.
Haywire se enfrenta también al delito común por motivos que serán revelados hacia el final de la serie, desplegando fuerza desproporcionada. Eso lleva a que sea un forajido perseguido por la policía, dada la devastación y cadáveres que el amoral justiciero va dejando a su paso, y que, por ejemplo, con sus irresponsables y expeditivas acciones deje paralítico a un bombero que más adelante conseguirá los medios para intentar vengarse. También podemos ver la polémica que su presencia causa en la sociedad, polarizándose los bandos a su favor y en su contra, algo que queda reflejado mediante viñetas que son pantallas televisivas, muy como hizo Frank Miller en Batman: The Dark Knight Returns. Sin embargo, Fleisher elude canonizar a su personaje como un héroe épico moderno, y no nos deja olvidar que en realidad estamos ante un peligroso psicótico: un movimiento que sienta muy bien a la obra.
El equipo creativo de escritor y dibujante se mantuvo estable toda la andadura de la serie, y el colorista Bill Wray tan solo fue relevado en una entrega por Tom Ziuko. Con los entintadores hubo algo más de baile, ya que Kyle Baker abandonó la colección en el número cuatro, para ser sustituido por el muy solvente José Marzán Jr. ya hasta el final de la cabecera, excepto por una entrega. Es curioso porque en ésta, la undécima, los lápices de Giarrano bajo las tintas de John Beatty pasan a recordar ligeramente al estilo de Tim Sale.
Pero como decíamos al principio, el éxito eludió a Haywire a pesar de todos estos parabienes, y fue cancelada abruptamente en su número trece. En el correo de lectores de la entrega anterior, el editor Kevin Dooley decía que era así como Fleisher había concebido la obra desde el principio, pero resulta difícil de creer. Esto nunca fue anunciado en ningún lado antes, y leyéndola, la sensación que da es que estaba pensada para ser una colección abierta. Las tramas parecen concebidas para ser de mas largo recorrido, y se nota que se cierran sin estar bien rematadas, por la falta de espacio para ello.
Se intuye por el final ofrecido, que Fleisher tenía un tanto planificado cómo iba a desarrollarse el hilo central de la saga desde el principio, sí, pero cuesta tragarse que fuese elección suya cerrar en el número trece, resolviendo con prisas y con abundantes cabos sueltos planteados pocas entregas antes, como el descubrimiento de otra intrigante personalidad adicional más del protagonista. Lo más probable es que las ventas no fuesen buenas, pero Dooley, con el estilo altivo que usaba para responder las dudas de los lectores en la página de correo, de manera quizás un tanto absurda, no quisiese reconocer el fracaso en público.
¿Por qué no triunfó Haywire y ha pasado con los años a ser una obra tan sumamente olvidada, a pesar de todos los ingredientes que tenía? Quizás simplemente, la mezcla de esos elementos no satisfizo los paladares de los lectores, por mucho que a quien escribe estas líneas le apasione este tebeo. También, después de todo, era un cómic difícil de ubicar: no era parte del universo superheroico de DC, pero tampoco era totalmente una obra de autor como otras consagradas a las que pretendía acercarse, así que no debía ser fácil para DC promocionarla adecuadamente y determinar cuál era el público objetivo al que debía dirigirla. Pensemos que estamos hablando de momentos en los que todavía, por muy poco, no existía aún el sello Vertigo, en el que quizás hubiese encajado mejor algo después.
Por otro lado, probablemente la crítica la ignorase y no se llegase a dar un reconocimiento y prestigio que la hubiese salvado llamando la atención del público, como sí gozaron otras obras quizás de características aproximadas, como la Cosa del Pantano de Alan Moore, o los Animal Man y Doom Patrol de Grant Morrison. Dejando aparte que, seamos francos, el talento de estos autores era mucho mayor que el de Michael Fleisher, hay otro factor a tener en cuenta: No olvidemos que éste se había enemistado con Gary Groth, el editor de la revista The Comics Journal, a finales de los 70 por llevarle a juicio junto al escritor Harlan Ellison. En una entrevista para Comics Journal conducida por Groth, Ellison, probablemente queriendo en realidad alabar a Fleisher, pero no midiendo sus palabras, ponía en tela de juicio reiteradamente la salud mental del guionista. Fleisher lo encontró ofensivo y que podía afectar a sus posibilidades de obtener trabajo, así que les demandó. Y aunque aquel proceso judicial falló en contra del guionista de Haywire, posiblemente desde entonces fuese un nombre non grato en la comunidad de la crítica especializada norteamericana de cómics.
Pero esto último no es más que una hipótesis, y no hace falta recurrir a una teoría de conspiración contra Fleisher haciéndole el vacío, para señalar que Haywire tenía también notorios defectos que probablemente le pasasen factura. Y es que, aunque en este texto hemos procurado exponer la trama de manera linear, lo cierto es que en la lectura mes a mes de la serie, al principio podía ser complicado comprender cuál era la historia central completa, dado que algunas piezas clave con las que se podía reconstruir el panorama total no se proporcionaban hasta ya pasados algunos números. Tratando de establecer un enigma que enganchase a los lectores, quizás Fleisher no supo medir, y en su lugar los alejó. Es un problema que apenas se percibe si son leídos del tirón todos los números, pero que quizás pesó a la hora de que los aficionados siguiesen la colección con la cadencia en que que llegaba a las librerías
Además, en los momentos en que se daban las explicaciones, se abundaba en una sobreexposición un tanto pedestre mediante los globos de pensamiento, que a cambio de hacer que el lector comprendiese los vericuetos de la trama, sufrían de una lectura que no resultaba nada natural. Los personajes, por otro lado, son bastantes estereotipados y (aparte, claro, de las tres identidades disociadas de Stephen) no ofrecen muchas capas: por ejemplo los villanos son malos, malísimos, crueles y degenerados; y poco más. También abundan algunas coincidencias absolutamente inverosímiles por convenientes, como que precisamente sea la empresa de Alex Kingman la que asiste en EEUU a la corporación-tapadera japonesa del clan del Dragon Negro. O que el bombero al que Haywire deja paralítico se vea inmerso, a través de su cuñado, en una trama de espionaje por la que termina dando con una armadura potenciada capaz de poner en jaque al protagonista de la serie.
A pesar de que los derechos de autor de Haywire parecen pertenecer a DC, y que no se trate de un trabajo creator-owned, la editorial jamás ha hecho ninguna intentona de retomar ni la serie ni al personaje. De hecho, como ya hemos comentado, ni siquiera ha sido reeditada; una lástima considerando además que, dada su escasa extensión, entraría bastante bien en un solo tomo, dos a lo sumo. El único autor que parece haberse acordado de Haywire en los últimos años ha sido Michel Fiffe en su Copra, un cómic casi artesanal poblado por personajes análogos a los de los tebeos que Fiffe leía de pequeño y le apasionaban: justo los de ese periodo en el que se publicó esta obra. Y así, en Copra, además de patentes homenajes al Escuadrón Suicida de John Ostrander, el Doctor Extraño, al Punisher o a los enemigos de los X-Men conocidos como los Cosechadores, aparece Wir, un equivalente bastante claro de Haywire. Pero fuera de Fiffe, en la propia DC ni siquiera sus creadores han reivindicado esta obra, ya que ambos cambiaron el rumbo de sus vidas y se terminaron alejando del mundo del cómic.
Michael Fleisher dejó la industria en 1991, y se dedicó a terminar su tesis doctoral en antropología sobre el robo de ganado en Tanzania. Estuvo viviendo unos años en Nairobi, y después dedicó su vida a organizaciones humanitarias de ayuda a los países en vías de desarrollo. Murió en 2018 por causa del mal de Alzheimer. Por su parte, Vince Giarrano permaneció un tiempo más dibujando cómics, mutando de estilo durante los noventa y trabajando en títulos relacionados con Batman, hasta que decidió dedicarse de lleno a su auténtica pasión, la pintura en el ámbito de las bellas artes. Hoy por hoy es un respetado pintor que expone en galerías de arte sus obras con influencias que van desde Sorolla a Van Gogh, y parece complicado que se plantee siquiera volver algún día a dibujar viñetas.
Por supuesto, Haywire nunca ha sido publicada en castellano, y si quieren disfrutar de la obra, tendrían ustedes que buscar sus trece números de segunda mano en inglés, ya que recuerden, nunca ha sido reeditada en tomo. La tarea, así formulada, no invita para nada al ánimo, cierto, pero la verdad es que no es para nada complicado encontrarlos realmente tirados de precio. Si buceando en internet tratando de localizar otro tesoro, encuentran de paso esta obra, no lo duden: por lo que les va a costar, el disfrute que les procurará realmente merece la pena.